(Domingo
XXVIII – TO – Ciclo C - 2013)
En el Evangelio de hoy, Jesús sana a diez enfermos que
tenían una enfermedad que se llama “lepra”, pero de los diez, solo uno se
vuelve para dar gracias por haber sido curado.
La
lepra es una enfermedad que va destruyendo todo el cuerpo y en los tiempos de
Jesús, no había ningún remedio para curarla y aunque hoy sí se puede curar, cuando
ataca a una persona destruye igualmente su cuerpo. En la Antigüedad, a los
enfermos de lepra no los dejaban acercarse a los poblados, y tenían que
anunciarse haciendo sonar un cencerro, para que todos se apartaran de él,
porque nadie quería contagiarse de la lepra.
Pero
lo más importante que tenemos que ver en este Evangelio es que, además de ser
una enfermedad, la lepra es figura del pecado y entonces, en estos enfermos de
lepra, tenemos que vernos a nosotros porque todos somos pecadores. Lo que hace
la lepra al cuerpo, así hace el pecado al alma, y así como Jesús curó a los
leprosos en el Evangelio, así también nos cura a nosotros, por la confesión
sacramental. En el Evangelio, los leprosos quedaron todos curados, en un segundo,
por el poder de Jesús y eso mismo pasa con nosotros cuando nos confesamos: en
un segundo, por el poder de Jesús que actúa a través del sacerdote ministerial,
nuestra alma queda limpia y pura, sin ninguna mancha de esa lepra del espíritu
que es el pecado. Si Jesús no nos perdonara nuestros pecados, estos seguirían
pegados al alma, y esta quedaría cada vez más oscura y fea, porque el pecado la
vuelve cada vez más oscura y fea. Pero Jesús nos perdona nuestros pecados y nos
lava el alma con su Sangre que cae de la Cruz, cada vez que nos confesamos, y
por este motivo, tenemos que agradecerle, así como le agradeció uno de los diez
leprosos curados en el Evangelio.
No
seamos desagradecidos con Jesús, como lo fueron los otros nueve que a pesar de
ser curados, se olvidaron de Jesús; no nos olvidemos que Jesús nos ama con un
Amor infinito y que por ese Amor infinito que nos tiene, nos perdona cada vez
que nos enfermamos con esa enfermedad espiritual que es el pecado. Seamos
agradecidos, como ese único leproso que se volvió para dar gracias a Jesús y
postrémonos ante Jesús Eucaristía, dándole gracias por su infinito Amor.
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