Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

viernes, 28 de marzo de 2014

El Evangelio para Niños: Jesús cura a un ciego de nacimiento


         (Domingo IV - TC - Ciclo A - 2014)
          
         En este Evangelio, Jesús cura a un hombre que desde que había nacido, no podía ver nada (si queremos saber cómo es esa oscuridad, cerremos los ojos por un momento, y nos vamos a dar cuenta cómo es). Él no sabía lo que era la luz del sol; no conocía los colores, ni la forma de los árboles, ni de las montañas, y tampoco sabía cómo eran las flores, los animales, las personas, y todas las cosas que nosotros vemos todos los días y que nos parecen tan normales que ni siquiera les prestamos atención. Este ciego de nacimiento, al que le podemos llamar "Juan", vivía en la oscuridad, porque no conocía la luz, no podía ver la luz, que es lo que nos permite ver los colores y la hermosa realidad de la vida que nos rodea y que Dios ha creado para nosotros. Juan vivía en la oscuridad, hasta que conoció a Jesús, porque Jesús le devolvió la vista. Solo Jesús podía hacer que Juan pudiera ver, porque Jesús es Dios, y solo Dios tenía el poder de hacer nuevos ojos para Juan, para que Juan pudiera ver la luz. Jesús, que era Dios y hombre a la vez, creó nuevos ojos para Juan, y así Juan pudo ver la luz, y así pudo ver los colores, y pudo ver las formas de los árboles, las montañas, las personas, y todo el mundo que lo rodeaba. Juan estaba tan pero tan contento, que se postró delante de Jesús y lo adoró, dándole gracias de todo corazón, cantándole con toda su alma y alabándolo por su gran bondad.
         Pero hay otra oscuridad que es más oscura que la oscuridad en la que vivía Juan, y hay ciegos que son más ciegos que Juan, y es la oscuridad del pecado, y los ciegos más ciegos que Juan, son los pecadores. El pecado es una oscuridad más oscura que la noche más oscura que podamos imaginarnos y es lo peor que le puede pasar a una persona, porque es como una nube negra y densa que oculta al alma y la priva de los benéficos rayos de la gracia santificante que provienen de Jesús.
         Al igual que la ceguera del cuerpo, que solo la puede curar Jesús, como lo hace con el ciego del Evangelio, a la ceguera del alma, que es el pecado, también la puede curar solo Jesús, y esto lo hace por medio del sacramento de la confesión. Cuando nos confesamos, se borra la nube negra del pecado, y entonces somos como Juan, el ciego del Evangelio, que lleno de alegría, se postra en adoración delante de Jesús para darle gracias por su gran amor y misericordia.
        

            

viernes, 21 de marzo de 2014

El Evangelio para Niños - El que beba del agua que Yo le daré nunca más tendrá sed


         
(Domingo III - TC - Ciclo A - 2014)

