Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

jueves, 26 de mayo de 2016

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 25 – El perdón de los pecados - Parte 1


Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 25 – El perdón de los pecados - Parte 1[1] 

            Doctrina

         ¿Tiene la Iglesia poder para perdonar los pecados? La Iglesia tiene poder, recibido de Jesucristo, para perdonar todos los pecados de los hombres, por muchos y graves que sean.

         ¿Cuándo concedió Jesucristo a la Iglesia el poder de perdonar los pecados? Jesucristo concedió a la Iglesia el poder de perdonar los pecados cuando el día de la Resurrección dijo a los apóstoles: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonáreis los pecados, les serán perdonados, y a quienes se los retuviéreis les serán retenidos” (Jn 20, 21-23). También lo hizo cuando el Señor dijo a San Pedro: “Te daré las llaves del Reino de los cielos; todo lo que atares en la tierra, será atado en el cielo, y cuanto desatares en la tierra será desatado en los cielos” (Mt 16, 19). Con estas palabras dio el Señor a los apóstoles y a sus sucesores y sacerdotes el poder de perdonar los pecados.

         ¿Quiénes tienen poder para perdonar los pecados? Tienen poder para perdonar los pecados los obispos y los sacerdotes que están debidamente autorizados.

         Explicación

         En la imagen vemos una representación de la parábola del hijo pródigo, propuesta por Jesucristo para indicarnos el gran amor de Dios para con nosotros, al perdonarnos nuestros pecados.
         El hijo pródigo que se aleja de la casa paterna representa al pecador que deja de pertenecer al Cuerpo de la Iglesia, por el pecado y el apartamiento de Dios. El hijo pródigo que se entrega a los placeres del mundo y no se alimenta de los alimentos de la mesa de su padre, representa al pecador que, por pereza, no asiste los Domingos a Misa para alimentarse con el manjar del cielo que nos brinda Dios Padre, el Pan de Vida eterna, la Eucaristía. El hijo pródigo, luego de gastar todo su dinero, queda  en la ruina, completamente pobre y miserable. Ya no tiene amigos, se muere de hambre y debe trabajar para un granjero, que lo envía a cuidar cerdos, sin siquiera poder alimentarse de las bellotas que comen los cerdos: representa al hombre que, por el pecado, se aparta de Dios y su gracia y, sin poder alimentarse de la Eucaristía a causa del pecado, se vuelve esclavo de Satanás. Al final de la parábola, el hijo pródigo se arrepiente y decide regresar a la casa del padre, pidiéndole perdón por haberlo abandonado y por haber dilapidado su fortuna; el buen padre lo perdona, lo abraza y lo viste, no como sirviente, sino como hijo: representa la Confesión Sacramental, en la que el pecador arrepentido, después de haber implorado el perdón de sus pecados, mediante una buena confesión es restituido a la gracia y amistad del Padre celestial.

         Práctica: con frecuencia, ante mis pecados o faltas cometidas, haré breves oraciones de arrepentimiento: ¡Dios mío, perdona mis pecados! ¡Señor, apiádate de mí, que soy un pecador! ¡Señor, purifícame! ¡Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí, que soy un pecador! También repetiré la oración de Santo Domingo Savio el día de su Primera Comunión: “¡Prefiero morir, antes que pecar!”.

         Palabra de Dios: “Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras” (1 Cor 15, 3). Jesús perdonó, durante su vida en la tierra, muchas veces a los pecadores: perdonó a la mujer arrepentida, en casa de Simeón (Lc 7, 48); perdonó a la mujer adúltera (Jn 23, 42-43); perdonó a Zaqueo (Lc 19, 1-10); perdonó a sus verdugos (Lc 23, 34); perdonó al buen ladrón (Lc 23, 42-43).

         Ejercicios bíblicos: Lc 1, 50; 1 Jn 1, 9; Lc 15, 2; 1 Tim 2, 4; Ez 33, 11.
        




