Gloria (en los días festivos)
Para saber porqué se reza el
Gloria en la Misa ,
tenemos que saber primero qué quiere decir “gloria”. Entre los hombres, “gloria”
significa es la fama, el honor y el reconocimiento que tiene una persona gracias
a algo grande e importante que hizo, o a alguna buena acción. La “gloria” del
mundo es la fama o el reconocimiento que los hombres se dan entre sí, cuando
alguien hace algo que es –o parece ser- importante o bueno.
Por ejemplo, casi todos los
días uno puede enterarse, por la televisión o Internet, de titulares en los
diarios, como los siguientes: “El futbolista Fulano de tal alcanzó la gloria
después de anotar un “hat-trick”. En este caso, el periodista, los espectadores
del partido de fútbol, la televisión, “dan gloria”, glorifican, al futbolista,
y el futbolista recibe, gustoso, esta gloria que, por ser de los hombres y
terminar en los hombres, se llama “mundana”. Lo mismo sucede con cualquier
actividad del hombre, que felicita o glorifica a otro hombre.
Con respecto a esta gloria
mundana, hay un dicho en latín, que dice: “sic transit gloria mundi”, “así pasa
la gloria de este mundo”, queriendo decir que la gloria que los hombres se dan unos a otros, las alabanzas, los
elogios, la fama, pasa y no vuelve más, y es como humo que se lleva el viento,
y delante de Dios, de nada sirven. En otras palabras, no nos servirá, para
nuestro juicio particular, que decidirá cómo será nuestra eternidad, si en el
gozo o en el dolor, el haber glorificado a un hombre, alabándolo por sus
talentos, por sus posesiones, por sus dones. En el día de nuestro juicio
particular, Dios no nos preguntará cuántas veces vimos las repeticiones de los
goles de Messi, ni nos preguntará cuáles son los “récords” de Messi en el
Barcelona; tampoco querrá que le digamos cuántos goles hizo en total Cristiano
Ronaldo. No nos preguntará tampoco los nombres de los temas más famosos de
nuestro cantante favorito, ni las películas más exitosas de nuestros actores
preferidos. No nos preguntará cuántos títulos conseguimos en la universidad, ni
cuántos viajes hicimos al exterior, ni cuántas camionetas cuatro por cuatro
llegamos a tener, ni cuántos libros escribimos. Nos preguntará cosas muy
distintas: buscará en nuestros corazones el amor y nos preguntará cuántas
fueron las obras de misericordia, corporales y espirituales, que hicimos por
amor, y no por interés o para figurar ante los demás.
En otras palabras, la gloria
mundana, la gloria que los hombres se dan unos a otros, desaparece muy pronto,
y al final de la vida, no nos sirve para nada.
En cambio, la palabra
“gloria”, cuando se usa en la iglesia, quiere decir algo distinto. La “gloria
de Dios”, o “gloria de Yahveh”, es lo que Dios muestra de Él mismo cuando se
aparece a los hombres: muestra su infinito poder, su infinita sabiduría, su
Amor eterno, su santidad, su Ser divino, imposible de ser comprendido por los
ángeles y los hombres.
Cuando Dios obra, todo lo
hace de modo glorioso, porque Él es su misma gloria. Por ejemplo, cuando los
hebreos cruzan el Mar Rojo, son ayudados por Dios, quien de modo maravilloso
los hace cruzar el cauce seco del Mar, separando las aguas; o cuando decide
encarnarse en el seno virgen de María, lo hace de modo glorioso, porque es una
encarnación virginal, y así con todas sus obras. En todo lo que Dios hace,
muestra su gloria, porque no puede obrar de otra manera que no sea con gloria,
ya que Él es Omnipotente, infinitamente Sabio, eternamente Santo y bondadoso.
Él es su misma gloria, y por
eso su gloria –es decir, la honra, el honor, de Dios-, es eterna, no pasa nunca
ni jamás podrá pasar nunca, a diferencia de la gloria de los hombres, la gloria
mundana, que comienza a la mañana y al empezar la tarde ya no existe.
Esta gloria divina no viene
de los hombres, sino de Dios, y es Dios el único que puede darla: la da, ante
todo, a su Hijo Unigénito, Jesucristo, desde toda la eternidad, y la da también
a sus amigos, los ángeles de luz, los ángeles buenos, y a los santos, aquellos
que rechazaron la gloria del mundo, la que dan los hombres, para obtener la
gloria que sólo Dios puede dar.
Es esta gloria la que
cantamos en Misa, y es la gloria de Jesucristo, el Hombre-Dios, que dio su vida
por nosotros, para salvarnos de la muerte eterna, muriendo en la Cruz , y es la misma gloria
que Él da a quien lo recibe, con fe y con amor, en la Eucaristía.
En la Misa , el rezo del “Gloria”,
significa la alabanza que los hombres damos a Dios por ser Él quien Es, Dios
Tres veces Santo, infinitamente bondadoso y lleno de poder, majestad y
hermosura. Y junto a la alabanza va unida la adoración, porque reconocemos que
nosotros, comparados con Él, somos “nada mas pecado”, como dicen los santos.
