Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

domingo, 5 de noviembre de 2023

Santa Misa de Primeras Comuniones

 


(Homilía en ocasión de Santa Misa de Primeras Comuniones en Capilla San José 
en Alto Verde, Parroquia Nuestra Señora del Valle en Alvear, 
Concepción, 051123)


         En la Santa Misa se confecciona, se realiza, se produce, un sacramento, la Eucaristía.

         Como todo sacramento, la Eucaristía tiene dos partes: una visible y otra invisible.

         La parte visible es lo que vemos, oímos, sentimos: el altar, las oraciones, los libros, etc,.

         La parte invisible es lo que no vemos, pero que igualmente sucede porque sin lo invisible, no hay sacramento.

         Lo visible viene de la tierra; lo invisible, viene del cielo.

         Entonces, en la Santa Misa, en el altar, sucede algo visible y algo invisible: lo invisible consiste en que Jesús EN PERSONA baja desde el Cielo y convierte el pan en su Cuerpo y convierte el vino en su Sangre, que queda en el Cáliz; por eso el pan deja de ser pan y se convierte en el Cuerpo de Cristo y el vino deja de ser vino y se convierte en la Sangre de Cristo. En ese momento debemos hacer silencio interior y exterior, porque Cristo está misteriosamente en el sacerdote, obrando el milagro.

         Por eso cuando comulgamos, no comulgamos pan, sino el Cuerpo de Jesús y no bebemos el vino sino la Sangre de Jesús.

         Cuando comulgamos no comulgamos pan, aunque a los ojos y al gusto parezcan pan, sino que comulgamos el Cuerpo y la Sangre de Jesús, comulgamos a Jesús en Persona; cuando comulgamos, recibimos con la boca la Eucaristía y con el corazón a Jesús que en Persona viene a nuestros corazones por la Comunión.

         Antes de comulgar y cuando hemos comulgado, debemos hacer un acto de amor y de adoración interior, en silencio, sin que nos importe nada de lo que pasa en el exterior, concentrándonos en nuestro interior, porque Jesús está en nuestros corazones. No vamos a sentir nada sensiblemente, pero eso no quiere decir que Jesús no esté; aunque no sintamos nada, Jesús está en nuestros corazones por la Eucaristía y por eso debemos regresar a nuestros asientos luego de la Comunión, arrodillarnos y dar gracias a Jesús por haber bajado desde el cielo para venir a nuestros corazones.

         Este hermosísimo milagro sucede en cada Misa; Jesús baja desde el Cielo, acompañado por su Madre, la Virgen y por cientos de miles de ángeles y santos y el altar se convierte en una parte del Cielo, deja de ser de cemento para ser de cielo, donde está Jesús.

         Jesús hace este milagro en cada Misa para venir a nuestros corazones, para que lo recibamos a nuestros corazones; deja el cielo en donde está con sus ángeles y santos, para estar con nosotros, para darnos el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico.

         No hay nada más hermoso en el mundo que recibir a Jesús con el corazón purificado por la confesión, en la Sagrada Eucaristía.

         Los niños deben preguntarse: si Dios quiere darme su Amor, el Espíritu Santo, ¿yo me voy a quedar durmiendo o jugando o viendo televisión? Para eso tengo todo el día, primero voy a recibir al Corazón de Jesús en la Eucaristía y después todo lo demás.

         No cometamos el error de muchísimos niños y jóvenes, que se pierden de recibir el Amor del Sagrado Corazón de Jesús por cosas que no tienen importancia. NADA tiene más importancia que Jesús en la Eucaristía.

         Algo que deben tener en cuenta los papás es que son responsables ante Dios por sus hijos, porque van a responder ante el Juicio de Dios, en el Juicio Final, por si se preocuparon o no por traerlos los Domingos para que reciban a Jesús Eucaristía, al menos hasta que cumplan la mayoría de edad.

jueves, 20 de julio de 2023

El Divino Niño Jesús

 



         Es una devoción muy antigua entre los católicos; en antiguos escritos se indica que la devoción al Divino Niño empezó en el Monte Carmelo (Israel), donde, según la tradición, Jesús iba frecuentemente a pasear y a rezar con sus padres, San José y la Virgen María, y sus abuelos San Joaquín y Santa Ana[1]. Para los católicos, el honrar esta edad de Jesucristo, la Santa Infancia, es un recordatorio de cómo Dios ama la inocencia y la pureza de cuerpo y alma[2].