         Jesús, cansado por el camino, se sienta al borde de un pozo de agua, adonde van a beber hombres y animales (cfr. Jn 4, 5-15 19-26 39-42). Se acerca una mujer samaritana y Jesús le dice: “Dame de beber”. La mujer se sorprende de que Jesús, siendo judío, le pida de beber, porque los judíos no se hablaban con los samaritanos. Entonces Jesús le dice que si ella supiera quién es Él, sería ella quien le pediría que le diera de beber, y Él le habría dado un “agua viva”. La mujer samaritana le pregunta, sorprendida, que cómo puede Él sacar “agua viva”, si no tiene nada para sacar agua y el pozo es profundo. Jesús le contesta diciéndole que Él va a dar de beber de un agua que no es de ese pozo, porque el que beba de ese pozo, que es agua común y corriente, va a volver a tener sed, pero el que beba del agua que Él va a dar, “nunca más va a tener sed”, y no solo eso, sino que ese mismo, se va a convertir en un “manantial” de agua viva que va “brotar hasta la vida eterna”. Entonces la mujer samaritana le pide que le dé de beber de esa “agua viva”.
         ¿Qué es esa misteriosa “agua viva” que le promete Jesús a la mujer samaritana y que calma la sed de manera que nadie vuelve nunca más a tener sed? Esa “agua viva” es la gracia santificante, y calma la sed, pero no la sed del cuerpo, sino la sed del alma, que es la sed de amor, es la sed de Dios que toda alma tiene. Toda alma nace con sed, en el cuerpo y en el alma: la sed del cuerpo se satisface con el agua líquida, el agua del manantial; la sed del alma es sed de amor, sed de paz, sed de justicia, sed de bien, sed de felicidad, sed tranquilidad, sed de dulzura, sed de gozo, sed de todo lo bueno, y solo se satisface con Dios, porque el alma ha sido hecha para satisfacerse con Dios, y cuando no se satisface con Dios, se muere de sed. Es por eso que cuando Jesús dice que cuando Él dé el “agua viva” que es la gracia, el alma “nunca más va a tener sed”, porque la gracia nos une a Dios y en Dios el alma está como una esponja en el mar: empapada de agua y rodeada de agua, de muchísima más agua de la que jamás soñó que podía llegar a tener; así el alma, en Dios, es como esa esponja: empapada en Amor y rodeada de Amor, de muchísimo más Amor del que jamás soñó que podía llegar a tener.

         “El que beba del agua que Yo le daré nunca más tendrá sed”. ¿Adónde podemos ir a beber del agua que nos promete Jesús, para nunca más tener sed? Cuando nos acerquemos a dar un beso a su Costado abierto por la lanza, y ahí no solo podremos beber Agua, sino también su Sangre Preciosísima.

viernes, 14 de marzo de 2014

El Evangelio para Niños: La Transfiguración de Jesús en el Monte Tabor


         (TC - Ciclo A - 2014)
         El Evangelio de hoy (cfr. Mt 17, 1-9) nos cuenta que Jesús, antes de ir a la ciudad de Jerusalén para sufrir la Pasión, subió a un Monte llamado “Tabor”, junto a tres discípulos, Pedro, Santiago y Juan, y una vez allí, en la cima del monte, pasó algo sorprendente: Jesús se vistió de luz: su rostro “brilló como el sol”, dice el Evangelio, y “sus vestiduras se volvieron brillantes como la luz”.
¿Por qué pasó esto?
Porque Jesús quería que sus discípulos supieran que Él era Dios, porque como “Dios es luz”, solo Dios puede vestirse de luz, es decir, solo Dios puede hacer que su rostro sea más brillante que el sol y que sus vestiduras sean más brillantes que la luz.
¿Y por qué Jesús quería que sus discípulos supieran que Él era Dios?
Porque cuando sufriera la Pasión, su Rostro y su Cuerpo quedarían tan cubiertos de heridas abiertas y sangrantes, y de lodo, de hematomas, de costras, y de golpes, que ya nadie lo podría reconocer, ni siquiera ellos. En la Biblia, el profeta Isaías lo había visto así, todo cubierto de heridas, y lo había llamado “Varón de dolores”, de tan golpeado que estaba, a causa de nuestros pecados.  
Entonces, para que se acordaran que Él era Jesús, el Cordero de Dios, el Varón de dolores que vio Isaías en sus visiones, es que Jesús se transfigura y deja transparentar la gloria de Dios, la misma gloria que Él tenía desde toda la eternidad, junto a su Padre Dios.
Todos los cristianos estamos llamados también a transfigurarnos en la gloria del cielo, al igual que Jesús. Pero para poder transfigurarnos en el cielo, también tenemos que seguir a Jesús, Varón de dolores, cargando la cruz nuestra de todos los días, por el Camino Real del Calvario.


