Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

miércoles, 9 de marzo de 2016

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 20 - Los Novísimos - Parte 3 – El Purgatorio - Las penas del Infierno


         Doctrina
         ¿Qué es el Purgatorio? El Purgatorio es un estado de sufrimiento en el que se purifican, antes de entrar en el cielo, los que mueren en gracia de Dios, sin haber satisfecho por sus pecados.
         El Purgatorio según el Catecismo de la Iglesia Católica[2]
1030 Los que mueren en la gracia y en la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.
1031 La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al purgatorio sobre todo en los Concilios de Florencia (cfr. DS 1304) y de Trento (cfr. DS 1820; 1580). La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura (por ejemplo 1 Co 3, 15; 1 P 1, 7) habla de un fuego purificador: “Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador, según lo que afirma Aquel que es la Verdad, al decir que si alguno ha pronunciado una blasfemia contra el Espíritu Santo, esto no le será perdonado ni en este siglo, ni en el futuro (Mt 12, 31). En esta frase podemos entender que algunas faltas pueden ser perdonadas en este siglo, pero otras en el siglo futuro” (San Gregorio Magno, Dialogi 4, 41, 3).
1032 Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura: "Por eso mandó [Judas Macabeo] hacer este sacrificio expiatorio en favor de los muertos, para que quedaran liberados del pecado" (2 M 12, 46). Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (cf. DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos: “Llevémosles socorros y hagamos su conmemoración. Si los hijos de Job fueron purificados por el sacrificio de su padre (cfr. Jb 1, 5), ¿por qué habríamos de dudar de que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo? [...] No dudemos, pues, en socorrer a los que han partido y en ofrecer nuestras plegarias por ellos” (San Juan Crisóstomo, In epistulam I ad Corinthios homilia 41, 5).
¿Qué es el Infierno? El Infierno es un lugar de tormentos para las almas que mueren en pecado mortal. El Infierno es real y para siempre: es eterno.
         ¿Qué penas sufren los condenados en el infierno? Los condenados en el Infierno sufren la privación eterna de Dios, que se llama pena de daño y el fuego eterno, que se llama pena de sentido.
         Hay muchos que dicen que siendo Dios tan misericordioso, no puede castigar con el Infierno eterno. A esto hay que decir que es verdad que Dios es infinitamente misericordioso, pero al mismo tiempo, también es infinitamente justo; de lo contrario, no sería Dios. Por otra parte, Dios respeta nuestra libertad y si alguien no quiere arrepentirse de sus pecados, no quiere confesarlos y no quiere estar con Dios en el cielo, a ese tal, Dios no lo obligará a hacer lo que no quiere. Y si esa persona muere con sus pecados, porque no los quiso confesar, porque no quería estar con Dios en el cielo, ¿no sería una injusticia para con Dios culparlo de la libre decisión de esa persona de apartarse de Él? Dios no es culpable de que algunas personas no lo amen, pero si no quieren estar con Él en el cielo, Dios respeta esta decisión, pero no se puede culpar a Dios por esta separación. Si uno cierra la ventana para quedarse a oscuras en una habitación y no deja que entre la luz del sol, ¿quién tiene la culpa de que el sol no lo alumbre? ¿El sol? Evidentemente, no; pues lo mismo sucede con Dios y con aquel que no desea estar con Él.
         Práctica: al estar en peligro de pecado mortal, me acordaré de las penas del Infierno. El mayor dolor será el estar separados de Dios para siempre y por eso pediré la gracia que pedía Santo Domingo Savio: “Morir antes que pecar”.
         Para aliviar a las Benditas Almas del Purgatorio, rezaré por ellas y haré buenas obras para ofrecérselas a Dios, para que prontamente salgan del Purgatorio y entren en la felicidad del Reino de los cielos.
         Palabra de Dios: Jesús dirá a los impíos: “Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno… y estos irán al suplicio eterno” (Mt 25, 41-46). Los condenados “serán castigados a eterna ruina, lejos de la faz del Señor y de la gloria de su poder” (2 Tes 1, 9). “El Diablo que los extraviaba… será arrojado en el estanque de azufre y fuego… y serán atormentados día y noche  por los siglos de los siglos” (Ap 20, 10). Léase: Lc 16, 19-31.
         Ejercicios bíblicos: Ap 21, 8; Mt 25, 46; Lc 16, 23,




