Cristo Eucaristía, Luz de la niñez y de la juventud

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sábado, 16 de junio de 2012

La Santa Misa para Niños (XIII) El sacerdote se lava las manos



Ahora el sacerdote se lava las manos.
¿Por qué el sacerdote se lava las manos, si ya las tiene limpias? Porque así como el agua quita las manchas y suciedades que puedan tener las manos, así la gracia y la misericordia de Dios quitan las manchas y suciedades del alma del sacerdote (imperfecciones, pecados veniales, amor propio, faltas de amor, impaciencia, soberbia, orgullo, etc.)[1]. Esto es muy necesario para seguir con esta parte de la Misa: debemos continuar con las manos puras, pero sobre todo, con un corazón puro[2].
Sólo el sacerdote se lava las manos, pero también nosotros, que asistimos en la Santa Misa, podemos unirnos los asistentes pueden y deben pedir lo mismo, uniéndose espiritualmente a la oración del sacerdote: “¡Señor, lávame totalmente de mi culpa y limpia mi pecado!”. El agua que lava las manos simboliza la gracia que purifica el alma dejándola preparada para recibir el Santísimo Sacramento del altar. Pero para el sacerdote tiene además otro significado: debido a que sus manos van a de tocar el Cuerpo de Jesús, luego de la transubstanciación, deben mantenerse libres de toda mancha terrena[3], de toda impureza y de todo afecto impuro. ¿Cómo podría darle un disgusto a Jesús, haciéndolo bajar en manos sucias y con olor a cosas malas? El sacerdote se lava las manos para que el Cuerpo de Jesús en la Eucaristía no sea tocado con manos impuras.
Además de estos significados, hay otro más en el gesto del lavado de manos, y para saber cuál es, debemos recordar la Pasión de Jesús, en el momento en el que Pilatos, acobardado ante los judíos que piden que Jesús sea crucificado diciendo: “¡No queremos que este reine sobre nosotros! (cfr. Lc 19, 11-27) ¡Crucifícalo!” (Lc 23, 21), se lava las manos para desentenderse de su muerte. En realidad, es un acto de cobardía, porque Jesús ya estaba muy malherido, muy golpeado, con mucha sangre que salía de sus heridas. Estaba indefenso y débil, afiebrado por toda la sangre que había perdido, cansado, agotado, con hambre y sed, muy dolorido, entristecido. No representaba un peligro para nadie; por el contrario, despertaba compasión verlo así tan golpeado y con tanto dolor. Y sin embargo, Pilatos se lava las manos, como diciendo: “Yo se los entrego, con tal que ustedes no me demanden al César, porque si ustedes me demandan, voy a perder el puesto de gobernador. Prefiero seguir siendo gobernador, y no me importa si para eso lo tienen que matar. Yo me lavo las manos!”.
Al realizar este gesto el sacerdote, de lavarse las manos, que se afirme nuestro corazón en el amor de Cristo crucificado, pidiendo la gracia, al mismo tiempo, de morir antes que negarlo, y que resuene en nuestro corazón un potente grito: “¡Nunca como Pilatos!”[4].
Y ya que nos hemos trasladado espiritualmente al momento en el que Pilatos niega a Jesús, recordemos que la multitud pide que la sangre de Jesús caiga sobre ellos: “¡Que su sangre caiga sobre nosotros!” (Mt 27, 25), porque también nosotros pedimos lo mismo, pero no en el sentido blasfemo y sacrílego de la multitud, sino como una súplica ardiente a Dios, porque no será el agua, sino la Sangre de Cristo, que será derramada en al altar de la cruz y recogida en el cáliz del altar, la que limpiará nuestros pecados y los pecados de los hombres.


[1] Cfr. Manglano Castellary, o. c., 44.
[2] Cfr. Schnitzler, o. c., 448.
[3] Cfr. ibidem.
[4] Cfr. Schnitzler, o. c., 449.

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