Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

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sábado, 13 de junio de 2015

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 6 – Historia y efectos del Pecado Original


         Doctrina

         ¿Quiénes fueron nuestros primeros padres? Fueron Adán y Eva, y de ellos descendemos todos los hombres (Hech 17, 26), y  de ellos heredamos también su pecado[1].

         ¿Qué es el pecado original? Es aquel con que todos nacemos heredado de nuestros primeros padres (el pecado original se quita por el bautismo).

         ¿En qué consiste el pecado original? El pecado original consiste en que, por culpa de Adán, venimos al mundo sin la vida de la gracia, que, según designios de Dios, debíamos heredar de Adán. Para que nos demos una idea, el pecado es como una mancha oscura que envuelve y cubre al alma, impidiéndole que reciba la gracia; es como cuando en el cielo, las nubes se vuelven tan oscuras y densas, que impiden que los rayos del sol lleguen a la tierra. Dios es como un sol, que nos envía su gracia, que son como los rayos del sol; el pecado es como esa nube negra y densa que, naciendo desde dentro y luego cubriendo totalmente al alma, le impide ser alumbrada con la luz de la gracia divina. El pecado es dar la espalda a Dios y volverse a la creatura; es rechazo de la santidad de Dios.

         Explicación


Adán y Eva expulsados del Paraíso
(Gustavo Doré)

En la lámina se representa el pecado original y sus efectos. Este pecado fue de desobediencia y tuvo su raíz en la soberbia, pues Adán y Eva pecaron en el paraíso terrenal por querer ser como Dios. En realidad, el pecado de Adán y Eva es un “contagio” del pecado de soberbia cometido por los ángeles rebeldes en el cielo. El pecado es un “misterio de las tinieblas” que, comenzando en el demonio y en el resto de los ángeles rebeldes, se extendió a los hombres a través de Adán y Eva. La soberbia es el pecado capital del demonio, que en el cielo, fue el primero que, llevado por su orgullo satánico, quiso “ser como Dios”. Ante la soberbia demoníaca, San Miguel Arcángel, con voz potente, dijo: “¿Quién como Dios? ¡Nadie como Dios!”, y luego de una gran lucha en el cielo, entre los ángeles buenos y los malos, expulsó al demonio y a los demás ángeles rebeldes de la Presencia de Dios (cfr. Ap 12, 7ss). La virtud opuesta al pecado de soberbia es la humildad, y es por eso que Jesús nos dice en el Evangelio que tenemos que ser humildes como Él, si queremos llegar al cielo: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29). Los soberbios, desobedientes y orgullosos, no podrán entrar en el Reino de los cielos, de ahí la importancia de ser humildes como Jesús y también como la Virgen.

         -El momento fatal para la humanidad sucedió cuando Eva, después de haber sido engañada por la serpiente (la que sirvió de máscara al demonio), que le indujo a comer de la fruta prohibida, dio también a Adán, quien comió a su vez de ella, desobedeciendo el precepto u orden que Dios le había dado, que fue ésta: “De todos los árboles del paraíso puedes comer; pero del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él irremisiblemente morirás” (Gn 2, 15-17). Esto nos hace ver las graves consecuencias de desoír la Voz de Dios, expresada en sus Mandamientos, para escuchar la voz de la Serpiente, que nos engaña haciéndonos creer que nuestra voluntad es mejor que la Voluntad de Dios. Cuando dejamos de cumplir los Mandamientos, para cumplir nuestra propia voluntad, cometemos un pecado, y es eso lo que les sucedió a Adán y Eva. Lo que les sucedió a Adán y Eva –cometer un pecado- es lo que sucede toda vez que el alma escucha y obedece a la voz de la Serpiente, porque la voz de la Serpiente se expresa en el “yo hago mi voluntad, yo hago lo que quiero, en vez de hacer la Voluntad de Dios”.

         -Consecuencias de este pecado: Perdieron el don de la gracia o amistad con Dios, quedando sujetos al trabajo penoso, al dolor y a la muerte.
         Fueron arrojados, por un ángel enviado por Dios, del paraíso, saliendo de él avergonzados y llorando.
         Se los representa con un querubín con una espada de fuego que guarda la entrada del paraíso, el cual ya no volverá a poseer el hombre, quien en lo sucesivo deberá ganar el pan con el sudor de su rostro.
         Con su desobediencia, Adán y Eva introdujeron la Muerte para el género humano, pues del pecado del primer hombre (pecado original) procedió, como castigo, la muerte para todos, ricos y pobres. La muerte es consecuencia lógica del pecado, porque el pecado es alejamiento voluntario de Dios, que es Fuente de Vida y la Vida en sí misma; al alejarse de la Fuente de la Vida por el pecado, el hombre perece.
         Pero en el mismo momento de la caída, Dios promete un Salvador, que habrá de venir a través de María Inmaculada. Esto significa la “Promesa del Redentor” que Dios hizo allí mismo compadecido de nuestros primeros padres, anunciándoles que vendría un Redentor, que fue Jesucristo, Hijo de la Virgen Santísima e Hijo de Dios, el cual aplastaría la cabeza de la serpiente infernal, abriendo las puertas del cielo.

         Práctica: Observemos todo el mal del mundo: violencias, robos, homicidios, crímenes… Todo el mal del mundo surge del corazón del hombre en pecado, porque así lo dice Jesús: “Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de males: las malas intenciones, las fornicaciones, los robos, los homicidios, los adulterios, la avaricia, la maldad, los engaños, las deshonestidades, la envidia, la difamación, el orgullo, el desatino” (cfr. Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23).  También las consecuencias del pecado se ven en Jesús crucificado, porque sus heridas son a causa de mis pecados personales. ¡Cuán enorme desgracia ha traído el solo pecado de Adán sobre todos los hombres! De ahí comprenderé la malicia del pecado. Por eso haré el propósito de Santo Domingo Savio: “¡Antes morir que pecar!”.

         Palabra de Dios: “Por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte: y así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos habían pecado (en Adán)” (Rom 5, 12).

         Dios anunció la Redención con estas palabras: “Pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo, éste te aplastará la cabeza cuando tú le asedies el calcañal” (Gn 3, 15).

         Ejercicios bíblicos: De Adán procedemos todos: Hech 17, 26; la reconciliación nos vino por Jesucristo: Rom 5, 11; 2 Cor 5, 18.




[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla 3 1997.

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