Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

sábado, 20 de noviembre de 2021

Nunca estamos solos, porque Jesús es nuestro Amigo Fiel, que nunca falla

 



(Homilía en ocasión de Misa de egresados para niños de Primaria)

         Inician una nueva etapa en sus vidas y en esta nueva etapa, no van a estar solos, porque cuentan, por supuesto, con el apoyo de sus seres queridos, de sus padres, de sus familias. Pero también hay que tener en cuenta que además, ustedes tienen un Amigo al que nunca hay que olvidar y este Amigo se llama “Jesús”, que es Dios y como es Dios, está en el Cielo, pero también está aquí en la tierra, en una casita especial llamada “sagrario”. Jesús está en el sagrario esperando que vayamos a visitarlo, así como se visita al mejor amigo que tenemos y nos espera para darnos el Amor de su Sagrado Corazón. Nunca nos olvidemos de Jesús; lamentablemente, muchos niños y jóvenes se olvidan de Jesús y no se acuerdan más de Él; no lo vienen a visitar nunca en el sagrario; lo dejan solo y abandonado y así se Jesús queda solo y triste, porque no lo vienen a visitar. Muchos niños y jóvenes no vienen nunca a visitarlo en su casita en la tierra, que es el sagrario y se olvidan de Él y sólo se acuerdan de Él cuando están por casarse o incluso recién cuando son viejitos y están por morir.

         No cometamos ese error; debemos saber que Jesús está esperando en el sagrario todo el día, todos los días, en cualquier momento y en cualquier circunstancia en la que nos encontremos; Jesús nos está esperando para darnos la luz, la vida y el amor de Dios Trinidad y es por eso que, cuando venimos a visitar a Jesús, nunca, pero nunca, nos retiramos con las manos vacías.

         Hagamos entonces el propósito de visitar a Jesús en el sagrario, de no olvidarnos de Él, que es el Amigo Fiel, el Amigo que nunca falla, el Amigo que nunca abandona, el Amigo que está con nosotros en todo momento y le prometamos a la Virgen, que es la Madre de Dios, la Madre de Jesús, que nunca nos vamos a olvidar de su Hijo Jesús, que está en la Eucaristía, en el sagrario, para darnos todo el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico

martes, 20 de julio de 2021

El Divino Niño Jesús y la necesidad de la infancia espiritual para alcanzar el Reino de los cielos

 



Cuando nos preguntamos acerca del origen de la devoción, hay que decir que desde los primeros tiempos de la Iglesia, el misterio de la infancia del Hombre-Dios Jesucristo ha sido motivo de gran devoción, además de ser objeto de estudio y de asombro para todos los santos, porque el hecho de que Dios se haya encarnado es lo más grandioso que le pueda haber ocurrido a la humanidad y dentro de ese misterio, está el hecho de que el Hombre-Dios ha querido vivir todas las etapas de la vida humana, incluida la niñez y esto es motivo de asombro, de estudio, de contemplación y de crecer cada vez más en el amor a Dios, que por tener nuestro amor, no ha dudado en encarnarse y en vivir como niño. Por otra parte y también en cuanto al origen de la devoción, hay quienes afirman que la devoción al Divino Niño empezó en el Monte Carmelo (Israel), donde, según la tradición, Jesús iba frecuentemente a pasear y a rezar con sus padres, San José y la Virgen María, y sus abuelos San Joaquín y Santa Ana[1].