Ya hacia el año 1200 San Francisco de Asís dispuso recordar con mucha solemnidad la Navidad haciendo un pesebre lo más parecido posible al de Belén y representando al Divino Niño con un niño recién nacido, recordando al mismo tiempo la gran bondad del Hijo de Dios al quererse hacer hombre, sin dejar de ser Dios, para salvar nuestra alma.

También San Antonio de Padua fue un entusiasta devoto del Niño Jesús quien, según la tradición, se le apareció mientras meditaba en las Escrituras, razón por la cual se retrata al santo con el Divino Niño.

Otro santo al que se le presenta en las imágenes teniendo entre sus brazos al Niño Jesús es San Cayetano, el cual lo que necesitaba pedir lo pedía por los méritos de la infancia de Jesús. Además de los santos, millones de católicos han obtenido favores y gracias a Dios, por los méritos de la infancia de Jesús y han conseguido milagros inimaginables y esto se corresponde con la promesa que Jesús le hizo a la venerable Margarita del Santísimo Sacramento, en el año 1636: “Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de mi infancia y tu oración será escuchada”.

Modernamente los santos que más contribuyeron a difundir la devoción al Niño de Belén fueron Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz. De manera especial, Santa Teresa de Jesús le tenía un gran amor al Divino Niño y un día tuvo una experiencia mística con el Divino Niño: estaba Santa Teresa en el Convento, al pie de unas escaleras, cuando contempló a un niño; entonces la santa, que todavía no se había dado cuenta que era Jesús Niño, le dijo: “Yo soy Teresa de Jesús, ¿y tú quién eres?” Y el Divino Niño le respondió: “Yo soy Jesús de Teresa”, luego de lo cual desapareció y ahí fue cuando Santa Teresa de Ávila se dio cuenta que era el Niño Jesús. Como recuerdo de esta visión la santa llevó siempre en sus viajes una estatua del Divino Niño, y en cada casa de su comunidad mandó tener y honrar una bella imagen del Niño Jesús que casi siempre ella misma dejaba de regalo al despedirse.

Existen alrededor de todo el mundo muchas figuras e imágenes representando al Niño Jesús mediante las cuales se han obtenido grandes milagros. Entre las más conocidas se encuentran: El Niño Jesús de Praga, en Checoslovaquia; el Santo Niño de Atocha, en México; el Divino Niño de Arenzano, en Italia y el milagroso Niño Jesús de Bogotá en Colombia, entre otros.

Por último, podemos preguntarnos: ¿qué representa el Divino Niño para los católicos?

Ante todo, es un recuerdo de cómo Dios Hijo, siendo el Hijo Eterno del Eterno Padre, quiso encarnarse por obra del Espíritu Santo, en el seno virginal de María Santísima, para así manifestarse ante nosotros, los hombres, como un “hijo de hombre”, es decir, como un niño, aunque en realidad, su Padre no es San José, que era casto y puro, sino Dios Padre. Nos recuerda entonces que el Verbo Eterno del Padre, por quien todas las cosas, visibles e invisibles, fueron creadas, siendo Dios, quiso atravesar todas las etapas de la vida humana, sin dejar de ser Dios. Así, por ejemplo, si regresamos a las etapas anteriores del Divino Niño -que en las imágenes debe tener unos nueve o diez años-, el Verbo de Dios encarnado también pasó por todas las etapas que atraviesa un ser humano; de esta manera, antes de ser Divino Niño, el Verbo Encarnado fue Divino Cigoto -hay que recordar que los cromosomas paternos no pertenecen a ningún hombre, sino que fueron creados por el Espíritu Santo en el momento de la Encarnación-, luego Divino Embrión, al nacer fue el Divino Niño recién nacido, luego el Divino Niño propiamente, luego el Divino Jesús Adolescente, el Divino Jesús Joven, el Divino Jesús Adulto, en cuya edad terrena, a los treinta y tres, se inmoló voluntariamente por nuestra salvación en el Santo Sacrificio de la Cruz, Santo Sacrificio que se renueva cada vez, incruenta y sacramentalmente, en la Santa Misa.

