Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

sábado, 26 de septiembre de 2015

El Evangelio para Niños: “Si tu mano, tu pie, tu ojo, son ocasión de pecado, quítalos, para que puedas entrar en el Reino de los cielos”.


(Domingo XXVI – TO – Ciclo B – 2015)

“Si tu mano, tu pie, tu ojo, son ocasión de pecado, quítalos, para que puedas entrar en el Reino de los cielos” (cfr. Mc 9, 38-43. 45. 47-49). En este Evangelio, Jesús nos enseña que las obras malas –el pecado- nos apartan de Dios, porque nos conducen “al infierno”; también nos dice que las obras buenas nos conducen al cielo: hay que hacer obras buenas “…para entrar en el Reino de Dios”. Así, Jesús nos enseña lo que nos enseña el Catecismo: que después de esta vida, hay solo dos lugares posibles: o el Cielo o el Infierno (el Purgatorio es la antesala del cielo; es para los que murieron con poco amor a Dios en el corazón: en el Purgatorio se purifican de esta fala de amor, y cuando ya están llenos del Amor de Dios, pasan al cielo).
Jesús nos dice entonces qué es lo que tenemos que hacer para ir al cielo: evitar el pecado y vivir en gracia; nos hace ver que, si evitamos el pecado y vivimos en gracia, podremos entrar en el Reino de los cielos; pero si no evitamos el pecado –todas las cosas malas que nos apartan de Dios-, nos condenaremos.
¿Qué hacer para evitar el pecado? Para evitar las cosas malas es muy importante tener siempre, en la mente y en el corazón, los Mandamientos de la Ley de Dios, especialmente el Primero, que es el más importante de todos, y luego también el Cuarto, que nos manda “Honrar Padre y Madre”.
¿Y cómo hacer para obrar siempre el bien? Recordando a Jesús crucificado: Jesús se dejó crucificar en las manos, para que yo no hiciera cosas malas con las manos, sino cosas buenas, para que las elevara en acción de gracias y en adoración a Dios y para que las extendiera para ayudar a mis hermanos; Jesús se dejó crucificar en los pies, para que yo no fuera con mis pasos a cometer el pecado, sino que dirigiera mis pasos hacia el bien, para ganarme el cielo; Jesús se dejó coronar de espinas en la cabeza y dejó que su Sangre Preciosísima cayera por su Santa Faz y por sus ojos, para que yo tenga pensamientos buenos; Jesús dejó que la Sangre de su Cabeza coronada de espinas inunde sus ojos, para que yo mire con sus mismos ojos al mundo, para después contemplarlo a Él cara a cara en los cielos y para que mire sólo cosas buenas y no cosas malas; Jesús dejó que la Sangre de su Cabeza inundara sus oídos, para que yo escuche sólo la Palabra de Dios, y no escuche cosas malas; Jesús dejó que su Sangre inundara su nariz, para que yo esté siempre perfumado con su perfume, el perfume de Jesús, que perfuma las almas con “l buen olor de Cristo”; Jesús dejó que la Sangre de su Cabeza coronada de espinas inundara su boca, para que yo hable sólo la Palabra de Dios y cosas buenas, y nunca malas palabras ni nada malo.

Entonces, en este Evangelio, Jesús nos enseña qué tenemos que hacer para ir al cielo: cumplir siempre los Mandamientos y recordarlo a Él en la cruz, pero no solo recordarlo, sino subir a la cruz junto con Él: así, evitaremos el pecado y viviremos siempre con su gracia en el corazón, hasta el feliz día en que nos toque comenzar a verlo cara a cara, en el cielo.

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 15 – Descendió a los infiernos

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 15 – Descendió a los infiernos[1] 

         Doctrina

         ¿Cuál es el infierno al que bajó Jesucristo después de muerto? No es el lugar de los condenados, sino el Limbo, donde estaban los justos.

         ¿Para qué bajó Jesucristo al Limbo de los justos? Para sacar a las almas de los Santos Padres, que estaban esperando su venida.

         ¿Cómo bajó? Con el Alma Santísima unida a la divinidad, así como la divinidad permaneció también unida a su Cuerpo Santísimo, que yacía tendido en el sepulcro, a la espera de la Resurrección. Es decir, cuando Jesús murió, su alma se separó de su cuerpo, pero su divinidad permaneció unida tanto a su alma como a su divinidad.

