Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

domingo, 5 de noviembre de 2023

Santa Misa de Primeras Comuniones

 


(Homilía en ocasión de Santa Misa de Primeras Comuniones en Capilla San José 
en Alto Verde, Parroquia Nuestra Señora del Valle en Alvear, 
Concepción, 051123)


         En la Santa Misa se confecciona, se realiza, se produce, un sacramento, la Eucaristía.

         Como todo sacramento, la Eucaristía tiene dos partes: una visible y otra invisible.

         La parte visible es lo que vemos, oímos, sentimos: el altar, las oraciones, los libros, etc,.

         La parte invisible es lo que no vemos, pero que igualmente sucede porque sin lo invisible, no hay sacramento.

         Lo visible viene de la tierra; lo invisible, viene del cielo.

         Entonces, en la Santa Misa, en el altar, sucede algo visible y algo invisible: lo invisible consiste en que Jesús EN PERSONA baja desde el Cielo y convierte el pan en su Cuerpo y convierte el vino en su Sangre, que queda en el Cáliz; por eso el pan deja de ser pan y se convierte en el Cuerpo de Cristo y el vino deja de ser vino y se convierte en la Sangre de Cristo. En ese momento debemos hacer silencio interior y exterior, porque Cristo está misteriosamente en el sacerdote, obrando el milagro.

         Por eso cuando comulgamos, no comulgamos pan, sino el Cuerpo de Jesús y no bebemos el vino sino la Sangre de Jesús.

         Cuando comulgamos no comulgamos pan, aunque a los ojos y al gusto parezcan pan, sino que comulgamos el Cuerpo y la Sangre de Jesús, comulgamos a Jesús en Persona; cuando comulgamos, recibimos con la boca la Eucaristía y con el corazón a Jesús que en Persona viene a nuestros corazones por la Comunión.

         Antes de comulgar y cuando hemos comulgado, debemos hacer un acto de amor y de adoración interior, en silencio, sin que nos importe nada de lo que pasa en el exterior, concentrándonos en nuestro interior, porque Jesús está en nuestros corazones. No vamos a sentir nada sensiblemente, pero eso no quiere decir que Jesús no esté; aunque no sintamos nada, Jesús está en nuestros corazones por la Eucaristía y por eso debemos regresar a nuestros asientos luego de la Comunión, arrodillarnos y dar gracias a Jesús por haber bajado desde el cielo para venir a nuestros corazones.

         Este hermosísimo milagro sucede en cada Misa; Jesús baja desde el Cielo, acompañado por su Madre, la Virgen y por cientos de miles de ángeles y santos y el altar se convierte en una parte del Cielo, deja de ser de cemento para ser de cielo, donde está Jesús.

         Jesús hace este milagro en cada Misa para venir a nuestros corazones, para que lo recibamos a nuestros corazones; deja el cielo en donde está con sus ángeles y santos, para estar con nosotros, para darnos el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico.

         No hay nada más hermoso en el mundo que recibir a Jesús con el corazón purificado por la confesión, en la Sagrada Eucaristía.

         Los niños deben preguntarse: si Dios quiere darme su Amor, el Espíritu Santo, ¿yo me voy a quedar durmiendo o jugando o viendo televisión? Para eso tengo todo el día, primero voy a recibir al Corazón de Jesús en la Eucaristía y después todo lo demás.

         No cometamos el error de muchísimos niños y jóvenes, que se pierden de recibir el Amor del Sagrado Corazón de Jesús por cosas que no tienen importancia. NADA tiene más importancia que Jesús en la Eucaristía.

         Algo que deben tener en cuenta los papás es que son responsables ante Dios por sus hijos, porque van a responder ante el Juicio de Dios, en el Juicio Final, por si se preocuparon o no por traerlos los Domingos para que reciban a Jesús Eucaristía, al menos hasta que cumplan la mayoría de edad.

jueves, 20 de julio de 2023

El Divino Niño Jesús

 



         Es una devoción muy antigua entre los católicos; en antiguos escritos se indica que la devoción al Divino Niño empezó en el Monte Carmelo (Israel), donde, según la tradición, Jesús iba frecuentemente a pasear y a rezar con sus padres, San José y la Virgen María, y sus abuelos San Joaquín y Santa Ana[1]. Para los católicos, el honrar esta edad de Jesucristo, la Santa Infancia, es un recordatorio de cómo Dios ama la inocencia y la pureza de cuerpo y alma[2].