[1]                      Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla3 1997.

martes, 17 de mayo de 2016

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 24 – La Comunión de los Santos

Catecismo para Niños de Primera Comunión - Lección 24 – La Comunión de los Santos[1]
            Doctrina
         ¿Qué quiere decir “Comunión de los Santos”? La comunión de los santos es la unión común que hay entre Jesucristo, Cabeza de la Iglesia, y sus miembros, y de éstos entre sí. Comunión quiere decir “común unión”; y Comunión de los Santos quiere decir unión común con Jesucristo de todos los santos del cielo, de las almas del purgatorio y de los fieles que aún peregrinamos en la tierra.
         Todos los bienes espirituales, que forman el tesoro de la Comunión de los Santos, proviene de Jesucristo y se da así: los del cielo interceden por los demás; los de la tierra honran a los del cielo y se encomiendan a su intercesión, también oran y ofrecen sufragios por los difuntos del purgatorio, y estos también interceden a favor nuestro.
Para entenderlo un poco mejor, recurramos a la imagen del cuerpo de un hombre, en el que los diversos órganos se ayudan entre sí: por ejemplo, el pulmón oxigena la sangre, que alcanza a todos los órganos; el estómago y el intestino, a su vez, descomponen los nutrientes ingeridos con la alimentación, para que puedan llegar a las células que forman el pulmón; los miembros inferiores y superiores, a su vez, procuran el alimento que luego será ingerido y que será aprovechado por todo el cuerpo, etc. En la Iglesia -que está formada por los santos del cielo, por las almas del Purgatorio y por los bautizados y se llama “Cuerpo Místico de Jesús”-, sus integrantes tienen diferentes dones espirituales que, puestos al servicio de los demás, benefician a todos. Por ejemplo, en la Iglesia Peregrinante o militante –la de la tierra-unos tienen el don de la oración –monjes y monjas contemplativas-, otros, el don del estudio –teólogos, filósofos-, otros, el don de enseñar –catequistas, etc.-, otros, el don de predicar –sacerdotes-, otros, el don de visitar enfermos y presos –laicos, sacerdotes, etc.-. A su vez, está la Iglesia Paciente o Purgante –formada por las Benditas Almas del Purgatorio- y por último la Iglesia Celeste o Triunfante –formada por los santos del cielo-. Cuando todos ponen sus dones al servicio de la Iglesia, se da la “Comunión de los Santos”: los de la Iglesia Militante rezamos por las almas del Purgatorio, estas a su vez interceden por nosotros; nosotros, rezamos pidiendo favores a los santos del cielo y ellos a su vez también interceden por nosotros. Como vemos, se produce una “circulación” de bienes espirituales entre los diversos integrantes de la Iglesia (Militante, Purgante y Triunfante).
¿De qué bienes espirituales participan los miembros de la Iglesia? Los miembros de la Iglesia participan de los méritos de Jesucristo, de los de la Santísima Virgen y de los Santos; del sacrificio de la Misa, de los sacramentos y de las oraciones y buenas obras de los fieles.
Los pecadores, es decir, los que no están en gracia de Dios, ¿participan de la Comunión de los Santos? Solamente en cuanto reciben gracias para que puedan con ellas obtener el perdón de los pecados, sobre todo, la gracia de la conversión.
Explicación

