(Domingo XXIX – TO – Ciclo
C – 2013)
En el Evangelio de hoy, Jesús nos cuenta la historia de una
señora que fue a pedirle a un juez que le hiciera justicia. El juez no tenía
ganas de trabajar y no quería hacer lo que la señora le pedía, pero esta señora
le insistía y le insistía, todos los días, de día y de noche, y le insistió
tanto, que el juez al final decidió hacer lo que la señora le pedía, con tal
que no lo moleste más.
Con este ejemplo, Jesús nos quiere decir que nuestra oración
tiene que ser como el pedido de esa señora: insistir y siempre insistir, sin
cansarnos, porque Dios no deja nunca de escuchar ninguna oración que se le
dirige. Como dice el Salmo 86, cuando nosotros rezamos, Dios “inclina el oído” –nosotros
diríamos “para la oreja”, como cuando decimos de alguien que escucha con
interés lo que se está diciendo-, y como Dios es tan pero tan bueno, que su
bondad no entra en todo el cielo junto, Dios siempre nos da lo que le pedimos,
pero siempre y cuando sea que aquello que le pedimos, sirva para nuestra
salvación eterna.
Jesús, en este Evangelio, nos enseña a rezar, y a rezar con
mucha insistencia –no un día, ni dos, ni tres, sino todos los días de nuestra
vida tenemos que rezar-, y con la confianza de ser escuchados, porque Dios es
un Dios de Amor infinito que escucha siempre nuestras plegarias. Tal vez por
ahí tarda un poco en responder, pero no lo hace porque no escuche, sino porque
ama escuchar nuestra voz de hijos que le rezan, porque en la oración del corazón
Él ve cómo es el amor que le tenemos.
Pero
hay algo que tenemos que saber: Dios es infinitamente bueno y es Amor puro; su bondad
y su Amor es más grande que el cielo lleno de estrellas; es más grande que un
océano sin playas y sin fondo, y de esa bondad y Amor que es Dios, nosotros
podemos sacar de todo lo que necesitemos para llegar al cielo: paciencia,
bondad, alegría, fortaleza, templanza, pureza, castidad, y sobre todo, amor,
mucho pero mucho amor. Todo lo que tenemos que hacer es decirle a Jesús en la
oración: “Jesús, yo quiero cumplir el primer mandamiento, el más importante de
todos, el mandamiento en donde está resumida toda la Ley Nueva, el mandamiento
que manda amar a Dios y al prójimo como a uno mismo. Yo quiero cumplir este
mandamiento, pero resulta que a veces me es difícil cumplirlo, porque muchas
veces no siento ese amor, ni a vos, ni a mi prójimo, y encima hay prójimos que
son mis enemigos, por lo que me es más difícil todavía de amarlo. ¿Me podés dar
un poco del amor de tu Sagrado Corazón, para que yo, con ese amor tuyo, que es
como una chispita que encenderá en el fuego a mi corazón, pueda amarte a vos y
a mi prójimo?”. Y Jesús, que escucha todas nuestras oraciones –no hay ni una
sola, ni una sola, que Jesús no escuche-, nos dará lo que le pedimos.
Pero hay algo más que tenemos que saber cuando vayamos a
rezar: dijimos que Dios es como un océano de bondad y de amor infinitos, más
grande que un océano sin playas y sin profundidad, y dijimos también que todo
lo que le pidamos, si es conveniente para nuestra salvación, Dios nos lo dará. Pero
Él pone una cláusula para darnos todo lo que le pedimos, y es que se lo pidamos
a través del Corazón Inmaculado de María, y la oración que más le gusta a la
Virgen, es el Santo Rosario. Entonces, si queremos rezarle a Dios, para
pedirle, pero también para agradecerle, para adorarlo, para decirle que lo
queremos mucho, lo tenemos que hacer a través de la Virgen. Dicen los santos
que si nosotros vamos a Dios directamente, Él nos rechazará, pero si vamos por
medio del Inmaculado Corazón de María, no nos podrá rechazar nunca. Es como si
un mendigo le quisiera regalar a un rey que es muy poderoso, un mendrugo de
pan, que está ya duro y casi ni se puede masticar: el rey, al ver el mendrugo
de manos del mendigo, lo rechazará y no lo aceptará. Pero si el mendigo le da
ese mendrugo a la madre del rey, ella se lo presentará en una bandeja de plata,
lo envolverá en manteles de seda bordados con oro, lo adornará con flores, y le
dirá que es un humilde regalo que ella le hace a él, su hijo, y así el rey,
aunque sepa de dónde viene el mendrugo y qué cosa es, se lo aceptará por el
solo hecho de venir de manos de su madre, a la cual ama más que a todo el reino
junto. Así pasa con nosotros y con nuestra oración: cuando vamos nosotros
solos, Dios nos hace esperar y esperar, pero cuando rezamos al Corazón
Inmaculado de María, Dios escucha en el acto, porque Él vive en el Corazón de
la Virgen, que es como un sagrario viviente, envuelto en las llamas del Amor de
Dios.
El Evangelio nos dice, entonces, que tenemos que rezar, y
rezar siempre, y como vimos, tenemos que rezar al Corazón Inmaculado de María,
para que Ella lleve nuestras oraciones a su Hijo Jesús. Y cuando recemos, no
recemos sólo para pedir, porque, ¿qué diríamos de un hijo que se dirige a sus
papás sólo para pedirle cosas, y nunca para decirle: “Te adoro”, “Te amo”, “Te
quiero”? ¿No diríamos que ese niño es un poco interesado? Recemos –recemos el
Santo Rosario pidiéndole a nuestro Ángel de la Guarda que nos enseñe a rezar
con el corazón y no solo con los labios- y cuando recemos, no sólo recemos para
pedir: recemos para decirle a Jesús que lo adoramos y que lo amamos, que le
pedimos perdón por nuestros pecados y recién después de decirle esto, podemos
sacar la lista de pedidos que queramos hacerle.
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