(Domingo
XI – TO – Ciclo C – 2016)
En el Evangelio de hoy, una mujer se acerca a Jesús con un
frasco de perfume, rompe el frasco y derrama el perfume sobre los pies de
Jesús; mientras hace esto, llora y con sus lágrimas moja los pies de Jesús;
luego los seca con sus cabellos y los besa. Con esta acción, la mujer demuestra mucho amor a
Jesús y Jesús le perdona todos sus pecados, que eran muchos, y dice por qué le
perdona todos sus pecados: porque la mujer “tiene mucho amor” en su corazón
hacia Jesús. Aunque es muy pecadora, la mujer se da cuenta que sus pecados
ofenden al Corazón de Jesús y lo lastiman; se arrepiente de sus pecados y llora
de pena por haber ofendido a Jesús. Siente que su corazón es como una piedra
que ha sido triturada, y lo que ha triturado su corazón de piedra es el Amor de
Jesús, y eso se llama “contrición” o dolor perfecto del corazón por los pecados
cometidos. Cuando alguien comete un pecado, su corazón se vuelve duro como una piedra, y el Amor de Jesús es el único que puede triturar el corazón de piedra -así como cuando alguien tritura una piedra con un martillo, por ejemplo- para convertirlo en un corazón de carne.
El que tiene mucho amor a Jesús se da cuenta que Jesús
recibe un golpe en el Corazón por cada pecado cometido, y eso lo lleva a
arrepentirse de haber golpeado a Jesús con sus pecados, y entonces, con el
corazón triturado por el dolor y el amor, se decide a preferir morir antes que
pecar.
Cuando cometemos un pecado, el pecado nos hace sentir “bien”,
aunque es una falsa sensación de bienestar, porque después nos sentimos mal, con remordimiento y culpa por el pecado. Por ejemplo, cuando cometemos el
pecado de la ira, nos sentimos “bien” porque nos desahogamos, pero luego viene
el remordimiento por habernos comportado mal. El pecado es como un veneno con
gusto dulce en la boca, pero que cuando llega al estómago, comienza a hacer
daño. Pero, como decíamos, el pecado nos hace sentir bien al inicio, y esto es lo que tenemos que saber: si a nosotros nos hace sentir bien en un primer momento, a Jesús, en
cambio, le provoca mucho dolor, en su Cuerpo y en su Corazón, porque el pecado nuestro es un golpe de látigo,
una trompada en la cara, una espina de su corona, un golpe en el pecho, los clavos
en sus manos o en sus pies. Cuando peleamos con nuestros hermanos o amigos;
cuando contestamos mal a nuestros padres; cuando hacemos pereza; cuando
cometemos cualquier pecado, estamos golpeando a Jesús y le provocamos mucho,
pero mucho dolor y también tristeza.
La
mujer del Evangelio se dio cuenta de que sus pecados le habían provocado mucho
dolor y mucha pena a Jesús, y que lo habían herido y ofendido mucho, y es por
eso que llora arrepentida y decide no volver a pecar más. Y así como Jesús la perdona, así también nos perdona a nosotros nuestros pecados, en la Confesión Sacramental.
Entonces, cuando tengamos la tentación de algún pecado –ira,
pereza, gula, soberbia, etc.-, recordemos que nuestros pecados golpean a Jesús
y le hacen salir sangre y le provocan mucho dolor y mucha tristeza, y hagamos
el propósito de confesarnos y nunca más volver a cometer el pecado del que nos confesamos, para nunca más golpear
a Jesús, que sufre por mis pecados en la cruz.
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