El sacerdote nombra a la Virgen, pero no para que
solamente nos acordemos de Ella, sino para que nos demos cuenta de que la Virgen está en la Misa, en persona, en cuerpo y
alma. ¿Por qué está la Virgen?
¿De qué manera?
Para saber por qué y cómo está la Virgen en la Misa, tenemos que acordarnos
que la Misa es
el mismo sacrificio en Cruz de Jesús, sólo que está “oculto”, invisible, como
cuando algo está detrás de un velo, de una cortina: sabemos que está ahí, pero
no lo vemos con los ojos del cuerpo. En la Misa, Jesús se hace presente con su Cruz, igual
que cuando estuvo hace dos mil años en Palestina, en el Monte Calvario, pero
nosotros no lo podemos ver con los ojos del cuerpo, aunque sí lo podemos “ver”
con los ojos de la fe.
Y si Jesús está en el altar con su Cruz,
como estuvo hace dos mil años, también está la Virgen en el altar, al pie
de la Cruz, así
como estuvo al pie de la Cruz,
hace dos mil años, acompañando a su Hijo Jesús.
La Virgen está en la Misa, porque en la Misa está su Hijo Jesús en la Cruz, y donde está el Hijo,
ahí está la Madre.
¿Y qué hace la Virgen en la Misa? Hace lo mismo que hizo
en el Monte Calvario, hace dos mil años: acompaña a su Hijo Jesús, que da su
vida por nosotros, y aunque es lo que más quiere en el mundo, no duda en
ofrecerlo a Dios Padre para nuestra salvación. Y, al igual que en el Calvario,
hace de Madre para con nosotros, porque fue ahí, en el Calvario, que Jesús le
pidió que nos adoptara a todos nosotros como hijos suyos.
Entonces, en la Misa, la Virgen está presente, en persona, aunque
invisible, y reza por nosotros, por todos y cada uno de nosotros, y no sólo
reza, sino que ofrece a su Hijo Jesús, que está en el altar, en la Cruz y en la Eucaristía, a Dios
Padre, para que Dios nos perdone nuestros pecados, nos libre del demonio, que
quiere nuestra perdición, pero también ofrece a su Hijo Jesús para que Dios
Padre, viendo a su Hijo, nos adopte Él como hijos suyos.
En la
Misa, la
Virgen le dice a Dios Padre: “Padre Santo, Fuente de toda
santidad, te ofrezco a mi Hijo Jesús, presente en el altar, en la Cruz y en la Eucaristía, para que no
tengas en cuenta todo el mal que hacen los hombres, para que perdones sus
pecados, para que alejes al demonio de sus vidas, para que los adoptes como
hijos tuyos muy amados, para que les des tu Espíritu de Amor, así ellos puedan
amarte a Ti y a Jesús con la fuerza de tu mismo Amor, en el tiempo y para toda
la eternidad. Padre Santo, te ofrezco a Jesús, mi Hijo amado, para que tus
hijos vivan en gracia en el tiempo y te adoren en la eternidad. Amén”.
Entonces, cuando vayamos a Misa, y escuchemos
que el sacerdote nombra a la
Virgen, nos acordemos que Ella está presente, invisible, en
el altar, pidiendo por todos y cada uno de nosotros, y le pidamos la gracia de
asistir a la Misa
así como Ella asistió al Calvario, y le pidamos también la gracia de amar a su
Hijo Jesús con el mismo Amor de su Corazón Inmaculado.
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