Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

viernes, 24 de septiembre de 2010

Por la Sangre de Jesús derramada en la Misa, se liberan muchas almas del Purgatorio


¿Qué pasa cuando alguien muere en gracia? Va al cielo. Pero, ¿qué quiere decir “morir en gracia” e “ir al cielo”? Vamos a ver. “Morir en gracia” quiere decir morir no sólo sin pecado mortal en el alma, sino principalmente morir siendo amigos de Dios, y ser amigos de Dios quiere decir amar mucho a Dios, porque a los amigos uno los quiere, los ama mucho. Morir en gracia entonces es morir con el amor de Dios en el corazón, y es morir con un corazón transformado en el Corazón de Jesús, y esto es muy importante, porque cuando Dios Padre ve al alma que se parece mucho a su Hijo, piensa que es su Hijo, y le da todo el amor que le da a su Hijo, y así recibe al alma en el cielo.

¿Y qué pasa cuando el alma muere en pecado mortal? Por supuesto que el alma que no muere en gracia, que muere en pecado mortal no va al cielo, porque Dios ve que en ese corazón no hay amor, porque es un corazón negro, como cubierto todo de cenizas negras, y además es frío, porque no ama ni a Dios ni al prójimo. Entonces ese corazón, así, no puede entrar en el cielo. ¿Adónde va? A un lugar en donde no se ama y donde no se puede amar nunca más, y ese lugar es el infierno. Ahí sólo hay odio y dolor, y es un lugar muy pero muy triste, por eso tenemos siempre que tratar de portarnos bien para no ir nunca a ese lugar.

Entonces, si un alma muere en gracia, va al cielo, porque su corazón es un corazón transparente como un cristal, porque tiene mucho amor a Dios y al prójimo; si un alma muere en pecado mortal, va al infierno, porque es un corazón negro, frío, sin amor, ni a Dios ni al prójimo.

¿Y si el alma muere en gracia de Dios, pero con algunos pecados veniales? Es como si su corazón estuviera transparente, pero con algunas manchitas; entonces, como no puede estar así delante de Dios, el alma sola pide ir a un lugar, para purificarse, para quitarse esas manchas, y ese lugar es el Purgatorio. En el Purgatorio hay un fuego que purifica y quita esas manchas, y cuando la última mancha se sale, el alma puede entrar en el cielo, para ir a adorar a Dios Trinidad para siempre, junto a los otros ángeles y santos, y junto con la Virgen.

En el Purgartorio, las almas sufren mucho, pero saben que algún día va a terminar su sufrimiento. Nosotros podemos aliviar ese sufrimiento con nuestras oraciones, y sobre todo con la Santa Misa, porque en la Santa Misa es el mismo Jesús que, desde la cruz, bendice a las almas del Purgatorio, y les da alivio.

Un día Jesús le dijo a una santa, que se llamaba Santa Gertrudis, que si uno decía esta oración: “Eterno Padre, te ofrezco la Preciosísima Sangre de Tu Divino Hijo, en unión con todas las Misas celebradas hoy en todo el mundo, por todas las benditas almas del Purgatorio. Amén”, se iban a liberar mil almas del Purgatorio cada vez que se dijera. ¡Mil! ¡Son muchísimas!

Y un alma del Purgatorio que se libera por nuestra oración, después, desde el cielo, nos ayuda en las cosas que necesitemos, y nos ayudan también para que vivamos en gracia, y para que algún día podamos ir al cielo.

Nos aprendamos entonces esta oración, y sepamos que cada vez que la recemos, sacamos mil almas del Purgatorio, y todas estas almas después van a estar rezando y ayudándonos en nuestro camino al cielo.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Recemos el Rosario con nuestro Ángel Custodio


¿Vieron que una mamá de la tierra siempre da cosas buenas a sus hijos? Una mamá de la tierra está siempre pensando en sus hijos, y siempre tiene algo para darles, ya sea un consejo p un abrigo. Mi mamá, por ejemplo, cuando hace frío, no me deja salir si no llevo puesta una camiseta de algodón y medias gruesas. Bueno, así como una mamá de la tierra es buena, así es la Mamá del cielo, la Virgen. La Virgen, siempre pero siempre que se aparece a alguien, le da un regalo del cielo, porque Ella es una Mamá muy amorosa, que quiere mucho a sus hijos, que somos nosotros.

