Después de decir las
palabras de la consagración sobre el pan y el vino, el sacerdote dice: “Éste es
el misterio de la fe”. ¿Qué quiere decir
“misterio”? Es algo que está escondido, oculto. ¿Y qué es lo que está escondido
u oculto en el altar? El Cuerpo, la
Sangre, el Alma y la Divinidad de Jesús. No lo podemos ver con los
ojos del cuerpo, y por eso es un misterio, porque está escondido, pero sí lo
podemos ver con los ojos de la fe, y por eso decimos que es un “misterio de la
fe”. Es como cuando alguien se esconde detrás de una puerta y nos habla: no lo
podemos ver, pero escuchamos su voz, y así sabemos quién es el que está detrás
de la puerta. Lo mismo pasa con Jesús en la Eucaristía: no lo vemos
con los ojos del cuerpo, pero sí con los ojos de la fe.
Esto que sucede en el altar,
que el pan y el vino se convierten, por las palabras que dice el sacerdote:
“Esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre”, tiene una palabra que se llama:
“transubstanciación”. Es un poco difícil, pero no imposible de aprender:
“tran-subs-tan-ciación”. Con esta palabra, le ponemos un nombre al “misterio de
la fe”, y así podemos saber qué es lo que pasó en el altar después que el
sacerdote dijo las palabras de la consagración.
¿Y cómo pasó esto? No lo
sabemos; sólo sabemos que pasó y pasa cada vez que el sacerdote celebra la Misa, y es posible por el
poder de Jesús, que habla a través del sacerdote, dándole la fuerza de Dios a
las palabras de la consagración.
Aunque no sabemos cómo pasó,
sí podemos darnos una idea, sabiendo qué es lo que vieron algunos santos en la Misa, como por ejemplo una
gran santa que se llamaba Hildegarda de Bingen, que nació en la
Edad Media, una época en donde no había ni
televisión, ni Internet, ni autos, ni aviones, ni trenes, pero en donde la
gente era más feliz, porque todos, desde los reyes hasta los más plebeyos,
pensaban en Dios y lo amaban.
¿Qué fue lo que vio Santa
Hildegarda de Bingen? Ella nos lo cuenta así[1]: “Y después de esto vi que, mientras el Hijo
de Dios pendía en la cruz” –recordemos que Hildegarda está asistiendo a
Misa, y ve a Jesús en la Cruz
porque la Misa
es el mismo sacrificio de Jesús en la
Cruz, por eso, asistir a Misa, es asistir al Calvario de Jesús,
y nosotros tenemos que ir a Misa con los mismos sentimientos con los que la Virgen María y Juan Evangelista
estaban al lado de Jesús crucificado- “(…)
vi como un altar (…) Entonces, al acercarse al altar un sacerdote revestido con
los ornamentos sagrados para celebrar los divinos misterios” –todo esto que
ve Santa Hildegarda, lo ve en el momento durante una Misa, y ella lo llama:
“divinos misterios”-, “vi que súbitamente
una luz grande y clara que venía del cielo acompañada de la reverencia de los
ángeles envolvió con su fulgor todo el altar” –apenas comienza la Misa, una luz baja desde el
cielo, y los ángeles la saludan con mucha reverencia, porque viene de Dios
mismo-, “y permaneció allí hasta que el
sacerdote se retiró del altar, después de la finalización del misterio”
–esa luz se queda todo el tiempo que dura la Misa.
Pero además de esta luz
celestial, Santa Hildegarda ve cómo, en el momento de la consagración, baja
desde el cielo un relámpago de fuego muy luminoso, que baja hasta el pan y el
vino del altar, los sube hasta el cielo y después los vuelve a bajar, ya
convertidos en el Cuerpo y la
Sangre de Jesús, aún cuando a los ojos del cuerpo sigan
pareciendo que son solamente pan y vino: “Pero
también allí, una vez leído el Evangelio de la paz y depositada sobre el altar
la ofrenda que debía ser consagrada, cuando el sacerdote hubo entonado la
alabanza de Dios todopoderoso –que es el ‘Santo, Santo, Santo, Señor Dios de
los ejércitos’– para comenzar así la celebración de los misterios,
repentinamente un relámpago de fuego de inconmensurable claridad descendió del
cielo abierto sobre la ofrenda misma, y la inundó toda con su luz, tal como el
sol ilumina aquello que traspasa con sus rayos. Y mientras la iluminaba de este
modo, la elevó invisiblemente hacia los [lugares] secretos del cielo y
nuevamente la bajó poniéndola sobre el altar, como el hombre atrae el aire
hacia su interior y luego lo arroja fuera de sí: así la ofrenda fue
transformada en verdadera carne y verdadera sangre, aunque a la mirada humana
apareciera como pan y como vino”.
