La Biblia nos cuenta que una vez Jesús iba caminando y se
encontró con unas personas que iban al cementerio a enterrar a un niño que
había muerto. La mamá del niño estaba muy pero muy triste, porque era su único
hijo, y además, ya había fallecido su esposo, por lo que se encontraba sola. Al
ver a esa mamá que lloraba tanto por su hijo, Jesús se puso muy triste, y como
no quería que siguiera llorando, le dijo: “Mujer, no llores”. Jesús le dijo eso
no solo para tranquilizarla, sino porque Él sabía qué era lo que iba a hacer: iba a
hacer un milagro, lo iba a volver a hacer vivir a su hijo muerto. Después que
le dijo eso, Jesús le dijo al niño: “Levántate”, y el niño volvió a vivir. Jesús
hizo eso porque Jesús nos ama muchísimo, y no quiere que estemos tristes.
Esto nos hace acordar que en la vida de todos los días, hay gente que muere, incluso seres queridos nuestros. Por eso nos preguntamos muchas veces: ¿Por
qué muere la gente? ¿Por qué mueren los seres queridos? ¿Dios no puede hacer nada para que la gente no muera?
Lo que tenemos que saber es que la gente muere por culpa del pecado original de Adán y Eva: Dios no nos creó para morir, sino para que vivamos, pero por el pecado que entró en el Paraíso, todas las gentes empezaron a morir. Y Dios sí puede hacer algo para que la gente ya no muera más, y lo que hizo fue enviar a su Hijo Jesús para que ya no muramos más: Él vino para
morir en la Cruz y después resucitar y así darnos la vida eterna en los cielos. Si subimos a la Cruz
con Jesús en esta vida, todos los días, en la otra vida, vamos a vivir para
siempre, porque vamos a resucitar con Él, y nunca más vamos a morir, y vamos a
vivir felices con Jesús, con la Virgen, los ángeles, los santos, y todos
nuestros seres queridos.
El Evangelio de hoy nos enseña que, gracias a la muerte de Jesús en la Cruz, todos
los que mueren, van a resucitar, es decir, van a volver a vivir, para ya no
morir nunca más, y van a ir a vivir en la Casa de Dios Padre para siempre.
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