(Domingo
XIX - TO - Ciclo B – 2018)
“El
pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6, 41-51). Cuando Jesús les dice a los judíos que su carne es
pan y que el que coma de Él tendrá vida eterna, se escandalizan y piensan que
ha perdido la razón, porque creen que Jesús los está invitando a que coman un
pedazo de su Cuerpo. También creen que ha perdido la razón cuando les dice que
Él ha bajado del cielo: “Yo Soy el Pan Vivo bajado del cielo”. Ellos lo vieron
crecer desde chicos, conocen a su papá adoptivo, San José, conocen a su Mamá,
la Virgen, conocen a sus primos, y por eso creen que Jesús es de la tierra y
ahora, cuando les dice que ha venido del cielo, creen que ha perdido la razón.
Lo que sucede es que los judíos no entienden las palabras de
Jesús porque no tienen al Espíritu Santo en ellos. Solo el Espíritu Santo
permite comprender que el Cuerpo de Jesús que hay que comer para tener vida
eterna es el Cuerpo que está en la Eucaristía, que es un Cuerpo lleno de la gloria
de Dios. La Eucaristía es el cumplimiento de las palabras de Jesús, de que el
Pan que Él dará es la Carne para la vida del mundo, porque la Eucaristía parece
pan, un pan sin vida, pero en realidad, es la carne del Cordero.
Una vez sucedió un milagro eucarístico que confirma que la
Eucaristía es Carne: un sacerdote, con dudas de fe, al momento de comulgar, le
sucedió que la Hostia consagrada se convirtió en un trozo de carne, por lo que
tuvo que sacársela de la boca y envolverla en el corporal, que quedó manchado
de sangre.
No hace falta que a nosotros nos suceda lo mismo: sabemos,
por la fe, que la Eucaristía parece pan, pero es lo que dice Jesús: es la Carne
de Jesús que da la vida eterna al que lo consume con fe, con amor y en estado
de gracia.
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