Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

sábado, 24 de noviembre de 2018

La Eucaristía no es algo, sino Alguien: Cristo Jesús



(Homilía en ocasión de una Santa Misa de Primeras Comuniones para CAFA, Catequesis Familiar)
         Cuando vemos la Eucaristía, nuestros sentidos nos engañan, porque vemos algo que parece pan. Cuando comulgamos la Eucaristía, nuestros sentidos nos engañan, porque el sabor es el sabor del pan. Es decir, si nosotros vemos la Eucaristía según nuestros sentidos y según nuestros pensamientos, pensamos que la Eucaristía es “algo”, como si fuera una “cosa”. Sin embargo, no nos debemos dejar llevar por nuestros sentidos y debemos acudir a la fe, para saber la verdad última acerca de la Eucaristía. La fe católica nos dice que la Eucaristía no es “algo”, sino “Alguien”; es decir, la fe nos dice que la Eucaristía no es una “cosa” sino una “persona”. ¿Y quién es esa persona? Esa Persona, que está en la Eucaristía, invisible pero real, es Cristo Jesús, el Hijo de Dios encarnado, la Segunda Persona de la Trinidad hecho hombre, sin dejar de ser Dios. Entonces, si nuestros sentidos y nuestra razón nos dicen que la Eucaristía es “algo”, una “cosa”, con sabor y apariencia de pan, la fe católica nos dice algo muy distinto, nos dice que la Eucaristía es Alguien, es una Persona y esa Persona es Jesús de Nazareth, el Hijo de Dios. Por esta razón es que comulgar no es igual a comer, aun cuando visto desde afuera, parezca que es un acto igual al que hace alguien cuando ingiere un poco de pan: comulgar es entrar en comunión de vida y amor con Jesús, es abrirle las puertas del corazón a Jesús, para que Jesús entre en nuestros corazones, en nuestras almas, para derramar todo el contenido de su Sagrado Corazón Eucarístico, que es el Amor de Dios, el Espíritu Santo. Cuando comulguemos, por lo tanto, no debemos hacer caso de nuestra razón y de nuestros sentidos, porque si no, seremos engañados, ya que pensaremos que estamos recibiendo sólo un poco de pan bendecido: cuando comulguemos, dejemos que la fe ilumine nuestra inteligencia y nuestro corazón, para que sepamos en realidad qué es lo que estamos haciendo: no estamos ingiriendo un trocito de pan bendecido, sino que estamos abriendo las puertas del corazón a Dios Hijo, Jesús de Nazareth. En el libro del Apocalipsis, Jesús dice: “He aquí que estoy a la puerta y llamo; si alguien me abre, entraré en él y cenaré con él y él conmigo”. Este pasaje del Apocalipsis se refiere a la Comunión Eucarística, porque está hablando de qué es lo que sucede cuando comulgamos: cuando comulgamos, Jesús está a las puertas de nuestros corazones y llama, suavemente, como cuando alguien golpea la puerta y llama a quien más ama –la madre, el padre, los hermanos, los amigos-, esperando que quien está adentro le responda, abriendo la puerta. Antes de comulgar, Jesús está en la Eucaristía y golpea a las puertas de nuestros corazones, llamándonos por nuestro nombre y espera que nosotros lo recibamos, es decir, que comulguemos, que lo hagamos entrar en nuestros corazones. Comulgar, entonces, no es comer un pedacito de pan: es responder al llamado de Amor de Cristo Jesús que, oculto en la Eucaristía, quiere entrar en nuestros corazones, para colmarlos con el Amor de su Sagrado Corazón.
         Es muy importante distinguir y saber, entonces, que la Eucaristía no es “algo”, sino “Alguien” y ese “Alguien” es Cristo Jesús. A muchos les pasa que creen que la Eucaristía es una “cosa”, un pedacito de pan y así, nunca pueden entrar en comunión de vida y amor con Jesús. Nosotros, que sabemos que la Eucaristía es “Alguien”, una persona que se llama Cristo Jesús, el Hijo de Dios, al comulgar, no comulguemos como quien come un poco de pan: movidos por el Amor de Dios, abramos las puertas de nuestros corazones para que Jesús entre en nuestros corazones y derrame en ellos el Amor infinito y eterno de su Sagrado Corazón Eucarístico.

domingo, 18 de noviembre de 2018

El Evangelio para Niños: Antes que venga Jesús, vendrá uno que se hará pasar por Jesús



(Domingo XXXIII – TO – Ciclo B – 2018)

         El Evangelio nos enseña que Jesús vino por Primera Vez en Belén, como un Niño, en forma humilde, conocido por muy pocos: solo los ángeles y los pastores, además de su Mamá la Virgen y San José y los animalitos del pesebre, el buey y el asno, se enteraron de que había llegado a la tierra el Salvador de los hombres.
         El Evangelio nos enseña también que Jesús va a venir por Segunda Vez, del Día del Juicio Final, para juzgar a vivos y muertos y para dar, a los buenos, el Cielo y a los malos, el Infierno.
         ¿Cuándo vendrá por Segunda Vez? Eso no lo sabemos, porque Jesús dice que “nadie sabe la Hora, solo el Padre”. Cuando Jesús venga por Segunda Vez, el sol se apagará y dejará de dar luz, la luna se volverá oscura, las estrellas se caerán y los astros del cielo se conmoverán.
         No sabemos cuándo vendrá Jesús por Segunda Vez, por eso es que tenemos que estar “atentos y vigilantes”, con “las túnicas ceñidas”, es decir, con el alma en gracia y con las “velas encendidas”, es decir, con la luz de la fe en el alma, para esperar la Segunda Venida de Jesús. Tenemos que ser como el servidor bueno y fiel que espera a su amo, cumpliendo sus deberes, y está atento a su regreso.
         Es verdad entonces que no sabemos cuándo vendrá Jesús por Segunda Vez, pero el Catecismo de la Iglesia Católica nos da, en el número 675, una pista acerca de cuándo será ese día: cuando se presente en el mundo uno que se hará pasar por Jesús pero que no será Jesús y es el Anticristo, ésa será la señal de que Jesús ya está pronto para venir. ¿Y cómo vamos a reconocer al Anticristo? Porque hará dos cosas: suprimirá los Mandamientos de la Ley de Dios, diciendo que no hace falta que los cumplamos y también suprimirá la Misa, cambiándola por una ceremonia litúrgica vacía, que ofende a Dios, en donde no habrá transubstanciación, es decir, en donde no se producirá el milagro de la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Los que comulguen en esas ceremonias, las falsas misas, comulgarán sólo pan y no el Cuerpo y la Sangre de Jesús, como hacemos nosotros. Entonces, cuando veamos que hay uno que dice, dentro de la Iglesia, que no hay que cumplir con los Mandamientos de la Ley de Dios y que la Misa va a ser cambiada, entonces sepamos que la Segunda Venida de Jesús está cerca, muy cerca. Y para eso tenemos que prepararnos, para encontrarnos cara a cara con Jesús, que vendrá como Justo Juez. ¿Y cómo nos vamos a preparar para el Día del Juicio Final? Haciendo tres cosas: evitando el pecado, viviendo en gracia y obrando la misericordia. Así, estaremos seguros de que el Justo Juez, Cristo Jesús, nos dirá: “Siervo bueno y fiel, pasa a gozar de tu Señor en el Reino de Dios”.

martes, 13 de noviembre de 2018

La Eucaristía es más valiosa que el cielo porque es Dios Hijo en Persona



(Homilía en ocasión de una Santa Misa de Primeras Comuniones)