Una vez, la Virgen se le apareció a un santo, que se llamaba Santo Domingo de Guzmán, y le dio un regalo: el Rosario, y le enseñó cómo había que rezarlo. Le dijo que “todo lo que se pida por el Rosario, se iba a conseguir”. Además, le dijo que el que rezaba el Rosario, se iba a salvar y se iba a ir al cielo.

Desde entonces, siempre ha habido niños que han rezado el Rosario. Por ejemplo, Santa Teresa de Ávila cuenta que ella, cuando tenía nada más que cuatro años de edad, ya rezaba el Rosario. Muchos de nosotros, tenemos más de cuatro años, así que también podemos rezar el Rosario.

Y si nos acordamos de los pastorcitos de Fátima, ellos tenían siete, ocho y diez años, y rezaban el Rosario.

Por el Santo Rosario, la Virgen le pide a Jesús y consigue de Jesús todo lo que le pedimos. Es como una vez que la Virgen y Jesús habían sido invitados a un casamiento, y se había terminado el vino. Jesús no tenía ganas de hacer un milagro, pero por pedido de su Mamá, convirtió el agua en vino. Cuando Jesús no quiere hacer un milagro, hace el milagro, aunque no lo quiera hacer, porque se lo pide la Virgen. ¿Qué fue lo que pasó? La Virgen se dio cuenta de que a los esposos se les había terminado el vino, y entonces le dijo a Jesús: "Jesús, se les ha terminado el vino, y se van a quedar sin fiesta, porque los esposos no pueden festejar sin vino". Jesús le contestó: "Mamá, ya sé que se les terminó el vino, pero ahora no quiero hacer ningún milagro". Jesús le decía esto, no porque tuviera pereza para hacer un milagro, porque Él era Dios y nunca tuvo pereza, y tampoco era que se había encaprichado, como sí hacemos nosotros muchas veces. Jesús no quería hacer el milagro porque no era la hora para hacer milagros. Pero la Virgen lo miró con su mirada amorosa de Madre, y le dijo de nuevo: "Jesús, Hijo mío de mi Corazón, no tienen vino". Entonces Jesús le dijo: "Bueno, Mamá. Vos sabés que Yo no quiero hacer milagros, pero lo voy a hacer sólo porque Vos me lo pedís". Y Jesús hizo el milagro, convirtió el agua en vino.

Así tenemos que hacer nosotros: todo lo que le queramos pedir a Jesús, se lo tenemos a la Virgen, por el Rosario. Nunca tenemos que pedirle directo a Jesús, sino primero a la Virgen, para que Ella nos alcance de su Hijo Jesús lo que Jesús tenga para darnos.

¿Cómo rezar el Rosario? Podemos intentar un truco, para que no solo no nos parezca “aburrido”, sino para que aprendamos mucho de la vida de Jesús. ¿Vieron cuando vamos al cine, por ejemplo, para ver "La Era de hielo 3"? Hay una pantalla blanca, grande, donde pasan la película, y uno se sienta en un asiento cómodo, y espera que empiecen a pasar la película. Mientras tanto, comemos pochoclo, y tomamos una gaseosa. Bueno, rezar el Rosario es algo mucho más lindo que ir al cine. Esa pantalla blanca, es nuestra mente, y la película, es la vida de Jesús, que nosotros nos imaginamos. Cuando vayamos a rezar el Rosario, tenemos que hacer de cuenta que empiezan a pasar una película de Jesús en nuestra cabeza, e imaginarnos cómo era la vida de Jesús. Por ejemplo, si rezamos el misterio del Nacimiento, nos imaginamos a la Virgen, que está embarazada de Jesús, que está en Belén, que se arrodilla, y que de pronto, de su panza, sale una luz como el sol, y esa luz es el Niño Jesús. O si queremos rezar un misterio que se llama “La Crucifixión de Jesús”, tenemos que imaginarnos a Jesús, que está acostado en la cruz, y cómo los romanos le clavan clavos de hierro en sus manos y en sus pies, y le hacen doler mucho, mientras Jesús reza por todos nosotros.

Así tenemos que hacer con todos los misterios del Rosario: imaginarnos la vida de Jesús, y pensar que nosotros estamos ahí en esa imagen.

Otra cosa que tenemos que hacer, al rezar el Rosario, es rezarlo en familia, o rezarlo delante del Sagrario, donde está Jesús en la Eucaristía, y tenemos también que pedirle ayuda a nuestro Ángel Custodio, para que lo recemos bien, sin distraernos, y para que recemos desde dentro del Corazón de la Virgen.

