Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

viernes, 23 de diciembre de 2011

Navidad para Niños y Adolescentes




         ¿Qué vemos en el pesebre? Vemos a una Madre, a un Niño, a un padre, a algunos animales. ¿Qué significa esta escena? ¿Es un nacimiento más, como tantos otros? ¿Lo que vemos en el pesebre es todo lo que hay, o hay algo más escondido?
         Hay algo más escondido, porque no es el nacimiento de un niño más, es el Nacimiento del Niño Dios, de Dios, hecho Niño sin dejar de ser Dios. Todo lo que vemos en el pesebre tiene un sentido sobrenatural: la Madre, el Niño, el padre adoptivo, la gruta, los animales, los pastores, los ángeles.
         Empecemos por el Niño que vemos acostado en el pesebre de Belén. ¿Quién es este Niño? Es Dios, que viene a nosotros no como vino a Moisés y al Pueblo Elegido, en medio de rayos y truenos y temblores de tierra; Dios no viene a nosotros para amedrentarnos, para hacernos tener miedo; Dios viene a nosotros como un Niño pequeño, recién nacido, para que no dudemos de sus intenciones: ¿acaso alguien puede pensar que un niño recién nacido puede hacer daño? ¿O puede tener malas intenciones? ¿O puede o quiere hacer algún mal? De ninguna manera; un niño recién nacido, ni puede hacer daño, ni tiene malas intenciones, ni puede ni quiere hacer mal; un niño recién nacido es todo inocencia, amor, pureza y ternura; es la obra de las Manos de Dios Padre, y si Dios viene a nosotros como un Niño recién nacido, y extiende sus brazos, es para que lo alcemos, lo abracemos, y lo cubramos de besos.
         Si Dios quisiera, podría venir en medio de fulgores, rayos, truenos, porque cuando Dios se enoja, tiemblan hasta los ángeles del cielo, dice la Virgen a Sor Faustina; pero Dios viene como un niño recién nacido, para que no tengamos dudas de que viene a perdonarnos, a darnos su Amor, a bendecirnos, a darnos su paz, su alegría, su vida divina y, sobre todo, viene a nuestra tierra, a nuestro mundo, a nuestro tiempo, para llevarnos al cielo, a su Reino, a la eternidad.
La Madre que toma en sus brazos al Niño recién nacido y lo mece suavemente, y lo abriga  para después colocarlo suavemente en la cuna, no es una madre más: es la Madre de Dios, la Virgen María, Aquella que fue concebida en gracia y sin pecado original, Llena del Espíritu Santo, para ser precisamente la Madre de Dios Hijo, para poder concebir y alumbrar luego virginalmente a su Niño Dios.
La Virgen también es la otra señal del Amor infinito de Dios, porque Dios viene a este mundo acompañado no de millones de ángeles guerreros, con las espadas de la justicia de Dios listas para descargarlas sobre los pecadores -como por otra parte, tiene todo el derecho Dios de hacerlo, visto la maldad del corazón de los hombres-: Dios viene a este mundo por medio de María Santísima, la Madre más dulce y amorosa de todas las madres dulces y amorosas. Y si Dios viene a este mundo traído por su Mamá, ¿acaso quiere hacernos algún mal? ¿No es su Mamá la garantía de que Dios quiere nuestro amor? ¿No nos está diciendo Dios, al querer ser sostenido por los brazos de una Mujer, la Virgen María, que lo único que quiere es perdonarnos y darnos su Amor? ¿Quién puede resistirse al ver a la Madre de Dios que después de concebir virginalmente a su Hijo, nos lo da amorosamente, para que luego de adorarlo, lo tomemos en nuestros brazos y lo besemos con respeto y amor?
Veamos al padre adoptivo, San José: no es el padre real del Niño, porque el padre real del Niño es Dios Padre, que engendró a su Hijo Dios desde toda la eternidad. San José es el padre virgen, casto y puro, que ama virginal y castamente a la Virgen María y a su hijo adoptivo, Jesús. San José adopta al Hijo de Dios, para que Dios adopte a los hombres como hijos suyos. Como es carpintero, enseñará a su Hijo a trabajar la madera, como un modo de prepararlo para cuando deba subir a la Cruz de madera para ser crucificado y morir allí por todos los hombres.
La gruta en la que nace el Niño, es en realidad un albergue para animales, oscuro, frío, con su suelo lleno de las cosas que los animales hacen, las cuales son limpiadas por la Virgen, mientras San José va a buscar leña para que el Niño tenga luz y calor.
La Virgen y San José deben ir obligadamente a este lugar para hacer nacer al Niño, ya que los otros lugares más cómodos y calientes, los hospedajes y las casas de Belén, están todos ocupados, y en todos les han dicho que no pueden entrar, y les han cerrado las puertas en la cara, sin apiadarse de una mujer embarazada que está a punto de dar a luz.
Los hospedajes y casas de Belén, que no se abren cuando la Virgen golpea a las puertas para poder entrar y hacer nacer al Niño Dios, representan a los corazones de los hombres, endurecidos por el pecado y el mal, que se niegan a la conversión y rechazan a Dios.
La gruta, oscura y fría, representa el corazón humano, que sin Dios, es oscuro y frío, mientras que los animales representan a las pasiones sin control, y así como la gruta, cuando nazca Dios Niño, será iluminada con la luz de la Gracia Increada, que es más fuerte y brillante que mil soles juntos, porque es la luz de Dios, así también el corazón humano, cuando nazca el Niño Dios por la gracia, será iluminado con esta misma luz, la luz que brota del Corazón del Niño Dios, una luz más brillante que mil soles juntos.
Los pastores representan a los hombres de buena voluntad que, aún sin conocer a Dios, obran el bien según el dictado de sus conciencias: están trabajando, porque están pastoreando al momento de recibir el anuncio, y están por lo tanto despiertos y vigilando, atentos a que el lobo no despedace con sus dientes a sus ovejas, es decir, evitan obrar el mal. Esta actitud de los pastores los prepara para recibir la Buena Noticia del Nacimiento de Dios como Niño en Belén.
Por último, los ángeles, los mensajeros de Dios, son los encargados de anunciar, con sus cantos de alegría, que para los hombres ha terminado la oscura noche del pecado, de la triste y penosa rebelión del hombre contra Dios, porque Dios en Persona ha venido a este mundo, como un Niño, para perdonarles sus pecados y, todavía más, para hacerlos ser hijos de Dios y llevarlos al Cielo, a la feliz eternidad en compañía de las Tres Personas de la Trinidad, de la Virgen, y de todos los ángeles buenos. Los ángeles cantan “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”, es decir, paz a aquellos que son como los pastores, que están atentos y vigilantes para obrar el bien y evitar el mal. Y la Iglesia toma el Gloria de los ángeles, para glorificar a Dios que continúa su Nacimiento en el altar, en la Eucaristía, convirtiendo al altar en un Nuevo Pesebre de Belén.
Pero además de los ángeles buenos, también hay un ángel malo, con muchos de sus secuaces, ángeles de sombra y de maldad, no de luz y de amor, como los ángeles de Dios, que no se alegran por el Nacimiento, sino que se llenan de odio y de rabia porque saben que ese Niño los derrotará para siempre cuando abra sus brazos en la Cruz, y también se enojan con su Mamá, porque saben que la Mamá de este Niño, con su delicado piececito, les aplastará la cabeza y los sepultará en el infierno para siempre.
Cuando miremos el Pesebre, entonces, meditemos en todo lo que se ve, y también en lo que no se ve, y pensemos que ese Niño, que es Dios, que abre sus bracitos en su cuna, ha venido a este mundo para abrir después sus brazos en la Cruz, para dar su vida por nosotros, para perdonar nuestros pecados, para hacernos ser hijos de Dios, y para llevarnos al Cielo al final de nuestro paso por la tierra.
Es por esto por lo que nos alegramos en Navidad.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Adviento para Niños y Adolescentes (IV)


