Catecismo
para Niños de Primera Comunión Lección 16
- Resucitó al tercer día[1]
Doctrina
¿Cuándo resucitó Jesucristo? Jesucristo
resucitó como lo había anunciado, al tercer día de su muerte, es decir, el
Domingo, antes de la salida del sol. Jesús murió el Viernes Santo a las 3 de la
tarde (primer día); fue sepultado ese día y pasó todo el Sábado Santo en el
sepulcro (segundo día); finalmente, resucitó el Domingo, en las primeras horas,
antes de que salga el sol (tercer día). Por eso es que el Domingo es llamado
“Día del Señor”, porque es el día en el que resucitó Nuestro Señor Jesucristo.
El Domingo, el sepulcro, que hasta entonces estaba oscuro, frío y en silencio,
se llenó de la luz de la gloria divina que brotaba del Ser divino de Jesús; el
Fuego de su Amor reemplazó al frío de los corazones y el silencio fue
interrumpido por los cantos de los ángeles de Dios, que glorificaban al
Hombre-Dios resucitado. La luz eterna que brilló en el Santo Sepulcro el
Domingo de Resurrección, ilumina misteriosamente a todos los días domingos que
nos toca vivir; por eso es que el Domingo es un día sagrado y dedicado al Señor
Jesús, y esa es la razón por la cual la Santa Misa dominical NO PUEDE ser
reemplazada por otras actividades –fútbol, descanso, paseos, etc.-, sin caer el
alma en pecado mortal.
¿Cómo resucitó
Jesucristo? Para saberlo, recordemos que el Viernes Santo, al morir Jesús,
su Divinidad permaneció unida a su Cuerpo, que era llevado desde la cruz al
sepulcro, y también permaneció unida a su Alma, que es con la que descendió a
los Infiernos (el seno de Abraham) para rescatar a los justos del Antiguo
Testamento. La Resurrección se produjo porque Jesucristo, con su Divinidad,
unió de su Alma a su Cuerpo, glorificándolo a este último, llenándolo de la luz
y de la gloria divinas.
¿Cómo fue la
Resurrección de Jesucristo? Para saberlo, imaginemos que estamos en el
sepulcro, arrodillados, delante del Cuerpo de Jesús, en las primeras horas de
la madrugada del Domingo de Resurrección. Jesús todavía no ha resucitado. Su
Cuerpo Santísimo está tendido en el sepulcro, cubierto por la Sábana Santa. El sepulcro
está oscuro, frío y en silencio. De pronto, observamos una pequeña luz, muy
pequeña, pero más brillante que cientos de miles de soles juntos, que se
enciende a la altura del Corazón de Jesús. Esta pequeña luz, en una fracción de
segundos, se expande desde el Corazón, hacia arriba, la Cabeza, y hacia abajo,
hacia el resto del Cuerpo, y hacia los costados, los brazos, llenando todo el
Cuerpo de Jesús. Al mismo tiempo que se expande, la luz llena de vida y de
gloria al Cuerpo de Jesús y así el Cuerpo de Jesús se llena de luz y de vida,
levantándose y surgiendo triunfante del sepulcro. Al mismo tiempo, deja impresa
su imagen milagrosa, con la luz que salió de su Cuerpo, en la Sábana Santa. El
sepulcro se llena del Fuego del Amor de Dios y se escuchan cantos de ángeles de
luz, que se alegran y celebran por la Resurrección del Hombre-Dios. La luz del
Domingo de Resurrección, ilumina a todos nuestros domingos, por eso el Domingo
no es un día triste, sino de alegría y de alegría infinita, porque nos llega la
Alegría de Jesús, que es Dios y Dios es “Alegría infinita”, como dice Santa
Teresa de los Andes.
¿Cómo sabemos que
Jesucristo resucitó? Sabemos que Jesucristo resucitó al tercer día por el
testimonio de los Apóstoles y por los otros discípulos, a quienes Jesucristo se
les apareció, después de resucitado: todos ellos dieron testimonio de esta
verdad, porque lo vieron con sus propios ojos, hablaron con Él, tocaron sus
llagas (como en el caso de Tomás Apóstol). Jesús resucitó verdaderamente con su
Cuerpo, y así nos lo dice el Evangelio: “Ved mis manos y mis pies…” (Lc 24, 39-43). También la Iglesia nos lo
enseña en el Catecismo y en el Credo: “Al tercer día resucitó de entre los
muertos”. Quien no cree en la Resurrección de Jesucristo, no tiene la fe
católica. La resurrección de Cristo es el mayor de los milagros, el dogma
fundamental del catolicismo. Es muy importante creer firmemente en la
Resurrección de Jesús con su Cuerpo glorioso, porque ese mismo Cuerpo glorioso,
resucitado, lleno de la luz, de la vida y del Amor de Dios, es con el que Jesús
está en la Eucaristía, aunque oculto a los ojos del cuerpo. Jesús dejó el
sepulcro vacío, porque ya no está más allí con su Cuerpo muerto; ahora está con
su Cuerpo glorioso, vivo y lleno de la luz de Dios, en la Eucaristía, en el
sagrario y en la Santa Misa.