Y si rezamos el Rosario desde dentro del Corazón de la Virgen, el Rosario nos va a hacer amar mucho a Jesús, cada vez más.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Le pidamos a nuestro Ángel Custodio que nos enseñe a amar y a adorar a Jesús Eucaristía


¿Qué vemos cuando venimos a Misa? El altar, el crucifijo, la imagen de la Virgen, los bancos…

Todo esto es lo que vemos con los ojos del cuerpo.

Pero hay muchas cosas que no vemos con los ojos del cuerpo, y sí con los ojos del alma, con la luz de la fe: con la luz de la fe, vemos a Jesús, con su cruz, en el altar, que nos quiere mucho, y nos trae un hermoso regalo en cada misa: nos deja su cuerpo en la Hostia y su Sangre en el cáliz; está también, invisible, la Mamá, de Jesús, la Virgen, y la Virgen está en la misa porque Ella está siempre donde está su Hijo Jesús.

Hay muchas cosas que no vemos, pero que sí están, como por ejemplo, los ángeles de Dios, los ángeles buenos, y por eso vamos a hablar hoy de los ángeles buenos, los ángeles de Dios. Existen otros ángeles, que son malos, que son como si fueran sombras, pero de esos no vamos a hablar hoy. Hoy vamos a hablar de los ángeles buenos: vamos a ver quiénes, cómo son, cómo se llaman, qué hacen.

En la misa, están todos los ángeles del cielo, comenzando por San Miguel Arcángel, que es el Jefe de los ángeles buenos de Dios, y es el que le ganó la pelea en el cielo al diablo; también está el Ángel Gabriel, que fue el que le fue a avisar a la Virgen que Dios le había encargado que sea la Madre de Jesús, y también está el ángel Rafael, que aparece en la Biblia, y también están muchos, pero muchos ángeles, y son tantos, pero tantos, que no los podemos contar, y también están nuestros ángeles custodios.

¿Cómo son los ángeles? Primero, tenemos que saber que los ángeles están hechos de luz, y que no tienen un cuerpo como el nuestro, que es pesado, y sin luz; los ángeles pueden ir de un lado a otro muy pero muy rápido: no tardan nada en ir de un lugar a otro, porque son muy rápidos: se mueven a la velocidad del pensamiento. ¿Vieron cuando uno piensa en un helado de chocolate, y ahí nomás piensa otra cosa, por ejemplo, en el gol de Messi? O, en el caso de las niñas, podría ser pensar en un helado de frutilla, y ahí nomás, pensar en un vestido de color rosa… Bueno, los ángeles son más rápidos todavía que todos estos pensamientos: pueden ir de acá a la China, y volver de la China para acá, antes de que terminemos de pensar en lo que estamos pensando. También pueden atravesar las puertas y las paredes, no como nosotros, que si no las abrimos, nos chocamos y no podemos pasar.

Todo esto lo pueden hacer los ángeles porque, como dijimos, no tienen cuerpo, porque están hechos de luz.

¿Tienen alas? Tienen alas si nosotros queremos que tengan alas, pero lo mismo pueden volar sin alas.

¿Cómo se llaman? Hay ángeles a los que les conocemos el nombre, como el ángel Miguel, el ángel Gabriel, el ángel Rafael; pero hay muchos otros que no les conocemos el nombre, y el nombre les fue puesto por Dios. Pero nosotros también podemos ponerle un nombre, el que nosotros queramos, a nuestro ángel custodio.

¿Qué hacen? En el cielo, los ángeles viven de fiesta. ¿Vieron cuando uno va a un cumpleaños de un amigo, y está contento porque hay muchos amigos, y globos, y música, y cosas ricas para comer, y todos están alegres y contentos? Bueno, así y mucho más alegres, están los ángeles en el cielo, y están siempre muy pero muy contentos, sobre todo porque miran a Dios, y como Dios es tan hermoso y tan alegre, el que mira a Dios se queda tan pero tan contento, que no quiere hacer otra cosa que estar con Dios. Los ángeles en el cielo aman y adoran a Dios, y lo aman tanto, que no quieren hacer otra cosa que amarlo y adorarlo.

Los ángeles están en el cielo, pero también vienen aquí a la tierra, y ellos bajan del cielo a la tierra cuando Jesús baja del cielo a la tierra en la Misa, y se ponen todos de rodillas, alrededor del altar, para adorar a Jesús que viene a quedarse en la Eucaristía.

Si nosotros pudiéramos ver cómo se pone la Iglesia cuando los ángeles están en Misa, acompañando a Jesús, veríamos a la Iglesia llena de luz, que es la luz de los ángeles. Hagamos de cuenta que el sol viene aquí: así es la Iglesia cuando están los ángeles en Misa.