Representa también el Divino Niño la pureza, la inocencia, el candor, de la niñez, pero no solo de la niñez humana, sino la Pureza, Inocencia, Candor, del Acto de Ser divino trinitario, del cual se deriva y es imagen la pureza, la inocencia y el candor de la niñez humana. En otras palabras, si el niño es inocente, puro y cándido, lo es ante todo Dios Uno y Trino, quien es la Inocencia Increada, la Pureza Increada y la Candidez Increada y es eso lo que nos recuerdan cada niño que vemos.

Quienes somos ya adultos, poco y nada tenemos de esa pureza, inocencia y candor que tienen los niños, imagen de la pureza, inocencia y candor del Divino Niño y aquí se nos presenta un problema, porque Jesús nos advierte que no entraremos en el Reino de los cielos, sino somos “como niños”, lo cual no quiere decir obrar de modo infantil siendo adultos, sino ser “como niños”, tener la pureza, la inocencia y el candor de los niños. Entonces, surge la pregunta: ¿cómo podemos ser como niños, para entrar en el Reino de los cielos, si ya somos adultos? La respuesta es: por medio de la gracia santificante que nos otorgan los sacramentos, porque por la gracia participamos de la vida de la Trinidad y por lo tanto participamos de la Pureza, de la Inocencia y del Candor de la Santísima Trinidad. Al recordarlo en su día, le pidamos al Divino Niño Jesús que bendiga y proteja a todos los niños del mundo, y que a nosotros nos conceda la gracia de “ser como niños”, para así poder entrar en el Reino de los cielos.

domingo, 23 de abril de 2023

Jesús y los discípulos de Emaús

 


         Dos amigos de Jesús van caminando hacia un pueblito llamado Emaús. En el camino, van muy tristes, porque se acuerdan del Viernes y Sábado Santo, cuando Jesús murió en la cruz y después fue sepultado. Están tristes porque piensan que Jesús está muerto, que no ha resucitado.

         En ese momento se les aparece Jesús, quien los saluda y comienza a caminar con ellos. Los discípulos de Emaús, a pesar de que conocían a Jesús, no lo reconocen, porque tenían “algo” que no les dejaba conocerlo, algo como una nube oscura en sus mentes y corazones. Como Jesús los ve tristes, les va explicando en el camino las Escrituras, en todas las partes en donde decía que el Mesías iba a resucitar, para darles ánimo.

         Al llegar a Emaús, Jesús quería seguir de largo, pero ellos le piden que se quede con ellos, porque ya es tarde y comienza la noche: “Quédate con nosotros, Señor”. Jesús les da el gusto y se queda con ellos.

         Una vez en Emaús, Jesús celebra la Misa y, en el momento en el que parte el pan, Jesús sopla sobre ellos el Espíritu Santo, que es luz de Dios, les quita esas nubes oscuras que tenían en los ojos y en el corazón, los ilumina con la luz de Dios y entonces los discípulos de Emaús se dan cuenta que es Jesús y se dicen uno a otro: “¡Es Jesús, nuestro Maestro!”. Y en ese momento, Jesús desaparece. También se acuerdan que cuando Jesús les explicaba las Escrituras, les ardía el pecho, porque era el Amor del Espíritu Santo el que les hacía arder el pecho por tanto amor. Entonces deciden volver a Jerusalén, ahora contentos y muy alegres, para contarles a todos que Jesús está vivo, que ha resucitado y está entre sus amigos.

         También a nosotros nos puede pasar que nos olvidemos que Jesús resucitó y que Jesús está no solamente en el Cielo, sentado a la derecha de Dios Padre, sino que está también en la Eucaristía, en el sagrario, vivo, glorioso y resucitado, esperando que vayamos a visitarlo y a decirle que lo amamos que lo queremos con todo el corazón.