Glorificamos a Dios por ser
quien Es, Dios de majestad infinita y de Amor eterno, pero también y sobre todo
lo glorificamos por la obra más grande de todas sus obras grandes, la
Santa Misa , que es la renovación incruenta,
sin derramamiento de sangre, en el altar, del Santo Sacrificio del Calvario.
En la Misa resplandecen la Sabiduría y la Bondad divinas, es decir,
Dios se manifiesta con todo el esplendor de su gloria. En la Misa brilla, con esplendor
divino, con un brillo más brillante que miles de millones de soles juntos, la
majestuosa gloria de un Dios, que es Uno y Trino, inabarcable para el hombre y
el ángel, en su grandeza infinita.
Esa obra maravillosísima que
es la Misa hace
quedar como casi nada todas las otras inmensas obras de Dios, comprendida la
creación del universo visible y del invisible. Es en reconocimiento a su
majestad, a su gloria, a su bondad infinita, a su sabiduría sin medida, a la
hermosura de su Ser divino, que se muestran en el misterio pascual de muerte y
resurrección del Hombre-Dios Jesucristo, la Iglesia toda, hombres y ángeles, entonamos el
“Gloria”, un canto de fiesta, de alabanza y de alegría al Dios Uno y Trino, “himno antiquísimo y venerable con el que la Iglesia , congregada en el
Espíritu Santo, glorifica a Dios Padre y glorifica y le suplica al Cordero”[1].
El Gloria comienza con la
oración de los ángeles en la
Noche del Nacimiento –“Gloria a Dios en el cielo y en la
tierra paz a los hombres que ama el Señor” (cfr. Lc 2, 14)-, y por esto, cuando lo entonamos, nos parece estar
adorando al Niño Dios en la
Noche Santa de Belén, pero en realidad, es un himno dedicado
no solo a Dios Hijo, sino a las Tres Divinas Personas de la Santísima Trinidad :
la primera parte está dirigida al Padre, hasta “Dios Padre omnipotente”; la
segunda, al Hijo: “Sólo Tú, Altísimo Jesucristo”, y la última al Espíritu
Santo: “con el Espíritu Santo” [2].
Al igual que los Kyries, que se cantaban a los reyes y
emperadores que entraban triunfantes en la ciudad después de una batalla,
sucede lo mismo con el Gloria: lo cantaba el pueblo cuando, colocado a ambos
lados del camino, aclamaba al emperador a su paso.
Y también como sucedió con
los Kyries, la Iglesia los adoptó, y los usó
para cantar al Rey de reyes y Señor de señores (cfr. Ap 19, 16), que ingresa triunfal en el templo de Dios (cfr. Heb 4, 14), enarbolando el estandarte
ensangrentado de la Santa Cruz ,
luego de haber derrotado para siempre a los grandes enemigos de la humanidad,
el demonio, el mundo y la carne.
También en la Iglesia , con el Gloria, se
suceden los coros de aclamaciones: “¡Te alabamos! ¡Te bendecimos! ¡Te adoramos!
¡Te glorificamos! ¡Te damos gracias!”, a los cuales se agrega un nuevo coro:
“Señor Dios, rey celestial, Dios, Padre todopoderoso, Señor, Hijo Único,
Jesucristo”.
Como es un himno de Pascua,
está dirigido a Jesús que, después de su muerte, resucita y se nos entrega,
glorioso y resucitado, en la
Eucaristía , en donde sus “llagas de crucificado brillan como
rubíes, su Cuerpo presente en el sacramento fulgura como cristal, y de Él, el
Cordero del sacrificio, se irradia la luz pascual y los esplendores de la
gloria eterna”[3].
Todos:
Gloria a Dios en cielo, y en la tierra paz a los
hombres que ama el Señor.
Alabamos a Dios con la misma
alabanza que los ángeles le dieron al Niño Dios en Belén (cfr. Lc 2, 14), que quiere decir “Casa de
Pan”, y el motivo es que el altar es un Nuevo Belén, al cual vendrá Jesús, que
se nos entregará como Pan de Vida eterna.
Por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te
adoramos, te glorificamos, te damos gracias, Señor Dios, Rey celestial, Dios
Padre todopoderoso.
En esta parte expresamos el motivo por el cual vinimos a Misa: para adorar, alabar, bendecir a Dios Trinidad "por su inmensa gloria".
En esta parte expresamos el motivo por el cual vinimos a Misa: para adorar, alabar, bendecir a Dios Trinidad "por su inmensa gloria".
Señor, Hijo único Jesucristo. Señor Dios, Cordero de
Dios, Hijo del Padre; tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de
nosotros; tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica; tú que
estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros; porque sólo tú
eres Santo, Sólo tú Señor, sólo tú Altísimo, Jesucristo, con el Espíritu Santo
en la gloria de Dios Padre. Amén.
Suplicamos a Jesús, que es
el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, que tenga piedad de nosotros,
es decir, que se apiade de nuestra incapacidad para obrar el bien y que por los
méritos de su Pasión y muerte en Cruz, nos perdone y nos lleve a todos al
Cielo.
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