Esperando a Jesús para Navidad
         A medida que se acerca Navidad, pareciera que lo único que importa es comprar cosas y preparar comidas ricas. Para muchos, Navidad no es esperar al Niño Dios, sino prepararse para recibir regalos y para comer y divertirse mucho.
Para colmo de males, esos regalos los trae un personaje que nada tiene que ver con la Navidad, como Santa Claus o Papá Noel: es un señor mayor, canoso y de barba blanca, algo excedido de peso, con traje rojo y blanco, con gorro rojo y pompón blanco, que viene ¡volando en un trineo conducido por renos!! ¿¿???, que entra por las chimeneas de las casas riéndose a carcajadas, aunque nadie sabe de qué se ríe.
Lamentablemente, para muchos, Navidad se reduce a esta caricatura, que debería llamarse “papanolidad”, por ponerle un nombre, así como se ponen nombres a los espectáculos de circo.
Lamentablemente, muchos reemplazan la fantástica y maravillosa realidad de la Navidad, por una celebración pagana –la “papanolidad”-, que es pura imaginación e irrealidad.
Nosotros sabemos que eso no es Navidad.
Navidad es esperar, con gozo, el Nacimiento de Jesús en ese Nuevo Portal de Belén que es nuestro corazón. Para nosotros, la verdadera fiesta de Navidad es la Santa Misa de Nochebuena, y el regalo que esperamos, no son los regalos materiales, sino el regalo de Dios Padre, que es su Hijo Dios que viene a nuestro mundo como un Niño, sin dejar de ser Dios. Y este Niño Dios sí existe, sí es real, y viene del Cielo, traído por el Espíritu Santo, y nace milagrosamente de María Virgen, en un humilde portal, el Portal de Belén.
Hoy, al igual que en los tiempos del Nacimiento de Jesús, que antes de nacer no había lugar para que naciera, porque los habitantes de Belén cerraban sus puertas y se encargaban de sus asuntos, antes que dar lugar a la Virgen, que traía a Jesús en su seno, muchos no quieren recibirlo. Hoy, como ayer, cierran sus corazones a la gracia de Dios y no permiten que la Virgen los prepare, así como Ella preparó la gruta de Belén, limpiándola antes de que naciera Jesús.
En Navidad, entonces, tenemos que prepararnos para recibir al Niño Dios, que así como nació en Belén hace dos mil años, así quiere renacer en nuestros corazones por la gracia.
¿Cómo prepararnos para recibir al Niño Dios en Navidad?
Como lo hacían los santos, por ejemplo, la niña Antonieta Meo, de solo seis años de edad.
Antonieta recibió a Jesús Eucaristía por primera vez en las Navidades de 1936. Puesto que no sabía escribir, debido a su corta edad (seis años), era su madre quien escribía las “cartas” que ella le dirigía a Jesús. Recordemos que Antonieta murió al año siguiente, por un tumor maligno, y antes de su muerte, hubo que amputarle una de sus piernas.
A pesar de esta circunstancia dramática y dolorosa, Antonieta no solo no se queja en ningún momento, sino que su anhelo dominante es recibir a Jesús en la Eucaristía. Pide además otras cosas, todas espirituales y relacionadas con la vida eterna, como la salvación de sus padres y de toda su familia.
Además, hay otra cosa que nos enseña Antonieta, y es que, en un momento en que la Navidad se asocia a las compras y a los regalos que podemos hacer y/o recibir, Antonieta está concentrada en otro tipo de regalo: el don que hace Jesucristo de sí mismo, al nacer como Niño Dios, y el don que ella puede hacerle, desde la pequeñez de su ser niña, y son los sacrificios. Modestos, pequeños, como los que están al alcance de un niño, pero sacrificios al fin, ofreciéndolos a Jesús en la Cruz. Además, se muestra arrepentida por algún “capricho” que pudiera haber hecho.
Otra enseñanza de Antonieta es su agradecimiento, a la Virgen María, porque como Mamá es Ella quien trae a su Hijo Jesús, y a Dios Uno y Trino por la Navidad, pues en realidad es la Santísima Trinidad la “autora” de la Navidad, y eso no pasa desapercibido a Antonieta.
Así es entonces como debemos prepararnos para Navidad, como Antonieta: deseosos de recibir al Niño Dios en el corazón, que se transforma así en un Nuevo Belén; disponiendo el corazón con sacrificios, para que sea más bueno, ya que el Niño Dios no puede nacer en un corazón enojado, impaciente, caprichoso; agradeciendo a la Virgen que nos trae a su Hijo Jesús, y agradeciendo a la Santísima Trinidad por la fiesta de la Navidad. Por último, hay un pedido de Antonieta, que también lo debemos pedir nosotros: “Morir antes que cometer un pecado mortal”.
Estas son las cartas de Antonieta a Jesús:
Carta del 8 de diciembre de 1936 (Fiesta de la Inmaculada Concepción de María):
“Querida Virgencita, dile a Jesús que lo quiero mucho. Querida Virgencita, estoy contenta porque hoy es tu fiesta. Querida Virgencita, cuando venga la fiesta tuya y la de Jesús (Navidad) haré pequeños sacrificios y dile a Jesús que me haga morir antes que cometer un pecado mortal.
Querida Virgencita no importa que ya te lo haya dicho antes pero te quiero mucho y te lo repito te quiero mucho pero mucho y Tú ayúdame siempre con tu gracia y te prometo que desde hoy en adelante seré cada vez más buena.
Querida Virgencita muchos saludos y cariños y besos de tu hija.
Antonieta”.
Carta del 9 de diciembre de 1936:
“Querido Jesús Niño. Antes que nada, te pido por ese pecador, para que Tú lo hagas ser cada vez más bueno.
Querido Jesús, te quiero tanto y espero que venga pronto la bendita Navidad así por lo menos te podré recibir en la Santa Comunión.
Querido Jesús sálvame de todos los peligros querido Jesús quiero ser muy buena para que salves muchas almas y las hagas ir al Paraíso sobre todo y especialmente a aquella persona, ya te lo dije pero te lo quiero decir de nuevo.
Querido Jesús te mando muchos cariños. Saludos y besos de tu querida Antonieta”.
Carta del 10 de diciembre de 1936:
“Querido Jesús (…) No veo la hora que venga Navidad para recibirte en mi corazón y pedirte tantas gracias, ahora te pido tres pero en ese día te voy a pedir muchas, la primera, de llevarme al Paraíso, la segunda de hacerme buena, la tercera de llevar al Paraíso a mis papás y ayudarlos.
Querido Jesús dile a Dios Padre que lo quiero mucho y dile también que haré muchos pequeños sacrificios porque así estaré más contenta cuando te reciba en mi corazón. Hoy he hecho pocos sacrificios, pero mañana haré muchos pero Tú ayúdame porque sola no puedo.
Saludos y besos de tu querida Antonieta”.
Carta del 13 de diciembre de 1936:
Querido Jesús Grande
“Jesús Eucaristía te quiero tanto… Faltan diez días ¡qué alegría para mí! ¡Con gran amor te recibiré en mi corazón!”.
Carta del 20 de diciembre de 1936:
“Querido Jesús dile a Dios Padre que lo quiero mucho, querido Jesús dile también que le agradezco a Él y al Espíritu Santo que faltan solo tres días para Navidad querido Jesús, estoy contentísima porque en pocos días vendrás a mi corazón”.
Carta del 21 de diciembre de 1936:
“Querido Jesús dile a Dios Padre que lo quiero mucho y que agradezco a la Santísima Trinidad porque pronto será Navidad”.
Carta del 24 de diciembre de 1936:
“Querido Jesús Eucaristía
Estoy muy contenta porque dentro de pocas horas te recibiré en la Eucaristía querido Jesús.
¡Querido Jesús, dile a Dios Padre que le agradezco a Él, a Ti y al Espíritu Santo porque dentro de pocas horas Te recibiré en la Sagrada Eucaristía y seré muy feliz…!
Querido Jesús Eucaristía te amo tanto, tanto, tanto…
Querido Jesús, dile a la Virgencita que Te quiero recibir de sus manos, querido Jesús, ayuda a la Iglesia y al Papa, a los sacerdotes, a mis padres y a todo el mundo.
Ven. Ven, oh Jesús mío, a tu Antonieta”.

