Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

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viernes, 4 de noviembre de 2011

La comunión y la confesión reparadoras de los Primeros Viernes de mes


Cuando Jesús se le apareció a Santa Margarita, le dijo que había sufrido mucho en su Pasión, a causa del abandono de sus discípulos, y que ahora también lo dejaban solo en el Sagrario, y le pidió que al menos ella no lo dejara solo, y que confesara y comulgara los Primeros nueve Viernes de mes.

Recordemos la Pasión de Jesús, para darnos cuenta de que también nosotros debemos hacer como Margarita María: confesar y comulgar los Primeros nueve Viernes de mes, para reparar por los que no lo hacen.

Jesús acaba de ser coronado de espinas y flagelado. Su rostro está todo cubierto de sangre, de polvo, de salivazos. Su cabello está todo mojado con su sangre y también con su sudor, además de estar mezclado con tierra, de modo que parece un pegote sucio.

Está temblando de frío, porque cuando lo llevaban desde el Huerto de los Olivos se cayó en el torrente Cedrón y se cubrió de lodo y fango, quedando tirado en medio del agua helada, pero además tiene frío porque ha perdido mucha sangre, y como la sangre es lo que da calor al cuerpo, su cuerpo tiembla de frío. Pero al mismo tiempo, tiene fiebre, porque ha recibido muchos golpes y latigazos, y eso da fiebre. También tiene sed, por el mismo motivo. No come nada desde la noche del Jueves Santo, cuando comió cordero asado en la Última Cena, y por eso también tiene hambre. Su Cuerpo está todo cubierto de heridas, tantas, que parece que no hubiera ni un poco de piel sana. Toda su espalda está en carne viva, y también sus brazos y sus piernas. Lleva puesto un manto púrpura, que se le ha pegado a la espalda sin piel; además, el manto está sucio, y eso le aumenta el dolor y la inflamación.

Jesús busca, con su mirada, a sus discípulos, pensando que alguno de ellos lo va a venir a ayudar, va a venir a salir en su defensa, pero ninguno aparece. Encima de todo, su Mamá, la Virgen, que es la única que podría auxiliarlo, no está cerca suyo, porque así lo ha dispuesto Dios Padre.

Jesús se siente apenado porque no solo ninguno de sus discípulos aparece, sino porque Pedro, que había sido nombrado Papa por Jesús, y al que le había dado toda su amistad, porque lo había llamado “amigo” en la Última Cena, al igual que a los demás Apóstoles, lo traiciona, porque niega conocerlo delante de los demás. Aunque luego se arrepentirá y remediará su error, Pedro ahora se comporta como un cobarde, negando conocer a Jesús, y eso le provoca a Jesús un dolor más grande todavía en su Sagrado Corazón.

Todo lo que pasó en la Pasión, de parte de sus discípulos, los olvidos, las ingratitudes, las indiferencias, las cobardías, las negaciones, las traiciones, lo sigue sufriendo hoy, porque muchos, muchísimos de los bautizados, en vez de venir a Misa el Domingo, y en vez de venir a hacer compañía a Jesús en el Sagrario, prefieren ver televisión, o jugar al fútbol, o ir a la cancha, o salir de paseo, o salir de compras.

Cualquier distracción es mejor que venir a adorar a Jesús en la Eucaristía, en el sagrario, y eso a pesar de que Jesús tiene sed de nuestro amor, y nos espera en la Eucaristía para darnos todo su Amor, que es infinito.

Jesús sufrió en la Pasión por la traición y el abandono de sus apóstoles, y continúa siendo olvidado en la Eucaristía, por la gran mayoría de los bautizados. Es esto lo que Jesús le dice a Santa Margarita: “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres, y que no ha ahorrado nada, hasta el extremo de agotarse y consumirse para demostrarles Su Amor, y en reconocimiento no recibo de la mayor parte más que ingratitud, ya por sus irreverencias y sacrilegios, ya por la frialdad y desprecio con que Me tratan en este Sacramento del Amor. Pero lo que más Me duele es que sean corazones consagrados a Mí los que así Me tratan”.

Para reparar por tanta indiferencia, por tanta ingratitud, y por tanto desamor a Jesús en la Eucaristía, tomemos la resolución de visitarlo a Jesús en el Sagrario, y también de recibirlo en la Sagrada Comunión, previa confesión, no solo los domingos, sino también los Viernes, en recuerdo de su muerte en cruz.

Y si lo recibimos los Primeros Viernes de mes, con la intención de reparar por todas las ingratitudes e indiferencias, dándole a Jesús todo nuestro amor, Jesús nos dará un premio que ni siquiera podemos imaginarnos, como se lo prometió a Santa Margarita: “Un viernes, en la sagrada comunión, me dijo estas Palabras: “Te prometo, en la excesiva Misericordia de Mi Corazón, que Su Amor Omnipotente concederá a todos los que comulguen Nueve Primeros Viernes de mes seguidos, la Gracia de la penitencia final; no morirán en Mi desgracia y sin haber recibido los Sacramentos; Mi divino Corazón será su Asilo seguro en el último momento”.

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