Jesús es Rey, porque Él mismo se lo dijo a Pilatos: “Yo Soy Rey”. Pero es un rey distinto a los reyes de la tierra.
A los reyes de la tierra les dan una corona de oro y plata, con muchas piedras preciosas, como rubíes, diamantes, zafiros, esmeraldas.
A Jesús, en cambio, le dan una corona de gruesas y duras de espinas, que le provocan mucho dolor, y hacen que su cabeza y su rostro se llenen de sangre. Y Jesús recibe la corona de espinas, para reparar por nuestros malos pensamientos.
A los reyes de la tierra, cuando los nombran reyes, les visten con vestimentas de seda roja y púrpura, bordados con hilos de oro.
A Jesús, Rey del cielo, le quitan la túnica que llevaba, empapada en su sangre y llena de tierra y barro, y lo dejan vestido con una túnica roja, sí, pero no de seda, sino formada por su propia sangre. Y Jesús se viste con su propia sangre, para expiar los pecados de impureza de los hombres.
A los reyes de la tierra les dan guantes de seda y anillos de oro fino para sus manos.
A Jesús, Rey de los hombres y de los ángeles, le dan para sus manos dos clavos de hierro, que le provocan muchísimo dolor y le hacen salir mucha sangre. Y Jesús se deja clavar las manos, para reparar por todas las cosas malas que hacen los hombres con sus manos.
A los reyes los calzan con fines calzados.
A Jesús, Rey del universo, le quitan sus sandalias, y atraviesan sus pies con un grueso clavo de hierro. Jesús se deja atravesar los pies, para reparar por todos los pasos malos dados por los hombres, y por todas las veces que nos dirigimos en dirección contraria a
Los reyes de la tierra, aunque poseen muchos bienes, siempre quieren más y más, y por eso tratan a los demás de modo despectivo y con dureza de corazón.
Por el contrario Jesús, Rey de los hombres y de los ángeles, Rey que reina en
Jesús, Rey de cielos y tierra, quiere llevarnos a todos al cielo, para que vivamos para siempre en la feliz eternidad, en la compañía de su Papá, del Espíritu Santo, de su Mamá,
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