(Domingo
XXVIII – TO – Ciclo B – 2015)
Un hombre se acerca a Jesús para decirle qué tiene que hacer
para ganar la vida eterna y Jesús le dice que tiene que cumplir los
Mandamientos, entre ellos, honrar padre y madre. El hombre, que es bueno, le
dice que sí, que eso él lo hace “desde su juventud”, es decir, desde hace mucho
tiempo. Entonces Jesús le dice que le falta algo: que venda lo que tiene, que
le a los pobres y así entrará en el Reino. El hombre se retira triste porque tenía
muchos bienes y estaba muy apegado a
ellos.
Este hombre podemos ser nosotros: tratamos de cumplir los
mandamientos, sabemos que hay una vida eterna para ganar, un cielo para entrar,
un infierno para evitar. Pero, como el hombre del Evangelio, tenemos muchos
bienes. No quiere decir que tengamos mucho dinero, o muchas cosas. Basta con que
tengamos un lápiz y estemos tan apegados a ese lápiz, que no lo queramos ni
siquiera prestar por un ratito. Basta con que siempre queramos salirnos con nuestros
caprichos, antes que con lo que nos dicen nuestros padres, para que ya tengamos
cosas que no nos dejan ir al cielo.
Entonces,
como el hombre del Evangelio, tenemos cosas que tenemos que vender si queremos
ir al cielo: cosas materiales, como un lápiz, o inmateriales, como mis
caprichos.
¿Qué
hacer?
Jesús
nos lo dice: “Ve y vende a los pobres y así tendrás un tesoro en el cielo”. Tenemos
que hacer una compra-venta: vender lo que tenemos, para comprar un tesoro en el
cielo.
¿Cómo?
Se
los vendemos a Jesús en la cruz y se los damos a Él, que es Pobre en la cruz, porque
Jesús dice que hay que dárselos “a los pobres” y el primer pobre es Él, porque
Él no tiene nada en la cruz, sólo los clavos, el leño, el cartel, el lienzo, y
todo lo tiene prestado. Le vendemos a Jesús todo lo que tenemos y no nos deja
ir al cielo, y a cambio Jesús nos da un tesoro, que es la vida eterna.
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