         En el mundo existe mucha gente de buen corazón, pero que a pesar de esto, no tuvo la dicha de recibir la gracia del Bautismo y por lo tanto de ser hijos adoptivos de Dios. Y al no tener la gracia del Bautismo, tampoco tuvo el don de recibir en sus corazones al mismísimo Hijo de Dios en Persona, tal como ustedes lo van a hacer ahora. Mucha gente de buen corazón, querría estar en el lugar de ustedes el día de hoy, pero no lo está, porque no recibieron la dicha y el regalo enorme de Dios de ser adoptados como hijos suyos por el Bautismo y tampoco recibieron el regalo de hacer el Catecismo para tomar la Primera Comunión. Si se enteraran de lo que es la Eucaristía, Dios Hijo en Persona, muchos darían la vida por estar sentados donde ustedes están sentados. Muchos buscan a Dios con un corazón lleno de amor, pero no saben lo que ustedes saben, no saben que Jesús es Dios y está en la Eucaristía y por eso se quedan frustrados, al no poderlo recibir en sus corazones.
         No hay nada más valioso en el mundo que la Eucaristía, porque la Eucaristía es Dios Hijo en Persona, que viene a nuestra alma para darnos el Amor de su Sagrado Corazón. ¡Cuán errados están aquellos que, habiendo recibido el don del Bautismo y el don de la Eucaristía, una vez que recibieron la Primera Comunión, abandonan la Iglesia y dejan de comulgar! Quienes esto hacen, no saben lo que hacen, porque están perdiendo a Dios Hijo, Presente en Persona en la Eucaristía, por unos bienes mundanos y perecederos. Muchos católicos tienen estos dones, recibidos gratuitamente del cielo, y sin embargo, lo desprecian y lo desaprovechan, porque prefieren las cosas de la tierra antes que la Eucaristía. Hay muchos que el Domingo, en vez de acudir a la Iglesia para recibir el don de la Eucaristía, prefieren el fútbol, el paseo, la diversión, sin darse cuenta de la grandeza infinita y del inmenso valor de lo que pierden, al dejar de lado la Eucaristía.
         Para que nos demos cuenta del inmenso valor de la Eucaristía, consideremos lo siguiente: en las Escrituras se narra que San Pablo fue llevado a los cielos, estando aún en vida y quedó tan maravillado por las hermosura del cielo, que dijo que “ningún ojo vio” lo que Dios tiene preparado para los que lo aman., Nosotros no somos llevados al cielo y sin embargo podemos decir que comulgar la Eucaristía es un don inmensamente más grande que ser llevado al cielo, porque viene a nuestro corazón no el cielo con sus hermosuras, sino Dios en Persona, que es la Belleza y la Hermosura Increada y por quien es bello y hermoso todo lo que es bello y hermoso.
San Pablo fue llevado a los cielos, pero no recibió a Dios en su corazón, sino que vio las maravillas de Dios; cuando comulgamos, no somos llevados al cielo, sino que es el Dios de los cielos, el Dios ante el cual los cielos son nada, el que viene a nuestros corazones. Es decir, en vez de nosotros subir al cielo, Dios baja desde el cielo para quedarse en nuestros corazones y así convertir nuestros corazones en un cielo, porque allí se encuentra Dios en Persona. Pero todo esto sucede cuando el alma comulga y comulga en gracia; no sucede cuando el alma, por pereza, deja de asistir a Misa, o cuando comulga en estado de pecado mortal. Recibir la Sagrada Comunión es un don infinitamente más valioso que ser transportado a los cielos en esta vida mortal, porque es recibir al mismo Hijo de Dios en Persona; no dejemos la Comunión por las cosas del mundo y acudamos, con el corazón limpio por la gracia y convertido en trono de Jesús Eucaristía, a recibir la Eucaristía cada Domingo. No cometamos el error de muchos niños y jóvenes, para quienes la Primera Comunión se convierte en la última. Que nuestra Primera Comunión sea la Primera de muchas que, por la gracia de Dios, recibiremos en esta vida, para que así nuestros corazones queden colmados con el Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús.

sábado, 10 de noviembre de 2018

Tomar la Primera Comunión es comenzar a vivir una vida nueva en Cristo



(Homilía en ocasión de la Santa Misa de Primeras Comuniones)

         Hasta antes de tomar la Primera Comunión, solo habíamos oído hablar de Jesús: su vida, sus milagros, sus enseñanzas. Sólo lo conocíamos de oídas y a causa de tener que aprender las lecciones para aprobar las pruebas de Catecismo. Una vez que finalizamos el estudio, estamos en condiciones de tomar la Primera Comunión. Pero eso no significa que haya terminado nuestra tarea: ahora comienza una nueva etapa en nuestras vidas. Si antes conocíamos a Jesús sólo de oídas, ahora, por la Comunión Eucarística, lo vamos a conocer de otra manera: personalmente. Es decir, vamos a comenzar a entablar una relación de vida y de amor con Cristo Jesús, Dios Hijo hecho hombre, porque cada vez que yo comulgue, Jesús va a venir a mi corazón y yo voy a poder conocerlo y amarlo personalmente, no sólo de oídas. Por la Comunión Eucarística, Jesús entra en mi corazón y entra para darme todo el Amor de su Sagrado Corazón Eucarístico. Eso quiere decir que yo, al comulgar, debo estar muy atento, para escuchar los latidos del Corazón de Jesús y para eso, debo permanecer en silencio y recoger mis sentidos, de manera tal que sólo piense en Jesús y sólo escuche no los latidos de mi corazón, sino los latidos del Corazón de Jesús. Tomar la Primera Comunión quiere decir comenzar la mejor etapa de nuestras vidas, porque quiere decir que Dios vendrá a mi corazón y me hablará al oído y de lo que Dios me quiere hablar, es sólo del Amor que Él siente por mí, un Amor tan pero tan grande, que lo llevó a dar su vida por mí en la cruz, en el Calvario, hace dos mil años y lo lleva a renovar cada vez, en la Santa Misa, el don de su vida divina, por la Eucaristía. Comulgar quiere decir que voy a comenzar a conocer en Persona a Jesús, porque Jesús en Persona va a venir a mi corazón. Si amo a Jesús, entonces voy a tratar de comulgar todas las veces que pueda y cuando no pueda hacerlo sacramentalmente, entonces haré una comunión espiritual. Cuando dos personas se aman, quieren verse y esto es lo que Jesús quiere hacer conmigo: me ama tanto, pero tanto, que baja desde el cielo, invisible, en cada Santa Misa, para quedarse en la Eucaristía y así poder entrar en mi corazón. Quien ame a Jesús, se va a diferenciar de quien no lo ame, por la Comunión Eucarística: quien no ame a Jesús, no le importará no venir a Misa y no recibir la Comunión; en cambio, el que ame a Jesús, hará todo lo posible para venir a Misa y comulgar en gracia, no solo el Domingo, sino todos los días, si fuera posible. En esto se diferencian aquellos que no aman a Jesús y aquellos que sí lo aman: quienes sí lo aman, desean recibirlo en sus corazones por la Eucaristía y por eso acuden a la Santa Misa, no por obligación, sino por amor, para recibir el Amor del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. Que esta Primera Comunión sea la primera de muchas y que por la Comunión comencemos la mejor etapa de nuestras vidas: el conocimiento personal de Jesús y la comunión de vida y amor con Él, Presente en la Eucaristía.
Le vamos a pedir a Nuestra Señora de la Eucaristía que nuestros corazones sean como la madera seca o como el pasto seco, para que al contacto con ese Carbón encendido en el Fuego del Amor de Dios, que es la Eucaristía, ardan al instante con las llamas del Espíritu Santo.

viernes, 26 de octubre de 2018

Comulgar no es comer un pedacito de pan, es recibir el Amor infinito de Dios




(Homilía en ocasión de Santa Misa de Primeras Comuniones)

