En este Domingo nos acordamos de cuando Jesús entró en la
ciudad de Jerusalén, montado en un burrito. Cuando la gente que vivía en la
ciudad se enteró que venía Jesús, salieron todos a recibirlo, porque Jesús les
había hecho a todos milagros muy grandes: a algunos, les había curado su
parálisis, a otros, los había hecho volver a ver, o hablar, u oír; a otros, los
había alimentado el día ese que multiplicó milagrosamente los panes y los
peces; a otros que habían muerto, los había hecho volver a la vida; a otros,
les había expulsado los demonios, que los hacían sufrir muchos. Y así con todos
los habitantes de Jerusalén. No había ni uno solo de esos habitantes, que no
hubiera recibido un milagro de Jesús: unos más grandes, otros más pequeños,
pero todos habían recibido un milagro, y muchos, la mayoría habían recibido
varios milagros. Por eso los que vivían en esa ciudad, querían mucho a Jesús, y
cuando supieron que llegaba como un Rey, montado en un burrito, salieron todos
a cortar ramos de olivos y palmas, para saludar a Jesús, y se pusieron al lado
del camino, cantando llenos de alegría. Con los ramos de olivos, querían decir que
Jesús era Rey de paz, porque el olivo quiere decir “paz”, y con las palmas,
querían decir que Jesús era el Mesías, el Salvador de todos los hombres, al que
habían esperado por miles de años y que los profetas de Dios ya habían
anunciado hacía mucho tiempo.
Al paso de Jesús, le tendían las palmas en el camino, como
haciendo una alfombra, y agitaban los ramos de olivos; además, todos cantaban
cantos de alabanza y le decían: “¡Viva Jesús! ¡Viva el Mesías! ¡Viva el
Salvador!”. Todos se acordaban de los milagros y dones que les había hecho
Jesús, y estaban muy agradecidos y contentos, y por eso el Domingo de Ramos
salieron a recibirlo con olivos y palmas, cantando alegremente.
Pero algo pasó durante la semana porque el Viernes Santo,
esa misma gente que había saludado a Jesús el Domingo con olivos y palmas y cantando
con mucha alegría, ahora le decía cosas malas y lo insultaba y pedía que fuera
crucificado. Y no sólo eso, sino que, cuando Jesús fue condenado a muerte, toda
esa gente lo acompañó por todo el Camino que lleva al Calvario -llamado Via Crucis o Camino de la Cruz-
empujándolo, gritando enojados, golpeándolo, pidiendo que lo crucifiquen.
¿Por qué la gente primero estaba contenta y después enojada?
Vamos a saber lo que pasó cuando nos demos cuenta que esa
gente somos nosotros: cuando estamos en gracia y somos amigos de Dios, somos
como los vecinos de Jerusalén el Domingo de Ramos, porque recibimos a Jesús
como a un Rey, que viene al alma por la fe, por el amor y por la comunión, y
nuestro corazón es como la ciudad de Jerusalén, que recibe con amor y alegría a
su Rey; en cambio, cuando hacemos alguna cosa mala, es decir, cuando cometemos
un pecado, somos como aquellos del Viernes Santo, porque expulsamos a Jesús de
nuestro corazón y lo crucificamos, porque el pecado repercute en el Cuerpo de
Jesús, y así, un pecado pequeño, es una cachetada que recibe Jesús, mientras
que un pecado mortal, son los clavos de hierro que atraviesan las manos y los
pies de Jesús.
Si
esto es así entonces, ¿qué le podemos prometer a Jesús? Le vamos a prometer que
no vamos a ser como los del Viernes Santo, que lo querían crucificar, porque
vamos a evitar las ocasiones de pecado, y le vamos a prometer que vamos a hacer
todo lo posible para vivir en gracia siempre, para que nuestro corazón sea en
todo momento como la ciudad de Jerusalén el Domingo de Ramos; que lo vamos a
recibir en la comunión con amor y con cantos de alabanza y de alegría, que siempre
va a ser nuestro Rey y Salvador y que, en agradecimiento, vamos a dar a todos las palmas y los ramos de olivos, es decir, que vamos a dar a todos los que
nos rodean el amor y la paz de Jesús, nuestro Rey pacífico.
Que bueno :) Un beso desde Chaco.
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