[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla3 1997.
[2] http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p123a12_sp.html

martes, 8 de marzo de 2016

La importancia de enseñar el Catecismo a los niños


         El Papa San Pío X es el Patrono de los Catequistas porque tanto como sacerdote, como obispo y luego como Papa, hizo todo lo posible por impulsar la enseñanza del Catecismo y por mantener la pureza de la doctrina. San Pío X era consciente de que la fe recibida en el Bautismo debía ser nutrida y acrecentada por medio de una buena enseñanza del catecismo, el cual debía ser fiel a las verdades reveladas y confiadas a la Iglesia para su custodia e interpretación. Para el Papa, sólo de este modo el ser humano podía vivir su vida cotidiana, desde su más tierna infancia, según la Verdad Divina, custodiada por el Magisterio de la Iglesia. También era muy consciente que lo contrario, esto es, que los niños crecieran en la ignorancia religiosa, constituía el peligro más grande que le puede suceder a un alma en esta vida, porque si alguien no guía sus pasos en la vida por la luz de la Verdad Revelada y enseñada por el Magisterio de la Iglesia –la “Puerta angosta” de la salvación-, entonces, inevitablemente, comienza a recorrer el espacioso sendero que lleva a la perdición: “Ancha es la senda que lleva a la perdición y estrecho el camino que lleva a la vida eterna” (Mt 7, 13). La enseñanza del Catecismo es entonces, para un niño, una enseñanza incomparablemente mayor que cualquier enseñanza que pueda adquirir por medio de las ciencias humanas, porque las ciencias humanas, a lo sumo, pueden proporcionarle una vida terrena sin sobresaltos, mientras que el Catecismo les enseña el Camino de la eterna salvación. De esto debe estar bien consciente el catequista, para que ponga todo su empeño en preparar las clases de Catecismo, de modo de poder enseñar con la mayor claridad posible a sus niños.
         Ahora bien, algo a tener en cuenta, y que es muy importante, es que el objetivo de la enseñanza del Catecismo es enseñar la Verdad revelada, sí, pero que esa Verdad en sí misma no es algo abstracto, etéreo, sin nombre y sin rostro: la Verdad que el niño debe aprender y amar en su aprendizaje del Catecismo, tiene un nombre y un rostro y es el nombre y el rostro del Hombre-Dios, Jesús de Nazareth. El objetivo final del Catecismo es que los niños, además de conocer y amar las verdades de nuestra fe –que es la fe más hermosa del mundo-, conozcan y amen a Jesús de Nazareth, el Señor de la gloria, el Kyrios, el Redentor, el Hombre-Dios. Mal podría enseñar Catecismo un catequista que pensara que su meta final es que los niños aprendan “de memoria” las preguntas y respuestas del Catecismo y se diera por satisfecho con esto; es necesario, sí, que los niños utilicen su memoria y su inteligencia y que sepan –y con cuanta mayor precisión, mejor- las verdades de la Santa Fe Católica, pero se perdería en sus objetivos si no tuviera en cuenta que el niño, al finalizar el período de Catecismo –dos años para Primera Comunión y un año para Confirmación- tuviera, en su mente y en su corazón, las verdades por un lado y a Jesús por otro. Esta discordancia entre verdad aprendida en Catecismo y Verdad encarnada en Jesucristo –y prolongada en la Eucaristía-, es lo que explica –al menos, en gran medida- el hecho de que los niños, luego del período del Catecismo, abandonen literalmente la Iglesia, para no regresar más, y si alguno regresa, es por motivos circunstanciales. Un ejemplo de identificación entre lo enseñado por el Magisterio -el Catecismo- y la Verdad encarnada, Jesucristo, es la niña beata Imelda Lambertini: no sólo sabía que la Eucaristía era Jesús, sino que amaba a Jesús oculto en la Eucaristía y fue tan intenso este amor, que la llevó a morir en un éxtasis místico el día que hizo su Primera Comunión.
         No pretendemos que nuestros niños sean émulos de Imelda Lambertini –sobre todo, porque cada gracia es particular y personal, y la gracia recibida por Imelda, no necesariamente la recibirán otros niños-, pero sí debemos pretender que en la mente y en el corazón de los niños se identifiquen la Verdad enseñada en las clases de Catecismo, con la Verdad encarnada, crucificada y gloriosa y resucitada en la Eucaristía, Nuestro Señor Jesucristo.

