(…) tomó pan en sus santas y venerables manos, y,
elevando los ojos al cielo, hacia ti, Dios Padre suyo todopoderoso, dando
gracias te bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo:
Para aprovechar esta parte
de la Misa,
tenemos que acordarnos de Jesús cuando estaba en la Última Cena con sus
Apóstoles. Ahí, Jesús toma el pan con sus manos –“venerables y santas”, dice el
Misal, el libro del sacerdote para la
Misa, y son venerables y santas porque son las manos del
Hombre-Dios-, da gracias a Dios y lo parte, antes de decir las palabras que van
a transformar ese pan, en su Cuerpo.
Es decir, cuando Jesús toma
el pan en sus manos, es solo pan, pero después de decir las palabras de la
consagración –“Esto es mi Cuerpo”, “Esta es mi sangre”-, ya no es más pan,
porque se convierte en su Cuerpo y en su Sangre.
Nos acordamos de Jesús en
la Última Cena porque Jesús mandó que nos acordáramos de Él, ya que dijo en el
Evangelio: “Haced esto en memoria mía”. Cuando el sacerdote toma el pan del
altar, para pronunciar las palabras de la consagración, se acuerda siempre de
Jesús, porque Él así lo quiso.
Pero debido a que a través
del sacerdote actúa Jesús en Persona, en la Misa no solo nos acordamos de Jesús, sino que
Jesús se hace presente, en Persona, en la Eucaristía, y así pasa en el altar lo mismo que
pasaba en la Última Cena: antes de que el sacerdote tome el pan en sus manos,
es simplemente un poco de pan, mezcla de trigo y agua, sin levadura –por eso es
delgado, chato-, pero después que el sacerdote dice: “Esto es mi Cuerpo”,
repitiendo las mismas palabras que dijo Jesús en la Última Cena, se convierte
verdaderamente en el Cuerpo de Jesús, y así Jesús comienza a estar en la Eucaristía.
O sea que, en la Misa, es como si estuviéramos
presentes en la Última Cena, porque el sacerdote hace lo mismo que hizo Jesús
el Jueves Santo. Pero también, misteriosamente -¡la Misa es un gran misterio del
Cielo!-, pasa lo mismo que pasó en el Calvario, porque Jesús en el Calvario
entregó su Cuerpo en la cruz, y en la
Misa lo entrega en la Eucaristía, y derrama su Sangre, y en la Misa derrama su Sangre en el
cáliz.
Por eso es que la Misa tiene algo de parecido
con la Última Cena, y también con el sacrificio de Jesús en el Calvario. Por
eso es que, en esta parte de la
Misa, tenemos que acordarnos siempre de la Última Cena y del
Calvario.
Y Jesús hace todo esto, y
se queda en la Eucaristía,
para que cuando nosotros comulguemos, lo hagamos entrar, con su Cuerpo, en esa
habitación tan especial que es nuestro corazón, para que Él nos de su Espíritu
de Amor, el Espíritu Santo, y para que seamos todos hermanos de Jesús y
hermanos de todos los hombres.
Y es para esto para lo que
Jesús se queda en la
Eucaristía: para que, como resultado de recibirlo a Él en el
corazón, por la comunión, aumente el amor a Jesús y a todos los hombres, que por
el Amor de Jesús son hermanos nuestros.
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