         Debido a que la Eucaristía parece pan, tiene el sabor del pan, el color del pan, muchos piensan que comulgar es igual a cuando en el hogar comemos un trocito de pan. Muchos piensan que la comunión es algo similar a cuando comemos un poco de pan, solo que la comunión es comer un poco de pan en un ambiente distinto al del hogar. Pero es un error pensar así, porque solo externamente la comunión eucarística es algo similar a cuando comemos un poco de pan. Comulgar, recibir la comunión, tomar la comunión, es algo infinitamente más grandioso que comer un trocito de pan, por dos motivos: porque la Eucaristía no es un pedacito de pan, aunque parece pan, y porque lo que nuestra alma recibe no es la materia del pan, sino el Amor Misericordioso del Sagrado Corazón de Jesús.
         Cuando comemos un poco de pan, en el hogar, por ejemplo, sentimos el gusto y el sabor del pan y vemos el pan antes de comer y cuando el pan ingresa a nuestro cuerpo, lo alimenta con su substancia. Comer un poco de pan alimenta el cuerpo y permite que el cuerpo no muera de hambre, porque le da de su substancia y así le permite seguir con vida. Si alguien tiene mucha hambre y su vida peligra por falta de comida, el pan ingerido lo salva, porque permite que su cuerpo siga viviendo.
         Pero no es esto lo que sucede cuando comulgamos, aunque exteriormente parezca lo mismo. No es lo mismo comer un poco de pan, que comulgar, porque la Eucaristía NO ES pan, sino Jesús, el Hijo de Dios, oculto en algo que parece pan pero ya no lo es. Comulgar es recibir a Jesús en Persona, al mismo Jesús que es Dios y que en el Cielo es adorado por ángeles y santos. El mismo Jesús que está glorioso en el Cielo, es el mismo Jesús que ingresa en nuestra alma, en nuestro corazón, cuando comulgamos. Y cuando comulgamos, Jesús nos da una nueva vida, la vida suya, que es la vida de Dios y nos da también el Amor de su Sagrado Corazón, el Espíritu Santo. Por eso comulgar no es comer un poco de pan, sino que es recibir el Amor infinito de Dios, que late en la Eucaristía, en el Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. No es nuestro cuerpo el que es alimentado con un poco de trigo y agua, como sucede cuando comemos el pan en el hogar, sino que es nuestra alma, la que es colmada con el Amor infinito del Corazón de Dios, el Corazón de Jesús, cuando comulgamos. No comulguemos distraídamente; no nos dejemos engañar por los sentidos del cuerpo, que  nos hacen creer que la Eucaristía es un pedacito de pan, que tiene sabor a pan y apariencia de pan: cuando comulguemos, recordemos lo que aprendimos en el Catecismo, que la Eucaristía ya no es pan, sino Jesús en Persona, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad, que viene a nosotros desde su Cielo, no porque necesite algo de nosotros, que siendo Dios no necesita de nada ni de nadie, sino que viene para darnos su Amor, el Amor de su Sagrado Corazón. ¡Cuán equivocados están quienes confunden a la Eucaristía con un pedacito de pan y la desprecian, dejando de venir a Misa los Domingos, dejando de confesarse, porque así se pierden la mayor alegría y el mayor honor que alguien jamás pueda tener en esta vida, que es el recibir el Amor infinito del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús! No cometamos el error de tantos niños y jóvenes y también adultos, que dejan de lado la Eucaristía por creer que es solo un poco de pan bendecido y acudamos cada Domingo –cada día, si fuera posible-, a recibir la Comunión, a recibir el Amor infinito del Sagrado Corazón Eucarístico de Jesús. Que esta Primera Comunión no sea la última, sino la Primera de muchas, muchas comuniones que por la gracia de Dios haremos en la vida, para llenar nuestras almas del Amor de Dios.

jueves, 18 de octubre de 2018

No hay alegría más grande que recibir la Primera Comunión



 (Homilía en ocasión de Santa Misa de Primeras Comuniones)

         Todos los seres humanos tenemos algo en común: todos queremos ser felices. Nadie quiere ser infeliz. Nadie quiere la infelicidad y todos queremos la felicidad. La razón es que hemos sido hechos por Dios para ser felices. El problema está, dice San Agustín, que buscamos la felicidad en lugares donde no la podemos encontrar y no la vamos a encontrar nunca. Muchos, equivocadamente, creen que la felicidad está en el dinero, o en el poseer bienes  materiales, o en tener fama, éxito, poder. Muchos creen que en las cosas del mundo está la felicidad. Esto es un grave error, porque esas cosas no pueden saciar la sed de felicidad que tenemos los seres humanos. Para que nos demos una idea, imaginemos la siguiente escena: imaginemos a un hombre que está parado al borde de un abismo, un abismo tan profundo que no llega a verse el fondo. Imaginemos que este hombre se diera a la tarea de llenar el abismo arrojando vasos de arena. Nunca lo conseguirá, nunca podrá llenar el abismo con la arena, porque el abismo es demasiado grande. Podrá pasar cientos de años en la tarea, y nunca se llenará el abismo. El abismo es nuestra alma y su deseo de felicidad; el vaso de arena con el que el hombre del ejemplo trata de llenarlo, son los bienes materiales, el dinero, el éxito, la fama, el poder. Así como el abismo de la imagen no se llenará nunca con vasos de arena, así nuestra alma nunca, pero nunca, podrá saciar su sed de felicidad con los bienes materiales, con el dinero, con la fama y el éxito. Esas cosas lo único que harán es hacernos más infelices cada vez y nos hará perder el tiempo, porque estaremos buscando la felicidad en donde jamás la vamos a encontrar.
         Entonces, hemos sido creados por Dios para ser felices, pero resulta que nada de lo creado –y mucho menos las cosas mundanas- puede satisfacer nuestra alma. Sin embargo, sí hay algo que sí puede llenar este abismo vacío y sediento de felicidad que es nuestra alma. ¿Qué es eso que puede llenar de felicidad nuestra alma? Lo que puede llenar de felicidad nuestra alma es la Sagrada Eucaristía, porque la Sagrada Eucaristía es Dios Hijo en Persona, Cristo Jesús y Cristo Jesús es la Alegría y la Felicidad Increadas  y cuando Él entra en un alma por la comunión eucarística, lo único que quiere hacer es derramar la Alegría y la Felicidad de su propio Corazón en nuestros corazones. Cuando Jesús entra en nuestros corazones, derrama tanto Amor, que ese abismo vacío y sediento de felicidad que es nuestra alma, queda extra-colmado y rebosante de amor, de alegría, de felicidad, de paz. Sólo la Eucaristía puede hacernos verdaderamente felices, en esta vida y en la otra. Por esta razón es que decimos que tomar la Primera Comunión es la alegría más grande que jamás alguien pueda experimentar. Jesús Eucaristía puede llenar y sobre-llenar nuestras almas, con su Alegría y Felicidad divinas, de manera tal, que después no vamos a desear nada en este mundo ni en el otro, que no sea el mismo Jesús.
         No cometamos el error de muchos niños y jóvenes que toman la Primera Comunión y, lamentablemente, se convierte para ellos en la última, porque nunca más vuelven a la Iglesia. Si queremos ser felices en esta vida y en la otra, acudamos a recibir la Sagrada Eucaristía, no solo en la Primera Comunión, sino en cada Misa que podamos asistir y que la Primera Comunión no sea la última, sino la Primera de muchas comuniones que, por la gracia de Dios, haremos hasta el día en que lleguemos a la otra vida. Tomar la Primera Comunión y comulgar con frecuencia, con todo el amor del que seamos capaces, nos hará felices en esta vida y en la otra, pero no se trata de una felicidad humana, ni tampoco se trata de que vamos a andar riéndonos por la vida de cualquier cosa. No consiste en eso la felicidad que nos da Jesús: es una felicidad mucho más profunda, una felicidad que no consiste en la risa, sino en la paz del alma que se sabe amada por Dios y es una felicidad que está presente incluso cuando en la vida hay tristezas y tribulaciones.
         Tomar la Primera Comunión es un regalo inmenso de Dios, porque Dios no nos da sus dones, lo cual ya sería algo en sí mismo inmenso, sino que se nos da Él mismo, en Persona, oculto en apariencia de pan. No dejemos de comulgar, que nuestra Primera Comunión no sea la última, sino la primera de muchas; cuanto más comulguemos, más anticipadamente viviremos, en la tierra, con la felicidad eterna del Reino de los cielos. No hay dicha más grande que recibir la Primera Comunión, Jesús, Dios Eterno, glorioso, resucitado, sacramentado.