         Porque sabemos que Jesús ha resucitado y está con nosotros, le vamos a decir esta oración: “Jesús Eucaristía, quédate con nosotros, todos los días de nuestra vida, y enciende nuestros corazones con el Fuego del Divino Amor”.

sábado, 3 de diciembre de 2022

Comulgar es abrir el corazón para recibir al Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús

 



(Homilía en ocasión de la Santa Misa de Primeras Comuniones, Villa Regina, Leales)

Si alguien, que no conoce nuestra religión católica, al ver que un católico comulga, diría que la Comunión es nada más que recibir un pedacito de pan sin levadura, de forma circular y de color blanco, que ha sido bendecido en una ceremonia religiosa. Pero el que dice esto, es porque solo ve con los ojos del cuerpo, pero no ve con los ojos del alma, iluminados por la luz de la fe católica. El que tiene los ojos del alma abiertos e iluminados por la luz de la fe, puede “ver”, por así decir, que la Comunión, la Sagrada Eucaristía, no es un pedacito de pan bendecido, sino una Persona, la Segunda Persona de la Trinidad, Jesús, el Hijo de Dios, que bajando del cielo en la consagración, convierte el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre, para quedarse en Persona en la Eucaristía, para que cuando nosotros comulguemos, lo recibamos a Él en Persona.

Por eso, si alguien nos preguntara qué es la Comunión, nosotros, que podemos “ver” con los ojos de la fe católica, fe que hemos recibido en el Bautismo, tendríamos que contestarle que la Comunión es abrir el corazón, purificado previamente por el Sacramento de la Confesión, para recibir a una Persona, a Jesús, que ingresa en nuestros corazones con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad y que, al ingresar, derrama sobre nosotros el Amor de su Sagrado Corazón, el Amor de Dios, el Espíritu Santo.

Esto es así porque en la Santa Misa, cuando el sacerdote extiende las manos sobre el pan y el vino y pronuncia las palabras de la consagración –“Esto es mi Cuerpo, Ésta es mi Sangre”-, Jesús baja desde el cielo y con su poder divino, convierte la substancia del pan en su Cuerpo y convierte la substancia del vino en su Sangre, de manera que antes de la consagración solo hay pan y vino, mientras que después de la consagración ya no hay más pan y vino, sino el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo.

Algo más que debemos tener en cuenta es que la expresión “Primera Comunión” significa “Primera de muchas”, tantas como pueda recibir a lo largo de la vida terrena; no significa “última”, como lamentablemente muchos parecen así creer, porque muchos niños y jóvenes, reciben la Primera Comunión y luego no regresan nunca más a comulgar, no se vuelven a confesar nunca más, no preparan sus corazones para la Comunión y no asisten nunca más a la Santa Misa dominical, con lo cual se privan de recibir al Corazón Eucarístico de Jesús.

El niño o el joven que ame verdaderamente a Jesús, no cometerá este error, porque se dará cuenta que no hay nada más hermoso y grandioso en esta vida, que comulgar, es decir, abrir el corazón para recibir a Jesús Eucaristía, quien a su vez nos dará el Amor de su Sagrado Corazón, el Espíritu Santo.

No cometamos el error de cerrar el corazón, impidiendo el ingreso de Jesús; por el contrario, acudamos cada vez a la Santa Misa, para abrir nuestros corazones, purificados por el Sacramento de la Penitencia, para recibir a Jesús Eucaristía, para adorarlo en nuestros corazones, convertidos en otros tantos altares y para darle, por medio de la Virgen, a cambio de su Corazón Eucarístico, nuestro pobre corazón.

jueves, 24 de noviembre de 2022

Cristo Eucaristía es la luz que guía nuestros pasos, en la escuela y en la vida

 



(Homilía en ocasión de Santa Misa de fin de ciclo escolar, Mancopa, Leales)

         Al finalizar el año escolar, los alumnos cristianos debemos pensar en lo que hemos vivido en la etapa escolar, en lo que hemos aprendido, y también en lo que nos queda por delante, sea en la vida de todos los días, como en la propia escuela, en el tiempo que queda por venir, por cursar en ella.

         La reflexión, como alumnos cristianos, debe ser la siguiente: al mirar hacia el año transcurrido, debemos considerar si lo que hemos aprendido lo hemos aprendido a la luz de Cristo y sus Mandamientos, porque si hay algo que se contradice con los Mandamientos de Cristo, entonces eso, aunque lo hayamos aprendido, no podemos incorporarlo a nuestras vidas. Solo debemos saber que eso aprendido, contrario a Cristo, no debe nunca ingresar en nuestras vidas, en nuestras creencias, en nuestras conductas.

