Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

sábado, 28 de noviembre de 2015

El Evangelio para Niños: En Adviento nos preparamos para la Navidad y la Segunda Venida



(Domingo I – TA – Ciclo C - 2015-16)

         ¿Qué es el Adviento? “Adviento” proviene del latín –adventus- y significa “venida” o “llegada” y esto porque en Adviento celebramos la Primera Venida de Jesús, en Belén, y también nos preparamos para la Segunda Venida de Jesús, en una nube del cielo, al fin de los tiempos.
         Por eso Adviento tiene dos partes: en la primera parte, que va hasta el 16 de diciembre, la Iglesia nos ayuda para que estemos listos para cuando Jesús venga por Segunda Vez, “montado en un caballo blanco”, como dice el Apocalipsis, “en una nube, lleno de poder y de gloria”, para premiar a los buenos y castigar a los malos. Por eso, para vivir bien el Adviento, debemos preguntarnos: “Si Jesús viniera hoy, ¿estoy preparado para encontrarme con Él? Cuando venga, Jesús nos juzgará “en el Amor”, como dice San Juan de la Cruz, ¿tengo obras de amor para darle a Jesús? Jesús no me pedirá ni títulos, ni dinero, ni cosas de valor, me pedirá obras de amor y se fijará dentro de mi corazón, para ver si hay amor en él, tanto a Dios, como al prójimo. ¿Qué hay en mi corazón? ¿Hay amor a Jesús y al prójimo? ¿O hay cosas que desagradan a Jesús? ¿Tengo mis manos llenas de obras buenas, para darle a Jesús, o mis manos están vacías de obras buenas?”. Todo esto nos tenemos que preguntar para vivir bien la primera parte del Adviento.

         En la segunda parte del Adviento, que va desde el 16 de diciembre al 24, la Iglesia nos coloca en un clima espiritual similar al que vivían los justos del Antiguo Testamento, que esperaban la Venida del Mesías, según estaba anunciado en las Escrituras. Para prepararnos para la Navidad, la Iglesia nos hace recordar cómo el Nacimiento de Jesús estaba anunciado por los profetas, como el profeta Isaías, por ejemplo, que había dicho que “una virgen iba a concebir un hijo y que le pondría el nombre de Emmanuel” (cfr. Is 7, 14), que significa “Dios con nosotros”. Los justos del Antiguo Testamento esperaban el nacimiento de Dios en la tierra, por medio de una Virgen, y esa Virgen era María. sabemos que Jesús ya vino, pero por el Adviento, “hacemos de cuenta” que todavía no vino, y que lo estamos esperando, y para eso, para recibir al Niño Dios, es que tenemos que disponer el corazón, como si fuera la Gruta de Belén, y también tenemos que tener muchas obras buenas, que van a ser los regalos que, como los Reyes Magos, le vamos a dar al Niño Dios. Para la segunda parte del Adviento, entonces, tenemos que preguntarnos: “El Niño Dios quiere nacer en mi corazón, para Navidad; ¿cómo está mi corazón para recibir al Niño Dios? ¿Tengo amor a Dios, lo suficiente como para recibirlo? Y una vez que nazca, tengo que hacer igual que los Reyes Magos, que le llevaron regalos, y como yo no tengo ni oro, ni incienso, ni mirra, le puedo regalar las obras buenas que pueda hacer. ¿Tengo suficientes obras buenas para regalarle al Niño Dios, que quiere nacer en mi corazón, para Navidad?”.  Todo esto nos tenemos que preguntar para vivir bien la segunda parte del Adviento.

domingo, 22 de noviembre de 2015

Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo



         (Ciclo B – 2015)

