(Homilía en ocasión de Santa Misa de Primeras Comuniones)
Cuando
vemos la Eucaristía con los ojos del cuerpo, vemos algo que parece pan, pero no
es pan: la Eucaristía no es lo que parece, un trocito de pan; es una Persona y
esa Persona se llama Jesús de Nazareth. Jesús es Dios, es el Hijo de Dios
Padre, que se encarnó en el seno de la Virgen Madre y que en cada Santa Misa,
baja del cielo para dejar su Cuerpo en la Eucaristía y su Sangre en el Cáliz. Por
eso es que, cuando el sacerdote comulga, no comulga un trozo de pan, aunque tenga
sabor a pan, sino que comulga el Cuerpo de Cristo y cuando el sacerdote bebe
del Cáliz, no bebe vino, aunque tenga sabor a vino: bebe la Sangre de Cristo.
Porque
la Eucaristía es Jesús en Persona, con su Sagrado Corazón lleno del Amor de
Dios latiendo en la Eucaristía, comulgar, es decir, recibir la Sagrada
Comunión, es lo mejor que le puede pasar a una persona en esta vida. Lo mejor
que le puede pasar a alguien en esta vida no es tener fama, ni dinero, ni
éxito, ni ser aplaudido y homenajeado por los hombres: lo mejor que le puede
pasar a una persona en esta vida es recibir la Sagrada Comunión, porque en la
Comunión está Jesús, con su Corazón lleno del Espíritu Santo y Jesús quiere entrar
en nuestros corazones para colmarnos del Amor de Dios, para colmarnos de la
Paz, la Alegría, la Sabiduría, la Vida de Dios Trinidad.
Es
por esto que, antes de comulgar, debemos hacer esta oración, en nuestro
interior, en silencio: “Jesús Eucaristía, ven a mi corazón y haz que yo te ame
con el Amor de Dios”. Antes de comulgar, hay que hacer esta oración o alguna
parecida, pero además, hay que hacer un acto de amor y de adoración interior y
después adorarlo externamente, por medio de la Comunión en la boca y de
rodillas. Y, por supuesto, luego de haber realizado una buena Confesión
Sacramental. Sólo así estaremos en condiciones de recibir a Jesús como Él lo
merece, con el alma limpia, en gracia y con todo el amor de nuestros corazones.
Que no nos suceda como a muchos niños y jóvenes, para quienes la Primera
Comunión, lamentablemente, es la última: le pidamos a la Virgen, Nuestra Señora
de la Eucaristía, que aumenta cada vez más en nosotros el deseo de recibir a
Jesús, el Hijo de Dios, Presente en Persona en la Eucaristía. No nos perdamos
lo mejor que nos puede pasar en esta vida, que es recibir al Hijo de Dios,
Jesús, en la Sagrada Comunión.
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