Doctrina
¿Qué
es pecado? Pecado es toda
desobediencia voluntaria a la Ley de Dios.
¿De
qué manera se comete el pecado? El pecado se comete por pensamiento, deseo, palabra y omisión. Hay que
tener en cuenta que “tentación” no es lo mismo que “pecado”: si alguien tiene
una tentación, pero la rechaza y lucha contra la misma y no la consiente, NO ES
pecado. El pecado es tal cuando se consiente –se afirma y se desea el pecado-,
sin oponer lucha ni resistencia contra la tentación. El principio es: si hay
lucha, no hay pecado.
¿Cómo
puede ser el pecado? El pecado
puede ser mortal y venial.
¿Qué
es pecado mortal? Pecado mortal
es una desobediencia voluntaria a la Ley de Dios en materia grave, con plena
advertencia y perfecto conocimiento.
Ejemplos
de pecados mortales son: Matar,
robar, blasfemar, cometer actos impuros, no ir a Misa los Domingos y días
festivos (la ausencia a Misa los Domingos se justifica cuando hay motivos
serios y graves para faltar, o por edad, es decir, no es pecado pasados los 65
años), etc.
Ejemplos
de pecados veniales: mentira leve,
murmuración, etc.
¿Por
qué se llama pecado mortal? Se llama
mortal porque priva al alma de la vida de la gracia y la hace merecedora de las
penas del infierno. El pecado mortal “mata” al alma, en el sentido de que ya no
está en ella la vida de la gracia, que la hace participar de la vida de Dios. Una
persona en pecado mortal habla, camina, conversa, etc., pero su alma no tiene
la vida de la gracia y por eso se dice que está “muerta” por el pecado mortal.
¿Qué debemos hacer cuando hemos tenido la desgracia
de caer en pecado mortal? Debemos pedir perdón a Dios con un acto de contrición
perfecta –quiere decir que nos duele el haber ofendido a Dios, infinitamente
bueno, con la malicia del pecado- y hacer cuanto antes una buena confesión.
Explicación
La única creatura humana que fue concebida en
gracia, sin la mancha del pecado original, es la Santísima Virgen María, porque
estaba destinada a ser la Madre de Dios.
Nuestros primeros padres, Adán y Eva, cometieron el
pecado original, el cual se transmitió a toda la raza humana. Es por eso que
todo ser humano que nace en este mundo, nace con el pecado original. Adán y Eva
cometieron el pecado original por preferir escuchar la voz de la Serpiente y
hacerle caso, antes que escuchar la voz de Dios y obedecerle a Él,
infinitamente bueno, por amor. El pecado de Adán y Eva, por el cual perdieron
el Paraíso para ellos y para toda la humanidad, se llama “original” porque fue
el primer pecado cometido por los hombres. Este pecado original fue la causa de
todos los males que vinieron a los hombres –dolor, enfermedad, muerte-, porque
Adán y Eva perdieron, a causa del pecado original, los dones preternaturales –inmortalidad,
impasibilidad, integridad.
Por el don de la inmortalidad el hombre no sufriría
la muerte -que es la separación del alma y el cuerpo- y viviría algún tiempo en
el Paraíso Terrestre, siendo trasladado luego al cielo (visión beatífica), sin
pasar por el terrible y doloroso transe de la muerte[2].
Por el don de la impasibilidad, el hombre estaba
exento de todo dolor o sufrimiento del alma y del cuerpo. Esto quiere decir que
ninguna perturbación espiritual o corporal podía alterar la perfecta felicidad
natural de nuestros primeros padres en el Paraíso para que su unión con Dios
pudiese desarrollarse en paz y tranquilidad[3].
Por el don de la integridad, el hombre era inmune a
la concupiscencia desordenada. Esto quiere decir que el primer hombre sabía que
Dios era su Creador y lo amaba y que sus sentidos no tenían ningún movimiento desordenado
(por ejemplo, no tenía el desorden de los sentidos que consiste en comer por el
solo hecho de comer, sin necesidad). Se alimentaba para conservar su propia
vida y se unía a su mujer para propagar la especie, según el mandamiento del
Señor: “Procread y multiplicaos” (Gn
1, 28). Por este don, el hombre podía vivir la vida sobrenatural de la gracia,
sin inconvenientes[4].