Al contemplar al Divino Niño y considerando que ese Niño es Dios, surge una pregunta: ¿porqué Dios se nos manifiesta como Niño, siendo que podría manifestarse en todo el esplendor de su gloria y majestad? A esta pregunta hay que decir que Dios se ha encarnado y ha querido vivir como niño, incluso como niño recién nacido para que, entre otras cosas, no tengamos miedo en acudir a Dios, porque así como nadie tiene miedo de un recién nacido, así tampoco nadie puede poner como excusas de que tiene miedo de acercarse a Dios, por su gran majestad, cuando Él se ha hecho niño para que nosotros nos acerquemos a Él. Pero también se ha hecho niño por otro motivo: para que lo imitemos a Él en su niñez y así lo dice desde las Sagradas Escrituras, el mismo Jesús: “Quien no se haga como niño, no entrará en el Reino de los cielos”. Esto no significa ser infantiles, sino adquirir la verdadera infancia espiritual, caracterizada por la inocencia y la pureza de cuerpo y alma, todo lo cual no lo conseguimos por nosotros mismos, sino que nos lo concede la gracia santificante. Cuando Jesús nos dice que nos hagamos “como niños” para entrar en el Reino de los cielos, quiere en primer lugar que lo imitemos a Él en su niñez: en su inocencia –Él es la Inocencia Increada-; en su vivir en su humanidad en completo, plenísimo y perfectísimo estado de gracia –Él es la Gracia Increada- y así, si perdimos la gracia por la desgracia del pecado, acudamos al Sacramento de la Confesión para recuperarla; quiere que lo imitemos en su niñez porque es la etapa de su vida terrena en la que más estuvo entre los brazos de la Virgen, porque si bien siendo ya joven y adulto no se separó nunca espiritual y místicamente de la Virgen, sí se separó físicamente, porque tenía que predicar y que sufrir la Pasión, por eso la edad de su niñez es la edad en la que más estuvo entre los brazos de la Virgen, físicamente hablando: Jesús quiere que lo imitemos en esto y si bien no podemos estar físicamente entre los brazos de la Virgen, sí podemos, como hijos pequeños de la Virgen que somos, consagrarnos a su Inmaculado Corazón y vivir dentro del Corazón de la Virgen, como niños pequeños, hasta que llegue el momento de nuestra partida terrena a la otra vida.

Imitemos entonces al Niño Jesús en su niñez, pero como dijimos, esto no depende de nuestras fuerzas, sino de la gracia santificante, porque es la gracia la que nos comunica la inocencia, la pureza, la candidez, del Niño Jesús; por eso, cuanto más estemos en gracia, tanto más seremos como niños y tanto más estaremos seguros de entrar en el Reino de los cielos.

Por último, hay que decir que todos los santos, sin excepción, tuvieron, en mayor o menor grado, devoción al Niño Jesús. En el año 1636, Jesús le hizo una promesa a una monja carmelita del convento de Beaune en Francia, conocida como la Venerable Margarita del Santísimo Sacramento. Cristo le dijo: “Todo lo que quieras pedir, pídemelo por los méritos de mi infancia, y nada te será negado”. Otra anécdota entre los santos es la que le sucedió a Santa Teresa de Ávila, de quien se dice en su biografía que cuando emprendía el camino para fundar un convento, llevaba consigo una hermosa imagen del Niño Jesús, porque era muy devota del Niño Jesús. Se cuenta una anécdota, real, que experimentó la santa, como premio a su amor por el Niño Jesús: una vez estaba la santa en el convento, al pie de unas escaleras, cuando ve hacia arriba, en el rellano de las escaleras, a un niño; entonces la santa, extrañada por la presencia de un niño, le dijo: “¿Quién eres, Niño? Yo soy Teresa de Jesús”, a lo que el Niño Jesús le respondió: “Y Yo Soy Jesús de Teresa”. Y luego desapareció.

Honremos y adoremos a Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios, para que nosotros, hechos niños por la gracia, seamos capaces de entrar en el Reino de los cielos.

 

martes, 16 de marzo de 2021

La obra del Espíritu Santo en el Sacramento de la Confirmación

 



         Como todos sabemos, porque así lo enseña el Catecismo, en el Sacramento de la Confirmación se recibe el don del Espíritu Santo. Es decir, el Espíritu Santo “entra” en nosotros, por así decirlo, cuando recibimos el Sacramento de la Confirmación. Por eso tenemos que preguntarnos qué obra hace el Espíritu Santo cuando está dentro de nosotros. Y la respuesta a esta pregunta está en la Biblia: el Espíritu Santo convierte nuestros cuerpos –y nuestras almas- en templos de Él, en templos del Espíritu Santo (cfr. 1 Cor 6).