Que Antonieta nos ayude, desde el cielo, a preparar nuestro corazón para Navidad.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Adviento para Niños y Adolescentes (III)



En Adviento nos preparamos espiritualmente para recibir a Dios Hijo que viene a nuestro mundo como un Niño, sin dejar de ser Dios. En Adviento tenemos que prepararnos para que nuestro corazón sea como un Nuevo Belén, como un Belén de carne en donde el Niño, traído por la Virgen María, pueda nacer por la gracia.
Y cuando el Niño nazca, abrirá sus bracitos en el Pesebre, para darnos su Amor, porque vino solamente para eso: para darnos su Amor. El Niño que abre sus bracitos en el Pesebre de Belén para abrazarnos, es el mismo que, años después, cuando sea grande, abrirá también sus brazos para abrazarnos, pero no ya en un pesebre, sino en la Cruz, para llevarnos a todos al Cielo.
El Niño de Belén viene para darnos su Amor, y por eso abre sus brazos en el Pesebre, y abre sus brazos en la Cruz, para abrazar a toda la humanidad y llevarla al Cielo, hasta la Casa de Dios Padre, por medio del Espíritu de Amor.
Es decir, el Niño Dios viene a darnos su Amor, muriendo en la Cruz para perdonarnos nuestros pecados y así poder llevarnos al Cielo. Si Él no hubiera hecho esto, las puertas del Cielo habrían quedado cerradas para siempre para nosotros.
Él viene a darnos Amor.
¿Y qué es lo que le dan los hombres, sobre todo los niños?
Hubieron muchos santos que vieron al Niño recién nacido y cómo era tratado por los niños principalmente. Uno de estos santos es, por ejemplo, la Beata Ana Catalina Emmerich[1].
Dice así esta santa: “Lo vi recién nacido (al Niño Dios) y vi a otros niños venir al pesebre a maltratarlo. La Madre de Dios no estaba presente y no podía defenderlo. Llegaban con todo género de varas y látigos y le herían en el rostro, del cual brotaba sangre y todavía presentaba el Niño las manos como para defenderse benignamente; pero los niños más tiernos le daban golpes en ellas con malicia. A algunos sus padres les enderezaban las varas para que siguieran hiriendo con ellas al Niño Jesús. Venían con espinas, ortigas, azotes y varas de distinto género, y cada cosa tenía su significación (…)Vi crecer al Niño y que se consumaban en Él todos los tormentos de la crucifixión. ¡Qué triste y horrible espectáculo! Lo vi golpeado y azotado, coronado de espinas, puesto y clavado en una cruz, herido su costado; vi toda la Pasión de Cristo en el Niño. Causaba horror el verlo. Cuando el Niño estaba clavado en la cruz, me dijo: "Esto he padecido desde que fui concebido hasta el tiempo en que se han consumado exteriormente todos estos padecimientos”.
La Beata Ana Catalina nos muestra entonces al Niño recién nacido que es golpeado por muchos otros niños, con toda clase de varas y látigos, y nos dice también que eso tiene un “significado”. ¿Qué significa esta escena de los niños con varas y látigos que golpean al Niño Dios? Los niños que golpean a Jesús somos todos los hombres, los que ahora son niños, y los que alguna vez fueron niños y ahora son adultos.
¿Y los golpes, qué significan? Los golpes que el Niño recibe por parte de otros niños, significan todos nuestros pensamientos, deseos y obras malas: nuestros berrinches, enojos, peleas con hermanos y amigos, malas contestaciones a los padres, a los maestros y a los mayores, egoísmos, mezquindades, deseos de devolver mal con mal, venganzas, mentiras, rencores, pereza, vagancia, prejuicios, malos juicios al prójimo, etc.
Los golpes que recibe el Niño Dios, recién nacido, son entonces todas las cosas malas que todos los hombres, varones y mujeres, de todos los tiempos, hicieron en su niñez, incluidos los que ahora son niños.
Esto es así porque el corazón humano, sin Dios, se vuelve malo y egoísta, y de él salen muchas cosas malas, como dice Jesús: “Es del corazón del hombre de donde salen toda clase de cosas malas” (cfr. Mc 7, 14-23).
         Por eso es que Jesús nos dice que aprendamos de su Corazón: “Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29). Si nuestro corazón no es como el de Jesús, manso y humilde, entonces es malo, agresivo y soberbio, y un corazón así nunca podrá entrar en el Cielo.
A medida que se acerca Navidad, los comercios ofrecen más y más regalos, y por eso los niños empiezan a pedir cosas al Niño Dios. Pero nosotros no tenemos que ser así. Más que pedir regalos, tenemos que ofrecerle algo al Niño Dios. ¿Y qué regalo le podemos dar al Niño Dios?
Los niños de la visión de Ana Catalina le daban al Niño golpes y más golpes, pero no es eso lo que queremos darle: queremos darle Amor en vez de golpes. ¿Cómo seríamos capaces de golpear a un niño recién nacido?
Hagamos la promesa a la Virgen María, que nos trae a su Hijo, y a Jesús, que va a nacer en Navidad, que vamos a tratar de ser buenos con todos: con nuestros padres, respondiéndoles bien y obedeciendo en todo, y aún más, ofreciendo alguna ayuda antes de que nos pidan algo; con nuestros hermanos, siendo buenos y generosos, compartiendo nuestras cosas y nuestro tiempo, respetándolos y amándolos, y perdonándolos si nos ofenden, y pidiéndoles perdón si los ofendemos; con cualquier prójimo, tratar de amarlo como lo haría el mismo Jesús, ayudando a quien lo necesite, en la medida de nuestras posibilidades.
Que en este tiempo de Adviento que nos queda nos sirva para obra el bien, para preparar nuestro corazón, para que cuando venga el Niño Dios, le ofrezcamos nuestro corazón y junto con él nuestro amor, en vez de palos y golpes, como los niños de la visión de Ana Catalina.


[1] Cfr. Beata Ana Catalina Emmerich, Nacimiento e infancia de Jesús. Visiones y revelaciones, Editorial Guadalupe, Buenos Aires 2004, 165-166.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Adviento explicado para Niños y Adolescentes (II)