La Primera Comunión es el comienzo de una nueva vida en Cristo


(Homilía en ocasión de Santa Misa de Primeras Comuniones)


         La finalización del estudio del Catecismo puede hacer creer, tanto al catequista, como al niño, que ha finalizado una etapa. En efecto, se puede decir, tal vez: “Hemos finalizado el Catecismo de Primera Comunión. Terminó una etapa. Ahora empieza la etapa final, que es la de la Confirmación. Pero la etapa de la Primera Comunión está finalizada”. No hay nada más erróneo que pensar de esta manera. Finalizar la instrucción del Catecismo, preparándonos para recibir la Primera Comunión, no significa el fin de nada, sino el Principio de una nueva vida, la vida de la unión, en la fe y en el amor, con Jesús Eucaristía. A partir de la finalización de la Primera Comunión, comienza una nueva etapa en la vida del niño, la etapa del conocimiento y de la unión con Jesús de un nuevo modo, bajo la Eucaristía. Si antes conocíamos a Jesús sólo de oídas, ahora, por la comunión sacramental, lo podemos conocer de un nuevo modo, mucho más íntimo, personal, interior, porque Jesús ahora viene, por la Eucaristía, en Persona a mi corazón. Ya no es que pienso en Jesús, deseo estar con Jesús, me imagino a Jesús: ahora, Jesús EN PERSONA viene a mi corazón por la Comunión Eucarística. Y el hecho de que venga en Persona, quiere decir que lo que comulgo no es un poco de pan, sino a Jesús en apariencia de pan, que viene con su Cuerpo glorioso, con su Sangre resucitada, con su Alma glorificada, con su Divinidad, a mi corazón, para darme miles y miles de gracias, en cada Comunión Eucarística y tantas pero tantas gracias, que si las pudiéramos ver aunque sea por un momento, moriríamos de alegría y de amor. Eso es lo que le pasó a Imelda Lambertini, la niña que murió de amor en el día de su Primera Comunión: su corazón estaba tan dispuesto por la gracia, para recibir todo el amor que Jesús le pudiera comunicar, que murió de amor. Su corazón no resistió tanta alegría y tanto amor y por eso murió de amor luego de su Primera Comunión. Si a nosotros no nos pasa eso, lo más probable, se debe a que estamos tan distraídos al momento de comulgar, que Jesús entra en nuestras almas y se queda ahí, con todos los regalos de su gracia, sin poder darnos nada, a causa de nuestra distracción. Es como si invitáramos a nuestro mejor amigo a pasar a nuestra casa y nuestro amigo, que viene con un montón de regalos para nosotros, se queda solo, porque lo dejamos solo y nos vamos a otro lado. No comulguemos de modo distraído, sino que prestemos atención al momento de comulgar, pensando en Jesús y cómo Jesús quiere colmar mi corazón con su gracia, su alegría y su amor.  Finalizar la Primera Comunión no significa que ya no tengo que venir a la Iglesia; por el contrario, significa que ahora es cuando más debo comenzar a venir, para recibir a Jesús Eucaristía todos los días, si fuera posible. Cuando dos personas se aman, se verían todos los días, si fuera posible. Jesús me ama y quiere venir a mi corazón todos los días por la Eucaristía, pero si yo no acudo a la Iglesia para recibirlo, no me puede dar su amor.
         Entendamos, entonces, que finalizar la Primera Comunión es en realidad comenzar la Primera Comunión de muchas comuniones, realizadas en la fe y en el amor, para unir nuestros corazones cada vez más a Jesús Eucaristía.

martes, 16 de octubre de 2018

Aprendamos del Árbol de la Cruz la ciencia de la Vida eterna




(Homilía en ocasión del Centenario fundacional de una Escuela Primaria)

         Para un niño y un joven el asistir a una escuela, tanto primaria como secundaria, es parte esencial de su crecimiento como persona, como ser humano. Esto es así porque en la escuela se aprenden muchas cosas que ayudan a que el niño y el joven se vayan perfeccionando cada vez más. El primer lugar en donde el ser humano aprende lo que le sirve para la vida, es en la familia, que puede ser llamada, con razón, la “primera escuela”. El otro lugar en donde el ser humano aprende, es en la escuela, que en algunos casos, se constituye como una “segunda familia”. Entre la familia y la escuela, el niño y el joven aprenden casi todo lo que se necesita para, en primer lugar, ser una buena persona. Además, se pueden aprender otras cosas, como un oficio con el cual desempeñarse en la vida, o bien puede servir la escuela como una etapa en posteriores conocimientos, más avanzados y especializados, en la educación terciaria. Aprender la ciencia humana es sumamente valioso, tanto para el niño como para el joven y de ahí la importancia que tienen la familia y la escuela. El ser humano es un ser dotado de inteligencia, con la cual quiere conocer el mundo que lo rodea, para transformarlo y hacerlo un lugar mejor, para él y para su prójimo. De aquí, la gran importancia que tienen tanto la familia como la escuela, en el proceso de aprendizaje de un niño y un joven.
         Sin embargo, hay otro lugar, además de la familia y la escuela, en donde el niño y el joven tienen que acudir para aprender, algo que les será muy útil no solo en esta vida, sino también en la otra vida. Además de la ciencia terrena, el niño y el joven deben aprender otra ciencia, la ciencia de la Vida eterna y esta ciencia, que viene del cielo y no es enseñada por maestros humanos, es la Santa Cruz de Jesús. Jesús es la Sabiduría del Padre y quien posee la Sabiduría del Padre, posee una sabiduría y una ciencia que superan infinitamente a las sabidurías y ciencias humanas. Si la ciencia terrena, que aprendemos en la escuela, nos sirve para desempeñarnos en la vida, la ciencia divina, que aprendemos de la Sabiduría de Dios, que es Jesús, nos sirve para alcanzar la Vida eterna, la Vida de Dios en el Reino de los cielos. ¿Dónde está Jesús, para aprender de Él la Sabiduría de Dios? Jesús está en la Cruz, crucificado, y está en la Eucaristía, sacramentado. Por este motivo, cuanto más nos acercamos a la Santa Cruz de Jesús y cuanto más nos acercamos a la Eucaristía, tanta más Sabiduría de Dios tenemos en el alma. Pero al revés también es cierto: cuanto más nos alejamos de la Cruz de Jesús y de la Eucaristía, más ignorantes nos volvemos en relación a la ciencia de Dios, porque no tenemos en nosotros a la Sabiduría divina.
         Si asistir a la escuela es algo muy bueno porque aprendemos muchas cosas que nos sirven para ser mejores personas y también para desempeñarnos en la vida, acudir a la Santa Cruz de Jesús, arrodillándonos ante Jesús crucificado y arrodillándonos también ante Jesús Eucaristía, es infinitamente mejor, porque recibimos la Sabiduría de Dios, que llena nuestras almas, colmándolas de toda dicha y felicidad. Y para que nos aseguremos de que aprendemos la lección, Dios ha dispuesto que nos enseñe la Sabiduría de la Cruz una Maestra especialísima, una Maestra que es nuestra Madre del cielo, la Virgen María, porque la Virgen está al pie, al lado de la Cruz de Jesús y está también al lado de cada sagrario, porque donde está el Hijo, está la Madre.
         Acudamos entonces a los pies de la Cruz de Jesús y nos arrodillemos delante del sagrario, ante Jesús Eucaristía, todos los días de nuestra vida, para que recibamos las lecciones que nos enseña la Maestra celestial, la Virgen María, y así poseeremos en el alma la Sabiduría de Dios, que nos hará felices y bienaventurados, en esta vida y sobre todo, en la otra vida, en la Vida eterna.