Esta lámina representa la “Comunión de los Santos”. Por “Santos” entendemos a todos los fieles que están en gracia de Dios. Y “Comunión de los Santos” es comunión o comunicación de bienes unos a otros, entre los fieles todos, así del cielo, como del purgatorio y de la tierra, es decir, la Iglesia universal abraza el cielo, la tierra y el purgatorio.
Todos en la Iglesia formamos una grande y santa comunión. Esta “unión espiritual” consiste en que siendo todos como miembros de un solo cuerpo, cuya Cabeza es Cristo, los unos tenemos parte en las buenas obras –oraciones y sacrificios- de los otros.
En la parte superior vemos a la Santísima Virgen, Madre de Dios, emperatriz de cielos y tierra, que representa el cielo, o sea, la Iglesia Triunfante, porque los que allí viven han triunfado de los peligros del mundo.
En la parte baja está el purgatorio, o sea la Iglesia Purgante, porque las almas expían allí sus pecados veniales o los mortales perdonados.
Luego estamos los que vivimos en la tierra, o sea, la Iglesia Peregrinante o Militante, porque como soldados de Cristo trabajamos para alcanzar el cielo.
En la Santa Misa, la mayor fuente de gracias porque en ella se renueva o actualiza el sacrificio de nuestro Redentor, es glorificada la Iglesia Triunfante, aliviada la Purgante y santificada la Militante, ya que el poder o valor de la Santa Misa es de sí infinito, por cuanto Cristo, o sea la Víctima ofrecida es de mérito infinito. Dios, sin embargo, acepta una parte de este valor según su voluntad, y por esto se ofrecen una o varias Misas por los mismos fines, pues sólo Dios sabe hasta qué punto aprovechan para el fin porque se ofrecen.
¿Qué obras tienen valor para la Comunión de los Santos? Por ejemplo, una procesión, en la que los fieles rezan sus oraciones, pidiendo a Dios algún favor especial; un acto de caridad, como el de una religiosa visitando o atendiendo a un enfermo: estas obras sirven en sufragio de las Almas del Purgatorio, para la santificación de la propia persona, para glorificación de Dios y para la conversión de los pecadores.
         Práctica: todo el bien que yo hago aprovecha a la Iglesia entera, y todo el mal que cometo, la daña: ¡qué tremenda responsabilidad!
         Palabra de Dios: “Un mandamiento nuevo os doy: que os améis los unos a los otros…” (Jn 13, 34). “Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros, y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo que es la Iglesia” (Col 1, 24).
         Ejercicios bíblicos: Sant 5, 16; Gál 3, 28; Jn 15, 5; Mac 12, 45.



[1]                      Adaptado de El Catecismo ilustrado, de P. BENJAMÍN SÁNCHEZ, Apostolado Mariano, Sevilla3 1997.

viernes, 13 de mayo de 2016

Pentecostés para niños



(Ciclo C - 2016)

