Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

jueves, 18 de octubre de 2018

No hay alegría más grande que recibir la Primera Comunión



 (Homilía en ocasión de Santa Misa de Primeras Comuniones)

         Todos los seres humanos tenemos algo en común: todos queremos ser felices. Nadie quiere ser infeliz. Nadie quiere la infelicidad y todos queremos la felicidad. La razón es que hemos sido hechos por Dios para ser felices. El problema está, dice San Agustín, que buscamos la felicidad en lugares donde no la podemos encontrar y no la vamos a encontrar nunca. Muchos, equivocadamente, creen que la felicidad está en el dinero, o en el poseer bienes  materiales, o en tener fama, éxito, poder. Muchos creen que en las cosas del mundo está la felicidad. Esto es un grave error, porque esas cosas no pueden saciar la sed de felicidad que tenemos los seres humanos. Para que nos demos una idea, imaginemos la siguiente escena: imaginemos a un hombre que está parado al borde de un abismo, un abismo tan profundo que no llega a verse el fondo. Imaginemos que este hombre se diera a la tarea de llenar el abismo arrojando vasos de arena. Nunca lo conseguirá, nunca podrá llenar el abismo con la arena, porque el abismo es demasiado grande. Podrá pasar cientos de años en la tarea, y nunca se llenará el abismo. El abismo es nuestra alma y su deseo de felicidad; el vaso de arena con el que el hombre del ejemplo trata de llenarlo, son los bienes materiales, el dinero, el éxito, la fama, el poder. Así como el abismo de la imagen no se llenará nunca con vasos de arena, así nuestra alma nunca, pero nunca, podrá saciar su sed de felicidad con los bienes materiales, con el dinero, con la fama y el éxito. Esas cosas lo único que harán es hacernos más infelices cada vez y nos hará perder el tiempo, porque estaremos buscando la felicidad en donde jamás la vamos a encontrar.
         Entonces, hemos sido creados por Dios para ser felices, pero resulta que nada de lo creado –y mucho menos las cosas mundanas- puede satisfacer nuestra alma. Sin embargo, sí hay algo que sí puede llenar este abismo vacío y sediento de felicidad que es nuestra alma. ¿Qué es eso que puede llenar de felicidad nuestra alma? Lo que puede llenar de felicidad nuestra alma es la Sagrada Eucaristía, porque la Sagrada Eucaristía es Dios Hijo en Persona, Cristo Jesús y Cristo Jesús es la Alegría y la Felicidad Increadas  y cuando Él entra en un alma por la comunión eucarística, lo único que quiere hacer es derramar la Alegría y la Felicidad de su propio Corazón en nuestros corazones. Cuando Jesús entra en nuestros corazones, derrama tanto Amor, que ese abismo vacío y sediento de felicidad que es nuestra alma, queda extra-colmado y rebosante de amor, de alegría, de felicidad, de paz. Sólo la Eucaristía puede hacernos verdaderamente felices, en esta vida y en la otra. Por esta razón es que decimos que tomar la Primera Comunión es la alegría más grande que jamás alguien pueda experimentar. Jesús Eucaristía puede llenar y sobre-llenar nuestras almas, con su Alegría y Felicidad divinas, de manera tal, que después no vamos a desear nada en este mundo ni en el otro, que no sea el mismo Jesús.
         No cometamos el error de muchos niños y jóvenes que toman la Primera Comunión y, lamentablemente, se convierte para ellos en la última, porque nunca más vuelven a la Iglesia. Si queremos ser felices en esta vida y en la otra, acudamos a recibir la Sagrada Eucaristía, no solo en la Primera Comunión, sino en cada Misa que podamos asistir y que la Primera Comunión no sea la última, sino la Primera de muchas comuniones que, por la gracia de Dios, haremos hasta el día en que lleguemos a la otra vida. Tomar la Primera Comunión y comulgar con frecuencia, con todo el amor del que seamos capaces, nos hará felices en esta vida y en la otra, pero no se trata de una felicidad humana, ni tampoco se trata de que vamos a andar riéndonos por la vida de cualquier cosa. No consiste en eso la felicidad que nos da Jesús: es una felicidad mucho más profunda, una felicidad que no consiste en la risa, sino en la paz del alma que se sabe amada por Dios y es una felicidad que está presente incluso cuando en la vida hay tristezas y tribulaciones.
         Tomar la Primera Comunión es un regalo inmenso de Dios, porque Dios no nos da sus dones, lo cual ya sería algo en sí mismo inmenso, sino que se nos da Él mismo, en Persona, oculto en apariencia de pan. No dejemos de comulgar, que nuestra Primera Comunión no sea la última, sino la primera de muchas; cuanto más comulguemos, más anticipadamente viviremos, en la tierra, con la felicidad eterna del Reino de los cielos. No hay dicha más grande que recibir la Primera Comunión, Jesús, Dios Eterno, glorioso, resucitado, sacramentado.

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