         Cuando Jesús estaba preso, le dijo a Poncio Pilatos que Él era rey: “Yo Soy Rey, pero mi reino no es de este mundo, porque si fuera de este mundo, mi Padre habría enviado ángeles para que no me apresaran”.
         Aunque no lo parece en el momento en el que se lo dice, porque está atado con sogas, su túnica está toda cubierta de sudor, de barro, y hasta de sangre. Tampoco parece rey porque un rey está en su palacio, con una corona de oro, sentado tranquilamente en su trono real, rodeado de sus amigos de la corte, que lo quieren mucho y lo respetan: aquí, está sin corona, con sus cabellos todos despeinados, sin haberse podido lavar la cara siquiera, y no está en su palacio, sino en el palacio de Poncio Pilatos, que quiere hacerlo castigar con látigos, y está rodeado de sus enemigos, que quieren que muera en la cruz.
         Sin embargo, Jesús es Rey, porque nació siendo Rey, en el cielo y porque con la cruz conquistó a los tres enemigos de los hombres: el demonio, la muerte y el pecado.
         En el letrero de la cruz, Pilatos mandó a escribir: “Iesus Nazarenus, Rex Iudaerum”, Jesús Nazareno, Rey de los judíos, pero dice un santo, San Agustín, que Jesús no es sólo Rey de los judíos, de Israel, sino de las almas, porque así como un rey terreno sale a luchar para conquistar tierras para su reino, así Jesús en la cruz, con su Sangre derramada, conquista no tierras, sino almas para el Reino de los cielos. Y por eso Jesús en la cruz, es Nuestro Rey, el Rey de nuestros corazones, el Único Rey de nuestros corazones, y no hay otro más rey para nosotros que Jesús en la Cruz.

         “Yo Soy Rey”, le dice Jesús a Pilatos. Y nosotros le decimos a Jesús: “Amado Jesús, Tú eres en la cruz Nuestro Rey, Nuestro Único Rey y no hay otro Rey que no seas Tú; ven a nuestros corazones por la Eucaristía, y quédate en ellos como si fuera tu trono real, y nunca te vayas de nuestros corazones; haz que te amemos y te adoremos, oh Jesús, Rey de cielos y tierra, Rey de nuestros corazones y de nuestras familias, en el tiempo y luego en la eternidad, en el Reino de los cielos, por los siglos de los siglos. Amén”.         

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 19 – Ha de venir a juzgar a vivos y muertos

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 19 – Ha de venir a juzgar a vivos y muertos[1] 

         Doctrina

         ¿Volverá Jesucristo a aparecer visiblemente en la tierra? Jesucristo volverá a aparecer visiblemente en la tierra, cuando venga a juzgar a los vivos y a los muertos.

         ¿Cuándo ha de venir Jesucristo a juzgar a los vivos y a los muertos? Jesucristo ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos con toda su gloria y majestad, al fin del mundo.

         ¿Sabemos cuándo será el fin del mundo? No sabemos cuándo será el fin del mundo, porque Jesucristo no lo reveló.

         ¿Habrá más de un juicio? Sí, habrá dos juicios, uno particular, inmediatamente después de la muerte de cada uno y otro universal, al fin del mundo. En el juicio particular el alma recibe la retribución que se mereció libremente por sus obras: el cielo, si sus obras son buenas; el infierno, si sus obras son malos. Es por eso que Jesús nos advierte que tenemos que obrar la misericordia para con nuestros prójimos más necesitados, si es que queremos alcanzar misericordia: “Lo que habéis hecho a uno de estos mis hermanos más pequeños, Conmigo lo habéis hecho”. En el juicio universal se confirmará el destino eterno ya recibido en el juicio particular.

         ¿Para qué será el juicio universal? Para confundir a los malos y glorificar a los buenos, y mostrar el triunfo de la justicia de Dios. Nuestro destino final –cielo o infierno- depende de nuestras obras –buenas o malas- hechas libremente.

         Explicación


         En esta lámina se representa el juicio universal que tendrá lugar al fin del mundo.
         En la parte superior vemos a Nuestro Señor Jesucristo venir con gloria y majestad rodeado de ángeles, y con la Virgen a su derecha. Los buenos, que están a la derecha de Jesús y la Virgen, miran con alegría a Nuestro Señor, porque saben que entrarán en el cielo. Los buenos se dirigen a Jesús con alegría y gratitud, porque gracias a Él han sido salvados. El Señor los llama hacia sí diciendo: “Venid, benditos de mi Padre, a poseer el Reino que os está preparado” (Mt 25, 41). A la izquierda de Jesús, hacia abajo, están los malos, cuyo destino eterno ya ha sido fijado. Los demonios arrastran a los réprobos hacia abajo, hacia el “lago de fuego y azufre”. Jesús ya ha pronunciado sobre ellos estas terribles palabras: “Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus seguidores” (Mt 25, 41).