Adviento quiere decir “esperar al que viene”, y el que viene es el Niño Dios. Viene en el seno virgen de María, y María viene en un burrito, y al lado va caminando San José. Vienen atravesando senderos y caminos, vienen a buscarnos, para que el Niño Dios nazca en nuestro corazón.
¿Cómo es el camino por el que vienen María y José, trayendo al Niño Dios? En el evangelio dice que para llegar, el Niño Dios, que viene en el vientre virginal de María Santísima, tiene que atravesar montes y valles.
Dice así el Evangelio: “hay que allanar los caminos” para que llegue el Señor.
Quiere decir que la Virgen María, que trae en su vientre a Jesús, y San José, que viene caminando al lado del burrito, antes de llegar a nuestro corazón, se encuentran con que tienen que atravesar altos montes y hondas quebradas y valles, que hacen muy difícil su llegada hasta nosotros. Subir un monte quiere decir hacer mucho esfuerzo y cansarse mucho, y como hay muchos montes entre Jesús y nosotros, lo más probable es que tarden mucho tiempo hasta que lleguen, porque cuando terminan de subir un monte, ya tienen que bajar y empezar a subir otro.
Y lo mismo pasa con las quebradas y valles: hay algunos que son muy profundos, y también muy peligrosos, y hay que caminar mucho para poder pasarlos. Un ejemplo de valle grande es Tafí del Valle, y un ejemplo de montaña alta, es el Aconquija.
Cuantos más montes y cuantos más valles y quebradas hayan entre Jesús, San José y la Virgen, y nosotros, tanto más van a demorar en llegar.
Es por esto que el Evangelio nos dice que hay que “allanar los caminos”, es decir, hay que convertirlos en llanos, a los montes, abajarlos, y a los valles, subirlos, para que el camino sea más fácil. Cuanto más llano sea el camino, más rápido va a caminar el burrito que trae a Jesús y a María.
Lo que tenemos que hacer, entonces, es allanar los caminos. ¿Qué quiere decir esto? ¿Que tenemos que ir hasta Tafí del Valle para rellenar de tierra el camino? ¿O acaso tenemos que subir hasta el Aconquija para con una pala, comenzar a cavar para tratar de bajarlo? Si es así, tenemos el problema de que la mayoría no somos ingenieros, y tampoco tenemos topadoras o máquinas excavadoras para esta tarea. ¿Qué podemos hacer?
Lo primero que tenemos que hacer, es darnos cuenta de que no tenemos que ir hasta Tafí del Valle para rellenar de tierra el camino, ni tenemos que subir al Aconquija para comenzar a derribarlo: tenemos que entrar en nuestro corazón, y nos daremos cuenta de que los montes que se levantan, gigantescos, hasta formar toda una cadena montañosa, más alta que los Andes, es nuestro orgullo y nuestra soberbia. Y nos damos cuenta de que es así, porque apenas alguien nos dice algo, nos enojamos, contestamos mal, tratamos mal a los demás. O si nos damos cuenta de que nos hemos equivocado, no lo queremos reconocer.
O si tenemos que pedir perdón a quien hemos ofendido, o si tenemos que perdonar a quien nos ha ofendido, no lo queremos hacer. Nuestro orgullo es tan grande, que no nos permite perdonar ni pedir perdón, ni aceptar consejos, ni correcciones, ni ser buenos con los demás.
Y si miramos todavía más adentro de nuestro corazón, veremos que los valles son nuestro egoísmo y mezquindad, que nos impiden compartir nuestras cosas y nuestros tiempos con los demás, y son también nuestros celos y envidias, y nuestros prejuicios y nuestros malos pensamientos, nuestros malos deseos hacia los demás.
Todo esto hace que la llegada de Jesús a nuestro corazón se demore mucho. Y para algunos, existe el peligro de que nunca llegue.
¿Qué hacer para allanar el camino a Jesús, que viene en el vientre virgen de María, que viene sobre en un burrito, burrito que viene acompañado por San José?
No tenemos que conseguir ni topadoras ni palas: lo que tenemos que hacer es rezar mucho y hacer obras de misericordia. La oración es lo que nos comunica con Dios y permite que baje la luz de Dios a nuestras almas, que así iluminadas pueden darse cuenta cuáles son sus defectos, sus vicios, sus pecados, sus errores. Con la luz de Dios, que viene por la oración, el alma se da cuenta que está siendo orgullosa, mezquina, egoísta, perezosa, envidiosa, pero además, la oración nos muestra qué debemos hacer para corregirnos: imitar a Jesús en su mansedumbre y en su humildad.
Las obras de misericordia, que vienen después de la oración –nunca antes o sin oración-, son como una demostración de que los caminos de nuestro corazón son lisos y llanos como autopista nueva, y que está listo para recibir la gracia por mediación de María, por la cual Jesús viene a nacer en nuestro corazón.
Cuanta más oración y obras de misericordia hagamos en Adviento, más rápido caminará el burrito que trae a María, y así María podrá hacer nacer a su Hijo Jesús en nuestro corazón.

jueves, 1 de diciembre de 2011

MARÍA MAESTRA DEL CIELO NOS ENSEÑA EL LIBRO DE LA CRUZ





(Homilía de fin de ciclo lectivo para los niños de Primaria del Colegio de la Divina Misericordia, Yerba Buena, Tucumán)




A lo largo del año lectivo, hemos aprendido muchas cosas necesarias y buenas. Las maestras nos han enseñado, a través de los libros, cosas que antes no sabíamos, y que ahora sabemos, cosas que nos serán muy útiles para la vida de todos los días y también para el futuro. Antes, al comenzar el año, no sabíamos; ahora, al finalizar el año, y gracias a las maestras y a sus libros, hemos adquirido conocimientos nuevos; "sabemos" de lengua, matemática, geografía, etc. Podemos decir que tenemos más sabiduría que al principio, y por eso les estamos muy agradecidos a nuestras maestras y también a la escuela.
Pero la escuela no es el único lugar en donde hay maestras que enseñan sabiduría con libros: hay otra escuela, otra maestra, una maestra muy especial, que también nos enseña cosas muy útiles para la vida, con un libro muy especial.
Esa otra escuela no tiene paredes materiales como esta a la que asistimos todos los días, porque esa escuela está dentro del alma, en el corazón.
La maestra que enseña allí no es una maestra como las de la tierra: es una maestra que viene del Cielo, y es la Virgen María, que nos da sus lecciones en secreto y en silencio, y lo que Ella enseña, lo sabe sólo Ella y el Espíritu Santo.
Como toda buena maestra, que siempre tiene un buen libro para enseñar, María, Maestra del Cielo nos enseña también con un libro muy especial, el Libro de la Cruz. La Virgen María nos hace entrar en esa escuela que es el alma, y en el silencio nos muestra el Libro de la Cruz, y nos enseña a leer en ese libro sagrado que es su Hijo Jesús Crucificado.
¿Qué cosas leemos y aprendemos de Jesús en la Cruz?
Nos lo dice nuestra Maestra del Cielo, María: "Aprendan de mi Hijo, que es manso y humilde de Corazón. A pesar de todos los golpes recibidos, mi Hijo jamás se enojó con ninguno, y a pesar de ser Dios omnipotente, se humilló a sí mismo hasta la muerte de Cruz, la muerte más humillante de todas. Aprendan de Él a ser mansos y humildes de corazón, y rechacen todo enojo, toda pendencia, toda ira, toda maldad, que nacen del orgullo y la soberbia. Aprendan de Él y hagan sus corazones como el de Mi Hijo, manso y humilde, porque los corazones malos, violentos y orgullosos, los corazones de lobos, no entrarán nunca en el cielo".
"Aprendan de Mi Hijo, que en la Cruz es pobre, porque no posee ningún bien material, y las pocas cosas materiales que tiene, la corona de espinas que hiere su Cabeza, los clavos de hierro que traspasan sus manos y sus pies, la Cruz de madera que lo sostiene con los brazos abiertos, todos esos bienes materiales, no son suyos, sino de su Padre Dios, que se los presta para que pueda morir en Cruz y salvarlos a todos ustedes. Aprendan de la pobreza de la cruz, para no ser codiciosos, ni envidiosos, ni avaros, deseando sólo y únicamente los bienes materiales necesarios para llegar al cielo, y deseando acumular tesoros espirituales de bondad y amor en el cielo".
"Aprendan de Mi Hijo a ser generosos, dando al prójimo amor y perdón, porque Él en la Cruz nos todo el infinito Amor de su Sagrado Corazón, y todo el perdón infinito de Dios Padre. Sean como Él, que no es mezquino, porque a nadie que se le acerque con corazón arrepentido, le niega su Amor y perdón. Aprendan de Él, y amen a sus prójimos, y perdonen de corazón a sus enemigos, porque los que no perdonan y no aman, nunca entrarán en el Reino de los Cielos. Aprendan de la generosidad de Mi Hijo, que da su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, y también me da a Mí, que soy su Madre, para que sea Madre de ustedes, para que los ame con mi Corazón Inmaculado y a todos lleve al Cielo".
Así nos enseña esta Madre amorosa, María, la Maestra del Cielo, haciéndonos leer en ese Libro Sagrado que es la Cruz de Jesús. Y como todas las maestras, no nos deja salir al recreo hasta que no aprendamos de memoria la lección, aunque más que de memoria, María Madre y Maestra quiere que aprendamos sus lecciones con el corazón.
Por último, y como toda buena maestra, María nos da tarea para la casa, aunque a diferencia de las tareas de la escuela de la tierra, a las que algunas veces no tenemos ganas de hacerla, esta tarea es la más hermosa de todas: María nos manda que leamos el Libro de la Cruz todos los días; todavía más, Ella quiere que llevemos ese libro sagrado a todas partes, y que a cada momento miremos a su Hijo Jesús crucificado para que así, de tanto mirar la Cruz, de tanto repetir la lección, podamos aprender algo.
Y cuando aprendamos la lección, es decir, cuando aprendamos a ser como Jesús en la Cruz, ahí la Virgen nos hará pasar de grado y nos dará el diploma que dura para siempre: nos hará entrar en el Reino de los Cielos.

