(Fiesta de la Dedicación de la Basílica de San Juan de Letrán)
El Evangelio de hoy nos muestra a un Jesús un poco extraño,
o al menos, un Jesús al que pocas veces vemos así: enojado. Pero veamos porqué
se enoja Jesús: se enoja porque unos señores estaban en el templo vendiendo
bueyes y palomas, mientras que otros, estaban sentados en sus mesas, cambiando
monedas de plata y de oro y los echa a latigazos del templo (Jn 2, 13-22). ¿Está mal hacer lo que
hacían estos señores? No, no está mal vender bueyes y palomas, y tampoco está
mal cambiar monedas de oro y de plata; lo que sí está mal, es el lugar donde se
estos señores lo estaban haciendo: el templo de Dios. El templo es un lugar
sagrado, y “sagrado” quiere decir que le pertenece a Dios; es un lugar en donde
se va a hacer oración y nada más que oración. ¿Qué es “hacer oración”? Es
elevar el la mente y el corazón a Dios, y el lugar ideal para hacerlo, es el
templo, porque en el templo hay silencio y todo está limpio, en orden y
perfumado, porque el lugar donde se hace oración, debe estar así: limpio,
ordenado, perfumado, para que la oración sea más fácil hacerla. Pero no se
puede hacer oración si en el templo hay algunos que traen sus animales para
venderlos, porque, por un lado, esos animales –como todos los animales-,
ensucian todo, porque necesitan hacer sus necesidades; además, seguramente, tienen
bichitos, como garrapatas, o pulgas, o en sus pezuñas tienen barro; además,
hacen sonidos propios de animales –mugidos, balidos, ladridos, etc.-, y cuando
lo hacen todos juntos, se hace mucho ruido
Por
todo esto es que Jesús se enoja, porque estos señores no tenían permiso de Él
para vender animales en el templo de su Padre Dios, y tampoco tenían permiso
para vender monedas. Tenían que hacerlo en la plaza, o en el mercado, pero no
en el templo, porque el templo es solo para Dios.
Esto
es lo que nos enseña el Evangelio de hoy: el templo de Dios es solo para rezar, y no para hacer negocios. Pero hay
otra cosa que también tenemos que saber: además del templo que está hecho de
ladrillos, hay otro templo que tenemos que cuidar mucho, y ese templo es
nuestro cuerpo, porque así lo dice la Escritura: “el cuerpo es templo del
Espíritu Santo” (1 Cor 6, 19). ¿Por
qué? Porque cuando nos bautizaron, Dios Padre hizo que la Sangre de las heridas
de Jesús en la cruz cayera sobre nuestras almas, quitándonos la mancha del
pecado original, pero además, su Sangre nos dejó tan pero tan hermosa nuestra
alma y nuestro cuerpo, que el Espíritu Santo dejó los cielos, adonde vivía,
para venir a vivir en nosotros. ¡Y todo gracias al sacrificio de Jesús en la
cruz y a su Sangre derramada por nosotros! Entonces, como nuestro cuerpo y
nuestra alma son “templos del Espíritu Santo”, los tenemos que cuidar y vivir
siempre la pureza del cuerpo y del alma, sin mancharlos con cosas impuras, ni
con mentiras, ni con creencias que son contrarias al Catecismo de la Iglesia
Católica. ¿Y cómo vamos a hacer para mantener siempre puros nuestros cuerpos y
nuestras almas, para que nuestros corazones sean como nidos de luz y de amor en
donde repose siempre la Dulce Paloma del Espíritu Santo?
Consagrando
nuestras vidas al Inmaculado Corazón de María, para que Ella los guarde dentro
de su Purísimo Corazón durante toda nuestra vida en la tierra y los mantenga
limpios y puros, como es Ella, para que cuando pasemos a la otra vida, la vida
eterna, podamos ver a Jesús cara a cara, ¡para siempre!
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