sábado, 29 de septiembre de 2018

El Evangelio para Niños: Mortifiquemos nuestra imaginación



(Domingo XXVI - TO - Ciclo B – 2018)

“Si tu mano es para ti ocasión de pecado, córtala, porque más te vale entrar en la Vida manco, que ir con tus dos manos a la Gehena, al fuego inextinguible” (Mc 9, 38-43.45.47-48).
         ¿Qué nos quiere decir Jesús? ¿Acaso nos dice que nos cortemos la mano, el pie, el ojo, literalmente? No, de ninguna manera. Jesús no nos dice que hagamos daño a nuestro cuerpo, porque está hablando en un sentido figurado. Pero si usa una imagen tan fuerte es para que nos demos cuenta de dos cosas: una, que nuestras acciones son libres y nos pueden conducir al Cielo o al Infierno, según sean buenas o malas; la segunda, que debemos estar atentos y precavidos y mortificar la imaginación, el pensamiento y los sentidos, porque es ahí por donde comienza la tentación que, si no se combate, se consiente y se convierte en pecado. Esto es lo que quiere decir Jesús, que mortifiquemos el pensamiento malo, la imaginación mala, el deseo malo. Mortificar quiere decir pensar en otra cosa, imaginar otra cosa, desear otra cosa y para poder lograrlo, debemos tener, en la mente y en el corazón, la Pasión de Jesús, su flagelación, su corona de espinas, su cruz y también sus Mandamientos y sus Bienaventuranzas.
         Por ejemplo, si alguien me ofende, en vez de reaccionar con enojo, recuerdo los mandamientos de Jesús: “Ama a tus enemigos”, “Perdona setenta veces siete” y amo y perdono en vez de enojarme, porque eso es lo que Jesús quiere de mí.
         Tratemos entonces de tener siempre, en la mente y en el corazón, a Jesús crucificado y a los Mandamientos de la Ley de Dios, para poder entrar, con el cuerpo completo y lleno de la gloria de Dios, en el Reino del cielo.

sábado, 22 de septiembre de 2018

El Evangelio para Niños: El que quiera ser primero sea el servidor de todos



(Domingo XXV – TO – Ciclo C – 2018)

         “El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos” (Mc 9, 30-37). Mientras Jesús les está hablando a sus discípulos y les revela por anticipado qué es lo que le va a suceder –será traicionado, encarcelado, crucificado y luego resucitará-, ellos, en vez de prestar atención a lo que Jesús les dice, estaban “discutiendo entre sí” y la razón de la discusión era porque todos querían ser el más grande. Es decir, mientras Jesús les avisa que se vienen tiempos de mucho peligro y dolor, porque Él será crucificado y morirá y que solo después de esto vendrá la alegría y la resurrección, los discípulos no escuchan a Jesús y si lo escuchan, no les importa lo que les está diciendo: cada uno de ellos está pensando en otra cosa; cada uno de ellos piensa en ser el más importante; cada uno de ellos piensa en recibir aplausos, honores, agasajos. Jesús les habla de la Cruz y de la Resurrección, que es lo más importante en esta vida, y ellos están pensando en quién va a ser el más grande, para recibir el aplauso de los hombres. Con esto, demuestran que no entienden lo que Jesús les dice –el Evangelio afirma que “no comprendían” lo que Jesús les decía- y que no les importa tampoco, porque en vez de la Cruz y la Resurrección, ellos quieren que los traten como a gente importante.
         Lo que Jesús les dice, acerca de la Cruz y la Resurrección, es lo que realmente importa en esta vida, porque estamos en esta vida para subirnos a la Cruz, morir al hombre viejo y luego resucitar para la vida eterna. Lo que los discípulos quieren, el ser considerados como importantes y así recibir los aplausos de los hombres, no sirve para nada, porque los aplausos que los hombres se dan entre sí, no valen nada ante los ojos de Dios. Los hombres acostumbran a aplaudirse unos a otros -y muchas veces se aplaude al que hace el mal-, pero este aplauso se llama “gloria mundana” y no sirve de nada ante los ojos de Dios. A los ojos de Dios, solo tiene valor la gloria de Dios y la gloria de Dios es Jesús crucificado. Si realmente queremos ser los primeros, no busquemos el aplauso de los demás: trabajemos por el Reino de los cielos, subamos a la Cruz y así seremos llevados al Cielo, en donde reinaremos con Jesús y la Virgen para siempre.

sábado, 15 de septiembre de 2018

El Evangelio para Niños: No rechacemos la cruz de Jesús



(Domingo XXIV – TO – Ciclo B - 2018)

         “El que quiera seguirme, niéguese a sí mismo, cargue su cruz y me siga” (Mc 8, 27-35). En este Evangelio, Jesús nos enseña muchas cosas. Una primera cosa que nos enseña es que no estamos obligados a seguirlo, sino que, el que lo sigue, tiene que querer seguirlo. En efecto, Jesús dice: “El que quiera seguirme, que me siga”. Jesús no nos obliga a seguirlo, quiere que lo sigamos libremente. Seguirlo quiere decir amarlo, entonces es como si Jesús dijera: “El que me ame, que me siga”. Nadie está obligado a seguir a Jesús, como Él lo dice: “El que quiera seguirme”. Esto quiere decir que nadie va a entrar obligado en el cielo, porque si alguien no quiere seguir a Jesús, no lo sigue. Pero el que no lo siga, ya sabe que no puede entrar en el cielo. Para entrar en el cielo, hay que seguir a Jesús, pero quien no lo quiera seguir, no lo seguirá y tampoco entrará en el cielo. En el cielo entrarán los que aman a Jesús y los que lo siguen. Si alguien no lo ama y no lo quiere seguir, ese tal no entrará en el Reino de Dios.
         Otra cosa que nos enseña Jesús es que, una vez que nos hemos decidido a seguirlo, es decir, una vez que hemos elegido seguir a Jesús, no podemos seguirlo de cualquier manera: tenemos que negarnos a nosotros mismos. ¿Qué quiere decir “negarnos a nosotros mismos”? Quiere decir que tenemos que darnos cuenta cuando estamos pensando, deseando o haciendo una cosa mala y rechazarla. Por ejemplo, negarme a mí mismo es lo siguiente: si yo estoy con mal humor, en vez de contestar mal a los que me rodean, me niego a mí mismo y contesto bien, con una sonrisa, con un afecto, con una muestra de bondad. Otro ejemplo de negación de uno mismo: si estoy con pereza y no tengo ganas de hacer nada, en vez de quedarme tirado en la cama o en el sofá, sin hacer nada, me levanto y me pongo a hacer lo que tengo que hacer, que siempre hay algo para hacer, como por ejemplo, las tareas de la escuela, ayudar en la casa, ayudar a mis hermanos, ofrecer a mis padres si necesitan algo, etc. Eso es “negarse a sí mismo”.
         Por último, quien elige a Jesús y lo sigue y se niega a sí mismo, tiene que hacer una tercera cosa: tomar su cruz y seguirlo. Jesús va caminando delante de nosotros, con la cruz a cuestas. ¿Adónde va Jesús? Jesús va al Calvario, para morir en cruz y luego resucitar. Si amamos a Jesús, entonces, no lo vamos a dejar ir solo, vamos a ir detrás de Él, pero con nuestra cruz a cuestas, para que también nosotros seamos crucificados con Él y así resucitemos a la vida nueva de los hijos de Dios. Esto es lo que nos enseña el Evangelio de hoy, entonces: seguir a Jesús no por obligación sino por amor, negarnos a nosotros mismos en nuestras malas inclinaciones y cargar la cruz de cada día, para algún día ir al cielo y estar con Jesús para siempre.