sábado, 8 de marzo de 2014

El Evangelio para Niños: La tentación de Jesús en el desierto


         (Domingo I – TC – Ciclo A – 2014)
         El Espíritu Santo lleva a Jesús al desierto para que el demonio lo tiente. Por supuesto que Jesús no podía caer en la tentación, porque era el Hombre-Dios, pero Jesús se deja tentar para enseñarnos cómo combatir la tentación: con ayuno, oración y la Palabra de Dios.
La primera tentación es con la Gula: el demonio le dice a Jesús que convierta las piedras en pan. El demonio quiere que nos olvidemos del alma, que todo sea para el cuerpo: piedras-pan-cuerpo. El demonio quiere que pensemos solo en la materia, y no en el espíritu, y que busquemos la satisfacción de las necesidades del cuerpo, y no las del alma, por eso quiere hacerle pensar a Jesús solo en el pan material: piedra-pan-cuerpo. Es como si le dijera a Jesús: “Aliméntate solo de pan y nada más”. Pero Jesús le responde al diablo que el hombre no solo se alimenta de pan, sino “de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Jesús nos hace ver que no solo tenemos un cuerpo, sino también un alma, y que el alimento del alma es más importante que el del cuerpo, y que el alimento del alma es la Palabra de Dios. Pero hay algo más importante todavía, que nos dice la Iglesia: “No solo de pan vive el hombre, sino del Pan de Vida eterna, la Eucaristía, que sale de las entrañas de la Iglesia, el altar de Dios”. La Eucaristía es el Pan de Dios que alimenta el alma y es el alimento del espíritu, más importante que el alimento del cuerpo. Entonces, si el demonio nos dice: piedras-pan-cuerpo, la Iglesia nos dice: pan-Pan de Vida Eterna-Eucaristía.  
         La segunda tentación es con la Soberbia: el demonio le dice a Jesús que se tire del templo, porque si es Hijo de Dios, los ángeles lo van a salvar a último momento, evitando que se estrelle en el piso. Esto el pecado de presunción, y es el pecado de los cristianos que creen que Dios es pura misericordia y que por lo tanto, como es tan misericordioso, a ellos no los va a castigar. Entonces, ellos pueden cometer toda clase de pecados e incluso pueden morir en pecado; total, como Dios es tan misericordioso, Dios no los va castigar, porque Dios tiene la obligación de salvarlos; ellos usan el escapulario de la Virgen del Carmen e invocan a Dios, a Jesús, van a Misa y se confiesan, pero no se arrepienten de verdad, y viven y mueren en pecado, pero Dios lo mismo los va a salvar, porque es misericordioso. Para ellos, Dios es misericordioso, pero no es justo; es un Dios in-justo, un Dios que no aplica la Justicia Divina, entonces uno puede ser malo en esta vida, y lo mismo se puede salvar, y esto es ser presuntuoso y esto es tentar a Dios, y esto es lo que Jesús le responde, al demonio y a estos cristianos: “No tentarás a Dios”. No tenemos que tentar a Dios, pensando presuntuosamente que vamos a salvarnos sin una verdadera conversión, sin arrepentirnos, sin convertirnos, sin rezar, sin pedir perdón por nuestros pecados, sin detestar el mal y las obras malas.
         La última tentación, es la del Egoísmo, la del Poder y la de la Avaricia, que es la tentación de la Idolatría: el demonio le dice que se postre ante él, y él dará mucho dinero y hará que todos lo alaben y le digan muchas cosas lindas sobre él. Es una tentación que vemos todos los días: a muchos seres humanos, simples hombres, se les rinde un culto como si fueran dioses, aunque no nos demos cuenta: el día domingo, que es el día dedicado a Dios, todo el día debe girar en torno a la Misa, porque  Dios ha creado el Domingo para la Misa, para que el hombre vaya a Misa, porque la Misa es el Día del Sol, que es Jesucristo; el Domingo es el día de la semana que participa del Domingo de Resurrección y por eso está iluminado con una luz especial, que no es la luz del astro sol, sino que es la luz del Cordero, Jesús, que es la Lámpara de la Jerusalén celestial; el domingo está iluminado por la luz del Sol de justicia, Jesús resucitado, y por eso es el Día del Señor, y todo el Domingo está dedicado a la Santa Misa, y no es el día para el fútbol, ni para el paseo, ni para hacer compras, ni para descansar.
         A quienes usan el domingo, Día del Señor, para esas cosas, Jesús les dice: “Adorarás al Señor, tu Dios, y a Él solo rendirás culto”.

