El Evangelio nos cuenta qué pasó el Domingo, el día que
resucitó Jesús: nos dice que a la mañana tempranito, antes de que salga el sol,
las santas mujeres, las que habían acompañado a la Virgen el Viernes Santo por
todo el Via Crucis, llevaron perfumes
al sepulcro porque querían perfumar el Cuerpo de Jesús. Era costumbre de los
judíos ponerles perfume y aceites perfumados a los que morían, y era eso lo que
ellas iban a hacer. En otro Evangelio, se cuenta que las santas mujeres iban
tristes y llorando, porque se acordaban del Viernes Santo, de cuando Jesús
había muerto, y como lo extrañaban mucho, iban llorando por el camino. Lo que
no sabían era que se iban a encontrar con una sorpresa. O mejor, con dos
sorpresas.
Cuando llegaron, se dieron con una primera sorpresa: la
piedra del sepulcro estaba corrida, alguien con mucha fuerza tenía que haberla
movido, porque era muy pesada. Cuando entraron, se dieron con la segunda
sorpresa, y esta era mucho más grande que la otra: ¡el Cuerpo de Jesús no
estaba en el sepulcro! En ese momento, se le aparecieron dos ángeles vestidos
de blanco que les dijeron: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo?
Recuerden lo que Él les decía: Es necesario que el Hijo del hombre sea
entregado en manos de los pecadores, que sea crucificado y que resucite al
tercer día”.
Entonces ahí las santas mujeres se acordaron de que Jesús
les había dicho que iba a resucitar “al tercer día”, y con mucha alegría, se
dieron cuenta de que Jesús había cumplido su promesa: ¡era el tercer día,
después del Viernes Santo, y había resucitado! Llenas de alegría, corrieron a
toda velocidad hacia donde estaban Pedro, Juan y los demás apóstoles, para
avisarles lo que había pasado.
¿Qué les pasó a las santas mujeres? Lo que les pasó, fue que
ellas amaban mucho a Jesús, pero tenían poca o casi nada de fe en sus palabras,
y por eso es que ellas llevan los perfumes al sepulcro, porque pensaban que
Jesús seguía muerto, como el Viernes Santo en la Cruz, pero que no había
resucitado. Esa falta de fe les hacía también estar tristes, y por eso iban
llorando, porque se acordaban de Jesús muerto en la Cruz y creían que seguía
así y que ya no iba a vivir más.
A
muchos les puede pasar que entran en la Iglesia y creen en el Jesús muerto en
la Cruz del Viernes Santo, pero no en el Jesús resucitado del Domingo de
Resurrección, y eso no puede ser, porque Jesús resucitó. Y sabemos que resucitó
porque dejó de ocupar el sepulcro con su Cuerpo muerto, para ocupar el altar
eucarístico y el sagrario con su Cuerpo glorioso y resucitado, lleno de luz, de
vida y del Amor de Dios.
El que piensa que Jesús no resucitó, cuando viene un
problema grande, o cuando está triste, o cuando se siente solo, se siente
triste, como las mujeres de Jerusalén antes de encontrarse con los ángeles, que
les anunciaron que Jesús había resucitado, y por eso cuando tiene problemas –o también
cuando está alegre- no viene a hablar con Jesús en el sagrario, porque no cree
que haya resucitado y que esté glorioso en la Eucaristía.
El que piensa que Jesús no resucitó, cuando entra en la
Iglesia, no se arrodilla ante el Sagrario, ni le reza a Jesús en la Eucaristía,
ni hace adoración eucarística, porque para él la Eucaristía es solo un poco de
pan bendecido y nada más.
El que piensa que Jesús no resucitó, cuando comulga, piensa
que es solo un poco de pan, y por eso no se prepara para recibir a Jesús en la
comunión, ni lo adora, ni le ofrece su corazón, ni habla con Él cuando comulga,
porque para Él Jesús no está en la Eucaristía, porque no resucitó.
En cambio, el que cree que Jesús resucitó y que dejó de
ocupar el sepulcro, para ocupar el altar eucarístico y el sagrario, cuando
tiene algún problema, acude a su Amigo del alma, Jesús en el sagrario, a
contarle todos los problemas que tiene, y sabe que Jesús lo escucha y atiende
todas sus súplicas. Pero también cuando está alegre va al sagrario, para
contarle a Jesús todas las cosas lindas y buenas que le han pasado, porque todo
eso viene de Él, y le da gracias por tanto amor.
El que cree que Jesús resucitó, cuando comulga, se prepara
bien con la contrición del corazón, reconociéndose indigno de comulgar, pide
perdón por sus pecados, le ofrece su corazón para que haga de altar y sagrario,
lo adorna con las buenas obras y la gracia santificante, y cuando Jesús entra
por la comunión, lo adora y le da gracias por tanto amor.
El que cree que Jesús resucitó, vive alegre –como las santas
mujeres, después de darse cuenta de que Jesús había resucitado- aun cuando haya
problemas, porque Jesús resucitó.
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