         

Via Crucis meditado para Niños y Jóvenes


         Oración inicial
         Jesús, queremos unirnos a tu Pasión en cuerpo y alma y, para ello, vamos a recorrer Contigo las estaciones de tu agonía y muerte. Así como la Virgen, Nuestra Señora de los Dolores, te acompañó a lo largo del Via Crucis, también nosotros, unidos a Nuestra Madre del cielo, deseamos unirnos al sacrificio que nos dio la vida eterna. Por este sacrificio tuyo en la cruz hemos recibido la gracia de Dios y hemos sido convertidos en hijos adoptivos del Padre; por este sacrificio tuyo, hemos sido salvados, porque nos perdonaste los pecados y nos abriste las puertas del cielo. Ayúdanos a seguirte por el Camino de la Cruz en esta vida, para luego reinar Contigo en la vida eterna. Amén.
         
         1ª Estación: Jesús es condenado a muerte.
         G: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
         R: Porque por tu Santa Cruz, redimiste al mundo.
       Reflexión: Amado Jesús, eres condenado injustamente a morir en la cruz, a causa de nuestros pecados. Somos nosotros los que deberíamos ser crucificados, pero Tú ofreces tu Vida al Padre para nuestra salvación. ¡Madre mía, que yo desee morir, antes que pecar!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
         
         2ª Estación: Jesús carga con la cruz y marcha camino del Calvario.
         G: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
         R: Porque por tu Santa Cruz, redimiste al mundo.
         Reflexión: ¡Oh amado Jesús, cuánto te pesa la cruz! En ella llevas mis pecados, que quedarán lavados con tu Sangre Preciosísima. ¡Madre mía, dame un verdadero dolor de los pecados!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

3ª Estación: Jesús cae por primera vez.
         G: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
         R: Porque por tu Santa Cruz, redimiste al mundo.
         Reflexión: Jesús cae de rodillas, agobiado por el peso de la cruz. ¡Oh Jesús, te doy gracias por tu Amor, porque tropiezas y caes para que yo pueda caminar firme por el Camino del Calvario, que lleva a la Casa del Padre!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

4ª Estación: Jesús se encuentra con su Madre.
         G: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
         R: Porque por tu Santa Cruz, redimiste al mundo.
         Reflexión: María, la Mamá de Jesús, mira a los ojos a su Hijo y Jesús, al ver el Amor de Dios en los ojos de la Virgen, se siente reconfortado para continuar por el Camino del Calvario. ¡Madre mía, María Santísima, mírame también a mí, pobre pecador, y dame el amor de tu Inmaculado Corazón, para que yo pueda seguir caminando detrás de la cruz de Jesús!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

         5ª Estación: El Cireneo ayuda a Jesús a cargar la cruz.
         G: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
         R: Porque por tu Santa Cruz, redimiste al mundo.
         Reflexión: Jesús está tan cansado que los soldados, temiendo que muera antes de llegar a la cima del Monte Calvario, obligan al Cireneo a llevar la cruz de Jesús. ¡Oh Buen Jesús, que nunca me niegue a ayudar a mi hermano más necesitado!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

