Del mismo modo, acabada la cena, tomó este cáliz
glorioso en sus santas y venerables manos, dando gracias te bendijo, y lo dio a
sus discípulos diciendo:
“Tomen y beban
todos de él, porque este es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y
eterna, que será derramada por ustedes y por todos los hombres para el perdón
de los pecados. Hagan esto en conmemoración mía”.
“Beban de él,
porque éste es el cáliz de mi Sangre…”
Jesús, cuando estaba en la
Última Cena con sus amigos, les dijo que Él, al día siguiente, Viernes Santo, iba
a subir a la Cruz,
y que iba a derramar su sangre para perdonarnos los pecados.
En esta parte de la Misa, nos tenemos que acordar
de Moisés, cuando en el Antiguo Testamento, en el libro que se llama “Hebreos”
(cfr. 9, 19-22), cuenta que iba al Templo y rociaba al pueblo con la sangre de
un ternerito para purificar los pecados, aunque lo mismo la gente se quedaba
con los pecados, porque un ternero no puede nunca sacar la mancha del pecado
del alma.
En la Misa no hay terneros, sino un
cordero, el Cordero de Dios, Jesucristo, que derrama su Sangre en nuestros
corazones, para perdonarnos los pecados, y Él sí que nos perdona, porque su
Sangre es la Sangre
que tiene el poder de Dios.
También nos acordamos de una
fiesta que hacían los judíos antes, que se llamaba Pascua: ahí lo que hacían
era pintar las puertas de las casas con la sangre de un cordero, que después lo
comían asado, para que cuando pasara el Ángel Exterminador no les hiciera nada.
En la Misa no se pintan las puertas
con sangre de corderitos del campo, sino que se tiñen los labios con la Sangre del Cordero de Dios,
Jesucristo en la Cruz,
y se come carne de cordero, la
Carne santa del Cordero de Dios, Jesucristo.
Y también nos tenemos que
acordar del Apóstol Juan, el más joven de los Apóstoles amigos de Jesús, cuando
él vio al soldado que le atravesaba el Corazón de Jesús, y le salía agua y
sangre, y esa agua y esa sangre caían sobre el soldado romano, haciéndolo que
se convierta y crea en Jesús, porque ese soldado dijo: “Este es el Hijo de
Dios”.
En la Misa, no hay un soldado que
le traspasa el Corazón a Jesús, pero sí sale Sangre y Agua, y esa Sangre y Agua
la recoge el sacerdote en la Copa
del altar, que se llama “cáliz”, y la da a beber a los que se acercan a
comulgar, para que se conviertan y reciban la luz y la vida de Jesús, que es
Dios. Por eso es que la Copa
del altar tiene un vino muy especial: parece vino, pero es la Sangre de Jesús.
Y los que beben de este
Vino, creen que Jesús es Dios, y entonces, creyendo en Jesús, después de esta
vida, pueden ir al cielo para siempre, y ahí no solo nunca se van a aburrir,
sino que van a estar tan divertidos y alegres, en compañía de Jesús y de la Virgen, y de todos los
santos y los ángeles, que van a pasar mil años y va a ser como si pasara un
minuto.
El Cielo va a ser más
divertido que millones de recreos juntos; es más divertido que jugar a la Play; es más divertido y
hay más alegría que cuando se juega al fútbol con los amigos, o a cualquier juego que nadie pueda inventar,
porque el Cielo es estar junto a Jesús y a la Virgen para siempre.
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