Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

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sábado, 23 de julio de 2016

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 29 – El Perdón de los Pecados - Parte 2

Catecismo para Niños de Primera Comunión[1] - Lección 29 – El Perdón de los Pecados - Parte 2
Doctrina
¿Qué es contrición de corazón? Es un dolor o pesar del alma por el que aborrecemos los pecados cometidos y proponemos no volver a cometerlos jamás.
¿De cuántas maneras es la contrición de corazón? De dos maneras: una perfecta y otra menos perfecta, que se llama atrición.
¿Qué es contrición perfecta? Contrición perfecta es un dolor o pesar sobrenatural –quiere decir que es una gracia de Dios- de haber ofendido a Dios, por ser quien es, esto es, por ser infinitamente bueno y digno por sí mismo de ser amado sobre todas las cosas, con propósito de confesarse, enmendarse y cumplir la penitencia. Es como cuando un hijo, luego de haber faltado el respeto a su madre o a su padre, se arrepiente profundamente, al darse cuenta de la malicia de su acto –el pecado-, por un lado, y de la bondad de su madre o su padre –el arrepentimiento perfecto-. Es un arrepentimiento perfecto, nacido del amor que tiene a sus padres.
¿Qué es atrición? Atrición es un dolor o pesar sobrenatural de haber ofendido a Dios, pero no tanto porque Dios es infinitamente bueno, sino que el dolor es por la fealdad del pecado, o por temor al infierno, o por haber perdido la Gloria, e implica el propósito de confesarse y cumplir la penitencia. Es como cuando un hijo, luego de haber faltado el respeto a su madre o a su padre, se arrepiente, pero no tan profundamente, y no porque se da cuenta que sus padres lo aman, sino porque le desagrada la falta cometida, o porque tiene temor al castigo, o porque se da cuenta que recibirá un castigo, como por ejemplo, quedarse sin la mesada mensual, o sin poder ir a visitar a sus amigos. Es un arrepentimiento imperfecto, porque nace del propio orgullo, herido por la fealdad de la falta cometida, o porque en su egoísmo, se da cuenta de que se quedará sin algo bueno que le agradaba, como una salida con sus amigos.
De estos dos dolores, el más perfecto, es el dolor de contrición, porque nace del amor filial, es decir, del amor que el alma tiene a Dios, y porque por él, antes de que uno se confiese, se le perdonan todos los pecados mortales y se pone en gracia de Dios. Es por esto que el dolor de contrición es salvífico, mientras que el dolor de atrición no lo es.
Explicación

En la imagen vemos la realidad del Sacramento de la Confesión: cuando nos confesamos ante el sacerdote ministerial, es Jesús quien perdona los pecados, a través del sacerdote. Es decir, el sacerdote perdona, pero en nombre de Jesucristo, y lo que quita el pecado del alma, es la Sangre de Jesús. El alma, luego de la absolución, queda pura e inmaculada, porque ya no tiene en ella la mancha oscura del pecado, sino que brilla con el esplendor de la gracia santificante de Jesús.
Para poder seguir perdonando a todos los hombres, Jesucristo dio a su Iglesia, es decir, a sus apóstoles y a todos sus sucesores: Papa, obispos, sacerdotes, la facultad divina de perdonar los pecados, por muchos y graves que puedan ser.
La penitencia como “virtud” consiste en el arrepentimiento y detestación de nuestros pecados, y como “sacramento” es un rito instituido pro Jesucristo para perdonarlos.
El pecado mortal se perdona, única y exclusivamente, por el Sacramento de la Penitencia o Confesión Sacramental, en tanto que los pecados veniales se perdonan por los sacramentales, como por ejemplo: agua bendita, el rezo del Santo Rosario y otras oraciones, la Sagrada Comunión (que tiene la virtud de sacramento) y la mortificación voluntaria. Sin embargo, aunque el pecado venial se perdona de esta manera, es conveniente, igualmente, confesarlos, para así ser fortalecidos por la gracia.
El pecado mortal se perdona también con la contrición perfecta y con el propósito de confesarse.
Práctica: Si nos arrepentimos de nuestras faltas, debemos esperar, llenos de confianza, el perdón. Dios es infinitamente misericordioso y perdona absolutamente todos nuestros pecados; el único pecado que no perdona, es el que no se confiesa, por eso es necesario confesarlos a todos, sin callar ninguno. Una buena práctica es confesarnos con el sacerdote cada diez días, aproximadamente.
Palabra de Dios: “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Ez 18, 23); “Volveos a mí, dice el Señor, y Yo me volveré a vosotros” (Zac 1, 3); “En el cielo habrá más alegría por un pecador que haga penitencia, que por noventa y nueve justos que no la necesitan” (Lc 15, 7).
Ejercicios bíblicos: Jn 20, 22-23; Cor 5, 18; Lc 5, 20; Mc 1, 15.




[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla3 1997.

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