¿Y qué hacen los ángeles en Misa? Hacen lo mismo que en el cielo: adoran y aman a Jesús en la Eucaristía, porque Jesús es su Rey, es el Rey de los ángeles.

Entonces nosotros tenemos que pedirles a nuestros ángeles custodios que nos enseñen y nos ayuden a amar y a adorar a Jesús en la Eucaristía, así como ellos lo adoran y lo aman para siempre en el cielo.

viernes, 3 de septiembre de 2010

San Cristóbal y el Divino Niño Jesús


Había una vez un joven, muy alto y con mucha fuerza, que se llamaba Cristóbal. Nació en el año 405, y si hacemos cuentas, esto pasó hace mucho tiempo pero mucho tiempo, unos 1600 años. Era muy alto, y como tenía mucha fuerza, le dijo a un rey que quería trabajar para él en el castillo.

Un día, había una fiesta en el castillo, y había unos que hacían una obra de teatro. En algunas partes, nombraban al diablo, y cada vez que nombraban al diablo, el rey se santiguaba, y entonces Cristóbal le preguntó que porqué hacía eso. El rey le dijo que era porque le tenía miedo al diablo, entonces Cristóbal le dijo que él iba a buscar al diablo para servirlo, porque él quería servir al más fuerte de todos.

Cristóbal salió del castillo y comenzó a caminar, y se encontró con el diablo, que venía a caballo, y le dijo si podía servirlo, y el diablo le dijo que sí, y siguieron caminando. Iban así por el camino, el diablo a caballo y Cristóbal a su lado, cuando de repente vieron, al costado del camino, una cruz de madera. Apenas vio la cruz, el diablo se puso blanco del miedo, se bajó del caballo, y comenzó a correr para el otro lado de donde estaba la cruz, se metió en el monte, y lleno de espanto, salió por otro lado del camino, más delante de donde estaba la cruz. Cristóbal, que creía que el diablo tenía mucha fuerza, le preguntó al diablo que porqué había escapado de la cruz, y el diablo le dijo: “En esa cruz murió el Hijo de Dios, y por eso le tengo terror a la cruz”. Entonces Cristóbal le dijo al diablo que él no era tan fuerte como creía, y que lo iba a dejar para buscar a ese Hijo de Dios, que ése sí era fuerte, y se fue.

Cristóbal seguía caminando, buscando a Cristo para servirlo, y se encontró con un sacerdote viejito, que le preguntó qué era lo que buscaba. Cristóbal le dijo que a Jesús, porque le habían dicho que era muy fuerte, y por eso quería servirlo.

Entonces el sacerdote viejito le dijo que había una forma en que podía servir a Jesús: ahí cerca había un río que tenía mucha agua y que era hondo, y mucha gente se había ahogado tratando de pasarlo. El sacerdote le dijo a San Cristóbal que lo que él podía hacer, para servir a Jesús, era ayudar a la gente a cruzar el río. Como él era grande y fuerte, esto no le iba a costar mucho. San Cristóbal le dijo que sí al sacerdote viejito, y se armó una casita a la orilla del río, y se puso a esperar a que pasara la gente, y así se pasó mucho tiempo, ayudando a la gente a cruzar.

Un día, Cristóbal estaba en su casa, a la orilla del río, esperando que viniera más gente, cuando oyó la voz de un niño: “¡Cristóbal, sal de la casa, y ayúdame a cruzar el río!”. Salió Cristóbal, pero no encontró a nadie, así que se volvió a meter en su casa. Le volvió a pasar lo mismo otra vez, y se volvió a meter en la casa. Parecía que el niño estaba jugando a las escondidas con Cristóbal. Por tercera vez, volvió a sentir la misma voz que lo llamaba, salió, y ahí sí vio a un niño, que era el que lo llamaba. Cristóbal se acercó, y el niño le pidió que lo llevara a la otra orilla del río, y eso hizo Cristóbal, subiéndolo al niño, que era pequeño, como de unos nueve o diez años, sobre sus hombros y, usando su bastón, se metió en el río.

Cristóbal se metió en el río, pensando que era un trabajo fácil, porque era pequeño, y no pesaba mucho. Él ya había pasado otras veces el río, llevando a gente mucho más pesada que el niño, y nunca había pasado nada.