viernes, 25 de noviembre de 2011

El Adviento explicado para Niños y Adolescentes (I)



¿Qué es el Adviento? Adviento quiere decir: “esperar al que viene”. ¿Y quién es el que viene? El Niño Dios. Adviento entonces es el tiempo en el que en la Iglesia nos disponemos a esperar al Niño Dios que está por nacer. Sabemos que ya nació, murió y resucitó, pero en Adviento “hacemos de cuenta que no ha venido todavía”. Esperamos a Jesús que está por nacer.
En Adviento esperamos a Dios, que está por venir, y por eso en las lecturas y en los cantos se hace alusión a la venida del Señor.
El Adviento es un tiempo de alegre espera; la espera de la llegada del Señor, y es alegre, porque sabemos que, cuando venga Dios, cuando nazca el Niño Dios, el mundo será distinto, porque no es lo mismo un mundo sin Dios, que un mundo con Dios.
¿Cómo es un mundo sin Dios? Para saberlo, veamos qué es Dios, para darnos cuenta qué hay cuando Él está, y qué no hay cuando Él no está.
Dios es luz, porque lo dice el evangelista Juan: “Dios es luz y en Él no hay tinieblas” (1 Jn 1, 5), y Jesús dice de sí mismo: “Yo Soy la luz del mundo” (Jn 8, 12), y por eso en el Credo decimos: “Dios de Dios, Luz de Luz”, cuando nos referimos a Jesús. Entonces, Dios es luz, y cuando el Niño Dios está en el alma, todo está iluminado, con una luz más hermosa que la luz del sol.
Pero cuando Dios no está, el mundo se pone oscuro, como una noche sin luz de luna, y las almas viven en tinieblas, porque no pueden ver nada, y así como en la noche, en los bosques, salen las bestias feroces, así en la noche sin Dios, salen otras bestias, más feroces que los animales, los ángeles caídos. Cuando el alma está sin Dios, vive en esta oscuridad, en donde hay seres oscuros y malvados.
Dios es Vida, porque Jesús dice de sí mismo: “Yo Soy el Pan de vida eterna, el que come de este Pan, vivirá eternamente” (cfr. Jn 6, 51). Cuando el Niño Dios está en el alma, el alma está viva, porque vive con la vida de Dios, y vive en la tierra ya con un poquito de cielo, de eternidad, en el corazón. Y cuando hay vida, hay alegría, esperanza, risas, caridad.
Pero cuando el Niño Dios no está, sólo hay muerte, y eso es lo que pasa, por ejemplo, en las guerras, cuando los hombres se pelean por la tierra, por el oro, por el petróleo, por las riquezas del mundo. Cuando Dios, que es vida, no está, sólo hay muerte entre los hombres, porque sin Dios, los hombres se matan entre sí.
Dios es Verdad, porque Jesús dijo de sí mismo: “Yo Soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14, 6), y por eso, cuando el Niño Dios nace en un alma, en esa alma no hay mentiras, no hay doblez del corazón. Cuando Dios está en el alma, el alma es transparente como un cristal; el alma no habla nunca a espaldas del prójimo; el alma no habla nunca mal del prójimo, y mucho menos, desea el mal a nadie.
Pero cuando el Niño Dios, que es Verdad, está ausente del alma, el alma se vuelve cínica, hipócrita, mentirosa, falaz, y habla con doblez de corazón: mientras dice una cosa con los labios, con el corazón dice otra contraria; mientras alaba a Dios con los labios, con el corazón tiene rencor y odio contra el prójimo, y se niega a perdonarlo.
Finalmente, Dios es Amor, porque así lo dice el evangelista Juan: “Dios es Amor” (1 Jn 4, 8), y por eso, cuando el Niño Dios está en el alma, el alma se vuelve como un espejo que refleja el amor divino, un amor que no es envidioso, que no es rencoroso, que a nadie desea el mal, que quiere a todos, incluidos a sus enemigos; un amor que ama a sus padres, a sus hermanos, y a todo prójimo, por amor a Dios; un amor que comparte sus cosas, su tiempo, sus alegrías; un amor que ayuda a los demás; un amor que es solidario, caritativo, amable, bueno, compasivo.
Pero cuando el Niño Dios no está en el alma, el alma se vuelve agria y amarga, egoísta, incapaz de compartir nada con nadie; el alma se vuelve mala, porque a nadie quiere, ni a Dios, ni al prójimo, ni a sí mismo, ni mucho menos a sus enemigos; un alma sin el Niño Dios se vuelve incapaz de perdonar, y es tan orgullosa y tan nada humilde, que jamás pide perdón cuando se da cuenta que se ha equivocado en algo; cuando el Niño Dios no está en el alma, el alma se vuelve caprichosa, vanidosa, engreída, soberbia, y para esta alma no existe nadie sino ella misma y sus mezquinos y egoístas intereses.
El tiempo de Adviento entonces es un tiempo para prepararnos para la venida de Dios Niño, que habrá de nacer en un portal, el portal que es nuestro corazón. Y es un tiempo de alegre espera, porque sin Jesús, sin el Niño Dios, el alma y el mundo son lugares tristes, oscuros, fríos, egoístas; sin el Niño Dios, no hay verdadera alegría; sin el Niño Dios, no hay verdadera paz; sin el Niño Dios, no hay esperanza de llegar al cielo, porque el Niño Dios, así como en el pesebre de Belén abre sus brazos para que lo abracemos, así Él luego, cuando sea grande, abrirá sus brazos y morirá en la Cruz por nosotros, para llevarnos a todos al cielo.
Jesús nació en un portal; nosotros en Adviento preparamos nuestro corazón para que sea un nuevo portal, un portal de carne, donde nazca Jesús por la gracia. Así como la Virgen, encinta, tuvo que entrar en la gruta para la limpiarla, porque ahí dormían los animales, y estaba todo oscuro, así le pedimos a la Virgen que sea Ella la que prepare nuestro pobre corazón para que sea como una gruta en donde nazca su Hijo Jesús.
Y como también está a oscuras, como el Portal de Belén, le pedimos que alumbre nuestro corazón con la luz de la gracia del Niño Dios.

sábado, 19 de noviembre de 2011

Jesús es Rey, en la Cruz y en la Eucaristía



Jesús es Rey, porque Él mismo se lo dijo a Pilatos: “Yo Soy Rey”. Pero es un rey distinto a los reyes de la tierra.

A los reyes de la tierra les dan una corona de oro y plata, con muchas piedras preciosas, como rubíes, diamantes, zafiros, esmeraldas.

A Jesús, en cambio, le dan una corona de gruesas y duras de espinas, que le provocan mucho dolor, y hacen que su cabeza y su rostro se llenen de sangre. Y Jesús recibe la corona de espinas, para reparar por nuestros malos pensamientos.

A los reyes de la tierra, cuando los nombran reyes, les visten con vestimentas de seda roja y púrpura, bordados con hilos de oro.