Ya hacia el año 1200 San Francisco de Asís dispuso recordar con mucha solemnidad la Navidad haciendo un pesebre lo más parecido posible al de Belén y representando al Divino Niño con un niño recién nacido, recordando al mismo tiempo la gran bondad del Hijo de Dios al quererse hacer hombre, sin dejar de ser Dios, para salvar nuestra alma.

También San Antonio de Padua fue un entusiasta devoto del Niño Jesús quien, según la tradición, se le apareció mientras meditaba en las Escrituras, razón por la cual se retrata al santo con el Divino Niño.

Otro santo al que se le presenta en las imágenes teniendo entre sus brazos al Niño Jesús es San Cayetano, el cual lo que necesitaba pedir lo pedía por los méritos de la infancia de Jesús. Además de los santos, millones de católicos han obtenido favores y gracias a Dios, por los méritos de la infancia de Jesús y han conseguido milagros inimaginables y esto se corresponde con la promesa que Jesús le hizo a la venerable Margarita del Santísimo Sacramento, en el año 1636: “Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia y tu oración será escuchada”.

Modernamente los santos que más contribuyeron a difundir la devoción al Niño de Belén fueron Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz. De manera especial, Santa Teresa de Jesús le tenía un gran amor al Divino Niño y un día tuvo una experiencia mística con el Divino Niño: estaba Santa Teresa en el Convento, al pie de unas escaleras, cuando contempló a un niño; entonces la santa, que todavía no se había dado cuenta que era Jesús Niño, le dijo: “Yo soy Teresa de Jesús, ¿y tú quién eres?” Y el Divino Niño le respondió: “Yo soy Jesús de Teresa”, luego de lo cual desapareció y ahí fue cuando Santa Teresa de Ávila se dio cuenta que era el Niño Jesús. Como recuerdo de esta visión la santa llevó siempre en sus viajes una estatua del Divino Niño, y en cada casa de su comunidad mandó tener y honrar una bella imagen del Niño Jesús que casi siempre ella misma dejaba de regalo al despedirse.

Existen alrededor de todo el mundo muchas figuras e imágenes representando al Niño Jesús mediante las cuales se han obtenido grandes milagros. Entre las más conocidas se encuentran: El Niño Jesús de Praga, en Checoslovaquia; el Santo Niño de Atocha, en México; el Divino Niño de Arenzano, en Italia y el milagroso Niño Jesús de Bogotá en Colombia, entre otros.

Por último, podemos preguntarnos: ¿qué representa el Divino Niño para los católicos?

Ante todo, es un recuerdo de cómo Dios Hijo, siendo el Hijo Eterno del Eterno Padre, quiso encarnarse por obra del Espíritu Santo, en el seno virginal de María Santísima, para así manifestarse ante nosotros, los hombres, como un “hijo de hombre”, es decir, como un niño, aunque en realidad, su Padre no es San José, que era casto y puro, sino Dios Padre. Nos recuerda entonces que el Verbo Eterno del Padre, por quien todas las cosas, visibles e invisibles, fueron creadas, siendo Dios, quiso atravesar todas las etapas de la vida humana, sin dejar de ser Dios. Así, por ejemplo, si regresamos a las etapas anteriores del Divino Niño -que en las imágenes debe tener unos nueve o diez años-, el Verbo de Dios encarnado también pasó por todas las etapas que atraviesa un ser humano; de esta manera, antes de ser Divino Niño, el Verbo Encarnado fue Divino Cigoto -hay que recordar que los cromosomas paternos no pertenecen a ningún hombre, sino que fueron creados por el Espíritu Santo en el momento de la Encarnación-, luego Divino Embrión, al nacer fue el Divino Niño recién nacido, luego el Divino Niño propiamente, luego el Divino Jesús Adolescente, el Divino Jesús Joven, el Divino Jesús Adulto, en cuya edad terrena, a los treinta y tres, se inmoló voluntariamente por nuestra salvación en el Santo Sacrificio de la Cruz, Santo Sacrificio que se renueva cada vez, incruenta y sacramentalmente, en la Santa Misa.