Explicación de la imagen


Jesús desciende al Limbo de los justos, con su Divinidad unida a su Alma Santísima 

En esta imagen vemos a Nuestro Señor Jesucristo que se presenta a las almas de los justos que estaban retenidas en el Limbo de los justos o seno de Abraham. Mientras tiende la mano derecha para sacar a las almas, en su mano izquierda sostiene el estandarte victorioso de la Santa Cruz; está de pie sobre el demonio, que yace vencido y derrotado para siempre por el poder divino de Jesús, que lo venció en la cruz.
Al morir el Viernes Santo en la cruz, su Alma se separó de su Cuerpo, como sucede en la muerte de todo hombre, pero como Jesús es el Hombre-Dios, al morir, su divinidad permaneció unida, tanto al Alma como al Cuerpo. Fue con su Alma gloriosa, llena de la luz y de la gloria divinas, que Jesús bajó al Limbo de los justos. A este lugar se lo llama también “infierno”, pero no es de ninguna manera el infierno de los condenados. En el Limbo de los justos estaban las almas de los patriarcas y de los profetas y también las de todos los hombres que en el Antiguo Testamento murieron en amistad con Dios, siendo fieles hasta la muerte a los Mandamientos de la Ley de Dios. Jesús desciende con su Alma gloriosa, para anunciarles a los justos la redención y para llevarlos al cielo.
Este es un artículo de fe contenido en la Sagrada Escritura, confirmado por los Padres de la Iglesia y propuesto en los símbolos de la fe (el credo): “…descendió a los infiernos, al tercer resucitó de entre los muertos, subió a los cielos…”. Esto quiere decir que, como católicos, tenemos que creer firmemente en esta Verdad revelada.
A causa del pecado original, las puertas del cielo estaban cerradas para los hombres, y es por eso que las almas de los justos del Antiguo Testamento, si bien habían muerto en amistad con Dios y permaneciendo fieles a sus Mandamientos, no podían sin embargo entrar en el Reino de los cielos. Al bajar al Limbo de los justos, Jesús los hizo bienaventurados, llevándolos consigo al cielo.
Cuando Jesús bajó al Limbo de los justos, su Cuerpo quedó en la cruz primero y en el sepulcro después; por eso es que bajó sólo su Alma unida a la divinidad porque, como dijimos, la divinidad -es decir, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad- nunca se separó ni de su Cuerpo, ni de su Alma.

Práctica: Si el Alma de Jesús fue al encuentro de los justos que esperaban la redención encarcelados en el seno de Abraham, también yo debo vivir con la esperanza (si imito en mi vida a las almas santas) de que Jesús vendrá a mi encuentro para llevarme al cielo al salir de la cárcel de este cuerpo mortal. “Estad preparados, en la hora que menos penséis vendrá el Hijo del hombre” (Lc 12, 40).

Palabra de Dios: “También Cristo murió una vez por los pecados, el Justo por los injustos, para llevarnos a Dios. Fue muerto en la carne, pero vivificado según el espíritu, y en él fue a predicar (a anunciar a todos la redención) a los espíritus encarcelados (a cuantas almas estaban allí encerradas)” (1 Pe 3, 18-19).

Ejercicios bíblicos: Lc 24, 6-7; Ef 4, 8; Mc 15, 39; Col 1, 13-14.



[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla3 1997.

domingo, 20 de septiembre de 2015

El Evangelio para Niños: “Jesús habla de su cruz, pero sus amigos no entienden lo que les dice y discuten entre ellos”



(Domingo XXV - TO – Ciclo B – 2015)