A Jesús, Rey del cielo, le quitan la túnica que llevaba, empapada en su sangre y llena de tierra y barro, y lo dejan vestido con una túnica roja, sí, pero no de seda, sino formada por su propia sangre. Y Jesús se viste con su propia sangre, para expiar los pecados de impureza de los hombres.

A los reyes de la tierra les dan guantes de seda y anillos de oro fino para sus manos.

A Jesús, Rey de los hombres y de los ángeles, le dan para sus manos dos clavos de hierro, que le provocan muchísimo dolor y le hacen salir mucha sangre. Y Jesús se deja clavar las manos, para reparar por todas las cosas malas que hacen los hombres con sus manos.

A los reyes los calzan con fines calzados.

A Jesús, Rey del universo, le quitan sus sandalias, y atraviesan sus pies con un grueso clavo de hierro. Jesús se deja atravesar los pies, para reparar por todos los pasos malos dados por los hombres, y por todas las veces que nos dirigimos en dirección contraria a la Santa Misa.

Los reyes de la tierra, aunque poseen muchos bienes, siempre quieren más y más, y por eso tratan a los demás de modo despectivo y con dureza de corazón.

Por el contrario Jesús, Rey de los hombres y de los ángeles, Rey que reina en la Cruz y en la Eucaristía, a quien se le acerca para adorarlo, le concede mares infinitos de gracias, que brotan de su Sagrado Corazón, para que su Amor sea comunicado al prójimo, por medio de las obras de misericordia.

Jesús, Rey de cielos y tierra, quiere llevarnos a todos al cielo, para que vivamos para siempre en la feliz eternidad, en la compañía de su Papá, del Espíritu Santo, de su Mamá, la Virgen, y de todos los ángeles y santos. Lo único que tenemos que hacer, para que Jesús, Rey del cielo, nos lleve con Él, es dar amor al prójimo, el mismo Amor que recibimos de Él, que está en la Cruz y en la Eucaristía.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Santa Misa de Primeras Comuniones


¿A qué podemos comparar la Primera Comunión?

A la visita de un ser muy querido, al cual hace mucho tiempo que no vemos. Puede ser, por ejemplo, papá, mamá, algún hermano, algún abuelo, primo, tío, o algún amigo, que regresan luego de un viaje que ha durado mucho tiempo, y viene de un lugar muy lejano y muy lindo.

Pensemos en el ser más querido de nuestras vidas, pero para nuestra historia, nos quedemos con la imagen de un querido amigo. Viene a nuestro encuentro, y aunque no hemos visto nada, nos han dicho que nos trae regalos hermosísimos del lugar donde estuvo, y los que han visto los regalos que nos trae, se han quedado sorprendidos, y tan sorprendidos, que nos dicen: “¡No vas a poder creer cuántos regalos te trae, y cuando los veas, no vas a poder decir ni una palabra, de tan contento que vas a estar!”. Estamos ansiosos por los regalos que nos trae, pero más lo estamos por su presencia, porque nos quiere tanto este ser, que su sola presencia es ya un regalo.

Con esta expectativa, nos apuramos por arreglar la casa, nuestra habitación, y también nos preocupamos por estar limpios y perfumados, con la ropa impecable y los zapatos brillantes, para cuando llegue.

¿Qué pasa cuando llega?

Pueden pasar dos cosas.

La primera es que, cuando llega, lo recibimos fríamente, apenas le decimos “hola”, lo hacemos pasar, le decimos que se siente, y que nos espere, que ya venimos. Nos vamos, y en vez de estar con él y decirle que lo extrañábamos, lo dejamos solo y nos ponemos a jugar con los juegos de la computadora, o salimos por la ventana a jugar al fútbol con otros amigos, o nos quedamos viendo televisión.

Luego de pasado un tiempo largo, nuestro querido, que venía con la ilusión de dejarnos muchísimos regalos, tantos, que no iba a haber lugar en toda la casa, se retira, desilusionado y triste, llevándose todo lo que había traído.

Esto es lo que pasa con la Comunión cuando comulgamos distraídos, sin pensar en Jesús, que viene a nuestra alma en la Eucaristía.

Jesús es ese gran amigo, que viene de muy lejos, viene del Cielo, donde vive para siempre junto a su Padre Dios, y junto al Espíritu Santo, y cuando viene por la comunión, nos trae algo más valioso que miles de millones de regalos: nos trae su gracia, que es la vida de Dios, algo que vale más que todo el universo y que todos los ángeles juntos.

En cada Comunión, Jesús nos hace el regalo de su gracia divina, y todavía más que eso: nos regala su Corazón, que late en la Eucaristía, y late de amor por cada uno de nosotros. Cada vez que comulgamos, el Corazón de Jesús late con más fuerza y más rápido, porque tiene tanto amor por nosotros, que le da mucha alegría que lo recibamos.

Jesús no se contenta con dejarnos el gran regalo de la gracia: nos regala su mismo Corazón, para que nos deleitemos y nos alegremos con él, para que nos sumerjamos en el océano infinito de Amor que hay dentro suyo.

Pero Jesús se pone muy triste cuando ve que, al recibirlo, en vez de alegrarnos por su Presencia en nuestra alma, en vez de hacer actos de amor y de adoración a Él que por la Hostia está dentro nuestro, no le dirigimos la palabra, no le hablamos, no le decimos nada, y encima, echamos a volar nuestra imaginación, igual como si prendiéramos una televisión en nuestro cerebro, y nos ponemos a pensar en cosas inútiles, sin tenerlo en cuenta a Él. Otros, incluso, ¡lo reciben masticando chicle! ¿Cómo se siente Jesús cuando pasa eso? Muy apenado, muy triste, muy desconsolado, porque todo el Amor que Él tiene en su Corazón, no lo puede dar, porque el que lo recibe, está pensando en otra cosa.

Lo otro que puede pasar, cuando viene Jesús a nuestra alma, es que lo recibamos con alegría, y para poder escuchar su Voz, que nos dice cuánto nos ama, hacemos silencio, cerramos los ojos, nos olvidamos de todo lo que nos rodea, incluso de nuestros papás, de nuestros hermanos, y hasta de nosotros mismos, y nos concentramos en la Presencia de Jesús, que viene para quedarse en lo más profundo de nuestro corazón.

Desde ahí, le decimos que lo amamos, y que queremos recibir los infinitos tesoros de gracia divina que están en su Corazón; le decimos que queremos sacar de su Corazón tantos tesoros como nos sea posible, para nosotros y para los demás; le decimos que, ya que hemos recibido de Él en la Comunión un Amor sin medida, como un océano sin playas, vamos a tratar de compartir con los demás este amor, y por eso prometemos de ahora en más ser más buenos con todos, empezando por los papás y los hermanos, y terminando con aquél prójimo con el que tal vez no me llevo bien, pero como Jesús me ha dado tanto Amor, me sobra para darle un poco a él.

Cada uno puede elegir cómo es su Comunión, no solo la Primera, sino todas, hasta la última, en el día de su muerte. En cada Comunión, se nos presenta la misma posibilidad de hablar con Jesús, de recibir su Amor infinito, y los tesoros inagotables de su gracia divina, que se nos regalan sin medida con su Corazón eucarístico. No desaprovechemos la oportunidad, distrayéndonos con cosas sin importancia.

Cerremos los ojos del cuerpo, y abramos las puertas del corazón a Jesús que viene en la Eucaristía.

sábado, 5 de noviembre de 2011

La Comunión Reparadora de los cinco primeros sábados de mes



¿En qué consiste la comunión reparadora de los cinco primeros sábados de mes?

Como sabemos, la Virgen María se apareció a tres pastorcitos en Fátima, Portugal, en el año 1917. En esas apariciones, precedidas por las apariciones del Ángel de Portugal, la Virgen pidió, principalmente, el rezo del Santo Rosario, y sacrificios por los pecadores, pidiendo por su conversión, para evitar que cayeran en el infierno.