         Luego, al mirar hacia adelante, la reflexión debe ser la misma: cuando comience un nuevo año escolar, debemos tener siempre presente a Cristo en nuestras mentes y corazones, para que lo que vayamos a aprender nos sirva para saber discernir, diferenciar, qué es lo que podemos aplicar en nuestras vidas y qué es lo que no: todo lo que se oponga a Cristo y a sus Mandamientos, debemos dejarlo de lado. La razón de esta reflexión es que Cristo es la Sabiduría Divina encarnada; es el Verbo del Padre, es Dios Hijo, a quien Dios Padre le comunica toda su Sabiduría Divina desde toda la eternidad. Ejemplos de cosas que aprendemos y que no debemos incorporar a nuestra conducta cotidiana, sobran, pero podemos hacer referencia brevemente a algunos hechos, teniendo en cuenta que en nuestros días, a lo que es bueno -la virtud- se le llama malo y a lo que es malo -el pecado- se lo llama bueno. Por ejemplo, hoy se enseña que la madre puede eliminar a su niño en su vientre -el aborto- y que los hijos pueden eliminar a sus padres cuando ya están ancianos o terminales -eutanasia-, en ambos casos, se manda la muerte, sea del niño o del adulto, lo cual es contrario al mandamiento de Dios que dice: "No matarás".

          Otro ejemplo es la ideología de género o también ideología LGBT: se enseña que eso es bueno, pero estas ideologías son contrarias a las enseñanzas de la Iglesia Católica, que enseña que el varón ha sido creado para la mujer y la mujer para el varón y que si se unen en matrimonio sacramental, debe ser "uno con una, para siempre". Como estos ejemplos, hay muchos más, pero estos nos sirven para reflexionar acerca de qué es lo que podemos incorporar a nuestra vida cotidiana y qué no, a la luz de la Cruz de Cristo, a la luz del Cristo Eucarístico, Luz del mundo y Sabiduría de Dios encarnada.

         Algo que debemos tener en cuenta es que el Cristo al que hacemos referencia, es el Cristo Eucarístico, el Único Cristo verdadero, el Cristo de la Iglesia Católica, ya que cualquier cristo que no sea el Cristo crucificado y el Cristo de la Eucaristía, es un cristo falso y no debemos seguirlo. Cristo Eucaristía es la luz que guía nuestros pasos, en la escuela y en la vida, todos los días y si Cristo no nos ilumina, vivimos en tinieblas, porque el mundo en el que vivimos es un mundo que está sumergido en las más oscuras tinieblas espirituales.

         Si tenemos siempre presente a Cristo Eucaristía, en nuestras mentes y corazones, no solo en la escuela sino en la vida cotidiana, nunca estaremos solos, porque Cristo es el Amigo Fiel, el Amigo que nunca abandona. El cristiano nunca debe sentirse solo, aun cuando esté solo de compañía humana, porque si está con Cristo Eucaristía, está acompañado por Cristo. Para esto, es necesario acudir a visitarlo en la Iglesia, allí donde Cristo se encuentra vivo, glorioso, resucitado, en Persona, en la Sagrada Eucaristía, en el Sagrario.

         Hagamos entonces el propósito de tener siempre a Cristo Eucaristía en la mente y en el corazón, para que todo lo que hemos aprendido y todo lo que nos quede por aprender, sea siempre para mayor gloria de Dios y salvación de nuestras almas.

viernes, 11 de noviembre de 2022

Tomar la Primera Comunión es comenzar a vivir una vida nueva en Cristo

 



(Homilía en ocasión de Santa Misa de Primeras Comuniones, Fronterita, Leales)

         ¿Qué es recibir la Primera Comunión?

         Visto desde afuera, es como si alguien recibiera en su boca un pedacito de pan blanco, sin levadura.

         Sin embargo, tomar la Primera Comunión es algo muy distinto, porque la Eucaristía no es un pedacito de pan, es una Persona, Jesús, el Hijo de Dios encarnado, que está vivo, glorioso, resucitado, en persona, en la Eucaristía. Jesús baja del cielo, en la Santa Misa, para quedarse en la Eucaristía, para que nosotros lo recibamos en nuestros corazones, que deben estar purificados por la gracia que recibimos en la Confesión sacramental.

         Entonces, si recibir la Primera Comunión no es comer un pedacito de pan, sino recibir a una Persona, al Hijo de Dios, entonces la Primera Comunión es comenzar una nueva vida en la que Jesús es el centro. Recibir la Primera Comunión es recibir a Jesús en Persona y como es una persona -la Segunda de la Trinidad-, entonces comulgar es establecer una relación de vida y de amor con Dios Hijo, con Jesús. Cuanto más lo reciba en mi corazón, con amor, con fe, con piedad, en estado de gracia, tanto más crecerá mi amistad y mi amor con Jesús Eucaristía.