         ¿Qué les dice Jesús a sus amigos? Jesús les dice que Él tiene que sufrir mucho, que tiene que subir a la cruz y morir, para después resucitar (cfr. Mc 9, 30-37).
         ¿Qué contestan sus amigos? No le contestan nada, porque “no entienden” qué es lo que Jesús les está diciendo.
         ¿Qué hacen los amigos de Jesús en el camino? Se ponen a discutir para ver cuál de ellos es “el más grande”.
         ¿Está bien que discutan así? No, no está bien, porque eso quiere decir que tienen en sus corazones algo que no le gusta a Dios y es el pecado de soberbia.
         ¿Qué les dice Jesús? Que el que quiera ser “el primero” tiene que ser “el último” y el “servidor” de todos.
         ¿Cómo es posible que el primero sea el último? Porque Dios ve con ojos distintos a los ojos del hombre y para Él, el primero de todos es Jesús en la cruz, aunque los hombres lo vean como último. Jesús en la cruz parece el último de todos, pero es el primero, porque Dios lo ve como el primero. Jesús dio su vida y derramó su Sangre en la cruz, y por eso es el primero, aunque parezca ser último.
         ¿Y porqué Jesús quiere que seamos como servidores? Porque Él está como el que sirve a la mesa, no como el que se sienta a la mesa: “Estoy a la mesa como el que sirve” (Lc 22, 27). Si Jesús, que es Dios, está a la mesa como el que sirve, entonces nosotros también.

         Entonces, si amamos a Jesús, “hagamos lo que Él nos dice”: subamos a la cruz junto con Él, para ser los primeros a los ojos de Dios, Nuestro Padre.

domingo, 13 de septiembre de 2015

El Evangelio para Niños: Jesús nos dice qué hacer para ir al cielo



(Domingo XXIV – TO – Ciclo B – 2015)

         En este Evangelio, Jesús nos dice qué es lo que tenemos que hacer para ir al cielo. Primero, lo que tenemos que hacer, es querer seguirlo a Él, porque Él es el Único Camino al cielo: “El que quiera seguirme”, dice Jesús, porque Jesús va al cielo, pero nadie va a ir obligado, sólo va a ir el que quiera seguir a Jesús, y lo va a seguir, aquel que ame a Jesús. ¿Por dónde va al cielo Jesús? Va por el camino del Calvario, cargando su Cruz.
         Después dice: “Que tome su cruz de cada día”. Aquí nos damos cuenta de adónde va Jesús: al Calvario, a subir a la cruz. Él lleva la cruz, el que lo quiera seguir, tiene que tomar su propia cruz de cada día y seguirlo, porque no puede ser que Jesús vaya al Calvario, con la cruz, y nosotros lo seguimos sin la cruz. El que quiera seguir a Jesús, tiene que hacerlo con la cruz propia, de todos los días. Y no quiere decir tomar la cruz de mala gana, sino con amor, abrazando la cruz, de la misma forma a como lo hace Jesús, que abraza la cruz con amor.
         “Niéguese a sí mismo y me siga”: negarnos a nosotros mismos. ¿Qué quiere decir? No quiere decir pararme delante del espejo y decir: “Yo no soy Juan”, “Yo no soy Margarita”. “Negarse a uno mismo” quiere decir no dejarme llevar por mis enojos, por mis impaciencias, por mi pereza, por mis ganas de no rezar, por mi forma de contestar mal a mis papás; quiere decir, no solo no pelear, sino ser bueno con todos, como el Sagrado Corazón de Jesús. Solo de esa manera, podré ir detrás de Jesús, que va camino del Calvario, con la cruz y sólo así voy a poder ir al cielo, porque el Calvario, con Jesús, es la Puerta abierta al cielo. 
       Entonces, ¿cómo vamos a ir al cielo?
       Amando a Jesús, 
       Cargando la cruz de todos los días,
       negándonos a nosotros mismos,
       y siguiendo a Jesús por el Camino de la Cruz.
         

viernes, 11 de septiembre de 2015

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 14 – Cristo muerto y sepultado

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 14 – Cristo muerto y sepultado[1]  

         Doctrina

         ¿Qué quiere decir “fue muerto y sepultado”? “Fue muerto y sepultado” quiere decir que Jesucristo murió verdaderamente y verdaderamente fue puesto en el sepulcro. Con esto afirmamos que Cristo tuvo un cuerpo real, como el nuestro, porque algunos decían que el cuerpo de Jesús no era real. Al decir que “fue muerto y sepultado”, estamos diciendo que su cuerpo, que era real, murió realmente en la cruz, fue descendido de ella y luego llevado al sepulcro, excavado en la roca.