Si bien las apariciones finalizaron en ese mismo año, no terminaron ahí, pues la Virgen, en la tercera aparición en Fátima, el 13 de julio de 1917, había prometido que volvería, esta vez para pedir la consagración de Rusia, un país con gobierno ateo, y la comunión reparadora de los primeros sábados: “Vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los primeros sábados”.

Así fue como la Virgen, teniendo a su lado al Niño Jesús sobre una nube luminosa, se apareció a la Hermana Lucía en su celda, en la Casa de las Doroteas de Pontevedra, el día 10 de diciembre de 1925.

Poniéndole la mano en el hombro, le mostró un corazón rodeado de espinas, que tenía en la otra mano. El Niño Jesús, señalándolo, le dijo a la Hermana Lucía lo siguiente: “Ten pena del Corazón de tu Santísima Madre, que está rodeado con las espinas que los hombres ingratos constantemente le clavan, sin haber quién haga un acto de reparación para quitárselas”.

¿Qué representan estas espinas que hieren el Corazón de la Virgen? Representan todas las ofensas dirigidas a la Virgen. Por ejemplo, si alguien se cura milagrosamente, en vez de atribuir esa curación a Jesús, que es Dios, y a la intercesión de la Virgen, lo atribuyen a los ídolos; otros ejemplos de ofensas a la Virgen son cuando alguien rompe alguna imagen suya, o cuando alguien se enoja con Ella y le dice cosas malas, como cuando un hijo desagradecido se enoja con su madre; las espinas representan también a todos los cristianos que los sábados y los domingos, en vez de rezar el Rosario, leer la Biblia, leer la vida de un santo, y asistir a Misa, prefieren salir a divertirse, a pasear, o ver televisión, deportes, cine, espectáculos. Todo esto ofende mucho a la Virgen, porque así desprecian el Amor de su Hijo Jesús, que se dona totalmente para cada uno de los hombres en la Eucaristía. En cada Eucaristía, Jesús nos regala su Amor, que es infinito y eterno, pero en vez de ir a recibir ese regalo del cielo que es la Eucaristía, los hombres, los bautizados, niños y jóvenes, prefieren sus diversiones. Las espinas representan también a todos aquellos que no hacen nada por mejorar, por ser más buenos, más dóciles, más santos; representa a todos aquellos que, en el momento de una prueba, en vez de recurrir a Jesús y a la Virgen, o se desesperan, o recurren a ídolos falsos, que en nada pueden ayudarlos; representa también a todos aquellos que han recibido favores y hasta milagros por parte de Jesús y de la Virgen, y no solo no se muestran agradecidos para con ellos, sino que los desprecian, porque los dejan de lado.

La Virgen se entristece mucho por esta ingratitud y por este desprecio a la Eucaristía, y es eso lo que representan las espinas.

Pero hay otra cosa que representan las espinas: todos aquellos que, sabiendo qué es lo que le pasa a la Virgen, no son capaces de consolarla con un acto de reparación, sino que se quedan sin hacer nada. Es como si un hijo, viendo llorar a su mamá, porque un hermano suyo la trató mal, en vez de acercarse a ella para consolarla, la dejara sola, sin decirle nada.

Después que Jesús le dijo esto, le habló la Virgen a la Hermana Lucía, diciéndole: “Mira, hija mía, mi Corazón rodeado de espinas que los hombres ingratos, a cada momento, me clavan con blasfemias e ingratitudes. Tú, al menos, haz algo por consolarme y di que a todos aquellos que durante cinco meses, en el primer sábado, se confiesen, reciban la sagrada comunión, recen el rosario y me acompañen quince minutos meditando sus misterios con el fin de desagraviarme, yo prometo asistirlos en la hora de la muerte con todas las gracias necesarias para su salvación”.

Luego, en otra aparición, Jesús le dijo que la confesión podía ser hecha dentro de los ocho días, e incluso muchos días más, pero que, en el momento de recibirlo a Él en la comunión, se debía estar en gracia. Ante la pregunta de Sor Lucía sobre los días de confesión, Jesús dijo: “Sí, puede ser, y hasta de muchos días más, con tal de que cuando me reciban estén en gracia y tengan la intención de desagraviar al Inmaculado Corazón de María”.

En esa misma aparición, la Hermana Lucía le preguntó por el caso de alguien que, al momento de confesarse, se olvide de poner la intención de desagraviar al Corazón de María, a lo que Nuestro Señor respondió: “Pueden ponerla en la confesión siguiente, aprovechando la primera ocasión que tengan para confesarse”.

Y en la vigilia del 29 al 30 de mayo de 1930, Nuestro Señor, hablando interiormente a la Hermana Lucía, le dijo que, si era necesario, el sacerdote podía cambiar el primer sábado por el primer domingo: “Será igualmente aceptable la práctica de esta devoción el domingo siguiente al primer sábado, cuando mis sacerdotes, por justos motivos, así lo determinen”.

La Virgen le dice a Sor Lucía cuál debe ser la reparación por tantas blasfemias e ingratitudes: la confesión sacramental, la comunión, el rezo del Rosario meditando sus misterios, los primeros cinco sábados de mes, con la intención de desagraviar a la Virgen.

Esto quiere decir que para cumplir el pedido de la Virgen, tanto al confesar, como al comulgar y rezar el Rosario en los Primeros Sábados de mes, se debe tener la intención de desagraviar a la Virgen, es decir, se debe tener presente que hay muchos que ofenden a la Virgen con sus ingratitudes y desprecios, y que se confiesa, se comulga y se reza el Rosario, para aliviar la pena de la Virgen.

Es como si un hijo le dijera a su mamá que llora por la ingratitud de otro hijo: “No te preocupes, mamá, ya no llores, yo te doy mi amor, por todo el amor que no te dan otros”.

La devoción de la Comunión Reparadora de los Primeros cinco Sábados de mes, consiste entonces en rezar con amor al Corazón de la Virgen, y de darle todo nuestro pobre corazón, para consolar a la Virgen, pidiéndole perdón por todos aquellos que la ofenden.

viernes, 4 de noviembre de 2011

La comunión y la confesión reparadoras de los Primeros Viernes de mes


Cuando Jesús se le apareció a Santa Margarita, le dijo que había sufrido mucho en su Pasión, a causa del abandono de sus discípulos, y que ahora también lo dejaban solo en el Sagrario, y le pidió que al menos ella no lo dejara solo, y que confesara y comulgara los Primeros nueve Viernes de mes.

Recordemos la Pasión de Jesús, para darnos cuenta de que también nosotros debemos hacer como Margarita María: confesar y comulgar los Primeros nueve Viernes de mes, para reparar por los que no lo hacen.

Jesús acaba de ser coronado de espinas y flagelado. Su rostro está todo cubierto de sangre, de polvo, de salivazos. Su cabello está todo mojado con su sangre y también con su sudor, además de estar mezclado con tierra, de modo que parece un pegote sucio.

Está temblando de frío, porque cuando lo llevaban desde el Huerto de los Olivos se cayó en el torrente Cedrón y se cubrió de lodo y fango, quedando tirado en medio del agua helada, pero además tiene frío porque ha perdido mucha sangre, y como la sangre es lo que da calor al cuerpo, su cuerpo tiembla de frío. Pero al mismo tiempo, tiene fiebre, porque ha recibido muchos golpes y latigazos, y eso da fiebre. También tiene sed, por el mismo motivo. No come nada desde la noche del Jueves Santo, cuando comió cordero asado en la Última Cena, y por eso también tiene hambre. Su Cuerpo está todo cubierto de heridas, tantas, que parece que no hubiera ni un poco de piel sana. Toda su espalda está en carne viva, y también sus brazos y sus piernas. Lleva puesto un manto púrpura, que se le ha pegado a la espalda sin piel; además, el manto está sucio, y eso le aumenta el dolor y la inflamación.

Jesús busca, con su mirada, a sus discípulos, pensando que alguno de ellos lo va a venir a ayudar, va a venir a salir en su defensa, pero ninguno aparece. Encima de todo, su Mamá, la Virgen, que es la única que podría auxiliarlo, no está cerca suyo, porque así lo ha dispuesto Dios Padre.