         Práctica: Cristo volverá y vendrá de improviso, cuando menos lo pensemos, por eso quiere que todos estemos preparados: “Velad, pues no sabéis ni el día ni la hora” (Mt 25, 13). Esto quiere decir que tenemos que estar siempre, en todo momento, en gracia de Dios.

         Palabra de Dios: Los ángeles les dijeron: “Ése Jesús que ha sido llevado de entre vosotros al cielo, vendrá de la misma manera como le habéis visto partir hacia el cielo” (Hech 1, 10-11).

         “Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Cristo para que reciba cada uno, según lo que hubiera hecho en su vida mortal, bueno o malo” (2 Cor 5, 10). Jesucristo dice: “Llega la hora en que cuantos están en los sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios. Y saldrán los que han obrado el bien para la resurrección de la vida, y los que han obrado el mal, para la resurrección del juicio” (Jn 5, 28-29).

         Ejercicios bíblicos: Mt 24, 30; Mt 26, 64; Ap 22, 20; Mt 25, 31-46.



[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla3 1997.

jueves, 12 de noviembre de 2015

La Primera Comunión es recibir al Niño que tiene la Virgen entre sus brazos


(Homilía para Santa Misa de Primeras Comuniones de niños de la Catequesis Familiar -          CAFA)

         ¿En qué consiste la Primera Comunión? Para saberlo, contemplemos la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía: la Virgen está de pie, avanzando hacia nosotros, con el gesto de entregarnos a su Niño; el Niño, a su vez, tiene un racimo de uvas rojas, que sostiene con su mano izquierda, ayudado por su Madre. La Virgen que nos da a su Niño, representa a la Iglesia, que por medio del sacerdote ministerial nos da al Hijo de María, Jesús, en la Eucaristía; el Niño que está en brazos de la Virgen y que la Virgen nos entrega, representa a ese Niño Jesús, nacido en Belén, Casa de Pan, que se nos entrega voluntariamente en la Eucaristía, Pan de Vida eterna, con su Cuerpo y con su Sangre: así como en la imagen la Madre de Jesús, la Virgen nos entrega a su Niño con su Cuerpo real y también con su Sangre, representada en las uvas –con las uvas se hace el vino de Misa y el vino en la Misa se convierte en la Sangre de Jesús por la “Tran-subs-tan-cia-ción”, así la Santa Madre Iglesia nos entrega, en la Misa, el Cuerpo de Jesús Sacramentado, en la Eucaristía, y su Sangre, vertida en el cáliz.
La imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía, en la que la Virgen que nos da a su Niño nacido en Belén, Casa de Pan, representa a la Iglesia y al sacerdote ministerial que por la Misa nos dan a Jesús, Pan de Vida eterna; el Cuerpo real del Niño en brazos de la Virgen representa al Cuerpo de Jesús, lleno de luz y de gloria, resucitado, en la Eucaristía; las uvas que lleva el Niño, representan su Sangre, derramada en la cruz y vertida en el cáliz en la Santa Misa, porque con las uvas se hace el vino y el vino, por la Transubstanciación, se convierte en la Sangre de Jesús.
         Entonces, cuando contemplemos la imagen de Nuestra Señora de la Eucaristía, recordemos que así es la Comunión: así como la Virgen nos entrega el Cuerpo y la Sangre de su Hijo, así la Santa Madre Iglesia nos entrega el Cuerpo y la Sangre de su Hijo en la Eucaristía. Y como la Virgen nos entrega a su Hijo por Amor, para que su Hijo nos dé el Amor de su Sagrado Corazón, así nosotros, debemos entregarle, en la Primera Comunión y en toda comunión, nuestros corazones con todo el amor allí contenido, a Jesús. Recibir la Primera Comunión es recibir al Hijo de la Virgen María, Jesús Eucaristía, como si estuviéramos parados delante de la imagen, para recibir al Niño que nos da la Virgen: la diferencia con la imagen, en donde la Virgen nos da a su Niño y por lo tanto tenemos que estirar los brazos para recibirlo, es que en la Primera Comunión recibimos al Hijo de María en el corazón, porque viene a nosotros por la Eucaristía. Si en la imagen la Virgen da un paso hacia adelante para darnos a su Hijo Jesús, en la Primera Comunión recibimos al Hijo de María Virgen, que nos lo da la Iglesia oculto en apariencia de pan.
         Por lo tanto, al recibir la Primera Comunión, pensemos en el Niño que la Virgen tiene entre sus brazos, porque ese Niño Jesús está en la Eucaristía, no representado en un yeso, sino en la realidad, y viene a mi corazón para darme todo el Amor de su Sagrado Corazón y para darme el fruto de las uvas, que es su Sangre derramada por cada uno de nosotros en la cruz. Al recibir a Jesús Eucaristía por primera vez en nuestros corazones, no debemos estar distraídos con cosas que no son Jesús: debemos pensar en Él y sólo en Él, como cuando invitamos a nuestro mejor amigo a nuestra casa, para estar con él y sólo con él. La Primera Comunión es el primer intercambio de amor entre el Corazón Eucarístico de Jesús y el nuestro: Jesús nos da su Corazón –que late, vivo, con toda la fuerza del Amor de Dios, el Espíritu Santo- contenido en la Eucaristía y con Él nos da todo su Amor, por lo que nosotros no podemos hacer otra cosa que entregarle nuestro corazón, con todo el amor a Él allí contenido, por pequeño que sea.

