Invitación a la plegaria
Sacerdote:
Orad, hermanos, para que este
sacrificio, mío y vuestro, sea agradable a Dios, Padre
todopoderoso.
En esta parte de la Misa, el sacerdote dice una palabra que nos hace
dar cuenta de algo: en el altar pasa algo misterioso, algo que no ven nuestros
ojos, pero que está ahí presente, algo que no podemos comprender ni ver, pero
que sí lo podemos ver con los ojos de la fe. El sacerdote dice: Orad, hermanos, para que este sacrificio, mío y vuestro,
sea agradable a Dios, Padre todopoderoso.
El sacerdote usa la palabra “sacrificio”, y entonces
nos preguntamos: ¿qué es un “sacrificio”? ¿Quién se sacrifica en el altar?
¿Cómo lo hace? ¿Por qué lo hace?
La misa es ante todo, un sacrificio.
Pero, ¿qué es un sacrificio?
Un sacrificio es algo que cuesta mucho
hacer. “Estudié para la prueba con mucho sacrificio”, es decir, tuve que dejar
de ver las horas de televisión que veía por día para poder aprobar y tuve que
pasar mucho tiempo estudiando. Me costó mucho esfuerzo estudiar. “Obedecí con
mucho sacrificio”. A papá, porque si no le obedecía, se me dejaba sin postre.
Me costó obedecer, fue un "sacrificio" obedecer.
Igual que estas cosas –estudiar,
obedecer- que son un sacrificio, también la misa es un sacrificio, es decir, es
algo que cuesta mucho.
Pero en el sacrificio de Jesús hay algo
más, que hace que no sea un sacrificio cualquiera, de una persona cualquiera.
Es un sacrificio hecho por el Hombre-Dios para perdonar los pecados de los
hombres, librarnos del fuego del infierno, y concederles el don de ser hijos de
Dios por la gracia santificante, para que al final de esta vida, puedan ir al
cielo y gozar de Dios Trino para siempre.
La Misa es el mismo sacrificio de Jesús en la cruz.
En la Misa,
Jesús está en la cruz, invisible, pero real, igual que hace dos mil años estuvo
en la cruz. Sólo que aquí no lo vemos con los ojos del cuerpo, pero sí con los
ojos de la fe. Por la fe, sabemos que Jesús hace en la misa, invisible, lo
mismo que hace en la cruz, porque es el mismo sacrificio de la cruz: entrega su
cuerpo en la Eucaristía
y derrama su sangre en el cáliz.
Para saber porqué la misa es
un sacrificio, nos tenemos que acordar de lo que hacían los judíos, hace mucho
tiempo, y muy lejos de aquí, en Palestina. Los judíos tenían algo como una
iglesia muy grande, que le decían: “Templo de Salomón”. Ahí llevaban algunos
animales de la granja, los más lindos que tenían, para regalárselos a Dios, en
agradecimiento por ser Dios tan bueno con ellos. Entre esos animales, le
llevaban a Dios un cordero, al que luego de sacrificarlo, como se hace con los
animales antes de comerlos, lo ponían al fuego, igualito a como se hace un
asado. Eso lo hacían para significar que el cordero dejaba de pertenecer a sus
dueños, para pasar a ser propiedad de Dios: así como el humo del asado sube al
cielo, así el cordero, convertida su carne en humo por el fuego, subía al
cielo, para que Dios lo tuviera con Él. Y esto lo hacían, además de para dar
gracias a Dios, para pedirle cosas, para adorarlo, y para pedirle perdón por
todos los pecados.
Pero todo eso no era más que
una figura de lo que venía después, así como una figurita de Messi no es Messi,
sino que el Messi real es el verdadero Messi; así también esos corderos no
podían perdonar los pecados, porque tenía que venir el verdadero Cordero de
Dios, que es Jesús. Y Jesús viene en la
Misa, invisible, misterioso, para sacrificarse sobre la cruz,
para derramar su Sangre en el cáliz y para entregar su Cuerpo en la Eucaristía, para
salvarnos. Esto último es el verdadero sacrificio de la cruz, que se repite
invisible en el altar: así como en la cruz la sangre se separó de su Cuerpo,
cuando Jesús se sacrificaba, así también en el altar, la Sangre del cáliz está
separada del Cuerpo, que está en la Eucaristía.
Así nos damos cuenta de que la
Misa es un sacrificio: porque el pan y el vino se consagran
por separado, para significar lo que pasa en el sacrificio de la Cruz, en donde la Sangre se separa del
Cuerpo.
El pan y vino se consagran separados, uno primero y otro después,
porque en la cruz el Cuerpo y la
Sangre se separan.
Es la Palabra llena de poder del
Verbo del Padre, que obra con su virtud divina en la consagración, la que hace,
del pan, el Cuerpo de Cristo y del vino, su Sangre.
En virtud de las palabras de la
consagración –tomad y comed... bebed... Este es mi Cuerpo... Este es el cáliz
de mi Sangre- se hacen presentes, separadamente, sobre el altar, por la
potencia infinita del Verbo, el Cuerpo y la Sangre de Cristo: bajo las especies, bajo las
apariencias del pan, se hace presente sólo el Cuerpo; bajo las especies, bajo
las apariencias del vino, se hace presente sólo la Sangre.
Pero aquí no termina el
sacrificio de Jesús, porque Jesús resucitó, levantándose lleno de luz y de vida
en el sepulcro, y así también está en la Eucaristía, con su Cuerpo lleno de luz y de vida,
y esto lo dice el sacerdote sin palabras, cuando corta un pedacito de la Hostia y la echa en el
cáliz, queriendo decir que el Cuerpo se unió a su Sangre en la resurrección.
Entonces, si alguien nos preguntara qué es la misa, tendríamos que
decirle: “La misa es el mismo sacrificio en cruz de Jesús”.
Cuando venimos a misa, venimos a encontrarnos con Jesús que está en la
cruz invisible del altar, entregando su Cuerpo y derramando su Sangre por amor
a cada uno de nosotros.
Todos: El Señor reciba de tus manos este
sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda
su Santa Iglesia.
El sacerdote
lee la oración sobre las ofrendas. Al terminar contestamos: Amén.
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