Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

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miércoles, 1 de mayo de 2019

Santo Rosario meditado para NACER: Misterios Luminosos


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         Primer Misterio Luminoso: el bautismo de Jesús (Mt 3, 13-17). Juan el Bautista bautiza a Jesús en el río Jordán. Cuando Jesús se sumerge en el río, junto con Él nos sumergimos nosotros, para morir a la vida del hombre viejo y cuando Jesús sale del río, nosotros salimos juntos con Él, para vivir la vida nueva de la gracia, la vida de los hijos de Dios.

         Segundo Misterio Luminoso: las Bodas de Caná (Jn 2, 1-11). Jesús y la Virgen son invitados a unas bodas en Caná de Galilea. La Virgen se da cuenta que los novios se han quedado sin vino y le pide a su Hijo Jesús que haga el milagro de convertir el agua en vino y aunque Jesús no quiere hacerlo, lo hace sólo porque su Madre se lo pide. Confiemos siempre en la poderosa intercesión del Inmaculado Corazón de María ante su Hijo Jesús y le pidamos a Ella todas las gracias que necesitemos para ir al cielo.

         Tercer Misterio Luminoso: la predicación del Reino de los cielos (Mc 1, 14-15). Cuando ya es adulto, Jesús deja su hogar para salir a predicar al mundo la Buena Noticia: Él, que es Dios Hijo encarnado, ha venido para derrotar al mundo, al demonio y al pecado, con su sacrificio en cruz. Que la Santa Cruz de Jesús sea para nosotros el lugar en el cual siempre queremos estar.

         Cuarto Misterio Luminoso: la Transfiguración en el Monte Tabor (Lc 9, 28-35). Jesús sube al Monte Tabor y se transfigura, lo que quiere decir que brilla con una luz más intensa que miles de millones de soles juntos. Es la luz de la gloria, la misma luz que Él tenía en la eternidad junto a su Padre Dios. Cuando veamos a Jesús todo cubierto de sangre, por culpa de nuestros pecados, recordemos la escena del Monte Tabor, que nos muestra a Jesús como el Dios que con su Pasión y con su Sangre lava nuestros pecados y nos da la gracia de ser hijos adoptivos de Dios.

         Quinto Misterio Luminoso: la institución de la Eucaristía (Mc 14, 22-24). En la Última Cena, Jesús pronuncia las palabras de la consagración sobre el pan y el vino –“Esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre”- y así convierte, al pan y al vino, en su Cuerpo y en su Sangre. Cuando comulguemos, recordemos la Última Cena, para tener presente que la Eucaristía no es un pedacito de pan, sino el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Y así, acordándonos de esto, le demos a Jesús Eucaristía todo el amor de nuestros corazones.