         6ª Estación: La Verónica limpia el Rostro de Jesús.
         G: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
         R: Porque por tu Santa Cruz, redimiste al mundo.
         Reflexión: Compadecida por los sufrimientos de Jesús, la Verónica se acerca y limpia el Rostro de Jesús y Jesús, como premio a su caridad, deja impresa su Santa Faz en el lienzo. ¡Oh Jesús, yo no tengo un lienzo como la Verónica, pero te doy a cambio mi pobre corazón, para que imprimas en él tu Divino Rostro!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

          7ª Estación: Jesús cae por segunda vez.
         G: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
         R: Porque por tu Santa Cruz, redimiste al mundo.
         Reflexión: El camino que lleva al Calvario es muy angosto, empinado y difícil de andar, pero no se puede llegar al Reino de Dios, sino es por el Camino de la Cruz. Hay otro camino, ancho y sin cruz, en el que se puede incluso hasta correr, pero este otro camino es en bajada y lleva a un oscuro lugar, donde habita el ángel que cayó del cielo. ¡Jesús, dame un gran amor por la cruz, para que la abrace y nunca reniegue de ella y así, abrazado a la Santa Cruz, yo pueda llegar hasta el Reino de Dios!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

8ª Estación: Jesús consuela a las mujeres de Jerusalén.
         G: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
         R: Porque por tu Santa Cruz, redimiste al mundo.
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
         Reflexión: Al ver a Jesús, las mujeres de Jerusalén lloran por Él, pero Jesús les dice que más bien deben llorar por sus pecados. ¡Jesús, Jesús, dame dolor de  mis pecados, para que llorando por ellos viva siempre en tu gracia santificante y así pueda luego vivir en la alegría eterna de tu Reino celestial!

9ª Estación: Jesús cae por segunda vez.
         G: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
         R: Porque por tu Santa Cruz, redimiste al mundo.
         Reflexión: Los pecados que hacen pesada la cruz de Jesús nacen de mi corazón. Por eso, ¡oh Jesús!, te ruego que me des un corazón nuevo, un corazón lleno de tu gracia, que sea como el tuyo, manso y humilde, para que así ame a Dios y a los hermanos con tu mismo amor, el Amor de tu Sagrado Corazón.
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

10ª Estación: Jesús es despojado de sus vestiduras.
         G: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
         R: Porque por tu Santa Cruz, redimiste al mundo.
         Reflexión: Quitan a Jesús sus vestiduras y al hacerlo, arrancan jirones de su piel, abriendo sus heridas y provocando que su Sangre corra a borbotones por todo su Cuerpo lacerado. ¡Jesús, dame la gracia de la pureza, la castidad, la modestia y el pudor!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

11ª Estación: Jesús es clavado en la cruz.
         G: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
         R: Porque por tu Santa Cruz, redimiste al mundo.
         Reflexión: Crucifican a Jesús con gruesos clavos de hierro que atraviesan sus manos y sus pies, provocándole inmensos dolores y haciendo brotar abundante Sangre. ¡Jesús, que al ver tus manos clavadas en la cruz, yo eleve mis manos para orar y para ayudar a mi prójimo, y que al ver tus pies clavados al madero, yo camine siempre detrás de Ti!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

12ª Estación: Jesús muere en la cruz.
         G: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
         R: Porque por tu Santa Cruz, redimiste al mundo.
         Reflexión: Me arrodillo ante Ti, oh Jesús mío, y ahora que has muerto en la cruz por mi amor y por mi salvación, beso tus pies cubiertos de Sangre y digo, junto con los santos: “No me mueve, Jesús mío, para quererte, ni el cielo prometido, ni el infierno tan temido: Tú me mueves, me mueve ver tu Cuerpo, cubierto de Sangre y tan herido”, y por eso te pido, oh Jesús, que hieras mi duro corazón con el dardo de tu Amor, para que nunca jamás me separe de Ti!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