La Sagrada Escritura dice: “Pecado es quebrantar la
Ley de Dios” (1 Jn 3, 4), y el que lo
hace, se vuelve sumamente infeliz. Lo que hay que tener en cuenta es que,
cuando Dios nos da sus Mandamientos, es para que, al cumplirlos, seamos
felices. El pecado, que es quebrantar la Ley de Dios, hace sumamente infeliz al
hombre, porque lo aparta de la amistad con Dios, fuente de toda felicidad y
alegría. Por ejemplo: si Dios dice en su Ley: “No robarás”, es porque al no apropiarme
de nada de lo que no me pertenece, mi conciencia está tranquila y nada me
reprocha. Por el contrario, si alguien quebranta ese Mandamiento y roba, es
infeliz, porque su conciencia se lo reprochará a cada momento. Esto nos hace
ver que los Mandamientos de la Ley de Dios están para hacernos felices; es
decir, cuanto más cumplamos sus Mandamientos, más felices seremos, y por el
contrario, cuanto menos cumplamos sus Mandamientos, más desdichados seremos.
Consecuencias
del pecado: enfermedad,
muerte, pobreza, homicidio, ira, discordia, guerras, peleas, avaricia, envidia,
etc.
El pecado hace esclavos del Demonio, sobre todo, el
pecado mortal.
Las consecuencias de un pecado mortal son, además de
los males de la tierra, la pérdida de la gracia y del cielo y merecer el
infierno. Por eso es que los santos dicen que la mayor desgracia que puede
sucederle a una persona en la tierra no es ni un terremoto, ni un tsunami, ni
un incendio, ni la pérdida de todos sus bienes, ni siquiera la pérdida de sus
seres queridos, sino que la mayor desgracia para un hombre en esta tierra, es
el pecado mortal. Como también, la mayor dicha, no son los bienes materiales,
ni el dinero, ni la fama, ni el éxito terreno, sino el estado de gracia
santificante del alma.
El pecado venial no mata al alma, como el mortal,
pero sí debilita la vida de la gracia santificante (aunque no la quita), al
tiempo que dispone al alma para cometer pecados mortales. Un ejemplo gráfico
nos puede ayudar: si a un brasero le tiramos un balde de agua de una sola vez,
se apaga totalmente: el brasero es el Amor de Dios en el alma y el agua que lo
apaga, es el pecado: el alma se queda sin el Amor de Dios, muerta a su gracia;
si al brasero en cambio le vamos tirando pequeñas cantidades de agua, no se apaga
totalmente, pero la intensidad del fuego disminuye: es el pecado venial,
deliberadamente consentido, que va enfriando, de a poco, al alma en el Amor de
Dios.
Práctica: Recordaré siempre lo que pidió Santo Domingo Savio,
a los nueve años, el día que hizo su Primera Comunión: “Antes morir, que
cometer un pecado mortal”. También haré la misma petición para el pecado venial
deliberado. Meditaré en lo que digo en la fórmula de la Confesión Sacramental,
para decirlo con el corazón y no solo con los labios: “Antes querría haber
muerto que haberos ofendido”. Es decir, preferiré morir, antes que cometer un
pecado mortal o venial deliberado, porque es preferible la muerte corporal,
antes que perder la vida eterna por un pecado mortal.
Palabra
de Dios: “El pecado es la
transgresión de la ley de Dios. El que comete pecado traspasa la ley” (1 Jn 3,
4); “Convertíos a Mí y seréis salvos” (Is
45, 22); “Si el impío se aparta de su iniquidad y guarda todos mis
mandamientos, todos los pecados que cometió no le serán recordados” (Ez 18, 21-22); “Velad y orad para no
caer en la tentación” (Mt 26, 41)
(Recordemos que la tentación o incitación al mal, no es pecado, sino su
consentimiento).
Ejercicios
bíblicos: 1 Jn 3, 4; 1 Jn 1, 8; Rm 8, 1; Ped 2, 4. El pecado da muerte al alma y la esclaviza: Ap 3, 1; Jn 8, 34.
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