Por último, la Primera Comunión no puede ni debe ser nunca la “última”, como ocurre en muchos casos, lamentablemente: es la Primera de muchas, porque cuanto más amemos a Jesús, más desearemos comulgar en gracia, para que más tiempo esté Jesús con nosotros, en nuestro corazón. La Eucaristía recibida en la Primera Comunión debe quedar entronizada en nuestros corazones, para ser allí amada y adorada, para que la Eucaristía sea el Centro de vida y amor divinos que guíe nuestras vidas. Y puesto que estamos en familia, la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre que nos da la Virgen María, debe ser el alimento celestial no solo para los niños de las familias que hoy reciben la Primera Comunión, sino para toda la familia, para todos los integrantes de la familia; es decir, la Eucaristía –sólo la Eucaristía y nada más que la Eucaristía- debe ser el centro de vida y amor de la familia; si algo reemplaza a la Eucaristía –el televisor, la computadora, el celular, etc.-, nada de eso podrá ser lo que la Eucaristía es para toda la familia: el centro y la fuente inagotable del Amor, de la Paz, de la Alegría de Dios Hijo encarnado, el Hijo de María.

sábado, 7 de noviembre de 2015

Jesús dio su vida en la cruz para que nosotros pudiéramos recibirlo en la Primera Comunión


(Homilía para Santa Misa de Primeras Comuniones)

