Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

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jueves, 13 de agosto de 2015

Catecismo para Niños de Primera Comunión: Lección 12 - "Padeció bajo el poder de Poncio Pilatos"

Catecismo para Niños de Primera Comunión  Lección 12 Padeció bajo el poder de Poncio Pilatos[1]  


Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote

         Doctrina
            Si Jesús era Dios, ¿podía sufrir? Sí, Jesús podía padecer en su naturaleza humana lo mismo que todos los hombres. Sin embargo, tenemos que recordar que Jesús no era un simple hombre, sino el Hombre-Dios. Por lo tanto, su estado natural era el de tener un cuerpo glorificado, como en la Epifanía –a poco de nacer su cuerpo traslució la gloria divina- y en la Transfiguración –en donde también su cuerpo, su rostro y sus vestiduras dejaron ver, por un instante, la gloria de Dios, en forma de luz-. Esto quiere decir que, para poder sufrir la Pasión, y así demostrarnos hasta dónde llegaba su Amor por cada uno de nosotros, tuvo que hacer un milagro: esconder la gloria de su cuerpo, hasta la Resurrección, para poder sufrir la Pasión. Esto se debe a que un cuerpo glorificado no puede sufrir. Es decir, si Jesús no hubiera hecho el milagro de ocultar la gloria de su cuerpo, que le correspondía por ser el Hombre-Dios, no podría haber sufrido la Pasión. Si sufrió la Pasión, es porque, por un milagro, ocultó su gloria hasta el Domingo de Resurrección. Por otra parte, el hecho de que Jesús sea Dios, hizo que los sufrimientos que experimentó en su cuerpo y en su alma, tuvieran un valor infinito de satisfacción de nuestros pecados.
         Jesucristo, en cuanto hombre, ¿es igual a nosotros? Jesucristo, en cuanto hombre, es igual a nosotros, excepto en el pecado, que Él no tuvo ni pudo tener (Heb 4, 15). Su Humanidad es perfectísima, porque no sólo no tenía pecado alguno ni lo podía tener, sino que además Él era Dios Hijo en Persona y Dios es Tres veces Santo y le comunicó de esa santidad a la Humanidad de Jesús cuando Jesús se encarnó en el seno de María Santísima. Esto quiere decir que Jesús no sólo no podía decir ni la más pequeña mentira, ni tampoco experimentar la más pequeña malicia, sino que su Sagrado Corazón ardía siempre en el Amor Santo de Dios, que es Puro y Perfectísimo.
         Jesús sufrió muchísimo en la Pasión. ¿Eran necesarios todos esos tormentos y sufrimientos? No eran necesarios, porque Jesús, siendo la Persona divina del Hijo, podría habernos redimido sin sufrir, o con una sola gota de su Sangre Preciosísima. Sin embargo, quiso sufrir hasta el extremo de la muerte en cruz, para demostrarnos hasta dónde llega su infinito Amor por cada uno de nosotros. No es lo mismo decir “te amo”, sin dar nada como prueba de ese amor, a decir “te amo”, como lo hace Jesús, que para probar que es verdad que nos ama, nos entrega el don inapreciable de su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad.
         Explicación
         Las palabras del Credo “Padeció bajo el poder de Poncio Pilatos” significa que Jesús sufrió Pasión y Muerte cuando gobernaba en Jerusalén el gobernador romano Poncio Pilatos.


Cristo ante Pilatos
         Vemos a Jesús ante Pilatos, quien está perplejo porque reconoce que Jesús es inocente, pues dijo: “Yo no hallo en Éste ningún crimen” (Jn 18, 38). Sin embargo, a pesar de reconocer que Jesús no ha cometido “ningún crimen” y dándose cuenta de que los judíos lo entregan por envidia, ante las insistencias y amenazas de demandarlo al César por parte de quienes acusan a Jesús, y por temor a perder su cargo de gobernador, Pilatos condena a Jesús, primero a ser castigado con latigazos y luego a la muerte. Así, se convierte en la figura de los jueces injustos, que por temer más a los hombres que a Dios, castigan con sus fallos inicuos a los más inocentes e indefensos.


Cristo es flagelado
         Cristo, antes de ser crucificado, fue azotado con una ferocidad inhumana, siendo flagelado con látigos que incluso tenían puntas de metal en sus extremos. Recibió tantos latigazos, que todo su Cuerpo y también el patio en donde estaba amarrado a la columna, quedaron cubiertas con su Sangre Preciosísima; de esta manera, Cristo expiaba los pecados de impureza (de pensamiento, de deseo, de palabra y de obra) de todos los hombres.

Cristo es coronado de espinas

         La coronación de espinas fue un tormento ideado para burlarse de Jesús, que había dicho: “Yo Soy Rey, para eso he venido (…) mi Reino no es de este mundo” (cfr. Jn 18, 36-37). Para burlarse de sus palabras y de su condición de Rey, además de la corona, le pusieron a Jesús un manto púrpura –que luego, cuando la sangre se secó, quedó adherida a sus heridas, y cuando lo fueron a crucificar, le arrancaron este manto púrpura, abriendo sus heridas, que manaron mucha sangre y le provocaron muchísimo dolor-, y una caña en sus manos, imitando los cetros de marfil que usan los reyes. Jesús es Rey de los ángeles y de los hombres, por naturaleza –Él es Dios- y por conquista –porque con su Pasión y Muerte en cruz conquistó las almas de todos los hombres para su Padre Dios-; Él se merecía una corona de oro, como símbolo de la corona de gloria que posee por ser Hijo de Dios, y sin embargo, nosotros, con nuestros pecados, lo coronamos con espinas. Las espinas representan a nuestros pecados de pensamiento; Jesús se deja coronar de espinas, para expiar estos pecados y para que no solo no tengamos malos pensamientos, sino para que tengamos pensamientos santos y puros, como los tiene Él, coronado de espinas. Según relata el Evangelio, los judíos rechazaron la reyecía de Jesús, diciendo: “No queremos que Éste reine sobre nosotros” (Lc 19, 14); los cristianos, en cambio, pedimos que Jesús sea el Rey de nuestros corazones: “Venga a nosotros tu Reino”.
         Práctica: Me esforzaré no solo por no pecar, sino por conservar y acrecentar cada vez más la gracia, ya que son mis pecados los que hicieron sufrir a Jesús en la Pasión.
         Palabra de Dios: (Jesús lloró ante Jerusalén impenitente): “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados!¡Cuántas veces quise reunir a tus hijos a la manera que la gallina reúne a sus polluelos bajo sus alas, y no quisiste” (Mt 23, 37).
         Jesucristo es “nuestro Pontífice, santo, inocente, inmaculado” (Heb 7, 26); Él es el que pudo lanzar este reto al mundo: “¿Quién de ustedes me argüirá de pecado?” (Jn 8, 46). Él, siendo la suma inocencia, “nos amó y se entregó por nosotros en oblación y sacrificio a Dios” (Ef 5, 2), cargando sobre sí nuestros pecados, presentándose como culpable en lugar nuestro, e interponiéndose entre la Justicia Divina y nosotros.
         Ejercicios bíblicos: Mc 10, 33-34; Ap 1, 5; 1 Jn 4, 9.



[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla3 1997.

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