Cuando somos niños, sucede con mucha frecuencia que nos
pregunten: “¿Como quién querés ser, cuando seas grande?”. Y, en ese momento, se
nos vienen a la mente las imágenes de algunos adultos a los que, por algún
motivo, admiramos, y es así que decimos: “Quiero ser como Messi”; “Quiero ser
como Cristiano Ronaldo”; “Quiero ser como Ginóbili”, y cosas por el estilo. También
podemos decir: “Quiero ser maestro, como mi mamá”, o “Quiero ser médico, como
mi papá”. Es decir, nos fijamos en un adulto al que le tenemos admiración, y
buscamos imitarlo en lo que es, para ser nosotros como él.
Pero hay Alguien al que todos, niños y grandes, debemos
imitar; hay Alguien al que todo niño y todo joven, sin excepción, debe imitar,
para ser como Él, y ese Alguien es el Niño Jesús. ¿Por qué? Porque el Niño
Jesús es Dios hecho Niño, sin dejar de ser Dios, para que los niños sean como
Dios. Es decir, Dios ama tanto a los niños, que sin dejar de ser Dios, se hace
como Niño, para que los niños de todo el mundo sean Dios como Él. Y nos podemos
preguntar: ¿cómo es posible que un niño humano sea como el Niño Dios? ¿Puede un
niño humano ser como Dios, que se hace Niño sin dejar de ser Dios? ¿Puede un
niño humano ser como el Niño Dios? Porque parece que, si el Niño Dios es Dios,
entonces un niño humano no puede ser como el Niño Dios, porque Él es Dios y
nosotros somos humanos.
Y la respuesta es que sí, un niño humano SÍ puede ser como
el Niño Dios, por la gracia santificante. La gracia, que recibimos en la
Confesión Sacramental y en la Comunión Eucarística, nos da la vida de Dios
hecho Niño, y es por eso que, siendo niños, podemos ser como Dios.
Y como no hay nada más hermoso que parecernos a Dios,
entonces los niños tenemos que tratar de imitar, es decir, tratar de ser, como
el Niño Dios, y para esto tenemos que hacer dos cosas: primero, confesarnos con
frecuencia –no importa que no hayamos hecho la Comunión, porque basta estar bautizados
para poder confesarnos- y comulgar con frecuencia –si ya hicimos la Comunión-;
lo segundo, es fijarnos cómo era el Niño Dios y tratar de ser como Él en la
vida diaria, de todos los días.
Veamos, ¿cómo era el Niño Dios? Lo que tenemos que saber es que
el Niño Dios no sólo no tenía pecado porque era Dios –esto quiere decir que no
pensaba, deseaba, decía ni hacía nada malo-, sino que en su Corazón de Niño
había sólo Amor, un Amor inmenso, grande como mil cielos juntos, y con ese Amor
amaba a su Papá Dios, que estaba en el cielo –San José era sólo padre adoptivo-,
y amaba también, con locura, a su Mamá, la Virgen, y a su padre adoptivo, San
José, además de amar a sus primos, a su familia, a sus amigos y a todos los
niños y a todos los hombres del mundo. Y como tenía mucho pero mucho amor a
Dios, era el Amor de su Corazón el que hacía que rezara siempre, porque rezar
quiere decir hablar con Dios y uno habla con alguien cuando lo ama, y cuanto
más lo ama, más habla y más quiere estar con quien se ama: como el Niño Dios
amaba mucho a su Papá Dios, rezaba mucho, para estar siempre con Él. El Amor de
su Corazón hacía que el Niño Dios amara tanto pero tanto a sus papás, que les
obedecía en todo y en todo los ayudaba, para que estuvieran siempre contentos. Y
como el Niño Dios amaba a todos los hombres, con todos era siempre bueno y
amable, incluso cuando alguien, sin justificación, se molestaba con Él. El Niño
Dios amaba, con el Amor de su Corazón, más grande que mil cielos juntos, a
Dios, a sus Papás, a sus hermanos, los hombres y tanto era su Amor, que desde Niño se ofreció para dar la vida por la salvación de todos los hombres.
Así tenemos que ser nosotros, así tenemos que tratar de ser
los niños: como el Niño Dios. Y para poder ser como Él, le vamos a pedir a la
Mamá del Niño Dios, la Virgen, que nos ayude a ser como Jesús, el Niño Dios. Le rezamos así a la Virgen: "Virgen María, Mamá del Niño Dios, ayúdanos a ser santos como tu Hijo Jesús".
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