         Al recibir la Primera Comunión, tenemos que recordar qué nos enseña la Iglesia, para saber bien qué es lo que estamos recibiendo: recibimos no un poco de pan bendecido, sino el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, la Eucaristía.
         Otra cosa que tenemos que saber es que lo que recibimos, la Eucaristía, que nos parece algo tan fácil recibirla –viene el sacerdote, celebra la Misa, paso a comulgar, recibo la Eucaristía-, a Jesús le costó muy pero muy mucho: le costó su Sangre y su Vida. Es decir, para que ustedes puedan recibir hoy la Eucaristía, Jesús tuvo que entregar su vida en la cruz y sufrir muy pero muy mucho.
Jesús sufrió mucho para poder estar en la Eucaristía y para que ustedes lo puedan recibir: le costó nada menos que su vida, entregada en el sacrificio del Calvario el Viernes Santo; Jesús entregó su vida por ustedes en la cruz, para que lo pudieran recibir en la Comunión y esto que hizo Jesús no lo hizo por obligación, sino que Él entregó su vida por Amor a cada uno de ustedes. Cuando Jesús subió a la cruz, subió por Amor a todos nosotros y cuando lo hacía, lo único que tenía en la mente era el nombre de cada uno de ustedes, y a todos los tenía en su Sagrado Corazón, porque los amaba a todos con locura. Cuando le clavaban los clavos, cuando agonizaba por tres horas, cuando estaba por entregar su Espíritu en manos de su Padre, Jesús pensaba en ustedes y los amaba en su Corazón a todos y cada como si fueran los únicos, como si no hubieran otros niños en el mundo. Y desde que Él entregó su vida en la cruz y resucitó y subió al cielo, está esperando, desde entonces, este momento, el momento en el que Él va a entrar en sus corazones por primera vez en sus vidas para darles todo su Amor.
Esto quiere decir que si Jesús entregó su vida por Amor a ustedes y que quiere entrar en sus corazones sólo para darles su Amor, lo que quiere Jesús a cambio es recibir el amor de cada uno y es por eso que, al recibirlo en la Primera Comunión –como en cada Comunión-, no solo no tenemos que estar distraídos, sino que tenemos  que estar muy concentrados, pensando en Jesús, diciéndole que lo adoramos y que queremos darle todo el amor de nuestros corazones. En la comunión, Jesús nos entrega su Sagrado Corazón Eucarístico, lleno del Amor de Dios. Si en una imagen el Sagrado Corazón está sólo representado, porque no está ahí en la realidad, en la Eucaristía, en cambio, está el Sagrado Corazón en Persona. Para que sepamos que esto es real y verdadero, Jesús hizo un milagro en la Edad Media, en un pueblito llamado Orvieto: como el sacerdote que celebraba la Misa tenía dudas de fe con respecto a la Presencia real de Jesús en la Eucaristía, Jesús hizo que parte de la Hostia consagrada se convirtiera en músculo del corazón vivo y sangrante, con tanta sangre, que rebasó el cáliz, manchó el corporal y hasta cayó en el mármol del pavimento, quedando impregnado ese mármol hasta el día de hoy con la Sangre de Jesús. Pero todavía faltaba algo más: la parte de la Hostia que estaba en contacto con los dedos del sacerdote, no se convirtió en músculo del corazón, sino que siguió siendo apariencia de pan, para que nos diéramos cuenta que la Eucaristía que recibimos es el mismo Sagrado Corazón de Jesús. Y Jesús hace todo este milagro sólo para darnos todo el Amor de su Sagrado Corazón, que es como un océano de Amor, sin playas y sin fondo. Es por eso que, si Jesús nos da su Amor, también nosotros debemos darle nuestro amor, el pobre amor de nuestros corazones.
Si hacemos así, si le damos a Jesús Eucaristía todo nuestro amor en la Primera Comunión, vamos a enamorarnos de Jesús Eucaristía y entonces vamos a querer comulgar no sólo en la Primera Comunión –que para muchos, lamentablemente, es la última-, sino que vamos a querer comulgar todas las veces que sea posible, porque el que ama a una persona, quiere estar con esa persona todo el tiempo: si amamos a Jesús, vamos a querer que Jesús esté en nuestros corazones todo el tiempo que sea posible y para eso vamos a venir a comulgar seguido. Si amamos a Jesús en la Eucaristía, no vamos a faltar a Misa por pereza, ni por el fútbol, ni por el paseo, ni por el descanso, y nuestros papás no van a tener que estar insistiéndonos para que vengamos a Misa: nosotros mismos vamos a pedir venir a Misa, para recibir al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que lo único que quiere es darme todo su Amor. Y así, la Primera Comunión no va a ser la última, sino la primera de muchas, de muy muchas.

viernes, 6 de noviembre de 2015

Por la Primera Comunión recibimos al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús


(Homilía para Santa Misa de Primeras Comuniones)

            Para que podamos entender la inmensidad del don que nos hace Jesús en la Primera Comunión, tenemos que recordar un milagro eucarístico -de entre tantos- muy especial: el milagro de Orvieto-Bolsena, ocurrido hace muchos años, en la Edad Media.
         ¿Qué sucedió en ese milagro? Un sacerdote, que tenía dudas de fe, comenzó a celebrar la Misa. En el momento de la consagración, es decir, cuando el sacerdote pronuncia las palabras “Esto es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre”, que por el poder del Espíritu Santo convierten al pan y al vino en el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, tuvo dudas de fe. Es decir, dudó de que realmente las palabras de la consagración produjeran la conversión de las substancias muertas del pan y del vino, en la substancia gloriosa de Jesús resucitado.
         Entonces, el mismo Jesús, con su poder divino, hizo uno de los milagros más grandiosos de todos los milagros grandiosos de Dios: ante su propia vista convirtió la Hostia, que acababa de ser consagrada, en músculo cardíaco vivo, que comenzó a sangrar; la sangre, que caía en el cáliz, era tanta, que rebalsó el cáliz, manchó el corporal y cayó al mosaico de mármol, quedando impregnado el mármol hasta el día de hoy. Pero además, sucedió otro milagro dentro del milagro: la parte de la Hostia que era sostenida por los dedos del sacerdote, no se convirtió en músculo del corazón que sangraba, sino que permaneció con apariencia de pan, y esto lo hizo Jesús para que nos diéramos cuenta que, en cada Eucaristía, lo que está contenido ahí adentro –y que por lo tanto, es lo que recibimos-, no es pan, como aparece a nuestros sentidos, sino su Sagrado Corazón que, por estar en la Eucaristía, le decimos “Sagrado Corazón Eucarístico”. Jesús hizo este gran milagro eucarístico para que supiéramos que lo que nos enseña la Iglesia, de que el pan y el vino se convierten en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la consagración, es cierto.