         Muchos pueden decir: “Yo no siento nada, no escucho a Jesús, no veo a Jesús” y es así, porque no vemos ni escuchamos a Jesús con los ojos y los oídos del cuerpo, pero no porque no lo veamos, no quiere eso decir que Jesús no esté Presente, en Persona, con su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en la Eucaristía. Por eso es tan importante y tan hermoso recibir la Comunión, porque es recibir a Jesús en Persona, quien me da todo el Amor de su Sagrado Corazón.

         No cometamos el error de muchos niños y jóvenes, para quienes la Primera Comunión es la última, porque luego nunca más vuelven a la Iglesia para recibir a Jesús. Primera Comunión no significa “última”, sino la primera de muchas, tantas como pueda recibirlas. Además, si recibir la Comunión es lo más hermoso de esta vida, ¿porqué nos vamos a privar de lo más hermoso que tiene esta vida?

         Antes de comulgar por primera vez, digamos esta oración a Jesús: “Querido Jesús Eucaristía, Tú bajas desde el cielo en cada Santa Misa, para venir a mi corazón y para darme tu Amor; ayúdame a recibirte con amor y piedad y que esta Primera Comunión sea la primera de muchas más. Jesús Eucaristía, Tú me das tu Corazón en cada comunión, yo a cambio te doy mi pobre corazón, para que lo enciendas en el Fuego de tu Amor. Amén”.

jueves, 10 de noviembre de 2022

Por el Espíritu Santo recibido en la Confirmación, somos convertidos en soldados de Cristo

 



Cuando recibimos el Sacramento de la Confirmación, el Espíritu Santo en Persona ingresa en nuestras almas, para convertirnos en templos suyos, en templos del Espíritu Santo y para convertir nuestros corazones en altar de Jesús Eucaristía.

Pero, además, el Espíritu Santo realiza en nosotros muchas otras cosas y entre ellas, está la de convertirnos en soldados de Cristo. Ser soldados de Cristo quiere decir ser pertenecer a la Iglesia Militante, a la Iglesia que peregrina en la tierra hacia la Jerusalén celestial, en el Reino de los cielos y que en ese peregrinar debe luchar contra los enemigos de la Fe Católica, los herejes, los apóstatas, los cismáticos y contra las “potestades de los aires”, es decir, los demonios, los ángeles caídos.

El Espíritu Santo, entonces, nos convierte en soldados de Cristo y para saber qué significa eso en la realidad de todos los días, recordemos qué es lo que hace un soldado en la tierra, como por ejemplo, un soldado de nuestro Ejército Argentino. El soldado, en primer lugar, está para defender a la Patria; no está para atacar a nadie injustamente, sino para defender la Patria, cuando la Patria es agredida injustamente. Eso es lo que pasó en Malvinas, por ejemplo, los soldados argentinos lucharon para defender a nuestra Patria, que estaba siendo ocupada -y lo sigue estando- por los usurpadores británicos.

De la misma manera a como un soldado en la tierra defiende a la Patria, así un soldado de Cristo defiende a Cristo, pero no a cualquier cristo, sino al Único Cristo Verdadero, el Cristo de la Iglesia Católica, el Cristo Eucarístico, el Dios del sagrario y lo defiende de los enemigos de la Santa Fe Católica y del Altar Eucarístico. Y las armas que utiliza el soldado de Cristo, no son armas materiales, sino armas espirituales, principalmente la penitencia, el ayuno, la oración, el Santo Rosario y los Sacramentos, sobre todo la Confesión y la Sagrada Eucaristía. De entre muchísimos soldados de Cristo, se destacan los valientes cristeros, los soldados mexicanos católicos que defendieron con sus vidas a Cristo y a la Iglesia Católica, como el mártir adolescente San José Sánchez del Río.

Y así como un soldado de la tierra rinde homenaje a su Patria honrando a su bandera, así el soldado de Cristo le rinde honores, adorándolo en el altar de su corazón, cuando Cristo Dios ingresa en su alma por medio de la Comunión Eucarística.