         ¿A dónde fue el alma de Jesús después de muerto? El alma de Jesús, después de muerto, fue al limbo, al encuentro de las almas de los justos del Antiguo Testamento, para liberarlos. Cuando Jesús murió, se separó su Cuerpo de su Alma, como sucede cuando alguien se muere; su Cuerpo quedó en el sepulcro, mientras que su Alma bajó al Hades. Pero como Él era Dios, su divinidad no se separó nunca, ni del Cuerpo, ni de su Alma. Por eso fue que su Alma pudo bajar al Hades, porque estaba unida a la divinidad, y por eso fue que su Cuerpo resucitó, glorioso, el Domingo de Resurrección, porque estaba unido a su divinidad. Si Jesús no hubiera sido Dios, entonces su Cuerpo no habría resucitado y su Alma no podría haber bajado al Hades para liberar a los justos del Antiguo Testamento, como lo hizo. Jesús murió realmente en la Cruz, con su Cuerpo real, y así lo dice el Evangelio, porque usan la palabra “expirar” (que significa “dar el último aliento”) para referirse a la muerte de alguien. Otra confirmación de la muerte de Jesús la tenemos también en el Evangelio, cuando dice que los soldados “no le quebraron las piernas, porque ya estaba muerto”: “como le vieron muerto, no le rompieron las piernas” (Jn 19, 31-33).

         Explicación

El entierro de Jesús
(óleo)

Después de morir en la cruz, Jesús fue bajado de la cruz y fue recibido por su Madre, la Virgen, quien con sus lágrimas, lavó su Santa Faz, que estaba toda cubierta de Sangre, de tierra, de barro y de los salivazos recibidos en la Pasión. Luego, José de Arimatea y Nicodemo pidieron permiso a Pilatos para llevar el Cuerpo muerto de Jesús, al sepulcro. José de Arimate y Nicodemo, acompañados de la Virgen, de San Juan, de María Magdalena y de las piadosas mujeres de Jerusalén, llevaron, en procesión fúnebre, al cadáver de Jesús hasta el sepulcro, que estaba construido en una cueva o excavado en la piedra. El Evangelio dice que “era nuevo” y que “nadie había sido puesto antes en él”. Como sus enemigos se acordaban de las palabras de Jesús, de que Él iba a “resucitar al tercer día” (Mt 17, 22; 27, 63-64), pusieron una guardia de soldados junto al sepulcro después de haber sellado la entrada con una piedra (Mt 26, 66). Jesús fue envuelto en un sudario, llamado “Sábana Santa” y su Cuerpo fue ungido con perfumes, como hacían los judíos. Cuando Jesús resucitó, en la Sábana Santa quedó impresa la luz de su gloria, la gloria que salía de su Cuerpo resucitado; por eso, la Sábana Santa es una prueba de la Resurrección de Jesús. El perfume con el que ungieron su Cuerpo, simboliza al Espíritu Santo, que nunca se separó del Cuerpo de Jesús. Debido a que el Espíritu Santo nunca se separó del Cuerpo muerto de Jesús, su cadáver nunca experimentó la corrupción, como nos sucede a todos nosotros en la muerte. Esto era necesario para que se cumpliera la profecía: “No dejarás que tu justo experimente la corrupción” (Sal 16, 10).
         El sepulcro donde fue colocado el Cuerpo muerto de Jesús, es una figura de nuestros corazones, cuando están sin la gracia de Dios: así como el sepulcro es oscuro, frío, duro, porque es piedra, así es nuestro corazón cuando está sin la gracia de Dios: oscuro, porque no tiene la luz de Dios; frío, porque no tiene el Amor de Dios; duro, porque no tiene amor a los hermanos.
         Cuando Jesús resucita, todo cambia en el sepulcro: se llena de luz, que es la luz de la gloria de Jesús, el Hijo de Dios; el sepulcro, iluminado por la gloria de Dios, es imagen de nuestros corazones en gracia: así como el sepulcro se llena de luz y está todo iluminado, así nuestros corazones, cuando están en gracia, están iluminados por la luz de la gracia, y por la gracia, obtienen el Amor de Dios, que nos permite amar a Dios y a los hermanos. Además, el sepulcro con Jesús con su Cuerpo resucitado, es imagen de nuestros corazones, que reciben a Jesús en la Eucaristía, porque en la Eucaristía, Jesús tiene el mismo Cuerpo resucitado y lleno de la gloria de Dios, como el Domingo de Resurrección.
         El Viernes Santo, cuando Jesús murió en la cruz, su Madre, la Virgen, lo recibió entre sus brazos y lloró con mucha pena y amargura por la muerte del Hijo de su Amor, cumpliendo así lo que dice el libro de las Lamentaciones: “Ustedes, que pasan por el camino, observen y vean si hay dolor como mi dolor” (1, 12): era el dolor de su Inmaculado Corazón, en el que estaba todo el dolor del mundo; luego, cuando Jesús fue puesto en el sepulcro, la Virgen permaneció todo el Sábado Santo, al lado del sepulcro, en soledad, haciendo duelo por la muerte de Jesús. Pero como la Virgen “guardaba todas estas cosas en su Inmaculado Corazón” (cfr. Lc 2, 19), Ella se acordaba que su Hijo había dicho que iba a resucitar al tercer día y a raíz de esa promesa de Jesús, es que la Virgen, en medio de su dolor, estaba tranquila y serena, e incluso alegre, porque sabía que su Hijo era Dios y que como Dios, iba a vencer a la muerte e iba a resucitar.