sábado, 8 de septiembre de 2018

El Evangelio para Niños: Jesús nos abrió la mente y el corazón con el Bautismo



(Domingo XXIII – TO – Ciclo B – 2018)

         En este Evangelio (cfr. Mc 7, 31-37) , Jesús cura a un sordomudo, simplemente tocando sus oídos y su lengua y diciendo una palabra en idioma arameo, “Éfata”, que quiere decir: “Ábrete”. Podemos decir que el sordomudo es muy afortunado, porque fue curado de una doble enfermedad, que le impedía oír y también hablar.
         Pero nosotros tenemos que considerarnos todavía más afortunados que el sordomudo, aún cuando tengamos alguna enfermedad corporal, porque Jesús le curó el cuerpo al sordomudo del Evangelio, pero a nosotros nos curó el alma. ¿De qué manera? Para saberlo, tenemos que recordar que cuando nacemos, nacemos con el pecado original y eso quiere decir que tenemos cerrados los oídos del alma a la voz de Dios; nacemos ciegos del alma, y eso quiere decir que no podemos ver la Verdad de Dios; nacemos con el corazón cerrado al Amor de Dios, y eso es como nacer mudos, porque no hablamos de la Bondad de Dios. De todo esto nos ha curado Jesús con el Bautismo: nos curó nuestra ceguera espiritual, nuestra sordera espiritual y nuestra mudez espiritual, pero además de eso, nos dio una nueva vida, la vida suya, la vida de Jesús, que es la Vida de Dios.
         Por eso es que nosotros somos más afortunados que el sordomudo del Evangelio, porque no solo hemos sido curados de esa enfermedad que es el pecado original, sino que por la gracia, Jesús nos ha dado una vida nueva, la vida de los hijos de Dios.
         ¿Cómo se vive la vida de los hijos de Dios? Cumpliendo los Mandamientos de la Ley de Dios –para eso hay que llevarlos impresos, como un sello, en el alma y en el corazón-, confesándonos con frecuencia, comulgando en estado de gracia, rezando –en lo posible, el Santo Rosario-, haciendo Adoración Eucarística. Si hacemos esto, vamos a glorificar a Dios con nuestras vidas, así como el sordomudo glorificó a Jesucristo luego de haber sido curado.

Charla para Padres de Niños de Catequesis



         Los padres de familia deben tomar conciencia de la importancia literalmente vital de la Catequesis para la vida espiritual de sus hijos. Así como se preocupan por la alimentación del cuerpo, porque es obvio que si no comen se desnutren y mueren por inanición, así también el alma debe alimentarse, de lo contrario, muere por hambre de Dios. El alimento del alma es la Palabra de Dios, que está en la Biblia, para ser leída y está en la Eucaristía, para ser consumida. Si un alma no se alimenta de la Palabra de Dios, irremediablemente muere. Los Padres de familia deben ser conscientes de que sus hijos tienen hambre, no solo corporal, sino espiritual, aun cuando no la expresen verbalmente. Es muy importante que acompañen a los hijos con sus tareas de Catecismo, así como los acompañan con las tareas de la escuela, para que les expliquen lo que no entiendan o acudan a quien está capacitado para buscar respuestas, ya sea el catequista o el sacerdote.
         Los Padres deben acompañar a sus hijos a la Santa Misa dominical, que es la Misa de precepto. La Misa para niños es a las 10.00, aunque pueden asistir a cualquier otro horario. Lo importante es que acudan con ellos a la Santa Misa y sobre todo es importante que vean a la Santa Misa como un encuentro personal con Jesús Eucaristía y como lo que es, la renovación incruenta del Santo Sacrificio del Calvario. Asistir a la Misa dominical debe ser la primera y más importante ocupación no solo del Domingo, sino de toda la semana. Los Padres deben también construir un pequeño altar, con un crucifijo, una imagen de la Virgen, de San Miguel Arcángel y de los santos a los que más devoción se les tenga y reunirse, al menos una vez a la semana, alrededor de este altar casero, para rezar todos juntos en familia.
Los Padres deben tomar conciencia que si no satisfacen esa hambre espiritual que sus hijos tienen, con la Palabra de Dios y los sacramentos, la satisfarán con el ocultismo, que hoy está más activo que nunca. En casi todos los programas de televisión y en las películas de cine y en internet, se presentan a la magia, a los duendes, a las hadas, como algo bueno, cuando en realidad son obra y tarea del Demonio. Un ejemplo clarísimo de cómo se enseña ocultismo a los niños son las películas de Harry Potter, pero hay decenas y decenas de programas destinados a niños y adolescentes cuyo contenido es claramente esotérico y satánico, disfrazándolos a estos como algo bueno e inocente.
         Los niños juegan con juegos satánicos como por ejemplo el Charly-Charly, el juego de la copa, el Mono espacial, el Juego de la muerte. Son juegos para nada inocentes; son diabólicos y traen todo tipo de cosas malas, que pueden terminar incluso con el suicidio de los niños y adolescentes. Estos juegos no tienen nada de inocente ni de bueno y son, en la práctica, una forma encubierta de espiritismo, nigromancia e invocación directa al demonio, que entra en las vidas de los niños y de las familias, así como un ladrón entra cuando se le deja abierta la puerta de casa. Los Padres deben vigilar y estar atentos y advertir a sus hijos que JAMÁS deben jugar a estos juegos, ya que son una invitación al demonio para que entre en sus vidas. Deben, por el contrario, enseñarles a acudir al Ángel de la Guarda, a San Miguel Arcángel, a la Virgen y a Nuestro Señor Jesucristo. Deben enseñarles también a huir de los lugares en donde haya alguna imagen del Gauchito Gil, de la Difunta Correa o de San La Muerte, ya que son servidores del Demonio y en el caso de San La Muerte, es el Demonio en persona.
         Otro aspecto a tener en cuenta es el ESI o Educación Sexual Integral, un programa de educación elaborado por el Ministerio de Educación según el cual los niños serán sustraídos de la esfera de educación de los padres, para ser introducidos en esta nefasta ideología que llama “bueno” a toda clase de perversión moral y sexual. Si los Padres no educan a los hijos según la doctrina moral de la Iglesia, los niños y adolescentes inevitablemente serán arrastrados por esta corriente de inmoralidad y será muy difícil o casi imposible que vuelvan a la visión correcta de la sexualidad y de la vida.

sábado, 1 de septiembre de 2018

El Evangelio para Niños: La pureza interior nos la da la gracia



(Domingo XXII – TO – Ciclo C)

