(Domingo XIII – TO – Ciclo C – 2013)
Una vez Jesús iba caminando hacia Jerusalén, porque Él
quería cuanto antes subir a la Cruz para ofrecerse en sacrificio por nuestra
salvación. Junto con Él iban sus amigos, y entre ellos, Santiago y Juan. En el
camino, pasaron por un pueblo de samaritanos, que cuando se enteraron que iban
a Jerusalén, no los quisieron recibir, porque los judíos y los samaritanos
estaban peleados.
Entonces, Santiago y Juan se enojaron mucho y le dijeron a
Jesús: “Jesús, ya que estos samaritanos no nos quieren recibir, porque son
nuestros enemigos, ¿querés que hagamos bajar fuego del cielo para que queden
todos cocinados?”. Cuando Santiago y Juan le dijeron eso a Jesús, Él se sintió
muy apenado, y a pesar que no quería hacerlo, los retó, porque Santiago y Juan,
a pesar de que pasaban mucho tiempo con Jesús y escuchaban todas sus
enseñanzas, no habían aprendido cuál era la enseñanza principal de Jesús: el
amor. Jesús les había dicho: “Amen a Dios y a su prójimo, y amen también a sus
enemigos, como Yo los amo, hasta la muerte de cruz”. Santiago y Juan no habían
entendido qué quería decir: “Amar a los enemigos”, y todavía seguían con la ley
del Talión, que mandaba devolver “ojo por ojo y diente por diente” al enemigo
que había hecho un daño. Pero con Jesús esa ley, la ley del Talión, ya no va
más: ya nunca más hay que devolver mal con mal; ahora, Jesús nos dice que hay que
amar y bendecir a los que nos hacen algún daño y que incluso tenemos que rezar
por ellos. Esta es la ley nueva del amor que ha venido a traer Jesús, y es la
ley que Él nos da desde la cruz, y se aprende solo quedándose arrodillados al
pie de la cruz.
Si hay que amar a los enemigos, ¿cuál tenía que ser el
pedido de Santiago y Juan? Tenían que pedirle a Jesús que baje fuego del cielo,
pero no el fuego que quema y destruye y provoca dolor, sino el fuego del
Espíritu Santo, el Fuego del Amor de Dios, que quema los corazones sin provocar
dolor, y los llena de amor, de paz y de alegría del cielo. Si se hubieran
acordado lo que Jesús les había enseñado, que tenían que amar a los enemigos,
Santiago y Juan tendrían que haber dicho: “Jesús, estos samaritanos son
nuestros enemigos, y no han querido recibirnos porque vamos a Jerusalén.
¿Quieres hacer bajar fuego del cielo, el Fuego del Amor de Dios, para que
encienda sus corazones en el Amor divino, y así sean nuestros amigos y hermanos
para siempre?”. Eso mismo tenemos que pedirle nosotros a Jesús, para aquellos
que son nuestros enemigos: que el Espíritu Santo, que es Fuego de Amor,
encienda sus corazones y los nuestros, para que todos vivamos en el Amor de
Dios, el Amor que Jesús nos da desde la Cruz.
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