(Domingo
XXVI – TO – Ciclo B – 2015)
“Si
tu mano, tu pie, tu ojo, son ocasión de pecado, quítalos, para que puedas entrar
en el Reino de los cielos” (cfr. Mc
9, 38-43. 45. 47-49). En este Evangelio, Jesús nos enseña que las obras malas –el
pecado- nos apartan de Dios, porque nos conducen “al infierno”; también nos
dice que las obras buenas nos conducen al cielo: hay que hacer obras buenas “…para
entrar en el Reino de Dios”. Así, Jesús nos enseña lo que nos enseña el
Catecismo: que después de esta vida, hay solo dos lugares posibles: o el Cielo
o el Infierno (el Purgatorio es la antesala del cielo; es para los que murieron
con poco amor a Dios en el corazón: en el Purgatorio se purifican de esta fala
de amor, y cuando ya están llenos del Amor de Dios, pasan al cielo).
Jesús
nos dice entonces qué es lo que tenemos que hacer para ir al cielo: evitar el
pecado y vivir en gracia; nos hace ver que, si evitamos el pecado y vivimos en
gracia, podremos entrar en el Reino de los cielos; pero si no evitamos el
pecado –todas las cosas malas que nos apartan de Dios-, nos condenaremos.
¿Qué
hacer para evitar el pecado? Para evitar las cosas malas es muy importante tener
siempre, en la mente y en el corazón, los Mandamientos de la Ley de Dios, especialmente
el Primero, que es el más importante de todos, y luego también el Cuarto, que
nos manda “Honrar Padre y Madre”.
¿Y
cómo hacer para obrar siempre el bien? Recordando a Jesús crucificado: Jesús se
dejó crucificar en las manos, para que yo no hiciera cosas malas con las manos,
sino cosas buenas, para que las elevara en acción de gracias y en adoración a
Dios y para que las extendiera para ayudar a mis hermanos; Jesús se dejó
crucificar en los pies, para que yo no fuera con mis pasos a cometer el pecado,
sino que dirigiera mis pasos hacia el bien, para ganarme el cielo; Jesús se
dejó coronar de espinas en la cabeza y dejó que su Sangre Preciosísima cayera
por su Santa Faz y por sus ojos, para que yo tenga pensamientos buenos; Jesús
dejó que la Sangre de su Cabeza coronada de espinas inunde sus ojos, para que yo
mire con sus mismos ojos al mundo, para después contemplarlo a Él cara a cara
en los cielos y para que mire sólo cosas buenas y no cosas malas; Jesús dejó que
la Sangre de su Cabeza inundara sus oídos, para que yo escuche sólo la Palabra
de Dios, y no escuche cosas malas; Jesús dejó que su Sangre inundara su nariz,
para que yo esté siempre perfumado con su perfume, el perfume de Jesús, que
perfuma las almas con “l buen olor de Cristo”; Jesús dejó que la Sangre de su
Cabeza coronada de espinas inundara su boca, para que yo hable sólo la Palabra
de Dios y cosas buenas, y nunca malas palabras ni nada malo.
Entonces,
en este Evangelio, Jesús nos enseña qué tenemos que hacer para ir al cielo: cumplir
siempre los Mandamientos y recordarlo a Él en la cruz, pero no solo recordarlo,
sino subir a la cruz junto con Él: así, evitaremos el pecado y viviremos
siempre con su gracia en el corazón, hasta el feliz día en que nos toque
comenzar a verlo cara a cara, en el cielo.
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