         Práctica: cuando vea un sepulcro, me hará recordar que todos hemos de morir algún día, pero que también, si somos fieles a la gracia de Jesús, resucitaremos también un día, para ir al Reino de los cielos y vivir para siempre con Jesús y María. Reconociendo la malicia del pecado, que fue la causa de la muerte de Jesús, me esforzaré por vivir en gracia.

         Palabra de Dios: “Una vez muerto Jesús, José de Arimatea fue a Pilatos para pedirle el cadáver de Jesús. Pilatos ordenó entonces que le fuese entregado”. Él, tomando el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en su propio sepulcro, del todo nuevo que había sido excavado en la peña y corriendo una piedra grande a la puerta del sepulcro, “se fue”. Pilatos autorizó a los príncipes de los sacerdotes y fariseos para que pusieran guardia en el sepulcro hasta el día tercero (Mt 27, 57-66).

         Ejercicios bíblicos: Mc 14, 44; Lc 22, 48; Mt 27, 4; Mc 15, 45-46.



[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla3 1997.

sábado, 5 de septiembre de 2015

El Evangelio para Niños: Jesús cura a un sordomudo



(Domingo XXIII – TO – Ciclo B – 2015)

En este Evangelio, Jesús cura a un sordomudo, una persona que no podía ni escuchar ni hablar. Toca sus oídos con sus dedos, y con su saliva, toca su lengua, e inmediatamente, el sordomudo recupera el oído y el habla.
Jesús lo puede hacer porque es Dios Hijo: su poder divino pasa desde Él, por su cuerpo, así como la corriente pasa por un cable, y se produce la curación milagrosa. Una vez curado, el sordomudo se pone a dar gracias a Jesús y a glorificar a Dios, de tan contento que estaba.
Ahora, si nos fijamos bien, nosotros hemos recibido, el día de nuestro bautismo, un milagro mucho más grande que el que recibió el sordomudo, porque Jesús, con el bautismo, nos curó de la sordomudez del alma. ¿Cómo sucedió eso? Cuando el sacerdote hizo la señal de la cruz en nuestros oídos y en nuestros labios, pidiendo que se abran al Evangelio. Ahí quedó curada nuestra alma, que por el pecado original, era sorda y muda a la Palabra de Dios.
Pero también recibimos algo más del Amor de Jesús: el sacerdote hizo la señal de la cruz en nuestra cabeza, para que nuestra mente se abriera a la Sabiduría de Dios, e hizo la señal de la cruz en nuestro pecho, a la altura del corazón, para que se abriera al Amor de Dios.
Por todo esto, tenemos que escuchar bien atentos, con los oídos del alma, que Jesús nos abrió en el bautismo, a la Palabra de Dios, que nos habla, principalmente, en los Mandamientos. Para los niños y jóvenes, en dos mandamientos principalmente: el primero, que dice: “Amarás a Dios por sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”, y el cuarto, que dice: “Honrarás padre y madre”. Escuchemos la Palabra de Dios y la pongamos en práctica, y para ponerla en práctica, lo único que tenemos que hacer es amar: a Dios, en primer lugar, a nuestros padres y madres, a nuestros hermanos, a nuestros prójimos, y a nosotros mismos.

Así, vamos a ser como el sordomudo del Evangelio, que después de curado, glorificaba a Dios y lo amaba con todo el corazón.