Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

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miércoles, 6 de julio de 2016

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 28 – El Pecado

Catecismo para Niños de Primera Comunión[1] - Lección 28 – El Pecado 
Doctrina
¿Qué es pecado? Pecado es toda desobediencia voluntaria a la Ley de Dios.
¿De qué manera se comete el pecado? El pecado se comete por pensamiento, deseo, palabra y omisión. Hay que tener en cuenta que “tentación” no es lo mismo que “pecado”: si alguien tiene una tentación, pero la rechaza y lucha contra la misma y no la consiente, NO ES pecado. El pecado es tal cuando se consiente –se afirma y se desea el pecado-, sin oponer lucha ni resistencia contra la tentación. El principio es: si hay lucha, no hay pecado.
¿Cómo puede ser el pecado? El pecado puede ser mortal y venial.
¿Qué es pecado mortal? Pecado mortal es una desobediencia voluntaria a la Ley de Dios en materia grave, con plena advertencia y perfecto conocimiento.
Ejemplos de pecados mortales son: Matar, robar, blasfemar, cometer actos impuros, no ir a Misa los Domingos y días festivos (la ausencia a Misa los Domingos se justifica cuando hay motivos serios y graves para faltar, o por edad, es decir, no es pecado pasados los 65 años), etc.
Ejemplos de pecados veniales: mentira leve, murmuración, etc.
¿Por qué se llama pecado mortal? Se llama mortal porque priva al alma de la vida de la gracia y la hace merecedora de las penas del infierno. El pecado mortal “mata” al alma, en el sentido de que ya no está en ella la vida de la gracia, que la hace participar de la vida de Dios. Una persona en pecado mortal habla, camina, conversa, etc., pero su alma no tiene la vida de la gracia y por eso se dice que está “muerta” por el pecado mortal.
¿Qué debemos hacer cuando hemos tenido la desgracia de caer en pecado mortal? Debemos pedir perdón a Dios con un acto de contrición perfecta –quiere decir que nos duele el haber ofendido a Dios, infinitamente bueno, con la malicia del pecado- y hacer cuanto antes una buena confesión.
Explicación