         ¿Qué imagen podemos tomar para darnos cuenta de la obra del Espíritu Santo? Podemos tomar un templo cualquiera de nuestra Iglesia Católica, como este en el que estamos aquí: el templo es nuestro cuerpo y el altar es nuestro corazón. Así como está el templo, iluminado, limpio, perfumado, con flores que adornan el altar y el sagrario, así está nuestra alma cuando está en gracia: iluminada por la luz de Dios, limpia con la santidad divina, perfumada con el buen olor de Cristo Jesús. Pero las paredes siguen siendo paredes, formadas por ladrillos y es aquí donde obra el Espíritu Santo: cuando entra el Espíritu Santo en un alma, por medio del Sacramento de la Confirmación, es como si convirtiera a los ladrillos en ladrillos de oro puro; es como si las puertas y las ventanas estuvieran hechas con diamantes, rubíes, y piedras preciosas de todo tipo; es como si altar fuera hecho de oro puro y no de cemento; es como si el techo fuera todo de oro; es como si los candelabros y las columnas fueran de plata. Así de hermoso, y mucho más todavía, quedan nuestros cuerpos y nuestras almas cuando recibimos al Espíritu Santo por el Sacramento de la Confirmación.

         Pero también hay algo más: a partir de que el Espíritu Santo entra en mi cuerpo, ya deja de ser mío, para ser DEL Espíritu Santo: es como si en el plano civil, se firmara la escritura de una casa a nombre de otra persona; hasta este momento, podemos decir que el cuerpo es nuestro, pero cuando recibamos el Sacramento de la Confirmación, será propiedad exclusiva del Espíritu Santo y eso es lo más hermoso que nos pueda pasar en esta vida, además de recibir a Jesús en la Eucaristía.

         Ahora bien, el hecho de que mi cuerpo sea propiedad del Espíritu Santo, quiere decir muchas cosas: por un lado, que tengo en mi alma un Huésped Divino, porque el Espíritu Santo no es una paloma, aunque aparezca como paloma, sino una Persona, la Tercera Persona de la Trinidad y como toda Persona, mira, escucha, observa. Esto es importante a tenerlo en cuenta, porque a partir de ahora, todo pensamiento que yo tenga, bueno o malo, será escuchado por el Espíritu Santo, porque será como si pusiéramos parlantes aquí en el templo y dijéramos en voz alta lo que estamos pensando; todo lo que yo vea, con mis ojos corporales, será visto por el Espíritu Santo, porque será como si proyectáramos, en las paredes, nuestros pensamientos, como si fueran imágenes de una película. Por esto, tenemos que tener mucha precaución en pedir la gracia de tener pensamientos y sentimientos santos y puros como los tienen Jesús, coronado de espinas, y la Virgen, Nuestra Reina y Señora de los Dolores. Todo lo bueno o malo que pensemos, hagamos o digamos, será pensado, dicho o hecho en Presencia del Espíritu Santo.

         Otra cosa a tener en cuenta es que si tenemos la desgracia de cometer un pecado mortal, a partir de ahora un pecado mortal será como quemar el templo desde sus cimientos; dejar de recibir a Jesús Eucaristía y creer en otras cosas, como los ídolos paganos, será como poner en el altar a esos ídolos paganos y eso no le gusta a Jesús para nada. En nuestro corazón, que es el altar interior nuestro, debe estar sólo Jesús Eucaristía y nadie más que Jesús Eucaristía, para ser amado, adorado y alabado por nosotros.

         Que el cuerpo no sea ya más nuestro, quiere decir que hay cosas que no podemos hacer con el cuerpo, como por ejemplo, tatuarnos, porque eso no le agrada al Espíritu Santo; tampoco podemos escuchar música indecente o indecorosa, porque eso ofende al Espíritu Santo. Además, así como en el templo se hace silencio para poder escuchar la voz de Dios, así también tenemos que apreciar el silencio, interior y exterior, para poder escuchar al Espíritu Santo, que quiere decirnos, de parte de Dios, cuánto nos ama Dios.

         Entonces, como vemos, recibir el Sacramento de la Confirmación no es algo sin importancia, o una simple costumbre religiosa: convierte nuestros cuerpos en templos del Espíritu Santo y nuestros corazones en altares de Jesús Eucaristía. Pidamos la gracia de nunca olvidar el día de nuestra Confirmación, el día en el que nuestros cuerpos se convirtieron en propiedad exclusiva del Espíritu Santo.