         Por último, el desierto es una figura de nuestra alma, y como el Espíritu Santo lleva a Jesús al alma, entonces también está en nuestra alma, que es como un desierto, cuando estamos en gracia. A Él le tenemos que pedir que nos ayude, con su gracia, a vencer la tentación, y Él nos ayuda y nos enseña a hacerlo, por medio de la oración y el ayuno cuaresmal. Al final del pasaje, el Evangelio dice que “el demonio se alejó” de Jesús, porque Jesús lo venció con el ayuno y la oración; entonces también se alejará de nosotros y nosotros lo venceremos con el ayuno, la oración y la Presencia de Jesús en nuestra alma por la gracia. Así como el Espíritu Santo llevó a Jesús al desierto, así la gracia lo trae a nuestra alma, para que se quede con nosotros en Cuaresma y para Pascua, en el tiempo y por toda la eternidad.

sábado, 1 de marzo de 2014

El Evangelio para Niños - No se puede servir a Dios y al dinero


(Domingo VIII – TO – Ciclo A – 2014)
         Jesús nos dice que “no se puede servir a Dios y al dinero”. O, dicho de otra manera, “sí se puede servir a Dios”, pero “no se puede servir al dinero”. ¿Por qué? Porque Dios nos creó y cuando nos creó, nos puso como un sello en el alma, en el corazón, imborrable, un sello que lleva la marca de Dios, un sello que dice que somos de Dios, hechos por Dios y para Dios, un sello que dice: “Hecho por Dios y para Dios, de propiedad exclusiva del Señor Dios Uno y Trino. No puede ser usado por nadie más que Él”. Es por esto que lo más normal para nosotros, es servir a Dios. Lo más normal y natural, por ejemplo, es ser monaguillos, para los varones, y para las nenas, lo más normal y natural, es ayudar en la sacristía. Y cuando sean grandes, lo más normal y natural, es servir a Dios en la vida consagrada, siendo sacerdotes, si son varones, o religiosas, si son mujeres, si es que tienen vocación a la vida consagrada, o casándose, si es que tienen vocación para la vida matrimonial, porque la vida matrimonial también es un servicio a Dios, porque así se dan hijos para Dios.
         Es decir, como hemos sido creados por Dios, lo más normal para nosotros, es servir a Dios, ya sea en el sacerdocio o en la vida consagrada, o en el matrimonio, porque lo llevamos impreso en el alma.
Lo que nos quiere hacer ver Jesús, es que no se puede servir al dinero porque no hemos sido creados para servir al dinero, por eso es que Jesús nos dice: “no se puede servir a Dios y al dinero”, porque fuimos creados para servir, amar y honrar a Dios, pero no al dinero. El que pretende servir al dinero, se hace sumamente infeliz, porque el dinero puede dar algunas cosas, que aparentan dar felicidad, pero esa felicidad se termina muy rápido, y luego empieza la tristeza, y el alma se queda al final sin Dios, que es el único que puede dar una felicidad que no termina nunca, una felicidad que dura para siempre, la felicidad del cielo.
 “No se puede servir a Dios y al dinero”. El que quiera servir a Dios, tiene que acercarse a la cruz y a la Eucaristía, y renunciar al dinero, y prepararse para la prueba y la tribulación; el que quiera servir al dinero y al demonio, tiene que alejarse de la cruz y de la Eucaristía, y acercarse al dinero y al demonio, y gozar de sus vanidades y renunciar al cielo para siempre.

Que la Virgen María siempre nos ayude a servir a Dios, y solo a Dios, en el tiempo y en la eternidad.