Después el sacerdote, con las
manos extendidas, dice:
Acuérdate,
Señor, de tu Iglesia extendida por toda la tierra; y con el Papa N.,
En esta parte de la Misa,
el sacerdote nombra al Papa, que se llama "Benedicto XVI". ¿Por qué lo nombra? Porque el Papa tiene mucha importancia para la Iglesia de todo el mundo, y por supuesto para cada uno de nosotros. Es tan importante el Papa, que nadie puede ir al Cielo si no cree lo que el Papa cree.
¿Y en qué es en lo que el Papa cree? El Papa cree en Jesús, pero no como un hombre cualquiera, sino como Hombre verdadero y Dios verdadero, y por eso le llama: el Hombre-Dios. Además, el Papa cree que Jesús está en la Eucaristía, en Persona, y no simplemente en el recuerdo.
Esto es muy importante, porque la fe del Papa es la fe de toda la Iglesia, y por lo tanto, es nuestra fe. Si tenemos la misma fe del Papa, estamos dentro de la Iglesia; si creemos en algo distinto, entonces estamos fuera de la Iglesia.
Entonces nosotros, como cristianos, tenemos que creer en lo mismo que cree el al Papa, y para eso el sacerdote lo nombra al Papa en esta parte de la Misa: no es solamente para que nos acordemos de él, sino para que tengamos la misma fe del Papa.
Para ayudarnos a saber cómo es la fe del Papa en Jesús, nos tenemos que acordar de una vez que Jesús,
estando en Palestina, lo llamó a Pedro -que era pescador-, para darle un cargo
muy importante: quería hacerlo Jefe de su Iglesia en la tierra.
Y como el significado del nombre tiene mucha importancia para los
judíos, Jesús le agregó un nombre nuevo al nombre que ya tenía, que era
“Simón”, y lo llamó: “Kefas”, que quiere decir “Piedra”. Desde entonces se
llamó “Simón Pedro”.
Con eso le decía que él iba a ser como una piedra de esas que se ponen
en la tierra antes de hacer una casa, y que sobre él iba a construir su Iglesia:
“Tú eres Pedro y sobre esta Piedra
edificaré mi Iglesia” (cfr. Mt 16,
13-19).
También nos tenemos que
acordar de cuando Pedro le dice a Jesús: “Tú eres el Mesías” (cfr. Mt 16, 13-23), porque ahí le está
diciendo a Jesús que Él es el Salvador de los hombres, y eso es lo que nosotros
le tenemos que decir a Jesús en la Eucaristía: “Tú eres el Mesías”. La Eucaristía no es un
poco de pan bendecido: es Jesús, que está escondido en algo que parece un poco
de pan, pero ya no es más pan; por eso, tenemos que decirle a Jesús Eucaristía
lo mismo que le dijo Pedro a Jesús en Palestina: “Tú eres el Mesías”. Nunca nos
vamos a equivocar, si repetimos siempre las palabras que Pedro le dijo a Jesús.
Pero también tenemos que
acordarnos de esa vez en la que Pedro y los demás pescadores habían estado pescando toda la noche, sin poder pescar nada, pero cuando vino Jesús al otro día, pudieron pescar: es lo que en el Evangelio se llama: "pesca milagrosa". Fue así: era de noche y Pedro y sus compañeros salieron a pescar, pero aunque estuvieron toda la noche tirando las redes en el mar, no pudieron sacar ningún pez. Cuando ya era de mañana temprano, llegó Jesús y le dijo a Pedro: "Navega mar adentro y echa las redes"; Pedro hizo lo que Jesús le decía, y pescó muchos peces; tantos, que tenían temor de que la barca se hundiera. Cuando llegaron al puerto o a la playa, de
donde salieron, empezaron a separar a los peces buenos de los peces malos, esos
que están descompuestos y ya no sirven, para tirarlos de de nuevo al mar a los malos, y quedarse con los buenos.
Todo en esta hermosa historia de la pesca milagrosa tiene un
sentido que nos enseña el camino para ir al cielo: la Barca es la Iglesia; el mar es la
tierra y la historia; los peces son los hombres; Pedro, el pescador, es el
Papa, Pescador de hombres por encargo de Jesucristo; la red es Jesús; los otros
pescadores son los Apóstoles; el puerto o la playa adonde va la Barca después de la pesca,
es el Juicio Final; el trabajo que hacen los pescadores, separando a los peces
buenos de los malos, son los Ángeles de Dios, que separan a los hombres buenos,
para llevarlos al cielo, de los malos, para arrojarlos al infierno, de donde no
podrán nunca más salir, por no querer portarse bien y amar a Dios y a sus
hermanos. Los peces malos son aquellos que preferían ver un partido de fútbol
en el estadio o en la televisión, antes que venir a Misa, y son aquellos que no
les importaba lo que Jesús había enseñado: “Amen a sus enemigos”, y así se
portaban mal con todos, y eran malos con todos, y como los que son malos no pueden estar delante de Dios, entonces los arrojan fuera de la barca, es decir, son los que nunca van a entrar en el cielo.
Los peces buenos, los que
quedan en la Barca,
son los que en su vida terrena se alimentaron de la Eucaristía, y asistían
a Misa los domingos, y trataban de ser buenos con sus hermanos más necesitados. Otra cosa que nos enseña esta historia es que cuando Pedro quiere pescar solo, sin Jesús, es de noche, y no pesca nada; pero cuando llega Jesús, obedece a Jesús, sale a pescar, es de día, y pesca muchos peces: esto nos enseña el valor de obedecer a Jesús y a sus Mandamientos.
Entonces, cuando el
sacerdote en esta parte de la
Misa nombre al Papa, nos acordamos de Pedro, cuando
le decía a Jesús: “Tú eres el Mesías”, y desde lo más profundo del corazón,
le decimos a Jesús Eucaristía: “¡Jesús Eucaristía, Tú eres el Mesías;
ven a mi pobre corazón, llénalo de tu gracia y de tu amor, y haz que al final
de mi vida, pueda ir al cielo, para estar con Vos y con la Virgen para siempre!”.
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