(Domingo XXVII – TO Ciclo A – 2014)
Jesús
nos cuenta una parábola en la que el dueño de una viña le dijo a unos
trabajadores que fueran a trabajar mientras él se iba de viaje, y que él les
iba a mandar a sus criados para que les mandaran el vino que saliera de las
uvas exprimidas, cuando él volviera del viaje. Los trabajadores le dijeron que sí,
pero como eran malos y eran muy codiciosos –codiciosos quiere decir que son
ladrones, es decir, que se apropian de lo que no les pertenece, porque querían
quedarse con la viña que no era de ellos-, escucharon la voz del diablo que les
decía que no le hicieran caso al dueño de la vid, que no les dieran nada a los
criados, y si éstos insistían, que los golpearan, y si seguían insistiendo, que
los mataran, para quedarse con la viña.
Los
malos trabajadores, que también eran perezosos, le hicieron caso al diablo, y
cuando llegaron los criados a pedirles el vino de parte del patrón, les pegaron
primero y los mataron después. El patrón se apenó mucho, pero pensó que si
mandaba a su hijo, se iban a arrepentir de su mala conducta y que le iban a dar
lo que le correspondía, que era el vino de la vid, pero los malos trabajadores,
lejos de arrepentirse, golpearon también al hijo del dueño, lo sacaron fuera de
la vid, y también lo mataron.
¿Quiénes
son estos malos trabajadores? El Pueblo Elegido, que el Viernes Santo, lo sacó
fuera de Jerusalén, y lo crucificó en el Monte Calvario. Pero también podemos
ser nosotros, cuando, con nuestros pecados, crucificamos a Jesús, porque
también nosotros somos como los malos viñadores, como esos viñadores homicidas,
que no solo no dan frutos, sino que dan muerte al hijo del dueño de la vid, que
es Cristo Jesús, y eso pasa cuando cometemos pecados. Por eso es que tenemos
que proponernos, no solo no cometer ningún pecado mortal, sino también, ningún
pecado venial deliberado, y tenemos que proponernos vivir siempre en estado de
gracia santificante, para que seamos viñadores que den frutos de santidad, de
uno, de cien, de mil por mil, para que el Dueño de la Vid, que es Dios Padre,
cuando regrese del viaje, es decir, el Día del Juicio Final, nos dé la paga por
nuestro trabajo en su viña, que es la Iglesia, y la paga es su mismo Hijo
Jesús, y así seremos felices junto a Él, contemplándolo por toda la eternidad.
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