         “Es del interior, del corazón de los hombres, de donde provienen toda clase de cosas malas” (cfr. Mc 7, 1-8.14-15.21-23). En la época de Jesús, los fariseos tenían la creencia de que bastaba lavar los utensillos del templo y las manos, además de acudir al templo, para ser considerados como hombres religiosos. Ellos cumplían con todas estas reglas y por eso creían que eran buenos delante de Dios, pero descuidaban el corazón y es así que eran malos, decían mentiras, se quedaban con el dinero del templo. Pero Jesús les hace ver que para ser buenos, no basta con cumplir por afuera: hay que estar limpios por dentro, es decir, hay que tener un corazón bueno y, más que bueno, santo. Para que podamos entender un poco más, Jesús da el ejemplo de una copa o un plato que están sucios: si se los limpia solamente por afuera y no se limpian por dentro, quedan sucios y no se pueden usar. Así sucede con nosotros: debemos cumplir exteriormente con lo que manda la Iglesia –asistir a Misa los domingos, comulgar en gracia, confesar, rezar, etc.-, pero además debemos estar limpios por dentro, es decir, nuestro corazón debe estar limpio de toda mancha de pecado. ¿Cómo limpiar por dentro nuestros corazones y nuestras almas? Por medio de la gracia santificante, que nos viene por la Confesión sacramental. Cuando nos confesamos, quedamos limpios y purificados por dentro, porque el corazón y el alma se ven libres de la mancha del pecado. Este Evangelio, entonces, nos enseña cómo ser agradables a los ojos de Dios: no solo cumpliendo lo que nos pide la Iglesia –por ejemplo, asistir a la misa dominical-, sino también confesándonos con frecuencia, para que así nuestra alma quede purificada y limpia por la gracia santificante.
         Así como una copa o un plato deben limpiarse por dentro y por fuera para que queden verdaderamente limpios, así también nosotros, para ser agradables a los ojos de Dios, debemos cumplir externamente con la religión, asistiendo a la misa del Domingo y rezando, y además debemos confesarnos con frecuencia, para tener el corazón resplandeciente con el brillo de la gracia santificante.

sábado, 25 de agosto de 2018

El Evangelio para Niños: “Son duras estas palabras”



(Domingo XXII – TO – Ciclo B – 2018)

          “Son duras estas palabras”. Cuando Jesús les dice a sus discípulos que deben “comer su Carne y beber su Sangre”–alimentarse de la Eucaristía- y cuando les dice que deben “cargar la cruz de cada día y seguirlo” –negarse a sí mismos- para ir al Cielo –dejar de pensar en esta vida como si fuera la definitiva- muchos de sus discípulos se molestan con Jesús y lo abandonan, diciéndole: “Son duras estas palabras”.
         ¿Por qué? Porque para comulgar, hay que dejar de estar pensando en los manjares terrenos que alimentan el cuerpo, para desear el alimento celestial que es la Eucaristía y para eso, para poder comulgar, hay que comulgar en estado de gracia, para lo cual hay que confesarse con frecuencia. Para llevar la cruz de cada día, hay que luchar contra las propias pasiones, contra la tendencia a la ira, a la pereza, a la gula, etc., y esa lucha es ardua, árida, porque implica parecerse a Jesús, que es casto, puro, manso y humilde de corazón. Para ir al Reino de los cielos hay que desear ir al Reino y para eso, hay que asumir que algún día hemos de morir y por lo tanto hay dejar de pensar menos en las cosas de este mundo, que son pasajeras, y pensar más en la muerte, en el Juicio Particular, en el Cielo, el Purgatorio y el Infierno y también en el Juicio Final y eso quiere decir dejar de pensar en la comodidad de esta vida y comenzar a desear el Cielo y comenzar a obrar de manera tal de ganar el Reino de los cielos.
         “Son duras estas palabras”. Cuando Jesús hace milagros como multiplicar panes y peces y expulsar demonios, todos lo quieren seguir, incluso lo quieren hacer rey. Pero cuando no hace milagros ni expulsa demonios y dice qué es lo que hay que hacer para ir al cielo –cargar la cruz y seguirlo a Él, combatir contra uno mismo, luchar contra las pasiones, vivir los Diez Mandamientos, alimentarse de la Eucaristía, confesarse con frecuencia, pensar en que esta vida se termina pronto y viene la eterna, pensar que si no morimos en gracia nos condenamos-, entonces, dicen: “son duras estas palabras” y muchos de sus discípulos lo abandonan.
         Pero Pedro no lo abandona: él dice: “¿A quién iremos? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna”. Imitemos a Pedro y no a los discípulos que dejan a Jesús, y sigamos a Jesús por el camino de la cruz, alimentándonos de la Eucaristía cada día, para que así lleguemos algún día a la Vida eterna en el Reino de los cielos.

sábado, 18 de agosto de 2018

El Evangelio para Niños: La Eucaristía es verdadera comida y verdadera bebida



(Domingo XX - TO - Ciclo B – 2018)

“Mi carne es verdadera comida, y mi sangre verdadera bebida” (Jn 6, 51-58). Todos nosotros, como seres humanos que somos, pensamos todos los días en qué hemos de comer y en qué hemos de beber. Es lógico, porque tenemos que alimentar el cuerpo: un cuerpo sin alimentación o con una alimentación deficiente, es un cuerpo que se debilita de a poco y puede incluso llegar a morir, si la falta de alimentos se prolonga mucho tiempo. Por eso es importante alimentarnos, es decir, comer y beber, aunque hay que tener en cuenta el dicho que dice: “Hay que comer para vivir y no vivir para comer”. Hay que evitar, en la comida y en la bebida, la glotonería, el comer por comer, lo cual es un pecado de gula.
Pero en la cuestión de la comida también hay que tener en cuenta otra cosa: somos seres humanos, compuestos de cuerpo y alma: al cuerpo, lo alimentamos con alimentos materiales, terrenos, que es la comida que comemos en la mesa todos los días. Ahora bien, si alimentamos el cuerpo, también tenemos que alimentar el alma, pero el alma no se alimenta con alimentos terrenos. Si yo como un trozo de pan, ese trozo de pan alimenta mi cuerpo, pero no mi alma. Si bebo un vaso de agua, el agua calma la sed del cuerpo, pero no la sed del alma.
¿Cómo alimentar el alma?
Jesús nos lo dice: con su Cuerpo y su Sangre y su Cuerpo y su Sangre están en la Eucaristía. Es decir, el alimento del alma es la Eucaristía. Si nos preocupamos por el alimento del cuerpo, mucho más tenemos que ocuparnos del alimento del alma, que es la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Hay muchos que, lamentablemente, solo alimentan el cuerpo, pero no el alma, porque creen que la Eucaristía es solo un pedacito de pan. Pero la Eucaristía es un pan que solo tiene apariencia de pan, porque es un Pan que es Carne, la Carne del Cordero de Dios. El que se alimenta del Pan de la Misa, que es la Eucaristía, se alimenta con Carne de Cordero, asada en el Fuego del Espíritu Santo, la Carne del Cordero de Dios, Jesús. Y el que se alimenta con la Eucaristía tiene un alma fuerte y llena de luz, porque en la Eucaristía está la vida de Dios, que es vida divina, que da la fortaleza y la luz de Dios a quien se alimenta de ella.
Lamentablemente, hay muchos que descuidan el alimento del alma, que es la Eucaristía, y así sus almas están raquíticas, débiles e incluso muchas almas mueren por la falta del Pan bajado del cielo. No seamos como ellos, alimentemos nuestras almas con el Pan de Vida eterna, que es la Eucaristía, para tener en nuestros corazones la luz y la vida de Dios Uno y Trino.

sábado, 11 de agosto de 2018

El Evangelio para Niños: La Eucaristía parece pan pero es la Carne de Jesús



(Domingo XIX - TO - Ciclo B – 2018)

