Primer Misterio de Gloria: la Resurrección de Jesús. Las piadosas
mujeres de Jerusalén acuden al sepulcro el Domingo por la mañana, llevando
perfumes para ungir el Cuerpo muerto de Jesús. Pero no encuentran al Cuerpo
muerto de Jesús y un Ángel les explica qué es lo que pasó: “Ustedes buscan a Jesús,
el crucificado. No está aquí, porque ha resucitado”. A nosotros es la Santa
Madre Iglesia la que nos dice: “Jesús no está en el sepulcro porque ha
resucitado y está en la Eucaristía con su Cuerpo glorioso y lleno de la vida de
Dios”. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía,
llévame a contemplar a tu Hijo Jesús resucitado, que está en el sagrario, en la
Eucaristía!
Segundo Misterio de Gloria: la Ascensión de Nuestro Señor a los cielos.
Después de resucitar y de aparecerse resucitado a muchos de sus amigos, Jesús
sube al Cielo con su propio poder. Regresa a la Casa del Padre, que es también
su Casa, y va allí para prepararnos a todos nosotros una habitación para cada
uno. Pero no nos deja solos, porque al mismo tiempo que asciende al Cielo con
su Cuerpo glorioso, se queda en la tierra, en el sagrario, en la Eucaristía,
con ese mismo Cuerpo glorioso. Quedándose en la Eucaristía, Jesús cumple con su
promesa de “estar todos los días con nosotros, hasta el fin del tiempo”. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, que yo sea
capaz de contemplar a Jesús que asciende glorioso a los Cielos, pero que también
lo contemple, con su Cuerpo glorioso, en la tierra, en la Eucaristía!
Tercer Misterio de Gloria: la Venida del Espíritu Santo sobre María
Santísima y los Apóstoles reunidos en oración. Jesús había prometido
que después de resucitar y subir al Cielo, nos iba a mandar al Amor de Dios, el
Espíritu Santo. Esta promesa de Jesús la cumple en Pentecostés, a los cincuenta
días después de su Resurrección. Desde el Cielo y junto a su Papá, sopla el
Espíritu Santo sobre la Virgen y los Apóstoles reunidos en oración. Cada vez
que rezamos delante de Jesús Eucaristía y cada vez que comulgamos la Eucaristía
con amor, Jesús sopla sobre nuestras almas al Espíritu Santo. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, prepara mi
pobre corazón para que por la comunión, Jesús sople sobre mí el Espíritu Santo!
Cuarto
Misterio de Gloria: la Asunción de María Santísima en cuerpo y alma a los
Cielos.
Cuando llegó el momento en que debía morir, la Santísima Virgen María, por ser
la Inmaculada Concepción, la Llena de gracia y la Madre de Dios, no murió, sino
que se quedó dormida. Al despertar de su corto sueño, la Virgen se encontró en
el Cielo, adonde había sido llevada por los ángeles, y delante suyo, estaba su
Hijo amado, Jesús resucitado. Desde entonces, la Virgen está con Jesús y
seguirá estando con Él para siempre. Cuando hacemos adoración delante de la
Eucaristía, estamos delante de Jesús resucitado, algo parecido a como la Virgen
en su Asunción se encontró con su Hijo en el Cielo. ¡Nuestra Señora de la Eucaristía, haz que yo ame la Adoración
Eucarística y que comprenda que estar delante de la Eucaristía es algo más
hermoso que el Cielo mismo, porque es estar delante del Cordero de Dios, Jesús!
Quinto
Misterio de Gloria: la coronación de María Santísima como Reina y Señora de
todo lo creado. Una vez en el Cielo, Jesús coloca a su
Mamá, la Virgen, una corona más preciosa que el oro y la plata: es una corona
de luz, la corona de la gloria de Dios. Pero la Virgen se ganó esa corona, no
solo por ser la Madre de Dios, sino por llevar, aquí en la tierra, de modo
invisible, la misma corona de espinas de su Hijo Jesús. Si queremos ser
coronados de gloria en la vida eterna, entonces debemos llevar, invisiblemente,
la corona de espinas de Jesús. ¡Nuestra
Señora de la Eucaristía, pídele a tu Hijo Jesús que me dé su corona de espinas,
para que mis pensamientos sean siempre santos y puros y así pueda, al llegar al
Cielo, ser coronado con la corona de la gloria de Dios, la misma corona que
llevas tú y Jesús!
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