(Domingo XX - TO - Ciclo B – 2018)
“Mi
carne es verdadera comida, y mi sangre verdadera bebida” (Jn 6, 51-58). Todos nosotros, como seres humanos que somos,
pensamos todos los días en qué hemos de comer y en qué hemos de beber. Es lógico,
porque tenemos que alimentar el cuerpo: un cuerpo sin alimentación o con una
alimentación deficiente, es un cuerpo que se debilita de a poco y puede incluso
llegar a morir, si la falta de alimentos se prolonga mucho tiempo. Por eso es
importante alimentarnos, es decir, comer y beber, aunque hay que tener en
cuenta el dicho que dice: “Hay que comer para vivir y no vivir para comer”. Hay
que evitar, en la comida y en la bebida, la glotonería, el comer por comer, lo
cual es un pecado de gula.
Pero
en la cuestión de la comida también hay que tener en cuenta otra cosa: somos
seres humanos, compuestos de cuerpo y alma: al cuerpo, lo alimentamos con
alimentos materiales, terrenos, que es la comida que comemos en la mesa todos
los días. Ahora bien, si alimentamos el cuerpo, también tenemos que alimentar
el alma, pero el alma no se alimenta con alimentos terrenos. Si yo como un
trozo de pan, ese trozo de pan alimenta mi cuerpo, pero no mi alma. Si bebo un
vaso de agua, el agua calma la sed del cuerpo, pero no la sed del alma.
¿Cómo
alimentar el alma?
Jesús
nos lo dice: con su Cuerpo y su Sangre y su Cuerpo y su Sangre están en la
Eucaristía. Es decir, el alimento del alma es la Eucaristía. Si nos preocupamos
por el alimento del cuerpo, mucho más tenemos que ocuparnos del alimento del
alma, que es la Eucaristía, el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Hay muchos que,
lamentablemente, solo alimentan el cuerpo, pero no el alma, porque creen que la
Eucaristía es solo un pedacito de pan. Pero la Eucaristía es un pan que solo
tiene apariencia de pan, porque es un Pan que es Carne, la Carne del Cordero de
Dios. El que se alimenta del Pan de la Misa, que es la Eucaristía, se alimenta
con Carne de Cordero, asada en el Fuego del Espíritu Santo, la Carne del
Cordero de Dios, Jesús. Y el que se alimenta con la Eucaristía tiene un alma
fuerte y llena de luz, porque en la Eucaristía está la vida de Dios, que es
vida divina, que da la fortaleza y la luz de Dios a quien se alimenta de ella.
Lamentablemente,
hay muchos que descuidan el alimento del alma, que es la Eucaristía, y así sus
almas están raquíticas, débiles e incluso muchas almas mueren por la falta del
Pan bajado del cielo. No seamos como ellos, alimentemos nuestras almas con el
Pan de Vida eterna, que es la Eucaristía, para tener en nuestros corazones la
luz y la vida de Dios Uno y Trino.
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