Iba así caminando Cristóbal con el niño, cuando empezó a pasar algo raro: el agua comenzó a aumentar mucho, tanto, que casi le llegaba al pecho a Cristóbal, y además, lo más raro de todo, el niño empezó a aumentar de peso. A cada paso que daba, el niño aumentaba más y más de peso, hasta que Cristóbal pensó que ya no podía soportar más. Pero como era muy fuerte, hizo más fuerza, y siguió caminando por el río, hasta que pudo salir. Cuando llegó a la orilla, bajó al niño del hombro, y le dijo: “¿Quién eres, niño, que me pesabas tanto que me parecía llevar el mundo entero en mis hombros?”.

“Cristóbal –le dijo el niño-, acabas de decir una gran verdad, no te extrañes que hayas sentido ese peso, pues como bien lo has dicho, sobre tus hombros llevabas al mundo entero y al Creador de ese mundo. Yo Soy Cristo tu Rey. Me buscabas y me has encontrado. A cualquiera que ayudes a pasar el río, me ayudas a mí.voy a darte una prueba de que lo que te estoy diciendo es verdad. Cuando pases de nuevo la corriente, una vez que hayas llegado a tu choza, hinca al lado de la casa tu bastón; mañana estará verde y lleno de frutos”.

Cristóbal hizo lo que el Niño Jesús le había dicho, y al día siguiente su bastón se había transformado en una palmera con dátiles. A partir de ahí, Cristóbal creyó en Jesús y se bautizó como cristiano en un lugar llamado Antioquía.

Ya cuando era cristiano, Cristóbal se encontró con un rey que le dijo que ya no creyera más en Jesús, porque si no él lo iba a matar. Cristóbal dijo que prefería morir antes que decir que no creía en Jesús. Entonces el rey mandó a dos jóvenes para que lo convencieran, porque si no lo iban a matar, pero al final fue Cristóbal el que las convenció de que creyeran en Jesús. El rey se enojó mucho, y mandó que le pegaran con barras de hierro, y después que le pusieran un casco caliente en la cabeza, pero a Cristóbal nada le pasaba, porque el Niño Jesús lo protegía. También lo ataron a una parrilla, de esas parecidas a las de los asados, pero bien grande, y le pusieron mucho fuego para que Cristóbal se quemara, pero la parrilla se derritió con el fuego, y Cristóbal no se quemó. Entonces el rey les dijo a sus arqueros, que eran más de veinte, que le tiraran flechas a Cristóbal y lo mataran, pero cuando los arqueros tiraron las flechas, estas se quedaron quietas en el aire, y no llegaron hasta donde estaba Cristóbal, hasta que en un momento, cuando estaban así quietas en el aire, se dieron vuelta y salieron volando adonde estaba el rey, y se clavaron en los ojos del rey, que se quedó ciego.

Cristóbal le dijo al rey: “Escucha, tirano, mañana estaré muerto. En cuanto haya expirado, toma del suelo un poco de polvo, empápalo con mi sangre, y ponlo sobre tus ojos, y recobrarás la vista”.

Al día siguiente, Cristóbal fue decapitado y murió, y por eso es mártir, que quiere decir que está en el cielo. El rey hizo lo que Cristóbal le dijo, y recuperó la vista, y empezó a creer en Jesús, y se arrepintió de todo el mal que había hecho.

Y esa es la historia de San Cristóbal. ¡Qué lindo lo que le pasó a Cristóbal! Él buscaba a Cristo, y lo encontró, y quería servir a un rey fuerte, y Cristo es el rey más fuerte que todos los reyes juntos. Nosotros también tenemos que hacer como Cristóbal: buscar a Jesús, y servirlo con todas nuestras fuerzas.

Aprendamos a ser como San Cristóbal, que quería servir al rey más poderoso. Como San Cristóbal, nosotros no tenemos que servir ni a un rey de la tierra, y ni mucho menos al demonio. Sirvamos a Cristo Rey, que es Dios Todopoderoso; Jesús es Dios, y como Dios tiene mucha, muchísima más fuerza que cualquier hombre y que cualquier ángel, y que todos los hombres y todos los ángeles juntos. Tratemos de ser como San Cristóbal, que sirvió a Jesús, llevándolo en su hombro, y haciéndolo pasar un río, aunque a nosotros seguramente que Jesús no se nos va a aparecer, y tampoco lo vamos a llevar en el hombro para hacerlo pasar un río, de una orilla a la otra, pero sí podemos hacer otra cosa: podemos llevar al Niño Dios en nuestro corazón, para que así pasemos de esta vida a la vida eterna.

Cfr. Los santos y sus milagros, Editorial Planeta, Buenos Aires 1996, 94-101.