Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

viernes, 29 de julio de 2022

La Sangre de Cristo nos purifica y nos hace santos

 



(Homilía para niños y jóvenes del Colegio La Asunción de Leales, Tucumán, Argentina)

En el mes de julio, la Iglesia Católica recuerda, celebra y adora a la Sangre de Cristo y la razón es que la Sangre de Cristo nos purifica y nos da la Vida eterna. Esto quiere decir que si no recibimos la Sangre de Cristo, no somos puros ni tampoco tenemos la Vida eterna. Para darnos una idea acerca de cuánta sangre derramó Jesús por nosotros, recordemos una anécdota de una santa de la Iglesia, Santa Brígida de Suecia.

Una vez, una santa, Santa Brígida de Suecia –una de las más grandes santas de la Iglesia Católica- viendo a Jesús todo cubierto de heridas, le preguntó cuántas heridas había recibido en la Pasión. Jesús le dijo que 5480[1]. 5480 heridas, todas profundas, desde la cabeza hasta los pies; heridas abiertas de las que brotaba sangre a borbotones. Imaginemos cómo se sentiría Jesús si hacemos la siguiente reflexión: supongamos que estamos cortando el pan en rebanadas para el almuerzo y, por un descuido, nos cortamos accidentalmente en el dedo, sin embargo, es un corte apenas superficial, pero como las yemas de los dedos están muy irrigadas, hay muchos vasos sanguíneos, casi siempre suele salir mucha sangre, en comparación con el tamaño del corte. Cuando nos cortamos, soltamos el cuchillo, nos tomamos el dedo en el que sufrimos el corte, nos quejamos, procuramos colocarnos una pequeña venda. Ahora, pensemos en Jesús, en el Cuerpo de Jesús en la Pasión y multipliquemos ese corte, en tamaño y profundidad, por diez; multipliquemos ese corte por cien; multipliquemos ese corte por mil; multipliquemos ese corte por cinco mil y nos daremos cuenta de la cantidad y profundidad de las heridas que recibió Jesús y de la cantidad de sangre que brotó de esas heridas. Esa Sangre de Jesús es la Sangre de Dios, que nos salva. Sin la Sangre de Jesús, estamos perdidos.

Si esto es así, entonces nos preguntamos: ¿cuándo recibimos la Sangre de Jesús? Es decir, ¿cómo llega la Sangre de Jesús a mi alma? Principalmente, a través de los Sacramentos, sobre todo la Confesión sacramental y la Eucaristía. Y cuando la recibimos, la sangre de Jesús nos purifica, nos quita nuestros pecados y además, nos santifica, nos da la gracia santificante, que nos hace santos, nos hace ser supra-humanos, porque nos hace ser hijos adoptivos de Dios, que viven con la vida misma de Dios, que es Vida eterna. Por eso es que decimos que la Sangre de Cristo nos purifica y nos da la Vida eterna.

La Sangre de Jesús comenzó, en la Pasión, en el momento en el que el jefe de los guardias del Sumo Sacerdote, luego de que Jesús dijera que Él es el Hijo de Dios, le diera una bofetada en la cara, con el revés de la mano: como el jefe de los guardias tenía un anillo, además del golpe, Jesús recibió un corte en la cara y comenzó a sangrar. Luego siguieron los azotes, con distintos instrumentos, que literalmente arrancaron la piel de Jesús, haciendo que su Sangre corriera a borbotones. Si Jesús no hubiera sido Dios, no habría podido soportar ni un uno por ciento de todos los latigazos que recibió. Con su Sangre, Jesús nos salva, nos quita los pecados y nos da la Vida eterna. Por eso es que debemos siempre estar agradecidos a Jesús y en acción de gracias a Jesús por haber derramado su Sangre para salvarnos y llevarnos al Cielo, le decimos a Jesús crucificado esta oración: “Oh Jesús mío, beso y adoro la Sangre que brota de tus manos y pies desgarrados por clavos de hierro; beso y adoro la Sangre que brota de tu Cabeza coronada de espinas; beso y adoro la Sangre que brota de tu Corazón traspasado; a cambio de mi beso, te pido que por tu Sangre me des el Amor de tu Corazón, el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Amén”.

 



[1] Por mucho tiempo, Santa Brígida había deseado saber cuántos latigazos había recibido Nuestro Señor en Su Pasión. Cierto día se le apareció Jesucristo, diciéndole: “Recibí en Mi Cuerpo cinco mil, cuatrocientos ochenta latigazos; son 5.480 azotes. Si queréis honrarlos en verdad, con alguna veneración, decid 15 veces el Padre Nuestro; también 15 veces el Ave María, con las siguientes oraciones, durante un año completo. Al terminar el año, habréis venerado cada una de Mis Llagas”. (Nuestro Señor mismo le dictó las oraciones a la santa.). Cfr. https://www.corazones.org/santos/brigida.htm

jueves, 14 de julio de 2022

Comulgar no es comer un pedacito de pan, sino abrir el corazón para recibir a Jesús, el Hijo de Dios, en Persona

 



(Homilía en ocasión de Santa Misa de Primeras Comuniones)

¿Qué es lo mejor que puede sucederle a alguien en esta vida? Cuando se hace esta pregunta, muchos responden que lo mejor es ganarse la lotería, o tener mucho dinero, o ser famoso, o ser un futbolista exitoso, o ser un cantante de moda, o tener muchos seguidores en las redes sociales y cosas así por el estilo. Pero nada de esto es verdad. Lo mejor que puede sucederle a una persona en esta vida es comulgar, es decir, recibir la Comunión, recibir la Eucaristía. ¿Y por qué es lo mejor de esta vida? Porque la Comunión, o la Eucaristía, no es lo que parece: parece un pedacito de pan, que tiene sabor y apariencia de pan, pero no es pan; la Eucaristía es una Persona y esa Persona se llama Jesús de Nazareth. Debido a que Jesús es Dios, Él nos ama tanto, pero tanto, que inventó una forma de quedarse en medio nuestro, aquí en la tierra, así como está en el Cielo, con su Cuerpo lleno de la luz de la gloria de Dios, resplandeciente como un sol, con su Corazón envuelto en las llamas del Amor de Dios, el Espíritu Santo y esa forma de quedarse entre nosotros, es la Eucaristía. En la Eucaristía, Jesús está oculto -escondido, podemos decir- en algo que parece pan, pero ya no es pan, sino Jesús, con su Corazón vivo y glorioso, latiendo con todo el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Por eso es que decimos que no hay nada mejor en el mundo que comulgar, que recibir la Sagrada Eucaristía, porque la Eucaristía es Jesús, que es Dios, y cuando Jesús entra en nuestros corazones por la Comunión, nos sopla el Espíritu Santo, el Amor de Dios. ¡Y no hay nada más hermoso que el Amor de Dios!

Comulgar, entonces, no es lo que parece: parece como si alguien recibiera un pedacito de pan, pero nosotros sabemos, por la fe, que comulgar es recibir a Jesús en Persona, que nos regala su Sagrado Corazón, envuelto en las llamas del Amor de Dios; comulgar no es comer un pedacito de pan, sino abrir el corazón para recibir a Jesús, el Hijo de Dios, en Persona, por eso nosotros tenemos que pedir que nuestros corazones sean como el leño seco o como el pasto seco, para que al contacto con las llamas del Corazón de Jesús, se enciendan en el Amor de Dios. No hay nada más hermoso que recibir a Jesús en la Comunión. Preparemos nuestros corazones para recibir a Jesús, diciendo: “Jesús, te amo, ven a mi corazón por la Sagrada Eucaristía”.