(Domingo
XIII – TO – Ciclo C – 2016)
Jesús pasa cerca de un grupo de jóvenes y los invita a
seguirlo. Uno de ellos le dice: “Te seguiré adonde vayas” (Lc 9, 51-62). Para el que lo quiere seguir, Jesús le hace ver que
seguirlo a Él no es fácil ni cómodo, porque Él, aunque es Dios y Creador del
universo –y por lo tanto, Dueño de todo-, al vivir entre los hombres, vive
pobremente, y tan pobre, que incluso los animalitos tienen un lugar donde ir a
descansar, mientras que Él no tiene ni siquiera un lugar “donde reposar su
cabeza”.
Pero además, seguir a Jesús no es fácil, porque Jesús va por
un camino estrecho, empinado, difícil de
recorrer, porque es el camino de la cruz, el Via Crucis. Es en la cruz en donde
Jesús no tiene “un lugar para reposar la cabeza”, porque por la posición en la
que está, con sus manos clavadas al madero, con sus pies también clavados, y
con la corona de espinas, que es muy grande, formada por espinas gruesas,
filosas, duras, Jesús no puede, ni siquiera por un minuto, descansar; no puede,
en la cruz, reposar su cabeza para tener un poco de alivio.
También hoy Jesús pasa delante de cada uno de nosotros y nos
dice: “Sígueme”; también hoy Jesús pasa, con la cruz a cuestas, camino del
Calvario, el único camino que lleva al Cielo.
Y nosotros, junto con el joven del Evangelio, le decimos: “Querido Jesús, te seguiremos adonde vayas; te seguiremos y marcharemos detrás de Ti, que vas cargando la cruz hasta el Calvario; te seguiremos cargando nuestra propia cruz, para ir contigo, del Calvario, al Cielo. Te seguiremos adonde vayas, pero dile a tu Mamá, la Virgen, que nos ayude a llevar la cruz”.
Y nosotros, junto con el joven del Evangelio, le decimos: “Querido Jesús, te seguiremos adonde vayas; te seguiremos y marcharemos detrás de Ti, que vas cargando la cruz hasta el Calvario; te seguiremos cargando nuestra propia cruz, para ir contigo, del Calvario, al Cielo. Te seguiremos adonde vayas, pero dile a tu Mamá, la Virgen, que nos ayude a llevar la cruz”.
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