13ª Estación: Jesús es bajado de la cruz.
         G: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
         R: Porque por tu Santa Cruz, redimiste al mundo.
         Reflexión: Al bajar a Jesús de la cruz, lo recibe la Virgen entre sus brazos y al verlo así, muerto y tan golpeado, no puede la Madre de Dios dejar de llorar, porque ha muerto el Hijo de su Amor. Madre mía, yo soy la causa de tu dolor, porque Jesús murió por mi salvación. ¡Te lo ruego, Madre del cielo, dame tu Corazón, dame tus penas, dame tus lágrimas, para que llore contigo por mis pecados y así quiera yo vivir y morir en gracia de Dios!
         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

14ª Estación: Jesús es llevado al sepulcro.
         G: Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
         R: Porque por tu Santa Cruz, redimiste al mundo.
         Reflexión: Llevan el Cuerpo muerto de Jesús y lo depositan en el oscuro sepulcro, excavado en la roca, fría y dura. Mi corazón es, muchas veces, como el sepulcro: oscuro, duro y frío. ¡Madre del cielo, Virgen Santísima, que mi corazón se ilumine con la luz de Jesús resucitado, cuando lo reciba en gracia por la Comunión Eucarística!

         -Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

miércoles, 2 de marzo de 2016

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 20 - Los Novísimos - Parte 2 – Cristo en la vida eterna del Cielo

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 20 - Los Novísimos[1] - Parte 2 – Cristo en la vida eterna del Cielo

         Doctrina
         ¿Qué quiere decir “la vida eterna”? Quiere decir que después de esta vida presente, hay otra vida que no tiene fin.
         ¿Cómo es la vida eterna? La vida eterna es siempre bienaventurada para los buenos en el cielo, o siempre infeliz para los malos en el infierno.
         ¿Quién va al cielo inmediatamente después de morir? Va al cielo inmediatamente después de morir todo aquel que muere en gracia de Dios y está por lo tanto libre de todos sus pecados y de la pena merecida por ellos.
         El cielo es el lugar donde los buenos viven con Dios eternamente felices; allí no hay tristeza, ni dolor, ni angustia; todo es alegría, paz y amor celestial, que brota de la Trinidad como de una fuente inagotable. Al cielo van los que mueren en gracia de Dios y mueren en gracia de Dios los que siguen el consejo del Evangelio: “negarse a uno mismo, cargar la cruz todos los días y seguir a Jesús” (Lc 9, 23). No hay NINGUNA OTRA FORMA de alcanzar el cielo, sino es por la gracia santificante y la cruz de Jesús. La mayor felicidad de los bienaventurados en el cielo consiste en contemplar a Dios Uno y Trino cara a cara y estar unidos a Él en un amor eterno, pues Él es la fuente de todos los bienes. Cuando el alma ve a Dios Trino en el cielo, el alma experimenta tanto gozo, tanta alegría, tanta paz, tanto amor, que no quiere dejar de mirarlo ni por un solo instante. En el cielo, el alma vive una alegría infinita porque, como dice Santa Teresa de los Andes, “Dios es Alegría infinita”.
         Explicación