Jesús se siente apenado porque no solo ninguno de sus discípulos aparece, sino porque Pedro, que había sido nombrado Papa por Jesús, y al que le había dado toda su amistad, porque lo había llamado “amigo” en la Última Cena, al igual que a los demás Apóstoles, lo traiciona, porque niega conocerlo delante de los demás. Aunque luego se arrepentirá y remediará su error, Pedro ahora se comporta como un cobarde, negando conocer a Jesús, y eso le provoca a Jesús un dolor más grande todavía en su Sagrado Corazón.

Todo lo que pasó en la Pasión, de parte de sus discípulos, los olvidos, las ingratitudes, las indiferencias, las cobardías, las negaciones, las traiciones, lo sigue sufriendo hoy, porque muchos, muchísimos de los bautizados, en vez de venir a Misa el Domingo, y en vez de venir a hacer compañía a Jesús en el Sagrario, prefieren ver televisión, o jugar al fútbol, o ir a la cancha, o salir de paseo, o salir de compras.

Cualquier distracción es mejor que venir a adorar a Jesús en la Eucaristía, en el sagrario, y eso a pesar de que Jesús tiene sed de nuestro amor, y nos espera en la Eucaristía para darnos todo su Amor, que es infinito.

Jesús sufrió en la Pasión por la traición y el abandono de sus apóstoles, y continúa siendo olvidado en la Eucaristía, por la gran mayoría de los bautizados. Es esto lo que Jesús le dice a Santa Margarita: “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres, y que no ha ahorrado nada, hasta el extremo de agotarse y consumirse para demostrarles Su Amor, y en reconocimiento no recibo de la mayor parte más que ingratitud, ya por sus irreverencias y sacrilegios, ya por la frialdad y desprecio con que Me tratan en este Sacramento del Amor. Pero lo que más Me duele es que sean corazones consagrados a Mí los que así Me tratan”.

Para reparar por tanta indiferencia, por tanta ingratitud, y por tanto desamor a Jesús en la Eucaristía, tomemos la resolución de visitarlo a Jesús en el Sagrario, y también de recibirlo en la Sagrada Comunión, previa confesión, no solo los domingos, sino también los Viernes, en recuerdo de su muerte en cruz.

Y si lo recibimos los Primeros Viernes de mes, con la intención de reparar por todas las ingratitudes e indiferencias, dándole a Jesús todo nuestro amor, Jesús nos dará un premio que ni siquiera podemos imaginarnos, como se lo prometió a Santa Margarita: “Un viernes, en la sagrada comunión, me dijo estas Palabras: “Te prometo, en la excesiva Misericordia de Mi Corazón, que Su Amor Omnipotente concederá a todos los que comulguen Nueve Primeros Viernes de mes seguidos, la Gracia de la penitencia final; no morirán en Mi desgracia y sin haber recibido los Sacramentos; Mi divino Corazón será su Asilo seguro en el último momento”.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Hora Santa para NACER



Escuchemos a Jesús que nos habla:

Los espero en la Eucaristía para darles mi Amor, Amor que es medicina para vuestros males y alivio para vuestro dolor.

Vengan a Mí, porque quiero vestirlos de gala, adornándolos con mis joyas preciosas, vistiéndolos con sayal porque sois mis Hijos amados, hijos que sí me saben descubrir en la Sagrada Hostia.

Desde la Eucaristía alzo mi Voz, Voz que ha de retumbar en los corazones humildes, Voz que ha de doblegar a las almas eucarísticas para que sean lámparas de Amor Divino, oficio de Ángeles que delego a criaturas con corazón noble y benévolo, criaturas deseosas de permanecer en mi mansión de Amor, adorándome en el silencio, convirtiéndose en lámparas encendidas en medio de las tinieblas densas de un mundo sin Dios.

Supliquen a mi Madre para que encienda en sus corazones su Llama de Amor vivo, y déjenla arder para que se consuman como cirios prendidos en el Sagrario, cirios que se transformarán en lámparas del Amor divino, lámparas que no cesarán jamás de alumbrar en toda la Tierra porque son tan fuertes los reflejos de vuestra luz que iluminarán las conciencias de los hombres para que vuelvan a Mí.

Querido Jesús Eucaristía:

Nos postramos ante tu humilde Presencia en la Sagrada Hostia, para unirnos a la alabanza y adoración que te brindan los ángeles y los santos en el cielo.

Estamos aquí, querido y amado Jesús, con los ojos del alma bien abiertos, para verte, con la luz de la fe, Presente en la Eucaristía, bajo el Velo Sacramental.

Háblanos al corazón, muéstranos los inmensos tesoros de tu Amor, danos la sublime Sabiduría que no se encuentra en los libros de la tierra, porque viene del cielo, viene de Ti.

Tú serenas nuestro espíritu, porque eres el Hijo de Dios, que calmó la tempestad, mientras los discípulos estaban inquietos en altamar.

Tú nos haces gustar un pedacito de Cielo, Cielo en el cual nos gozamos, nos alegramos, nos deleitamos.

Venimos ante Ti, para orar y reparar, para así mitigar un poco las ofensas, los agravios, las indiferencias y los ultrajes que sufre tu Sagrado Corazón Eucarístico y el Inmaculado Corazón de María.

Venimos a orar y reparar, para que cese el pecado en el mundo, para que todos los hombres vuelvan a Dios.

Oramos y reparamos para que todas las fuerzas del mal, que se manifiestan por la televisión, Internet, la música, el cine, y los espectáculos indecentes, sean aniquiladas, para que todas las criaturas cierren las puertas de sus corazones a las seducciones del demonio.

Oramos y reparamos porque muchas almas mueren en pecado mortal, recibiendo de esa manera el justo pago por sus malas acciones, y pedimos que ninguno más muera en pecado mortal, por los méritos de tu Pasión, y por los dolores de tu Madre, María Santísima.

Oramos y reparamos porque Tú eres nuestro Dios, un Dios de amor infinito, como un océano sin playas, y eterno, que sobrepasa todo tiempo y continúa por los siglos sin fin, y a pesar de que Tú eres el Amor de los amores, pocos, muy pocos, son los que te aman “en espíritu y en verdad”.

Oramos y reparamos porque muchos profanan tu Presencia Eucarística con irreverencias, y no escuchan tu dulce Voz, porque se entretienen con conversaciones inútiles y superficiales, cuando no directamente malas y pecaminosas.

Oramos y reparamos, porque hoy muchos niños y jóvenes, en vez de venir a adorarte, a bendecirte, a alabarte en la Eucaristía, te dejan solo en el Sagrario, y corren detrás de los ídolos del mundo, el deporte, la música, la televisión, Internet, la música indecente y perversa, y así se alejan cada vez más de Ti, y se acercan al abismo eterno.

Oramos y reparamos porque muchos niños y jóvenes, en vez de venir el Domingo a recibirte en la Comunión, prefieren jugar al fútbol, salir de paseo, divertirse con sus amigos, y así se internan en unas tinieblas cada vez más densas.

Jesús, Dios del Amor, Dios del Sagrario, Dios de la Eucaristía, Dios del Tabernáculo, Dios de la Paz, os adoramos y os amamos con todas las almas que, en esta hora, os están amando en el cielo y en la tierra. Amén.

Virgen Santísima, tú que fuiste el Primer Sagrario y Sagrario viviente, que albergó en su seno purísimo a Jesús, Pan de Vida eterna, enciende en nuestros corazones y en los de nuestros seres queridos, tu Llama de Amor Vivo, para que se conviertan también en otros tantos sagrarios que custodien, con amor y adoración, a Jesús Eucaristía.

Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.

Sea por siempre bendito y alabado el Santísimo Sacramento del altar.

(Adaptado del libro: “Apostolado de Reparación”, de Agustín del Divino Corazón)