Explicación
En esta lámina vemos a Jesús, con su Cuerpo glorioso y
resucitado, lleno de la luz y de la gloria divina, salir triunfante del
sepulcro. Con su Resurrección, Jesús consuma el triunfo que ya había obtenido
en la cruz sobre los tres grandes enemigos de la humanidad: el Demonio, la
muerte y el pecado. El estandarte que lleva en su mano izquierda, es la Santa
Cruz, el signo de su victoria. Jesucristo resucitó por su propio poder; esto
quiere decir que no “fue” resucitado, sino que Él se resucitó a sí mismo,
reuniendo su Alma glorificada con su Cuerpo, glorificándolo a éste último. Esto
lo pudo hacer porque Él es Dios Hijo, la Segunda Persona de la Trinidad, y como
tal, es el dueño de la vida y de la muerte. Cuando en la Escritura se dice:
“fue resucitado por Dios” (Hech 2,
24), es una afirmación que entenderse en razón de su naturaleza humana o
creada, porque Jesús es Dios.
Con
su resurrección se cumplieron las profecías: las dichas antes por Él, de que
sufriría muerte de cruz (Mt 26, 2) y de que resucitaría al tercer día (Mc 10, 34). La resurrección de Cristo es
un hecho real e histórico y puede ser demostrada por los Evangelios, que son
libros que narran historia real.
Los
Apóstoles son testigos de que se les apareció a ellos y al elegir a Matías en
reemplazo de Judas, lo eligieron a él “por ser testigo con ellos de su
resurrección” (Hech 1, 22; 3, 15) y
esta verdad de la Resurrección de Jesús la predicaron y la confirmaron con su
martirio.
Entre
otros discípulos, Jesús resucitado se le apareció a María Magdalena (Jn 20, 11-18) y a los discípulos de
Emaús (Lc 24, 13ss) y también a Pedro
(Lc 24, 34) y a más de 500 discípulos
a la vez (1 Cor 15, 5-8). Según la
Tradición, a la primera a la que se le apareció, fue a su Mamá, la Virgen, como
recompensa por haberlo acompañado la Virgen a lo largo del Via Crucis y por haber permanecido al pie de la cruz, durante toda
su agonía hasta su muerte el Viernes Santo, y por haber esperado con serenidad
y alegría su Resurrección, porque la Virgen creía firmemente en las palabras de
su Hijo, que había dicho que iba a resucitar “el tercer día”.
Práctica:
en la oración, pidamos como una gracia recibir la alegría de la Resurrección de
Jesucristo. Para nosotros, los cristianos, la verdadera alegría no está en las
cosas del mundo, sino en la Resurrección de Jesús. Por eso debemos pedir
alegrarnos del triunfo de la Resurrección de Cristo, porque ese triunfo es
nuestro triunfo: “Él resucitó y nosotros resucitaremos si permanecemos unidos a
Él hasta el fin, por la gracia santificante”.
Palabra de Dios:
“(Un ángel) les dijo: “¿Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado? Ha
resucitado, no está aquí” (Mc 16, 6).
“Cristo murió por nuestros pecados (…) fue sepultado (…) resucitó al tercer
día, según las Escrituras (…) Si Cristo no resucitó, vana es nuestra
predicación, vana es nuestra fe (…): pero no, Cristo ha resucitado de entre los
muertos como primicia de los que mueren (…) Él ha resucitado y nosotros
resucitaremos. Por un hombre vino la muerte, por un hombre vio la resurrección
de los muertos. Y como en Adán hemos muerto todos, así también en Cristo
seremos todos vivificados” (1 Cor 15,
5-22).
Ejercicios bíblicos:
Mt 27, 63; 1 Cor 15, 14; Mt 28, 6 y
13; Jn 20, 29; Hech 10, 41.