Esta lámina representa el cielo (al que llamamos también “gloria”, “vida eterna o perdurable”), premio de la vida cristiana. El cielo se da como recompensa a quienes en esta vida amaron a Jesús y porque lo amaron, cargaron su cruz todos los días, siguiéndolo por el Camino del Calvario, para morir al hombre viejo y nacer al hombre nuevo. En el centro vemos a la Santísima Trinidad: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, en forma de paloma. Inmediatamente después de la Trinidad, está María Santísima, indicando en esta posición que Ella es Emperatriz de cielos y tierra. Alrededor de la Santísima Trinidad vemos a querubines, serafines y arcángeles; también está San Miguel Arcángel, que junto a los ángeles de luz combatieron a los ángeles rebeldes, expulsándolos del cielo con el poder de Dios; llevan escudos y espadas, en señal de fortaleza y fidelidad. Luego, se ve una inmensa multitud de santos y santas que con su vida cristiana ganaron el cielo y ahora viven eternamente felices, gozando de la visión de la Trinidad, de María Santísima y de los ángeles de luz. El arroyo cristalino que se ve en medio, ya en la tierra, significa la gracia santificante que nos viene del cielo y que da vida y fortaleza a las almas para que puedan seguir por el Camino de la Cruz, en pos de Jesús, el Cordero de Dios. La gracia de este arroyo se obtiene por la oración y los sacramentos (principalmente, por ser los de uso más frecuente, el Sacramento de la Penitencia y la Eucaristía, aunque también son todos los demás sacramentos). Para acceder a esta fuente, sólo basta el deseo de la vida eterna en el cielo: cualquiera puede beber de la fuente de la gracia, sin distinción alguna de edad, clase social o raza, porque “Dios no hace acepción de personas” (Rom 2, 11). El agua es símbolo de la gracia, la cual es un auxilio o ayuda gratuita sobrenatural que hace que nuestras obras sean meritorias y así seamos capaces de ganar el cielo; sin la gracia, y con sus propias fuerzas, es imposible para el hombre ganar la vida eterna en el cielo. La felicidad del cielo es indescriptible: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios tiene preparado para los que le aman” (2 Cor 2, 9).
         Práctica: Dice el Beato Tomás de Kempis en libro “Imitación de Cristo”: “En el cielo ha de ser tu mirada; por eso has de mirar las cosas de la tierra como quien está de paso”.
         Palabra de Dios: “Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo” (Mt 25, 46). “Allí estaremos siempre con el Señor” (1 Tes 4, 17) y “le veremos tal cual es” (1 Jn 3, 2), “cara a cara” (1 Cor 13, 21). “Si quieres entrar en la vida eterna, guarda los mandamientos” (Mt 19, 17).
         Ejercicios bíblicos: 2 Cor 5, 1; 1 Jn 2, 25; Heb 13, 14; Col 5, 4.
        




[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla3 1997.

martes, 1 de marzo de 2016

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 20 - Los Novísimos - Parte 1 – La muerte

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 20 - Los Novísimos[1] - Parte 1 – La muerte

A la izquierda, la muerte del justo; 
a la derecha, la muerte del pecador.

         Doctrina

         ¿Qué son los “Novísimos”? Se llama así a lo que acontece al final de la vida terrena y al inicio de la vida eterna: Muerte, Juicio, Purgatorio, Cielo, Infierno.
         ¿Qué es la muerte? Es la separación del alma y del cuerpo.
         ¿Qué sucede con el cuerpo luego de la muerte? Comienza a descomponerse hasta convertirse en polvo. Es por esta razón que los cuerpos deben ser velados y luego sepultados (la incineración sólo se permite en casos excepcionales, como por ejemplo, que el cuerpo deba ser trasladado de un país a otro).
         ¿Qué sucede con el alma luego de la muerte? Mientras el cuerpo queda en la tierra para ser velado y sepultado, el alma es conducida inmediatamente ante la Presencia de Dios, para recibir un juicio divino que el Catecismo llama: “Juicio Particular”.
         ¿Dónde irá nuestra alma después del Juicio Particular? Nuestra alma después del Juicio Particular irá al Infierno o al Purgatorio (“antesala” del Cielo) o al Cielo. Tanto el Cielo como el Infierno son para siempre, eternos, y no se puede pasar de un lugar a otro (ni del Cielo al Infierno ni del Infierno al Cielo). Hay que saber que cualquiera sea nuestro destino final, es un destino que nos merecemos libremente, con nuestras obras buenas –Cielo- o malas –Infierno- realizadas libremente. Es decir, Dios destina a las almas al lugar eterno que esa misma alma se mereció con sus obras, por eso Dios es un Dios infinitamente Justo; si fuera injusto, no sería Dios.
         ¿Por qué deben morir todos los hombres? La muerte entró para los hombres a causa del pecado original de Adán y Eva. Sin embargo, los cristianos tenemos la esperanza puesta en Jesús, Muerto y Resucitado, porque Él venció a la muerte en la cruz y nos concedió la vida eterna, la vida gloriosa de la Resurrección.
Explicación