La única creatura humana que fue concebida en gracia, sin la mancha del pecado original, es la Santísima Virgen María, porque estaba destinada a ser la Madre de Dios.
Nuestros primeros padres, Adán y Eva, cometieron el pecado original, el cual se transmitió a toda la raza humana. Es por eso que todo ser humano que nace en este mundo, nace con el pecado original. Adán y Eva cometieron el pecado original por preferir escuchar la voz de la Serpiente y hacerle caso, antes que escuchar la voz de Dios y obedecerle a Él, infinitamente bueno, por amor. El pecado de Adán y Eva, por el cual perdieron el Paraíso para ellos y para toda la humanidad, se llama “original” porque fue el primer pecado cometido por los hombres. Este pecado original fue la causa de todos los males que vinieron a los hombres –dolor, enfermedad, muerte-, porque Adán y Eva perdieron, a causa del pecado original, los dones preternaturales –inmortalidad, impasibilidad, integridad.
Por el don de la inmortalidad el hombre no sufriría la muerte -que es la separación del alma y el cuerpo- y viviría algún tiempo en el Paraíso Terrestre, siendo trasladado luego al cielo (visión beatífica), sin pasar por el terrible y doloroso transe de la muerte[2].
Por el don de la impasibilidad, el hombre estaba exento de todo dolor o sufrimiento del alma y del cuerpo. Esto quiere decir que ninguna perturbación espiritual o corporal podía alterar la perfecta felicidad natural de nuestros primeros padres en el Paraíso para que su unión con Dios pudiese desarrollarse en paz y tranquilidad[3].
Por el don de la integridad, el hombre era inmune a la concupiscencia desordenada. Esto quiere decir que el primer hombre sabía que Dios era su Creador y lo amaba y que sus sentidos no tenían ningún movimiento desordenado (por ejemplo, no tenía el desorden de los sentidos que consiste en comer por el solo hecho de comer, sin necesidad). Se alimentaba para conservar su propia vida y se unía a su mujer para propagar la especie, según el mandamiento del Señor: “Procread y multiplicaos” (Gn 1, 28). Por este don, el hombre podía vivir la vida sobrenatural de la gracia, sin inconvenientes[4].
La Sagrada Escritura dice: “Pecado es quebrantar la Ley de Dios” (1 Jn 3, 4), y el que lo hace, se vuelve sumamente infeliz. Lo que hay que tener en cuenta es que, cuando Dios nos da sus Mandamientos, es para que, al cumplirlos, seamos felices. El pecado, que es quebrantar la Ley de Dios, hace sumamente infeliz al hombre, porque lo aparta de la amistad con Dios, fuente de toda felicidad y alegría. Por ejemplo: si Dios dice en su Ley: “No robarás”, es porque al no apropiarme de nada de lo que no me pertenece, mi conciencia está tranquila y nada me reprocha. Por el contrario, si alguien quebranta ese Mandamiento y roba, es infeliz, porque su conciencia se lo reprochará a cada momento. Esto nos hace ver que los Mandamientos de la Ley de Dios están para hacernos felices; es decir, cuanto más cumplamos sus Mandamientos, más felices seremos, y por el contrario, cuanto menos cumplamos sus Mandamientos, más desdichados seremos.
Consecuencias del pecado: enfermedad, muerte, pobreza, homicidio, ira, discordia, guerras, peleas, avaricia, envidia, etc.
El pecado hace esclavos del Demonio, sobre todo, el pecado mortal.
Las consecuencias de un pecado mortal son, además de los males de la tierra, la pérdida de la gracia y del cielo y merecer el infierno. Por eso es que los santos dicen que la mayor desgracia que puede sucederle a una persona en la tierra no es ni un terremoto, ni un tsunami, ni un incendio, ni la pérdida de todos sus bienes, ni siquiera la pérdida de sus seres queridos, sino que la mayor desgracia para un hombre en esta tierra, es el pecado mortal. Como también, la mayor dicha, no son los bienes materiales, ni el dinero, ni la fama, ni el éxito terreno, sino el estado de gracia santificante del alma.
El pecado venial no mata al alma, como el mortal, pero sí debilita la vida de la gracia santificante (aunque no la quita), al tiempo que dispone al alma para cometer pecados mortales. Un ejemplo gráfico nos puede ayudar: si a un brasero le tiramos un balde de agua de una sola vez, se apaga totalmente: el brasero es el Amor de Dios en el alma y el agua que lo apaga, es el pecado: el alma se queda sin el Amor de Dios, muerta a su gracia; si al brasero en cambio le vamos tirando pequeñas cantidades de agua, no se apaga totalmente, pero la intensidad del fuego disminuye: es el pecado venial, deliberadamente consentido, que va enfriando, de a poco, al alma en el Amor de Dios.
Práctica: Recordaré siempre lo que pidió Santo Domingo Savio, a los nueve años, el día que hizo su Primera Comunión: “Antes morir, que cometer un pecado mortal”. También haré la misma petición para el pecado venial deliberado. Meditaré en lo que digo en la fórmula de la Confesión Sacramental, para decirlo con el corazón y no solo con los labios: “Antes querría haber muerto que haberos ofendido”. Es decir, preferiré morir, antes que cometer un pecado mortal o venial deliberado, porque es preferible la muerte corporal, antes que perder la vida eterna por un pecado mortal.
Palabra de Dios: “El pecado es la transgresión de la ley de Dios. El que comete pecado traspasa la ley” (1 Jn 3, 4); “Convertíos a Mí y seréis salvos” (Is 45, 22); “Si el impío se aparta de su iniquidad y guarda todos mis mandamientos, todos los pecados que cometió no le serán recordados” (Ez 18, 21-22); “Velad y orad para no caer en la tentación” (Mt 26, 41) (Recordemos que la tentación o incitación al mal, no es pecado, sino su consentimiento).
Ejercicios bíblicos: 1 Jn 3, 4; 1 Jn 1, 8; Rm 8, 1; Ped 2, 4. El pecado da muerte al alma y la esclaviza: Ap 3, 1; Jn 8, 34.



[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla3 1997.
[2] Cfr. es.gaudiumpress.org, en el enlace http://es.gaudiumpress.org/content/35677-Elpecado-original-y-los-dones-preternaturales#ixzz4DdUWKTtb
[3] Cfr. ibidem-
[4] Cfr. ibidem.

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