         Entonces, esto es lo que vamos a recibir en la Primera Comunión: al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, que late de Amor por nosotros. Pero no solo en la Primera Comunión recibimos al Sagrado Corazón de Jesús, sino en cada comunión que hagamos. Si amamos al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús, nuestra Primera Comunión será la primera de muchas, muchísimas, porque no vamos a querer perdernos ninguna comunión.

miércoles, 4 de noviembre de 2015

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 18 – Cristo a la derecha de Dios Padre

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 18 – Cristo a la derecha de Dios Padre[1] 

         Doctrina

         ¿Qué quiere decir estar sentado a la derecha de Dios Padre? Quiere decir que Jesucristo en cuanto Dios tiene igual poder y gloria que el Padre y mayor poder y gloria que ninguna criatura en cuanto hombre. También quiere decir que Jesucristo como hombre tiene parte en el poder y gloria del Padre celestial; en otras palabras: Jesús es el Hombre-Dios y por eso tiene, como Dios, igual poder y gloria que Dios Padre y como Hombre, es el que más poder y gloria tiene inmediatamente después de Dios.
         ¿Para qué quiso Jesucristo subir al cielo en presencia de sus discípulos? Para que pensemos que el cielo es donde está nuestra verdadera Patria y que estamos en este mundo y en esta vida terrena sólo de paso, como peregrinos que vamos de camino. Recordemos que Santa Teresa de Ávila decía que esta vida era “como una mala posada, en una mala noche”. Así como la mala noche termina para que llegue el día y podemos salir de la mala posada para ir al prado verde y a la luz del sol, así esta vida, llena de peligros y tribulaciones, termina pronto, y comienza la vida eterna, la vida que no tiene fin.
         ¿Qué hace Jesucristo en el cielo por nosotros? Jesucristo en el cielo intercede por nosotros ante el Padre. Esto quiere decir que, mientras estamos en esta tierra y caminamos hacia el cielo, Jesucristo ruega al Padre para que nos conceda su Espíritu Santo, que nos da la Sabiduría y el Amor de Dios y así seamos capaces de discernir cuál es la Voluntad de Dios en nuestras vidas, y podamos cumplir los Diez Mandamientos y vivir en gracia.
         Explicación
        

