A pesar de que los discípulos tratan de impedir que los
niños se acerquen a Jesús, Jesús, lejos de darles la razón, les dice que se lo
permitan, que permitan que los niños se acerquen a Él, porque “el Reino de los
cielos es de quienes son como ellos”.
Ahora bien, esto suscita varias preguntas: por un lado, ¿qué
sucede con nosotros, los adultos, que ya no somos niños? ¿Qué sucede con los
que ahora son niños, pero luego serán adultos? ¿El Reino de los cielos ya no
nos pertenece?
Lo que tenemos que entender es qué entiende Jesús por “niños”:
se trata de niños literalmente hablando, es decir, de quienes transitan por su
niñez, pero también está hablando de todo católico, independientemente sea su
edad, porque, a los ojos de Dios, todos somos niños, aun cuando tengamos
noventa, cien o ciento veinte años. Entonces, estas palabras de Jesús se
aplican a nosotros.
Otra pregunta que surge es: ¿qué clase de niños? O mejor
dicho: ¿niños de qué edad? Podríamos decir que se trata de niños de dos o tres
años, por los siguientes motivos: son inocentes –aunque nacen con el pecado
original, lo mismo conservan algo de la inocencia original con la cual Dios
creó al hombre-, son obedientes a sus padres, aman a sus padres y tienen
confianza en ellos. Esto se ve cuando la mamá o el papá les dice: “No vayas por
ahí, porque te puedes hacer daño”, o también, cuando les ofrecen un trozo de
pan o un poco de agua, el niño no desconfía de sus padres, sino porque confía
en ellos y los ama.
Lo mismo sucede con nosotros, espiritualmente hablando:
nuestro Padre celestial es Dios Padre, que nos adoptó como hijos con el Bautismo;
nuestra Madre espiritual es la Virgen pero también la Santa Madre Iglesia. ¿Qué
nos dice la Santa Madre Iglesia? “No adores a ídolos demoníacos, como el
Gauchito Gil, la Difunta Correa, la Santa Muerte, el dinero, la fama, el éxito”;
“Aliméntate con el Pan de Vida eterna, la Eucaristía”; “Vive según los
Mandamientos de la Ley de Dios”; “Recibe la gracia santificante, que te concede
toda clase de bienes espirituales”.
Si somos como niños espirituales, si hacemos lo que la Santa
Madre Iglesia nos dice, entonces, al final de nuestra vida terrena, entraremos
al Reino de los cielos para adorar a Jesús por toda la eternidad.
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