Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

domingo, 22 de noviembre de 2015

Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo



         (Ciclo B – 2015)

         Cuando Jesús estaba preso, le dijo a Poncio Pilatos que Él era rey: “Yo Soy Rey, pero mi reino no es de este mundo, porque si fuera de este mundo, mi Padre habría enviado ángeles para que no me apresaran”.
         Aunque no lo parece en el momento en el que se lo dice, porque está atado con sogas, su túnica está toda cubierta de sudor, de barro, y hasta de sangre. Tampoco parece rey porque un rey está en su palacio, con una corona de oro, sentado tranquilamente en su trono real, rodeado de sus amigos de la corte, que lo quieren mucho y lo respetan: aquí, está sin corona, con sus cabellos todos despeinados, sin haberse podido lavar la cara siquiera, y no está en su palacio, sino en el palacio de Poncio Pilatos, que quiere hacerlo castigar con látigos, y está rodeado de sus enemigos, que quieren que muera en la cruz.
         Sin embargo, Jesús es Rey, porque nació siendo Rey, en el cielo y porque con la cruz conquistó a los tres enemigos de los hombres: el demonio, la muerte y el pecado.
         En el letrero de la cruz, Pilatos mandó a escribir: “Iesus Nazarenus, Rex Iudaerum”, Jesús Nazareno, Rey de los judíos, pero dice un santo, San Agustín, que Jesús no es sólo Rey de los judíos, de Israel, sino de las almas, porque así como un rey terreno sale a luchar para conquistar tierras para su reino, así Jesús en la cruz, con su Sangre derramada, conquista no tierras, sino almas para el Reino de los cielos. Y por eso Jesús en la cruz, es Nuestro Rey, el Rey de nuestros corazones, el Único Rey de nuestros corazones, y no hay otro más rey para nosotros que Jesús en la Cruz.

         “Yo Soy Rey”, le dice Jesús a Pilatos. Y nosotros le decimos a Jesús: “Amado Jesús, Tú eres en la cruz Nuestro Rey, Nuestro Único Rey y no hay otro Rey que no seas Tú; ven a nuestros corazones por la Eucaristía, y quédate en ellos como si fuera tu trono real, y nunca te vayas de nuestros corazones; haz que te amemos y te adoremos, oh Jesús, Rey de cielos y tierra, Rey de nuestros corazones y de nuestras familias, en el tiempo y luego en la eternidad, en el Reino de los cielos, por los siglos de los siglos. Amén”.         

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