         En el ángulo superior derecho, vemos el cielo, morada de Dios, y a Jesús sentado ya a la derecha del Padre. Jesús aparece con la cruz en la que murió; el Eterno Padre tiene el globo del mundo, y entre los dos resplandece el Espíritu Santo en forma de paloma.
         “Estar sentado a la derecha del Padre” es una forma de decir, ya que el Padre no tiene derecha o izquierda, ni manos porque es espíritu purísimo. Esto quiere decir que Jesús en el cielo ocupa como hombre el puesto más honorífico. Así como aquí en la tierra el que tiene más poder después del rey es el que se sienta a su derecha, así Jesucristo, por tener más poder que nadie después de Dios, se dice que está sentado a la derecha de Dios Padre, con autoridad, como en trono, y esto en cuanto hombre; en cuanto Dios, como ya dijimos, es igual al Padre y uno con el Padre (Jn 10, 30) y tiene la misma autoridad que el Padre y se sienta en el mismo sitio que el Padre. Por eso dijo Jesucristo: “Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28, 18).
         La parte baja de la lámina representa el martirio de San Esteban. Mientras le estaban apedreando, él tenía los ojos fijos en el cielo; veía la gloria de Dios, y a Jesús que estaba a la diestra del Padre (Hech 7, 55-56). El Espíritu Santo lo asistía para que no sufriera los dolores de su martirio, al mismo tiempo que llenaba su alma del Amor y de la gracia de Dios, para que fuera inmediatamente al cielo luego de morir, lo cual es un privilegio de los mártires.
         El hombre que está de pie, hacia atrás, con unas vestimentas en la mano, es San Pablo, quien observaba y aprobaba la muerte de San Esteban. Pablo -entonces Saulo-, en ese entonces, todavía no estaba convertido, y es por eso que perseguía a los cristianos; pero luego de que Jesucristo se le apareciera en su alma como una brillante luz en el camino a Damasco (Hech 9), se convirtió en gran predicador y apóstol de Jesús.
         Práctica: Jesucristo es Señor y Dueño de nuestra vida. Por eso, cada mañana, le consagraremos, por intermedio del Inmaculado Corazón de María, no sólo nuestras obras del día, sino nuestra mente, nuestro corazón y todo nuestro ser.
         Palabra de Dios: “Tenemos un Pontífice que está sentado a la diestra del trono de la majestad de los cielos” (Hech 8, 11); “Y es, por tanto, perfecto su poder de salvar a los que por Él se acercan a Dios y siempre vive para interceder por ellos” (Hech 7, 25); “Al nombre de Jesús doble la rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese, para gloria de Dios Padre, que Jesucristo es el Señor” (Fil 2, 10-11).
         Ejercicios bíblicos: Mc 16, 19; Heb 1, 3; Mt 25, 31; Col 3, 1.



[1] Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla3 1997.

domingo, 1 de noviembre de 2015

Solemnidad de Todos los Santos para Niños


(Ciclo B – 2015)

         Hoy la Iglesia se alegra y está de fiesta porque muchos de los que forman parte de la Iglesia, están ya en el cielo: la Iglesia se alegra por Todos los Santos, es decir, por todos aquellos niños, hombres, mujeres, de todos los países de la tierra, que una vez fueron bautizados y ahora viven en el cielo, para siempre, en compañía de Jesús, de la Virgen y de los ángeles de luz.
         Y para demostrar su alegría, la Iglesia que está en la tierra le ofrece, a la Iglesia que está en el cielo, un regalo de valor infinito, la Santa Misa, porque cada Misa, al ser el sacrificio de Jesús en la cruz, tiene un valor infinito.
         Los santos son, entonces, todos nuestros hermanos –en la Iglesia, todos somos hermanos de Jesús y hermanos entre nosotros por el Bautismo- que están ya en el cielo, viviendo en alegría y amor para siempre, junto a Jesús y a la Virgen, y como nosotros también tenemos que ir al cielo, la Iglesia nos los hace recordar, para que también nosotros tengamos deseos de ir al cielo junto con ellos.
¿Cómo llegaron al cielo Todos los Santos? Primero, tenemos que saber que lo que los llevó al cielo, fue la gracia santificante de Jesús: sin la gracia santificante, nadie puede entrar en el cielo, y como ellos querían estar con Jesús para siempre, evitaron siempre cualquier clase de mal, para que estar siempre en gracia. Para eso, se confesaban con mucha frecuencia, comulgaban todos los días y hacían todas las obras de misericordia que nos enseña la Iglesia –dar de comer al hambriento, de beber al sediento, orar por los muertos, dar consejo al que lo necesita, etc.-.
Así es como se ganaron el cielo: evitando el mal, porque el mal hace que Jesús se vaya del corazón; viviendo en gracia, confesándose frecuentemente y comulgando todas las veces posible, siempre en gracia, y siendo misericordiosos con sus hermanos, sobre todo los más necesitados.

Nosotros no somos santos, sino que somos pecadores y lo seguiremos siendo hasta el último día de la vida, porque sólo se puede llamar “santo” al que ya está en el cielo, como Todos los Santos. Pero estamos llamados a ser santos, estamos llamados, como ellos, a ir al cielo, y es para eso que la Iglesia celebra una fiesta como la de hoy y nos los pone de ejemplo: para que los imitemos en sus virtudes, pero sobre todo en su santidad, en su amor a la gracia santificante y en su amor a Jesucristo, y así podamos llegar al cielo como ellos, para estar para siempre junto a Jesús y a la Virgen.