Así vivían los santos la Misa, y esto es lo que sucede
en realidad, y por eso se llama la
Misa: “misterio de la fe”. No podemos ver nada de esto con
los ojos, pero con la luz de la fe, sí podemos verlo.
Pero en la Misa hay todavía más cosas:
en la Misa pasa
toda la vida de Jesús, sin que nos demos cuenta, y por eso asistir a Misa es
más que si leyéramos toda la
Biblia; asistir a Misa es vivir
el Evangelio de Jesús. Dice así Santa Hildegarda: “Mientras yo veía estas cosas, repentinamente aparecieron, como en un
espejo, las imágenes de la
Natividad, la
Pasión y la
Sepultura y también de la Resurrección y la Ascensión de nuestro
Salvador, el Unigénito de Dios, tal como habían acontecido cuando el mismo Hijo
de Dios estaba en el mundo”. Santa Hildegarda ve cómo en la Misa, misteriosamente, se
desarrolla toda la vida de Jesús, como si estuviéramos viendo la película de la Pasión, de Mel Gibson, pero
mucho mejor, porque la película es sólo una película, mientras que la Misa es la realidad de la Pasión, Muerte y
Resurrección de Jesús.
Todo lo que sucede en el
altar, es para que nosotros nos alimentemos, del Cuerpo y la Sangre de Jesús, para que
tengamos el Amor de Dios en nuestros corazones, y sepamos darlo a los demás.
Dice así Santa Hildegarda: “Pero,
mientras el sacerdote entonaba el cántico del Cordero Inocente –que es el
Cordero de Dios que quita los pecados del mundo– y se presentaba para recibir la Santa Comunión, el
relámpago de fuego antes mencionado se retiró hacia los cielos; y tan pronto
como el cielo se cerró oí una voz que desde el cielo decía: ‘Comed y bebed el
Cuerpo y la Sangre
de Mi Hijo para borrar la desobediencia de Eva, hasta que seáis restaurados en
la justa herencia’”. Mientras dura nuestra vida en la tierra, nos tenemos
que alimentar con la
Eucaristía, porque esta vida es como un desierto, en donde
nos acechan el calor ardiente del sol de las tentaciones; los alacranes,
escorpiones y arañas del desierto, que son los demonios, y el frío de la noche
del desierto, que es la dureza y frialdad del corazón: para combatir todo esto,
nos sirve el alimento de la
Eucaristía, porque nos preserva del pecado mortal y venial,
al hacernos ver las cosas del mundo pequeñas y sin importancia, como cuando
alguien ve la tierra desde la ventanilla de un avión; nos libra de las insidias
del demonio, porque el demonio no se acerca a quien lleva a Jesús Eucaristía en
el corazón, y convierte nuestro corazón, duro y frío como la roca, en una brasa
de amor ardiente a Dios. Todo esto, hasta que lleguemos al cielo, por eso la
voz de Dios Padre le dice a Santa Hildegarda: “Comed y bebed el Cuerpo y la Sangre de Mi Hijo –la Eucaristía- para
borrar la desobediencia de Eva, hasta que seáis restaurados en la justa
herencia”.
Para asistir a Misa, por lo
tanto, debemos pedir siempre la luz del Espíritu Santo, para que podamos
vivirla con toda intensidad. La
Misa no es ni “divertida” ni “aburrida”, o, si queremos, es,
más que “divertida”, alegre, fascinante, maravillosa, porque es asistir al
milagro más grande y maravilloso de todos los milagros grandes y maravillosos
de Dios: es el fascinante misterio de la renovación sacramental del sacrificio
en Cruz de Jesús.
“…repentinamente aparecieron, como en un
espejo, las imágenes de la
Natividad, la
Pasión y la
Sepultura y también de la Resurrección y la Ascensión de nuestro
Salvador, el Unigénito de Dios, tal como habían acontecido cuando el mismo Hijo
de Dios estaba en el mundo”.
(Santa Hildegarda de Bingen)
[1] Hildegardis Scivias II, 6-1. Ed.
Adelgundis Führkötter O.S.B. collab. Angela Carlevaris O.S.B.. In: Corpus
Christianorum Continuatio Mediaevalis. Vol. 43-43a. Turnhout: Brepols, 1978.
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