Representa también el Divino Niño la pureza, la inocencia, el candor, de la niñez, pero no solo de la niñez humana, sino la Pureza, Inocencia, Candor, del Acto de Ser divino trinitario, del cual se deriva y es imagen la pureza, la inocencia y el candor de la niñez humana. En otras palabras, si el niño es inocente, puro y cándido, lo es ante todo Dios Uno y Trino, quien es la Inocencia Increada, la Pureza Increada y la Candidez Increada y es eso lo que nos recuerdan cada niño que vemos.

Quienes somos ya adultos, poco y nada tenemos de esa pureza, inocencia y candor que tienen los niños, imagen de la pureza, inocencia y candor del Divino Niño y aquí se nos presenta un problema, porque Jesús nos advierte que no entraremos en el Reino de los cielos, sino somos “como niños”, lo cual no quiere decir obrar de modo infantil siendo adultos, sino ser “como niños”, tener la pureza, la inocencia y el candor de los niños. Entonces, surge la pregunta: ¿cómo podemos ser como niños, para entrar en el Reino de los cielos, si ya somos adultos? La respuesta es: por medio de la gracia santificante que nos otorgan los sacramentos, porque por la gracia participamos de la vida de la Trinidad y por lo tanto participamos de la Pureza, de la Inocencia y del Candor de la Santísima Trinidad. Al recordarlo en su día, le pidamos al Divino Niño Jesús que bendiga y proteja a todos los niños del mundo, y que a nosotros nos conceda la gracia de “ser como niños”, para así poder entrar en el Reino de los cielos.

domingo, 23 de abril de 2023

Jesús y los discípulos de Emaús

 


         Dos amigos de Jesús van caminando hacia un pueblito llamado Emaús. En el camino, van muy tristes, porque se acuerdan del Viernes y Sábado Santo, cuando Jesús murió en la cruz y después fue sepultado. Están tristes porque piensan que Jesús está muerto, que no ha resucitado.

         En ese momento se les aparece Jesús, quien los saluda y comienza a caminar con ellos. Los discípulos de Emaús, a pesar de que conocían a Jesús, no lo reconocen, porque tenían “algo” que no les dejaba conocerlo, algo como una nube oscura en sus mentes y corazones. Como Jesús los ve tristes, les va explicando en el camino las Escrituras, en todas las partes en donde decía que el Mesías iba a resucitar, para darles ánimo.

         Al llegar a Emaús, Jesús quería seguir de largo, pero ellos le piden que se quede con ellos, porque ya es tarde y comienza la noche: “Quédate con nosotros, Señor”. Jesús les da el gusto y se queda con ellos.

         Una vez en Emaús, Jesús celebra la Misa y, en el momento en el que parte el pan, Jesús sopla sobre ellos el Espíritu Santo, que es luz de Dios, les quita esas nubes oscuras que tenían en los ojos y en el corazón, los ilumina con la luz de Dios y entonces los discípulos de Emaús se dan cuenta que es Jesús y se dicen uno a otro: “¡Es Jesús, nuestro Maestro!”. Y en ese momento, Jesús desaparece. También se acuerdan que cuando Jesús les explicaba las Escrituras, les ardía el pecho, porque era el Amor del Espíritu Santo el que les hacía arder el pecho por tanto amor. Entonces deciden volver a Jerusalén, ahora contentos y muy alegres, para contarles a todos que Jesús está vivo, que ha resucitado y está entre sus amigos.

         También a nosotros nos puede pasar que nos olvidemos que Jesús resucitó y que Jesús está no solamente en el Cielo, sentado a la derecha de Dios Padre, sino que está también en la Eucaristía, en el sagrario, vivo, glorioso y resucitado, esperando que vayamos a visitarlo y a decirle que lo amamos que lo queremos con todo el corazón.

         Porque sabemos que Jesús ha resucitado y está con nosotros, le vamos a decir esta oración: “Jesús Eucaristía, quédate con nosotros, todos los días de nuestra vida, y enciende nuestros corazones con el Fuego del Divino Amor”.