Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

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viernes, 11 de septiembre de 2015

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 14 – Cristo muerto y sepultado

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 14 – Cristo muerto y sepultado[1]  

         Doctrina

         ¿Qué quiere decir “fue muerto y sepultado”? “Fue muerto y sepultado” quiere decir que Jesucristo murió verdaderamente y verdaderamente fue puesto en el sepulcro. Con esto afirmamos que Cristo tuvo un cuerpo real, como el nuestro, porque algunos decían que el cuerpo de Jesús no era real. Al decir que “fue muerto y sepultado”, estamos diciendo que su cuerpo, que era real, murió realmente en la cruz, fue descendido de ella y luego llevado al sepulcro, excavado en la roca.

         ¿A dónde fue el alma de Jesús después de muerto? El alma de Jesús, después de muerto, fue al limbo, al encuentro de las almas de los justos del Antiguo Testamento, para liberarlos. Cuando Jesús murió, se separó su Cuerpo de su Alma, como sucede cuando alguien se muere; su Cuerpo quedó en el sepulcro, mientras que su Alma bajó al Hades. Pero como Él era Dios, su divinidad no se separó nunca, ni del Cuerpo, ni de su Alma. Por eso fue que su Alma pudo bajar al Hades, porque estaba unida a la divinidad, y por eso fue que su Cuerpo resucitó, glorioso, el Domingo de Resurrección, porque estaba unido a su divinidad. Si Jesús no hubiera sido Dios, entonces su Cuerpo no habría resucitado y su Alma no podría haber bajado al Hades para liberar a los justos del Antiguo Testamento, como lo hizo. Jesús murió realmente en la Cruz, con su Cuerpo real, y así lo dice el Evangelio, porque usan la palabra “expirar” (que significa “dar el último aliento”) para referirse a la muerte de alguien. Otra confirmación de la muerte de Jesús la tenemos también en el Evangelio, cuando dice que los soldados “no le quebraron las piernas, porque ya estaba muerto”: “como le vieron muerto, no le rompieron las piernas” (Jn 19, 31-33).

         Explicación

El entierro de Jesús
(óleo)

Después de morir en la cruz, Jesús fue bajado de la cruz y fue recibido por su Madre, la Virgen, quien con sus lágrimas, lavó su Santa Faz, que estaba toda cubierta de Sangre, de tierra, de barro y de los salivazos recibidos en la Pasión. Luego, José de Arimatea y Nicodemo pidieron permiso a Pilatos para llevar el Cuerpo muerto de Jesús, al sepulcro. José de Arimate y Nicodemo, acompañados de la Virgen, de San Juan, de María Magdalena y de las piadosas mujeres de Jerusalén, llevaron, en procesión fúnebre, al cadáver de Jesús hasta el sepulcro, que estaba construido en una cueva o excavado en la piedra. El Evangelio dice que “era nuevo” y que “nadie había sido puesto antes en él”. Como sus enemigos se acordaban de las palabras de Jesús, de que Él iba a “resucitar al tercer día” (Mt 17, 22; 27, 63-64), pusieron una guardia de soldados junto al sepulcro después de haber sellado la entrada con una piedra (Mt 26, 66). Jesús fue envuelto en un sudario, llamado “Sábana Santa” y su Cuerpo fue ungido con perfumes, como hacían los judíos. Cuando Jesús resucitó, en la Sábana Santa quedó impresa la luz de su gloria, la gloria que salía de su Cuerpo resucitado; por eso, la Sábana Santa es una prueba de la Resurrección de Jesús. El perfume con el que ungieron su Cuerpo, simboliza al Espíritu Santo, que nunca se separó del Cuerpo de Jesús. Debido a que el Espíritu Santo nunca se separó del Cuerpo muerto de Jesús, su cadáver nunca experimentó la corrupción, como nos sucede a todos nosotros en la muerte. Esto era necesario para que se cumpliera la profecía: “No dejarás que tu justo experimente la corrupción” (Sal 16, 10).
         El sepulcro donde fue colocado el Cuerpo muerto de Jesús, es una figura de nuestros corazones, cuando están sin la gracia de Dios: así como el sepulcro es oscuro, frío, duro, porque es piedra, así es nuestro corazón cuando está sin la gracia de Dios: oscuro, porque no tiene la luz de Dios; frío, porque no tiene el Amor de Dios; duro, porque no tiene amor a los hermanos.
         Cuando Jesús resucita, todo cambia en el sepulcro: se llena de luz, que es la luz de la gloria de Jesús, el Hijo de Dios; el sepulcro, iluminado por la gloria de Dios, es imagen de nuestros corazones en gracia: así como el sepulcro se llena de luz y está todo iluminado, así nuestros corazones, cuando están en gracia, están iluminados por la luz de la gracia, y por la gracia, obtienen el Amor de Dios, que nos permite amar a Dios y a los hermanos. Además, el sepulcro con Jesús con su Cuerpo resucitado, es imagen de nuestros corazones, que reciben a Jesús en la Eucaristía, porque en la Eucaristía, Jesús tiene el mismo Cuerpo resucitado y lleno de la gloria de Dios, como el Domingo de Resurrección.
         El Viernes Santo, cuando Jesús murió en la cruz, su Madre, la Virgen, lo recibió entre sus brazos y lloró con mucha pena y amargura por la muerte del Hijo de su Amor, cumpliendo así lo que dice el libro de las Lamentaciones: “Ustedes, que pasan por el camino, observen y vean si hay dolor como mi dolor” (1, 12): era el dolor de su Inmaculado Corazón, en el que estaba todo el dolor del mundo; luego, cuando Jesús fue puesto en el sepulcro, la Virgen permaneció todo el Sábado Santo, al lado del sepulcro, en soledad, haciendo duelo por la muerte de Jesús. Pero como la Virgen “guardaba todas estas cosas en su Inmaculado Corazón” (cfr. Lc 2, 19), Ella se acordaba que su Hijo había dicho que iba a resucitar al tercer día y a raíz de esa promesa de Jesús, es que la Virgen, en medio de su dolor, estaba tranquila y serena, e incluso alegre, porque sabía que su Hijo era Dios y que como Dios, iba a vencer a la muerte e iba a resucitar.

         Práctica: cuando vea un sepulcro, me hará recordar que todos hemos de morir algún día, pero que también, si somos fieles a la gracia de Jesús, resucitaremos también un día, para ir al Reino de los cielos y vivir para siempre con Jesús y María. Reconociendo la malicia del pecado, que fue la causa de la muerte de Jesús, me esforzaré por vivir en gracia.

         Palabra de Dios: “Una vez muerto Jesús, José de Arimatea fue a Pilatos para pedirle el cadáver de Jesús. Pilatos ordenó entonces que le fuese entregado”. Él, tomando el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia y lo depositó en su propio sepulcro, del todo nuevo que había sido excavado en la peña y corriendo una piedra grande a la puerta del sepulcro, “se fue”. Pilatos autorizó a los príncipes de los sacerdotes y fariseos para que pusieran guardia en el sepulcro hasta el día tercero (Mt 27, 57-66).

         Ejercicios bíblicos: Mc 14, 44; Lc 22, 48; Mt 27, 4; Mc 15, 45-46.



[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla3 1997.

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