En esta lámina vemos lo que se denomina “la muerte del justo”. Se trata de una casa cristiana. El justo, que está por morir, sostiene una cruz a la cual da un beso, como señal de amor y gratitud a Jesucristo Salvador. A su lado, su Ángel de la Guarda le señala hacia arriba, hacia el cielo, en donde el buen cristiano ve a la Santísima Trinidad que lo está esperando, para darle el premio eterno obtenido para él por el sacrificio de Jesús en la cruz. Vemos un sacerdote, que administra los santos sacramentos, concediéndole la gracia de Jesucristo por última vez en la vida y abriendo así para él el Reino de los cielos. Vemos a su familia que, aunque está triste, se encuentra sin embargo serena, porque todos esperan el reencuentro, en Cristo, en el Reino de los cielos. Vemos también a un Ángel de luz que echa fuera de la habitación al Demonio, que se encuentra vencido y desesperado porque se le ha escapado un alma, que ha sido ganada para el cielo por la Sangre de Jesús derramada en la cruz.


En esta otra lámina vemos lo que se denomina “la muerte del pecador que no se arrepiente”. Un sacerdote, al lado de su lecho, trata en vano de que el pecador se arrepienta y confiese sus pecados, que es lo único que debe hacer para que Jesús lo perdone y lo conduzca al cielo. El pecador impenitente no quiere arrepentirse ni confesar sus pecados y la razón la vemos en la bolsa de dinero, rodeada por una serpiente, que está en el suelo: representa el apego y el  amor al dinero y a las cosas bajas de la tierra, que hacen que el corazón del hombre se quede fijo a ellas, sin posibilidad alguna de desapegarse: “Donde esté tu tesoro, ahí estará tu corazón” (Mt 6, 21). El tesoro del pecador impenitente son los tesoros de la tierra y no los tesoros del cielo, por lo que su corazón no puede, de ninguna manera, elevarse al cielo. Mientras su Ángel de la Guarda se retira, entristecido, porque el pecador se condena, tres demonios están esperando el momento mismo de la muerte para arrastrarlo al infierno. Uno de ellos le muestra la imagen de un espejo en donde se ve su propio rostro, para simbolizar el orgullo, la soberbia y la vanagloria. Hacia el fondo y sentado en un trono de fuego, con un tridente, se ve a Demonio, el “Padre de la mentira” (Jn 8, 44) esperando la muerte del pecador impenitente para recibirlo en su Reino, el Reino en donde nos enseña Jesús que “el gusano no muere y el fuego no se apaga” (Mt 9, 48).
         Práctica: la Biblia nos enseña que en todo momento debemos estar preparados para morir: “Acuérdate que la muerte no tarda y no sabes cuándo vendrá” (Eclo 14, 12). Además, en la segunda parte del Ave María, le pedimos a la Virgen que ruegue por nosotros “en el momento de nuestra muerte”: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén”.
         Palabra de Dios: “Está decretado que los hombres mueran una vez” (Heb 9, 27). “Bienaventurados los muertos en el Señor, pues sus obras los acompañan” (Ap 14, 13). “La muerte de los pecadores es pésima” (Eclo 34, 22) y “es preciosa a los ojos de Dios la muerte de los justos” (Sal 115, 15).



[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla3 1997.