“El pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6, 41-51). Cuando Jesús les dice a los judíos que su carne es pan y que el que coma de Él tendrá vida eterna, se escandalizan y piensan que ha perdido la razón, porque creen que Jesús los está invitando a que coman un pedazo de su Cuerpo. También creen que ha perdido la razón cuando les dice que Él ha bajado del cielo: “Yo Soy el Pan Vivo bajado del cielo”. Ellos lo vieron crecer desde chicos, conocen a su papá adoptivo, San José, conocen a su Mamá, la Virgen, conocen a sus primos, y por eso creen que Jesús es de la tierra y ahora, cuando les dice que ha venido del cielo, creen que ha perdido la razón.
         Lo que sucede es que los judíos no entienden las palabras de Jesús porque no tienen al Espíritu Santo en ellos. Solo el Espíritu Santo permite comprender que el Cuerpo de Jesús que hay que comer para tener vida eterna es el Cuerpo que está en la Eucaristía, que es un Cuerpo lleno de la gloria de Dios. La Eucaristía es el cumplimiento de las palabras de Jesús, de que el Pan que Él dará es la Carne para la vida del mundo, porque la Eucaristía parece pan, un pan sin vida, pero en realidad, es la carne del Cordero.
         Una vez sucedió un milagro eucarístico que confirma que la Eucaristía es Carne: un sacerdote, con dudas de fe, al momento de comulgar, le sucedió que la Hostia consagrada se convirtió en un trozo de carne, por lo que tuvo que sacársela de la boca y envolverla en el corporal, que quedó manchado de sangre.
         No hace falta que a nosotros nos suceda lo mismo: sabemos, por la fe, que la Eucaristía parece pan, pero es lo que dice Jesús: es la Carne de Jesús que da la vida eterna al que lo consume con fe, con amor y en estado de gracia.
        

domingo, 5 de agosto de 2018

El Evangelio para Niños: Jesús en la Eucaristía es el Verdadero Pan bajado del cielo




(Domingo XVIII - TO - Ciclo B – 2018)

         Después que Jesús hizo la multiplicación de panes y peces, la gente lo buscaba a Jesús para hacerlo rey, porque les había satisfecho el hambre del cuerpo.
         Pero Jesús no hizo ese milagro para que lo hicieran rey: hizo ese milagro como anticipo del milagro de la misa, donde Él multiplica, en vez de pan material y carne de peces, el Pan de Vida eterna y la Carne del Cordero, que es la Eucaristía. En cada misa, Jesús hace un milagro infinitamente mayor que multiplicar el pan de la tierra y la carne de peces, porque lo que multiplica es el Pan de Vida eterna y la Carne del Cordero, que es la Eucaristía.
Jesús les dice que no tienen que preocuparse por el pan de la tierra: tienen que preocuparse por el Verdadero Maná del cielo, que es Él mismo en la Eucaristía. Los hebreos creían que el maná que habían comido en el desierto era el verdadero maná, pero Jesús les dice que no, que el Verdadero Maná es Él en la Eucaristía.
Por eso les dice que no se preocupen por el pan de la mesa, sino por el Pan de la Misa, que es la Eucaristía.
Y eso mismo nos dice a nosotros: nosotros pensamos que es más importante alimentar el cuerpo y por eso nos preocupamos y estamos pendientes por la comida que vamos a comer, pero Jesús nos dice que no tiene que ser así: nos dice que primero tenemos que preocuparnos por el alimento del alma, que es la Eucaristía y recién después por el alimento de la tierra.
Junto a la gente del Evangelio, que le decía a Jesús: “Señor, danos siempre de ese pan, nosotros le decimos a Jesús: “Jesús, infunde en nosotros un gran amor por la Eucaristía, para que siempre tengamos deseo de alimentarnos del Pan de Vida eterna”.

jueves, 2 de agosto de 2018

Rosario meditado para Niños: Misterios Gozosos



Primer Misterio Gozoso. La Anunciación del Ángel a María.. Mientras la Virgen estaba orando, el Arcángel Gabriel se le apareció para darle la más hermosa noticia que la Virgen podía recibir: Ella había sido elegida por Dios, por su humildad, por su caridad y por su hermosura, para ser la Madre de Dios Hijo encarnado (cfr. Lc 1,26-38). Lejos de ensoberbecerse, la Virgen dijo de sí misma: “He aquí la Esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. ¡Virgen de la Eucaristía, danos un corazón humilde y lleno de amor como el tuyo, para recibir en él a tu Hijo, Jesús Eucaristía!
Un Padre Nuestro, diez Ave María, un Gloria.
“Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de tu misericordia”.

Segundo Misterio Gozoso. La Visitación de María a Santa Isabel. Cuando la Virgen se enteró que su prima Isabel había quedado embarazada, y a pesar de que Ella llevaba a Jesús en su panza, emprendió un largo y peligroso viaje para ir a ayudar a su prima, que ya era de edad avanzada (cfr. Lc 1,39-45). Al llegar la Virgen, Isabel se llenó del Espíritu Santo y Juan Bautista saltó de alegría en su seno, al escuchar la voz de la Virgen. Con la Virgen llegan siempre Jesús y el Espíritu Santo y por eso el alma se llena de alegría cuando la Virgen entra en el corazón de una persona. ¡Virgen de la Eucaristía, te abrimos las puertas de nuestros corazones, para que venga a nosotros Jesús y el Espíritu Santo y así nuestros corazones queden repletos con la santa alegría de Dios!
Un Padre Nuestro, diez Ave María, un Gloria.
“Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de tu misericordia”.

Tercer Misterio Gozoso. El Nacimiento de Jesús. Al llegar a Belén, María, que ya estaba a punto de dar a luz, y José, su esposo legal, no encontraron albergue (cfr. Lc 2,1-7). Las hosterías estaban ocupadas por gente que comía y bailaba, porque decía que no necesitaba de Dios. Estas hosterías, en las que no hay lugar para el Niño Dios, son como las personas que nunca vienen a Misa ni se confiesan, porque no aman a Jesús. En cambio, en el pobre portal de Belén, que era un refugio para el asno y el buey, sí hubo lugar para que allí naciera el Niño Dios. El Portal de Belén es como las personas que aman a Jesús y que lo llevan siempre en sus corazones. ¡Virgen de la Eucaristía, haz que nuestros corazones sean como el pobre Portal de Belén, para que estén siempre alumbrados por la Presencia de Jesús Eucaristía!
Un Padre Nuestro, diez Ave María, un Gloria.
“Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de tu misericordia”.

Cuarto Misterio Gozoso. La Presentación en el Templo. La Virgen, acompañada por San José, lleva al Niño Dios al templo para consagrarlo a Dios, porque así lo decía la ley de los hebreos (cfr. Lc 2, 22-24). Al llegar, los ancianos Simeón y Ana reconocieron en Jesús a Dios hecho Niño sin dejar de ser Dios, para que los hombres, hechos como niños por la gracia, pudieran entrar en el Reino de los cielos. ¡Virgen de la Eucaristía, haz que siempre seamos como niños por la gracia, para que llevados por ti en tus brazos, entremos en el Reino de Dios!
Un Padre Nuestro, diez Ave María, un Gloria.
“Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de tu misericordia”.

        Quinto Misterio Gozoso. El Niño Jesús hallado en el Templo. Después de acudir al templo de Jerusalén para festejar la Pascua, cuando Jesús tenía doce años, María y José se disponen a regresar a su hogar (cfr. Lc 2,41-50). Pero cada uno piensa que el Niño está con el otro, de manera que viajan así durante un día, hasta que se dan cuenta que Jesús no está con ellos. Creyendo que se había perdido, lo buscan durante tres días, hasta que lo encuentran en el templo. ¡Virgen de la Eucaristía, ayúdanos para que siempre encontremos a Jesús en el templo, en el sagrario, y nunca nos apartemos de Él!
Un Padre Nuestro, diez Ave María, un Gloria.
“Oh Jesús mío, perdona nuestros pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más necesitadas de tu misericordia”.
Un Padre Nuestro, tres Ave María, un Gloria por las intenciones de los Santos Padres Benedicto y Francisco.
Salve.