(Domingo
XVIII – TO – Ciclo C – 2016)
En esta parábola (cfr. Lc
12, 13-21), Jesús nos cuenta de un hombre que tenía muchas tierras y que ganaba mucha plata con las cosechas. Era tanto lo que cosechaba, que hizo construir
almacenes para guardar ahí todo lo que tenía. Era un hombre que tenía mucho,
pero mucho dinero, y decía así: “Ahora que tengo tanto dinero, voy a
descansar y a disfrutar, a comer y a beber, porque con lo tengo almacenado, me
alcanza para vivir toda la vida sin trabajar”. Pero Dios, que lo estaba
escuchando, le dijo: “Insensato, esta noche misma vas a morir, y ¿para quién
será lo que has amontonado?”. Con esta parábola, Jesús nos hace ver que amontonar
dinero y esforzarse para tener cada vez más dinero, no sirve de nada, porque cuando
una persona muere, no se lleva nada material a la vida eterna. Aunque tengamos
una fortuna de mil millones de dólares, por ejemplo, no nos llevaremos ni
siquiera un centavo, además de que ni siquiera alcanzan para comprarnos ni un
solo segundo de vida.
Jesús, que nos ama y quiere que todos vayamos al cielo, nos
hace ver, entonces, que acumular tesoros terrenos no nos sirve para el cielo,
pero al mismo tiempo, Jesús nos dice que sí tenemos que “atesorar tesoros”,
aunque en el cielo, no en la tierra: “Atesorad tesoros en el cielo” (Mt 6, 20). Es decir, Jesús no quiere que
tengamos montañas y montañas de billetes; quiere que tengamos un tesoro, pero
en el cielo, porque los billetes, el oro, la plata, las propiedades, los autos,
por mucho que tengamos, no nos abrirán las puertas del cielo. En cambio, sí nos
abrirán las puertas del cielo los tesoros celestiales. Es como si San Pedro
estuviera a la entrada del Reino de los cielos, y cuando llegamos, nos dice: “Vamos
a ver, ¿tienes alguna fortuna en el cielo?”, y revisa una planilla, y si ve
nuestro nombre ahí, dice: “Ah, tú tienes una gran fortuna en el cielo, puedes
pasar”. En cambio, si revisa su planilla y no encuentra nuestros nombres, nos
dirá: “Lo siento, pero si no tienes fortunas en el cielo, no puedes entrar”.
Entonces, ¿qué tenemos que hacer, para “depositar” una fortuna en el cielo? ¿Es
que tenemos que abrir una cuenta, como en los bancos de la tierra? No, para
tener una fortuna en el cielo, tenemos que amar mucho, pero mucho, a Jesús y a
la Virgen; tenemos que hacer muchas, pero muchas obras buenas; tenemos que
rezar con el corazón y no solo con los labios; tenemos que vivir en gracia y
evitar el pecado; tenemos que cargar la cruz de cada día y seguir a Jesús por
el Camino del Calvario; tenemos que amar a todos, incluidos nuestros enemigos,
como nos pide Jesús: “Ama a tus enemigos”. En pocas palabras, para atesorar
tesoros en el cielo, tenemos que amar a Dios y al prójimo cada día, todos los
días. Sólo así lograremos tener una verdadera fortuna celestial y entonces sí,
con esa fortuna hecha de obras buenas, sí podremos entrar en el cielo, para
estar con Jesús y María para siempre. ¡Para siempre!
No hay comentarios:
Publicar un comentario