         En Pentecostés, Jesús envía el Espíritu Santo sobre su Iglesia, la Virgen y los Apóstoles, reunidos en oración, como dice la Biblia, y también lo envía sobre nosotros: la diferencia es que en la Biblia aparece como lenguas de fuego, en cambio a nosotros, lo envía también, pero invisible, es decir, no se nos va a aparecer como lenguas de fuego; no lo vamos a ver, aunque sí lo vamos a recibir. ¿Y qué va a hacer el Espíritu Santo en nosotros? Para saberlo, tenemos que acordarnos lo que dice San Pablo: "¿No saben que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?" (cfr. 1 Cor 6, 19). Es decir, el Espíritu Santo, sin que sintamos nada, convertirá nuestros cuerpos en su templo cuando venga a nuestras almas y convertirá también nuestros corazones en altares en donde se adora a Jesús Eucaristía. Entonces, quiere decir que tenemos que pensar que nuestros cuerpos son como este templo en el que estamos celebrando la Santa Misa. Esto quiere decir que lo que podemos hacer en el templo, podemos hacerlo con el cuerpo, y lo que no podemos hacer en el templo, no podemos hacerlo con el cuerpo. Pensemos un poco: ¿estando en Misa, podemos estar hablando de fútbol, de moda, de deportes, de cosas sin importancia? No, entonces, tampoco tenemos que tener pensamientos que nos distraen, en ese templo que es nuestro cuerpo, sobre todo cuando estamos en Misa. ¿Entonaríamos cantos de fútbol, o de cantantes conocidos, dentro del templo? No, entonces, en la Santa Misa, en nuestro cuerpo que es el templo del Espíritu, solo se tienen que escuchar cantos de adoración y de alabanza a Dios. ¿Proyectaríamos en las paredes del templo imágenes de nuestros programas preferidos? No, entonces, solo tenemos que pensar en Jesús y en su sacrificio en la cruz. Si el altar es una parte del cielo, ¿pondríamos sobre el altar algo que no sea la Eucaristía? No, entonces, en ese altar interior que es nuestro corazón, no tenemos que amar y adorar a nadie más que no sea Jesús en la Eucaristía.
         Otra cosa que tenemos que saber es que cuando el Espíritu Santo viene a nuestras almas, quiere encontrarlo todo limpio, luminoso, con mucho amor, y esto sucede cuando estamos en gracia de Dios; así, Jesús Eucaristía puede entrar en nuestras almas, para que Él pueda tener nuestros corazones como su trono real, en donde sea amado, alabado y adorado. Para eso envía Jesús al Espíritu Santo, para convertir nuestros corazones en altares de Jesús Eucaristía y nuestros cuerpos en su templo.
         ¿Con qué más podemos comparar la venida del Espíritu Santo? El Espíritu Santo viene en Pentecostés como fuego, porque es el Fuego del Amor de Dios. Para saber qué hace el Espíritu Santo en nosotros, pensemos que nuestros corazones, sin el Espíritu Santo, son como carbones. ¿Cómo es un carbón? Es negro, frío, y está endurecido. Así son nuestros corazones, sin el Amor de Dios: oscuros, porque no tienen la luz de Dios; fríos y endurecidos, porque no tienen el Amor de Dios y no se compadecen de sus hermanos más necesitados. ¿Qué hace el Espíritu Santo en nuestros corazones? Hace lo mismo que hace el fuego con los carbones: así como el fuego los convierte en brasas incadescentes, que tienen luz, y calor (y también hace lo mismo que hace con el hierro incandescente, que se vuelve blando cuando el fuego lo penetra); así el Espíritu Santo, penetrando con su fuego en nuestros corazones, los transforma en carbones incadescentes, que arden en el Amor de Dios: nuestros corazones se vuelven luminosos, porque tienen la luz de Dios; cálidos, porque tienen el Amor de Dios, y, como el hierro que puede moldearse porque el fuego lo hace blando, así nuestros corazones, cuando están penetrados por el Fuego del Amor de Dios, que es el Espíritu Santo, se vuelve compasivo y misericordioso y se apiada de las miserias y dificultades de nuestros hermanos.

         Otra imagen que podemos recordar es la de una paloma, porque el Espíritu Santo es representado con la imagen de una paloma en el Evangelio. Cuando nuestro corazón está en gracia, se vuelve como un nido de luz y de amor, y entonces la Dulce Paloma del Espíritu Santo va a posarse allí, y desde allí nos da sus dones, sobre todo, el Amor de Dios: cuando una persona ama a todos, incluidos a sus enemigos, cuando pide perdón y perdona, cuando busca la paz y la concordia, cuando busca socorrer a los demás en sus necesidades, entonces en esa persona habita el Espíritu Santo. Pero cuando el corazón no está en gracia, el corazón se vuelve oscuro, como una cueva y, en una cueva, ¿puede hacer nido la Dulce Paloma del Espíritu Santo? No. El Espíritu Santo se va de un corazón así. Y en una cueva, oscura, fría, húmeda, ¿quiénes viven? Las alimañas –arañas, serpientes, alacranes- y animales salvajes, como el oso y el lobo. ¿Cómo queremos que sea nuestro corazón, como un nido de luz y amor, en donde vaya a posarse la Dulce Paloma del Espíritu Santo? ¿O queremos que sea como una cueva oscura y fría, habitada por alimañas y bestias salvajes? Por supuesto que queremos que sea como un nido de luz y de amor; para ello, tenemos que vivir siempre en gracia, confesándonos con frecuencia, perdonando a los que nos hacen mal, y hacer el bien a los más necesitados. Si hacemos así, el Espíritu Santo, como Dulce Paloma, reposará en nuestros corazones, y no se irá nunca de ahí. Para eso envía Jesús al Espíritu Santo en Pentecostés, para que nuestros corazones sean como nidos de luz y de amor en donde repose siempre la Dulce Paloma del Espíritu Santo.